DESDE MÁS ALLÁ
Traducido
por José María Aroca. Antología de Novelas de Anticipación.
VI Selección. Editorial Acervo, 1966.
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EL cambio que se había producido en mi mejor amigo, Crawford Tillinghast, era francamente horrible. No había vuelto a verle desde aquel día, hacía dos meses y medio, en que me habló del objetivo que se proponía con sus investigaciones físicas y metafísicas; cuando hubo contestado a mis vehementes y casi asustados reproches echándome de su laboratorio y de su casa en un estallido de frenética rabia, comprendí que la cosa no tenía remedio. Luego me enteré de que permanecía la mayor parte del tiempo encerrado en el laboratorio del desván, con aquella maldita máquina eléctrica, comiendo muy poco y excluyendo incluso a los criados. Pero nunca se me habría ocurrido pensar que un breve período de diez semanas pudiera desfigurar hasta tal punto a un ser humano. No resulta agradable ver a un hombre robusto repentinamente enflaquecido, y resulta peor aún cuando la piel colgante adquiere un tono amarillento o grisáceo, los ojos están hundidos, ojerosos y apagados, la frente venosa y arrugada, y las manos temblorosas y excitadas. Y si añadimos a eso una repelente suciedad, un estrafalario desorden en el vestir, una enmarañada masa de cabellos negros encanecidos en las raíces y una no menos enmarañada barba en un rostro que antes aparecía siempre perfectamente rasurado, el efecto resulta impresionante. Pero tal era el aspecto de Crawford Tillinghast la noche en que su semiincoherente mensaje me llevó hasta la puerta de su casa después de mis semanas de exilio; tal era el espectro tembloroso que me permitió entrar, vela en mano, mirando furtivamente por encima de su hombro como si temiera a alguna cosa invisible en la antigua y solitaria mansión que se erguía en un extremo de la Benevolent Street.
El que Crawford Tillinghast se dedicara al estudio de la ciencia y de la filosofía fue un error. Esas cosas deben ser dejadas al investigador frío e impersonal, ya que ofrecen dos alternativas igualmente trágicas al hombre de sentimiento y de acción: desesperación, si fracasa, y terror indescriptible si tiene éxito. En otros tiempos, Tillinghast había sido presa del fracaso, la soledad y la melancolía; pero ahora me daba cuenta, con una sensación de temor, que era presa del éxito. En realidad, ya lo había advertido diez semanas antes, cuando me habló de lo que creía estar a punto de descubrir. Se había mostrado muy excitado, hablando con voz chillona y anormal, aunque pedante como siempre.
"¿Qué es lo que sabemos - me había dicho - acerca del mundo y del universo que nos rodea? Los medios de que disponemos para recibir impresiones son absurdamente escasos, y nuestras ideas de los objetos que hay a nuestro alrededor, muy limitadas. Sólo vemos las cosas tal como estamos constituidos para verlas, y no podemos hacernos una idea de su naturaleza absoluta. Con cinco débiles sentidos pretendemos comprender el insondable cosmos, pero otros seres con una gama más amplia, más fuerte o sencillamente distinta, de sentidos pueden no solamente ver de un modo diverso las cosas que nosotros vemos, sino incluso ver y estudiar mundos enteros de materia, de energía y de vida que están muy cerca de nosotros pero que nunca podremos detectar con los sentidos que poseemos. Siempre he creído que esos mundos inaccesibles y extraños existen muy próximos a nosotros, y ahora creo haber encontrado un medio de derribar las barreras. No bromeo. Dentro de veinticuatro horas, aquella máquina que está junto a la mesa generará unas ondas que actuarán sobre unos órganos-sentidos que poseemos en estado de atrofia o como rudimentarios vestigios. Esas ondas nos abrirán muchos paisajes ignorados por el hombre, y algunos desconocidos para todo lo que nosotros consideramos vida orgánica. Entonces veremos lo que hace aullar a los perros en la oscuridad, lo que eriza las orejas de los gatos después de medianoche. Veremos esas cosas, y otras cosas que ningún ser viviente ha visto todavía. Superaremos el espacio, el tiempo y las dimensiones, y sin movimiento corporal nos asomaremos al fondo de la creación."
Cuando Tillinghast me habló de ese modo estallé en reproches, ya que le conocía lo suficiente como para sentirme más asustado que divertido; pero Tillinghast era un fanático, y me echó de su casa. Ahora no había dejado de ser un fanático, pero su deseo de hablar era más intenso que su resentimiento, y me había escrito en tono imperativo y con una letra que apenas pude reconocer. Mientras entraba en la morada de mi amigo, me sentí invadido por el terror que parecía desprenderse de todas las sombras. Las palabras y las creencias expresadas diez semanas antes semejaban haber tomado cuerpo en la oscuridad, más allá del pequeño círculo de la luz de la vela, y la hueca y alterada voz de mi amigo me produjo un escalofrío. Me hubiera gustado ver a los criados por allí, y no pude evitar un sobresalto cuando Tillinghast me dijo que se habían marchado todos, tres días antes. Me pareció muy raro que el viejo Gregory, por lo menos, hubiera abandonado a su dueño sin informar de ello a un viejo amigo como yo. Gregory me había facilitado toda la información que poseía sobre Tillinghast después de que éste me expulsó de su casa.
Pero no tardé en subordinar todos mis temores a mi creciente curiosidad y fascinación. No podía adivinar lo que Crawford Tillinghast deseaba de mí, pero no me cabía ninguna duda de que mi amigo poseía algún maravilloso secreto o descubrimiento que comunicarme. Antes, yo había protestado por sus anormales deseos de penetrar en lo insondable; ahora que había conseguido algún éxito, casi compartía su estado de ánimo, por terrible que pareciera el precio de la victoria. A través de la vacía oscuridad de la casa, seguí la vacilante vela empuñada por aquella caricatura de hombre. La electricidad parecía no funcionar, y cuando interrogué a mi guía me dijo que era por un motivo concreto.
"Sería demasiado... No me atrevería", continuó murmurando.
Observé de un modo especial su nueva costumbre de murmurar, ya que no era un hombre inclinado a hablar consigo mismo. Entramos en el laboratorio del desván, y vi aquella detestable máquina eléctrica, brillando con una enfermiza y siniestra luminosidad violácea. Estaba conectada a una potente batería química, pero no parecía recibir ninguna corriente, ya que recordé que en su fase experimental la había oído vibrar cuando estaba funcionando. En respuesta a mi pregunta, Tillinghast murmuró que aquel resplandor permanente no era eléctrico en ningún sentido que yo pudiera comprender.
A continuación hizo que me sentara cerca de la máquina, de modo que quedara a mi derecha, y pulsó un interruptor situado debajo de una maraña de lámparas de cristal. La máquina empezó a vibrar, mientras la luminosidad aumentaba, se desvanecía y luego adquiría un tono pálido, constituido por una mezcla de colores que soy incapaz de describir. Tillinghast me había estado observando y notó mi intrigada expresión.
- ¿Sabes lo que es eso? - susurró -. Eso es el ultravioleta. - Mi sorpresa provocó en él una especie de cacareo - Tú creías que el ultravioleta era invisible, y en realidad lo es..., pero ahora puedes ver esa y otras muchas cosas invisibles.
"¡Escúchame! Las ondas de esa máquina están despertando en nosotros un millar de sentidos adormilados; sentidos que heredamos a través de eones de evolución, desde el estado de electrones sueltos al estado de humanidad orgánica. Yo he visto la verdad, y trataré de mostrártela. ¿Te preguntas cómo la veremos? Voy a decírtelo. - Tillinghast se sentó frente a mí, sopló la vela, apagándola, y me miró fijamente a los ojos -. Tus sentidos - en primer lugar los oídos, - supongo - captarán muchas de las impresiones, ya que están íntimamente conectados con los órganos dormidos. Luego percibirás otras impresiones. ¿Has oído hablar de la glándula pineal? Me río de los estúpidos endocrinólogos, lamentables epígonos de los freudianos. Esa glándula es el más importante de los órganos sensorios..., yo lo he descubierto. Es parecida a la vista, y transmite cuadros visuales al cerebro. Si eres normal, captarás a través de ella la mayor parte de la evidencia del más allá.
Miré a mi alrededor. El inmenso desván estaba débilmente iluminado por unos rayos que el ojo humano no puede ver. Los rincones estaban envueltos en sombras, y todo el lugar ofrecía un aire de irrealidad que oscurecía su naturaleza e invitaba a la imaginación, al simbolismo y a la fantasmagoría. Durante el intervalo en que Tillinghast permaneció silencioso, me imaginé a mí mismo en algún vasto e increíble templo dedicado al culto de unos dioses muertos desde hacía muchísimo tiempo; en algún vago edificio de innumerables columnas negras que ascendían desde un suelo de húmedas losas hasta una altura situada más allá del alcance de mi vista. Por unos instantes, el cuadro fue muy vívido, pero gradualmente dio paso a una idea más horrible: la de una completa y absoluta soledad en un espacio infinito, silencioso, invisible. Parecía haber una bóveda, y nada más, y experimenté un temor infantil que me impulsó a sacar el revólver que llevaba siempre en uno de mis bolsillos desde que fui víctima de un atraco en East Providence. Luego, desde las más lejanas regiones de lo remoto, surgió con suavidad el sonido. Era infinitamente leve, sutilmente vibrante, e indiscutiblemente musical, pero poseía una cualidad de indescriptible selvatiquez que me hizo sentir como una delicada tortura en todo el cuerpo. Experimenté unas sensaciones parecidas a las que se experimentan al rascar un vidrio esmerilado. Simultáneamente, se produjo algo semejante a una corriente de aire frío, la cual procedía de la misma dirección del lejano sonido. Mientras respiraba con agitación, noté que el sonido y el viento aumentaban en intensidad; me pareció que estaba atado a un par de raíles, por los cuales avanzaba a lo lejos una gigantesca locomotora. Empecé a hablar a Tillinghast y mientras hablaba todas las impresiones anormales se desvanecieron de repente. Sólo vi al hombre, la resplandeciente máquina y el lúgubre desván. Tillinghast estaba sonriendo de un modo repulsivo, mirando el revólver que yo casi había empuñado inconscientemente, pero a juzgar por su expresión quedé convencido de que había visto y oído tanto como yo, por no decir más. Susurré lo que había experimentado, y Tillinghast me ordenó que permaneciera tan quieto y receptivo como me fuera posible.
- No te muevas - me advirtió -, ya que esos rayos pueden captarnos a nosotros, del mismo que nosotros los captamos a ellos. Te he dicho que los criados se marcharon, pero no te he contado cómo. La culpa fue del ama de llaves. Encendió las luces de la planta baja después de que yo le había advertido que no lo hiciera, y los alambres recogieron vibraciones simpáticas. Debió de ser espantoso... Pude oír los gritos desde aquí, a pesar de todo lo que estaba viendo y oyendo procedente de otra dirección, y más tarde resultó horrible encontrar aquellos montones de ropa alrededor de la casa. Las ropas de Mrs. Updike estaban cerca del interruptor del vestíbulo: por eso supe que fue ella la que encendió la luz. Desaparecieron todos. Pero, mientras no nos movamos, estamos completamente a salvo. Recuerda que estamos tratando con un mundo espantoso, en el cual somos unos seres indefensos... ¡Quédate quieto!
La impresión de aquella revelación, unida a lo imperativo de la orden, me sumió en una especie de parálisis, y en mi terror mi mente volvió a abrirse a las sensaciones procedentes de lo que Tillinghast llamaba "el más allá". Me encontraba ahora en una vorágine de sonido y movimiento, con cuadros confusos delante de mis ojos. Veía los borrosos contornos del desván, pero desde algún punto del espacio parecía descender una columna de irreconocibles formas o nubes, penetrando a través del sólido techo por un lugar situado a la derecha y enfrente de mí. Luego me pareció encontrarme de nuevo en un templo, pero esta vez las columnas se erguían hasta un aéreo océano de luz, la cual brillaba de un modo deslumbrante. Después la escena se hizo completamente caleidoscópica, y en la confusión de impresiones visuales y de sonidos, experimenté la sensación de que estaba a punto de disolverme o de perder de algún modo la forma sólida. Siempre recordaré una visión concreta. Por un instante me pareció recorrer un sendero de extraño cielo nocturno lleno de esferas resplandecientes que giraban sin cesar, formando una constelación o una galaxia de forma definida: y la forma era el rostro distorsionado de Crawford Tillinghast. En otro momento noté que las enormes cosas animadas pasaban rozándome, y ocasionalmente andando o penetrando a través de mi cuerpo supuestamente sólido, y me pareció ver a Tillinghast mirándolas como si sus sentidos, más adiestrados, pudieran captarlas visualmente. Recordé lo que me había dicho acerca de la glándula pineal, y me pregunté lo que veía con su ojo preternatural.
Súbitamente, yo mismo me sentí en posesión de una especie de vista de aumento. Por encima del luminoso y sombrío caos, surgió un cuadro, el cual, aunque vago, poseía elementos de consistencia y de permanencia. En realidad se trataba de algo familiar, ya que la parte anormal estaba superpuesta a la normal escena terrestre, como una película proyectada sobre el pintado telón de un teatro. Veía el laboratorio del desván, la máquina eléctrica y la forma de Tillinghast enfrente de mí; pero en todo el espacio que no estaba ocupado por objetos familiares no había una sola partícula vacía. Unas formas indescriptibles, vivas o no, aparecían mezcladas en repugnante promiscuidad, y junto a cada cosa conocida había mundos enteros de extrañas y desconocidas entidades. Me pareció que todas las cosas conocidas entraban en la composición de otras cosas desconocidas, y viceversa. La mayoría de los objetos vivientes eran monstruosidades gelatinosas que oscilaban al compás de las vibraciones de la máquina. Estaban presentes en espantosa profusión, y me di cuenta, aterrorizado, de que eran semifluidos y capaces de pasar unos a través de otros y a través de lo que nosotros conocemos como sólidos. No permanecían nunca inmóviles: parecían flotar continuamente con algún malvado propósito. A veces parecían devorarse el uno al otro, el atacante pegándose a su víctima y borrándola inmediatamente de la vista. Con un estremecimiento, creí saber lo que había hecho desaparecer a los desdichados criados, y no pude apartar aquellos objetos de mi mente mientras me esforzaba en observar otras propiedades del mundo que permanece invisible a nuestro alrededor. Pero Tillinghast me había estado contemplando, y estaba hablando.
- ¿Los has visto? ¿Los has visto? ¿Has visto las cosas que flotan y aletean a tu alrededor y a través de ti en cada instante de tu vida? ¿Has visto los seres que forman lo que los hombres llaman el aire puro y el cielo azul? ¿No he conseguido derribar la barrera? ¿No te he mostrado mundos que ningún otro hombre viviente ha visto?
Oí su grito a través del horrible caos, y miré el rostro salvaje tan ofensivamente cerca del mío. Los ojos de Tillinghast llameaban, contemplándome con una expresión de indecible odio. La máquina continuaba vibrando desagradablemente.
- ¿Crees que esas cosas flotantes golpearon a los criados? ¡Estúpido! ¡Son inofensivas! Pero los criados desaparecieron, ¿no es cierto? Tú trataste de detenerme; me desanimaste cuando necesitaba cada gota de estímulo que pudiera obtener; temías a la verdad cósmica, maldito cobarde, pero ahora estás en mi poder. ¿Qué es lo que barrió a los criados? ¿Qué les hizo gritar tan espantosamente? No lo sabes, ¿eh? No tardarás en saberlo. Mírame... Escucha lo que voy a decirte... ¿Crees que existen realmente cosas como el tiempo y la magnitud? ¿Imaginas que existen cosas como la forma y la materia? Te aseguro que he llegado a unas profundidades que tu pequeño cerebro es incapaz de concebir siquiera. He visto más allá de las fronteras del infinito, y he atraído a demonios procedentes de las estrellas... He sojuzgado las sombras que vagan de mundo en mundo sembrando la muerte y la locura... El espacio me pertenece, ¿oyes? Ahora mismo me están acosando las cosas que devoran y disuelven..., pero yo sé cómo eludirlas. Acabarán contigo, del mismo modo que acabaron con mis criados... ¿Te estremeces, querido amigo? Ya te he dicho que era peligroso moverse; te he salvado hasta ahora diciéndote que permanecieras inmóvil... Te he salvado para que vieras lo que has visto y para que me escucharas. Si te hubieras movido, habrían acabado contigo hace mucho rato. No te preocupes, no te lastimarán. No lastimaron a los criados: lo que provocó los gritos de aquellos pobres diablos fue el verlos. No tienen un aspecto muy agradable, ya que proceden de unos lugares donde las normas estéticas son... muy distintas. La desintegración es completamente indolora, te lo garantizo..., pero quiero que los veas. Yo casi los he visto, pero sé cómo detenerlos. ¿Sientes curiosidad? Siempre he sabido que no tenías espíritu científico. Tiemblas, ¿eh? Tiemblas de ansiedad por ver las cosas definitivas que he descubierto. Bueno, ¿por qué no te mueves? ¿Estás cansado? No te preocupes, amigo mío, ya están llegando... Mira, mira, maldito seas, mira... Está justamente sobre tu hombro izquierdo...
Lo que queda por contar es muy breve, y tal vez sea conocido por ustedes a través de los relatos de los periódicos. La policía oyó un disparo en la antigua casa de Tillinghast y nos encontró allí: Tillinghast muerto, y yo inconsciente. Me detuvieron porque tenía el revólver en la mano, pero me soltaron al cabo de tres horas, después de descubrir que Tillinghast había muerto o consecuencia de un ataque de apoplejía y que mi disparo había sido dirigido contra la horrible máquina, que ahora yacía irremediablemente destruida sobre el suelo del laboratorio. No conté casi nada de lo que había visto, ya que temí que el coroner se mostrara escéptico; pero, después de mi evasivo relato, el médico me dijo que no cabía duda de que el vengativo y homicida demente me había hipnotizado.
Me gustaría poder creer al médico. Si consiguiera borrar de mi mente lo que ahora creo que hay en el aire y en el cielo que me rodean, me sentiría mucho más tranquilo. De cuando en cuando, experimento la espantosa sensación de que algo me persigue, especialmente cuando estoy fatigado. Lo que me impide creer las palabras del médico es un hecho muy simple: la policía no encontró nunca los cadáveres de los criados supuestamente asesinados por Crawford Tillinghast.