DE MÁS ALLÁ

Traducido por Enrique de Obregon. La maldición de Sarnath. Biblioteca Universal Caralt, Nº 181. Madrid, 1981

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Horrible, más de lo que uno se puede imaginar, fue el cambio que había tenido lugar en mi mejor amigo, Crawford Tillinghast. Yo no lo había visto desde aquel día, hace dos meses y medio, cuando me contara cuál era la meta a la que le llevaban sus investigaciones físicas y metafísicas; cuando él respondió a mis temerosas y casi miedosas reprensiones echándome de su laboratorio y de su casa en un arranque de rabia fanática. Yo ya sabía que últimamente permanecía casi todo el tiempo encerrado en su laboratorio de la buhardilla con aquella maldita máquina eléctrica, comiendo poco y excluyendo incluso a los sirvientes; pero yo no suponía que un breve período de Iiez semanas pudiese alterar y desfigurar tanto a una criatura humana. No es agradable ver a un hombre recio uedarse de pronto delgado, y aún es peor cuando la piel botagada empieza a ponerse amarillenta o grisácea, los ojos se hunden, les salen ojeras y brillan de un modo avoroso, la frente está surcada por venas y arrugada, y las manos trémulas y encogidas. Y si se añade a esto un specto desagradablemente desaliñado, un salvaje desorden en el vestir, una abundancia de pelo negro canoso en rus raíces, y una barba crecida en desorden en una cara ntes siempre bien afeitada, el efecto acumulativo es basante horrible. Pero tal era el aspecto de Crawford Tillinghast la noche en que su semi coherente mensaje me llevó ante su puerta tras 'mis semanas de exilio; tal era el espectro que temblaba mientras me hacía entrar, vela en mano, y miraba furtivamente por encima del hombro, como si estuviera temeroso de cosas nunca vistas en la casa antigua y solitaria situada por detrás de Benevolent Street.

El que Crawford Tillinghast hubiera estudiado alguna vez ciencia y filosofía era un error. Esas cosas deberían dejarse al investigador frío e impersonal, porque ofrecen dos alternativas igualmente trágicas al hombre de sentimiento y acción; desesperación si ralla en su intento, y terrores indecibles e inimaginables si tiene éxito. Tillinghast fue una vez la presa del fracaso, solitario y melancólico; pero ahora yo sabía, por mis propios temores nauseabundos, que él era la presa del éxito. Yo le advertí hacía diez semanas, cuando irrumpió entusiasmado, mientras contaba lo que estaba a punto de descubrir. Entonces apareció acalorado y excitado, hablando en voz alta y poco natural, aunque siempre pedante.

- ¿Qué es lo que sabemos - me preguntó - del mundo y del universo que nos rodea? Nuestros modos de recibir impresiones son absurdamente pocos, y nuestras nociones de los objetos que hay en torno nuestro infinitamente estrechas. Vemos las cosas tan sólo como hemos sido formados para verlas, y no podemos tener una idea de su naturaleza absoluta. Con cinco débiles sentidos pretendemos abarcar un cosmos complejo e ilimitado, sin embargo, otros seres con otro campo de sentidos más amplio, más fuerte, o diferente, podrían no sólo ver de modo muy distinto las cosas que nosotros vemos, sino que podrían ver y estudiar mundos enteros de materia, energía, y vida que tenemos a mano, y que sin embargo nunca podrán ser detectados con los sentidos que tenemos. Yo he creído siempre que tales mundos extraños e inaccesibles están como quien dice a nuestro mismísimo lado, y ahora creo haber hallado un camino para derribar las barreras. No bromeo. En las próximas veinticuatro horas esa máquina que está junto a la mesa generará ondas que actuarán sobre órganos sensibles no reconocidos y que existen en nosotros como vestigios atrofiados o rudimentarios.

Esas ondas nos abrirán muchas visiones desconocidas por el hombre, y varias que no tienen nada que ver con lo que nosotros consideramos vida orgánica. Veremos a qué aúllan los perros en la noche, y ante lo que los gatos erizan sus orejas después de medianoche. Veremos esas cosas, y otras cosas que ninguna criatura que respire ha visto jamás. Superpondremos el tiempo, el espacio y las dimensiones, y sin movimiento corporal atisbaremos hasta el fondo de la creación.

Cuando Tillinghast dijo estas cosas yo opuse objeciones, porque lo conocía lo bastante bien como para estar asustado más que divertido; pero él era ún fanático, y me echó de la casa. Ahora seguía siendo un fanático, pero su deseo de hablar había vencido su resentimiento, y me había escrito imperativamente con una letra que apenas si pude reconocer. Cuando yo entré en la morada de mi amigo, tan repentinamente metamorfoseado en una gárgola espeluznante, me contagié del terror que parecía estar al acecho en todas las sombras. Las palabras y creencias expresadas diez semanas antes parecían haber encarnado en la obscuridad más allá del pequeño círculo de la luz de la vela, y yo me sentí enfermo al oir la voz hueca y alterada de mi anfitrión. Deseé que hubiera sirvientes a nuestro alrededor, y no me gustó nada oírle decir que todos se habían marchado tres días antes. Parecía extraño que incluso el viejo Gregory abandonara a su amo sin decírmelo a mí que era un buen amigo. Fue él quien me contó todas las cosas que yo sabía de Tillinghast después de que él me echara en un acceso de rabia.

Sin embargo, pronto subordiné mis temores a mis crecientes curiosidad y fascinación. Yo sólo podía suponer qué era lo que Crawford Tillinghast quería ahora de mí; pero no dudaba de que tenía que revelarme algún estupendo secreto o descubrimiento. Antes yo había protestado por su manía de entremeterse de un modo antinatural en lo inimaginable; ahora que evidentemente él había logrado algo en cierto grado, yo casi compartía su espíritu, aunque el coste de la victoria pareciera terrible. A través del obscuro vacío de la casa seguí hacia arriba la oscilante vela que llevaba en su mano esta temblorosa parodia de hombre. La electricidad parecía apagada, y cuando yo le pregunté el porqué a mi guía, me contestó que era por una razón definida.

- Sería demasiado... No me atrevería - murmuró. Yo observé especialmente su nuevo hábito de murmurar, porque no era propio de él hablar para sí mismo. Entramos en el laboratorio de la buhardilla, y observé aquella detestable máquina eléctrica, reluciendo con una luminosidad enfermiza y siniestramente violeta. Estaba conectada con una potente batería química, aunque parecía no recibir corriente, porque yo recordaba que en su etapa experimental había chisporroteado y ronroneado cuando entraba en acción. Como respuesta a mi pregunta, Tillinghast musitó que esta incandescencia no era eléctrica en ningún sentido que yo pudiera comprender.

Entonces me hizo sentar junto a la máquina, de modo que la tenía a mi derecha y dio a un interruptor que había en alguna parte por debajo del amontonamiento de bombillas de cristal que había encima. Comenzó el usual chisporroteo, se convirtió en un quejido, y pasó a ser un zumbido tan suave como para sugerir una vuelta al silencio. Mientras tanto la luminosidad aumentó, palideció después, y luego adquirió un color pálido exagerado o una mezcla de colores que yo no podría establecer o describir. Tillinghast había estado observándome, y advirtió mi expresión desconcertada.

- ¿Sabes lo que es esto? - susurró -. Es ultravioleta - chasqueó de un modo extraño la lengua ante mi sorpresa. Creías que el ultravioleta era invisible, y así es. Pero ahora puedes verlo, así como muchas otras cosas invisibles.

»¡Escúchame! Las ondas de ese aparato están despertando mil sentidos dormidos en nosotros; sentidos que nosotros heredamos de siglos de evolución desde el estado de los electrones separados al estado de la humanidad orgánica. He visto la verdad y quiero mostrártela. ¿Te imaginas qué aspecto tiene? Te lo diré -entonces Tillinghast se sentó frente a mí apagando de un soplo su vela y mirando de un modo horrible a mis ojos -. Tus órganos de los sentidos existentes, tus oídos primero según creo, captarán muchas de las impresiones, porqué están estrechamente relacionados con los órganos dormidos. Luego serán los otros. ¿Has oído la glándula pineal? Yo me río de los endocrinólogos, embaucadores, compañeros advenedizos de los freudianos. Esa glándula es el gran órgano del sentido de los órganos. Lo he descubierto. Es como divisar el final, y transmite cuadros visuales al cerebro. Si tú eres normal, es de este modo cómo lograrás la mayor parte de ello... Quiero decir conseguir la mayor parte de la evidencia del más allá.

Miré en torno mío a la enorme buhardilla con la inclinada pared sur, débilmente iluminada por rayos que unos ojos ordinarios no pueden ver. Los rincones extremos estaban sumidos en sombras, y todo el lugar adquiría una sombría irrealidad que obscurecía su naturaleza e invitaba a la imaginación al simbolismo y lo fantasmal. Durante el intervalo en el que Tillinghast permaneció silencioso yo me imaginé estar en algún vasto e increíble templo de unos dioses muertos hacía tiempo, unos vagos edificios de innumerables columnas de piedra negra elevándose de un suelo de losas húmedas hacia una altura nubosa más allá del alcance de mi vista. La imagen fue muy vívida durante un rato; pero gradualmente dio paso a un concepto más horrible; la de una extrema y absoluta soledad en un espacio infinito, invisible y mudo. Allí parecía haber un vacío, y nada más, y yo sentí un temor infantil que me impulsó a sacar del bolsillo de mi cadera el revólver que yo llevaba siempre después del anochecer desde aquella noche en que fui atracado en New Providence. Entonces, desde las más apartadas reglones de lo remoto, el sonido se deslizó suavemente hacia la existencia. Era infinitamente débil, sutilmente vibrante e inconfundiblemente musical; pero poseía una cualidád de sobresaliente tosquedad que hacía que su impacto se sintiera como una tortura delicada de todo mi cuerpo. Yo tuve sensaciones como las que uno siente cuando accidentalmente araña cristal deslustrado. Simultáneamente se desarrolló algo como una corriente de aire frío, que aparentemente pasó por mi lado viniendo de la dirección del sonido distante. Mientras yo aguardaba conteniendo la respiración, percibí que tanto el sonido como el viento aumentaban, causándome el efecto de darme una extraña noción de mí mismo, como si estuviera atado a un par de raíles en la ruta de una locomotora gigante que se apro" ximara. Empecé a hablar a Tillinghast y, al hacerlo, todas las impresiones desusadas desaparecieron bruscamente. Sólo vi al hombre, las máquinas relucientes, y el aposento en penumbra. Tillinghast estaba haciendo muecas repulsivas al revólver que yo había sacado casi inconscientemente; pero por su expresión estuve seguro de que él había visto y oído tanto como yo, si no mucho más. Yo susurré lo que había experimentado y él me mandó que estuviera tan quieto y receptivo como fuera posible.

- No te muevas - me advirtió -, porque en estos rayos podemos ser vistos tanto como ver. Te he dicho que los sirvientes se marcharon, pero no cómo. Fue aquella estúpida ama de llaves: encendió las luces abajo después de que yo la hubiera advertido de que no lo hiciera, y los alambres recibieron vibraciones simpáticas. Debió de haber sido horrible, pude oír los gritos desde aquí arriba a pesar de todo lo que estaba viendo y oyendo procedente de otra dirección, y luego fue más bien horrible hallar aquellos montones de ropa vacíos por toda la casa. Los vestidos de la señora Updike estaban cerca del interruptor del vestíbulo, por eso sé lo que ella hizo. Los recogí todos; pero mientras no nos movamos estamos seguros. Recuerda que estamos tratando con un mundo horrible en el cual estamos prácticamente indefensos... ¡Estáte quieto!

El efecto combinado de la revelación y de la brusca orden me produjo una especie de parálisis, y en mi terror mi mente se abrió de nuevo a las impresiones que venían de lo que Tillinghast llamaba el más allá. Ahora estaba en una vorágine de sonido y movimiento, con imágenes confusas ante mis ojos. Vi los borrosos contornos de la habitación, pero desde algún punto del espacio parecía estar vertiéndose una bullentecolumna de formas o nubes irreconocibles, penetrando el sólido techo en un punto por encima y a la derecha de mí. Entonces vislumbré de nuevo el efecto de similitud de un templo, pero esta vez los pilares alcanzaron hasta un océano de luz aéreo, que me lanzó un rayo cegador por la vía de la columna nubosa que yo había visto antes. Tras eso la escena fue casi totalmente caleidoscópica, y en la confusión de visiones, sonidos, e impresiones sensoriales no identificadas a mí me pareció que me iba a disolver o a perder en cierta manera la forma sólida. Siempre recordaré un centelleo definido. Me pareció por un instante contemplar un pedazo de un extraño cielo nocturno lleno de brillantes esferas giratorias, y mientras retrocedía vi que los soles relucientes formaban una constelación o galaxia de forma fija; la forma del rostro contorsionado de Crawford Tillinghast. En otro momento me pareció que aquellas cosas enormes y animadas pasaban bruscamente por mi lado y a veces caminaban o atravesaban a través de mi cuerpo supuestamente sólido, y aunque vi a Tillinghast mirarlas como si sus sentidos mejor entrenados pudieran captarlas visualmente, recordé lo que él había dicho de la glándula pineal, y me pregunté qué sería lo que él habría visto con su ojo extraordinario.

De repente yo mismo me vi en posesión de una especie de vista aumentada. Arriba y por encima del caos luminoso y sombrío surgió una imagen que, aunque vaga, tenía los elementos de consistencia y permanencia. Era verdaderamente algo familiar, porque la parte desusada estaba superpuesta en la escena terrestre usual, lo mismo que en el cine una película puede ser proyectada sobre u n telón pintado. Vi el laboratorio de la buhardilla, la máquina eléctrica y la contorsionada forma de Tillinghast frente a mí; pero en todo el espacio que no estaba ocupado por objetos familiares no había ni una sola partícula vacante. Formas indescriptibles, tanto vivas como de otros modos, estaban mezcladas en un desagradable desorden, y cerca de cada cosa conocida había mundos enteros de entidades extrañas y desconocidas, y viceversa. Entre todos los objetos vivientes destacaban monstruosidades gelatinosas negras como carbón, que fláccidamente temblequeaban con las vibraciones de la máquina. Estaban presentes en aborrecible profusión, y yo vi horrorizado que se superponían, que eran semifluidas v capaces de pasar una a través de otra y a través de lo que nosotros conocemos como sólidos. Estas cosas no se estaban nunca quietas, sino que parecían estar siempre flotando por encima con algún propósito maligno. A veces parecían devorarse unas a otras, el atacante lanzándose contra su víctima e instantáneamente borrándola de la vista. Estremeciéndome me pareció comprender lo que había eliminado a los infortunados sirvientes, y no pude apartar aquellas cosas de mi pensamiento mientras me esforzaba por observar otras propiedades del nuevo mundo visible que hay invisible en torno nuestro. Pero Tillinghast había estado observándome, y estaba hablando.

- ¿Los has visto? ¿Los has visto? ¿Has visto las cosas que flotan y aletean a tu alrededor y a través de todo momento de tu vida? ¿Has visto las criaturas que forman lo que los hombres llaman el aire puro v el cielo azul? ¿No he logrado derribar la barrera? ¿No te he mostrado mundos que ningún otro hombre viviente ha visto'

Oí su grito a través del horrible caos y miré al rostro salvaje tan ofensivamente cercano al mío. Sus ojos eran hoyos de fuego, y me miraron con ferocidad, con lo que ahora sé que era un odio abrumador. La máquina zumbó de un modo detestable.

- ¿Crees que esas cosas vacilantes eliminaron a los sirvientes? ¡Tonto! ¡Son inofensivas! Pero los sirvientes ya no están, ¿verdad? Has tratado de detenerme; me desanimaste cuando necesitaba cada gota de ánimo que pudiera recibir. Tenías miedo de la verdad cósmica, tú, maldito cobarde; ¡pero ahora te tengo! ¿Qué es lo que eliminó a los sirvientes? ¿Qué es lo que les hizo gritar tan fuerte?... No lo sabes, ¿eh? Pues lo vas a saber pronto. Mírame, escucha lo que te voy a decir, ¿supones que existen realmente cosas como el tiempo y la magnitud? ¿Te imaginas que hay cosas como la forma y la materia? Yo te digo que he alcanzado profundidades que tu pequeño cerebro no puede ni imaginar. Yo he visto más allá de los límites del infinito y atraído demonios desde las estrellas... Yo he enjaezado las sombras que pasan a zancadas de un mundo a otro para sembrar la muerte y la locura... El espacio me pertenece, ¿oyes? Las cosas ahora me persiguen tratando de darme caza, las cosas que devoran y disuelven; pero yo sé cómo eludirlas. Es de ti de quién se apoderarán, como se apoderaron de los sirvientes... ¿Tiemblas, querido señor? Ya te dije que era peligroso moverse, te he salvado hasta ahora diciéndote que te estuvieras quieto, te he salvado de que vieras más cosas y de que me escucharas. Si te hubieras movido, se habrían vuelto contra ti hace rato. No te preocupes, no te harán daño. No hicieron daño a los sirvientes. Fue el verlos lo que hizo que los pobres diablos gritaran así. Mis favoritos no son lindos, porque vienen de sitios donde los conceptos de la estética son muy diferentes. La desintegración es casi indolora, te lo aseguro, pero yo quiero que los veas. Yo casi los vi, pero sé cómo detenerme. ¿Sientes curiosidad? Siempre supe que no eras un científico. Estás temblando, ¿eh? Temblando de ansiedad por ver las últimas cosas que he descobierto. ¿Por qué no te mueves, pues? ¿Cansado? Bueno, no te preocupes, amigo mío, porque están viniendo... Mira mira, date prisa, mira... es por encima de tu hombro izquierdo...

Lo que me queda por decir es muy breve, y puede que les sea familiar por lo que relataron los periódicos. La policía oyó un tiro en la vieja casa de Tillinghast y nos encontró allí a los dos, Tillinghast muerto y yo inconsciente. Me detuvieron porque el revólver estaba en mi mano, pero me soltaron al cabo de tres horas, después de que descubrieran que Tillinghast murió de una apoplejía y que mi disparo había sido dirigido contra la nociva máquina que ahora estaba tirada, inútil, en el suelo del laboratorio. Yo no conté mucho de lo que había visto, porque temí que el oficial se mostraría escéptico; pero por el evasivo relato que hice, el doctor me dijo que yo sin duda había sido hipnotizado por el vindicativo y homicida loco.

Me hubiera gustado poder creer a aquel doctor. Eso ayudaría a mis temblorosos nervios si yo pudiera desechar lo que ahora he de pensar del aire y del cielo que me rodean. Nunca me sentiré solo o cómodo, y una horrible sensación de ser perseguido viene a darme escalofríos cuando estoy fatigado. Lo que hace que no pueda creer al doctor es un simple hecho: que la policía jamás encontró los cuerpos de aquellos sirvientes que según dicen Crawford Tillinghast asesinó.


La extraña ficción "tradicional" de Lovecraft, gradualmente se transformó de forma prodigiosa en las narraciones de Cthulhu, y la precisa transición ocurrió cuando escribió "The Call of Cthulhu" en 1926. En los tres relatos macabros que siguen (Del Más Allá, El Festival y La Ciudad sin Nombre), se pueden observar los elementos "cthulhuoides" reuniéndose en sus historias hasta que empiezan a predominar. Por cierto que "Del más allá", fue escrito el 18 de noviembre de 1920, una semana después de que él escribiera "Celephais", que es una de sus fantasías de sueños más dunsaniana.

 

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