SELECCIÓN DE POEMAS DE H.P. LOVECRAFT (1902-1937)
Traducido
por José María Nebreda, La noche del océano y otros
escritos inéditos. Editorial Edaf, Madrid, 1991.
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A PAN (1902)
En
una boscosa hondonada
Por un riachuelo surcada,
Meditaba pensativo y sosegado
Cuando por el
Sueño fui arrullado.
Del arroyo una sombra surgió,
Medio cabra medio hombre se reveló:
En vez de pies, pezuñas mostraba,
Y de su mentón una barba colgaba.
Entre juncos y cañas escondido,
Tocó dulcemente el híbrido ser;
Mas nada tenía que temer
Pues de Pan venía aquel silbido.
Las ninfas y sátiros se juntaron alrededor
Para disfrutar del mágico clamor.
Demasiado pronto del sueño desperté,
Y a los reinos del hombre retomé;
Pero en ocultos valles aún puedo escuchar
Las mágicas notas de la flauta de Pan.
Astrophobos (1917)
En
los cielos nocturnos brillando,
Sobre abismos lejanos y etéreos,
Anhelante un día acechaba
Una seductora, luminosa estrella;
Cada atardecer surgía en el cielo
Brillando en el Carro Artico.
Místicas bellezas se fundían
En sus brillantes, dorados rayos;
Gozosas quimeras descendían
Con mezclas y olores a mirra,
Y unos sones de liras extendían
Dulces y suaves melodías.
Allí, pensé, imperaba el placer,
La libertad y la armonía;
A cada momentó nacía un tesoro
Envuelto en flores de loto,
Y un líquido sonido salía
Del laúd de Israfel.
Allí, me dije, existían
Mundos de increíble felicidad,
Donde la inocencia y la paz
Coronaban el trono de la virtud;
Hombres de luces, sus pensamientos
Más puros y limpios que los nuestros.
Y entonces sentí pavor, pues la visión
Se tornó delirante y roja;
La esperanza se enmascaró de burla,
La belleza se cambió en fealdad;
Una algarabía de músicas chocaron,
Signos espectrales se entremezclaron.
Con delirantes colores ardió la estrella
Que antaño vislumbré tan bella;
Todo era triste, ya no había felicidad,
y en mis ojos destelló la verdad;
Un pandemonio salvaje desfiló
Ante mi enfebrecida visión.
Ahora conocía la diabólica fábula
Que portaba aquel dorado esplendor,
Ahora evitaba la tétrica luz
Que antaño admiré con fervor;
Y un miedo espantoso y mortal
¡Ha apresado mi alma por siempre jamás!
Nov. 21, 1917
ESPEJISMO
No
sé si existió alguna vez ese mundo
Flotando perdido en las aguas del tiempo.
Yo lo he visto a menudo, con su bruma violada,
Parpadeando en el fondo de algún sueño vago:
Sus torres extrañas, insólitos ríos,
Laberintos inmensos, luminosas cavernas,
Y cielos enmarañados, como esos que tiemblan,
Ansiosos, al presagio infernal de la noche.
Sus marejales llegan a la costa juncosa y desolada
Donde unos pájaros inmensos giran;
Y en la cima ventosa
Un pueblo antiguo yergue sus blancos campanarios
Cuyos repiques vespertinos aún oigo.
No sé que tierra es ésa...no me atrevo
A indagar cuándo ni por qué fui o iré allá.
PEQUEÑO
SAM PERKINS
(Escrito a la memoria de un gatito)
El
antiguo jardín nocturno
Parece soportar una pena profunda,
Como si el peso de una sombra silente
Se cerniera en el aire.
La hierba se inclina con profundo pesar,
Incapaz de olvidar todavía,
Recordando desde ayer,
Aquellas zarpitas que la agitaron.
LA ANTIGUA SENDA
No
hubo mano amiga que me ayudara
La noche que encontré la antigua senda
Sobre la colina, cuando creí descubrir
Los campos que embrujaban mi espíritu.
Ese árbol, aquel muro: los recordaba bien,
Y todos los tejados y bosquecillos
Eran familiares a mi mente,
como si los hubiera visto poco antes.
Adivné que sombras se moldearían
Cuando la perezosa luna ascendiera
Tras la colina de Zaman, y supe
Cómo se iluminaría el valle poco después.
Y cuando la senda subió, alta y agreste,
Y parecía perderse entre los cielos,
No temí lo que pudiera ocultarse
Tras aquellas laderas informes.
Caminaba decidido mientras la noche
Se tornaba pálida y fosforescente;
Los tejadillos de una casa lucían
Espectrales cerca del escarpado camino.
Allí estaba el conocido letrero:
"Dos millas a Dunwich", la visión
de los campanarios y tejadillos asomó
delante de mí diez pasos más arriba...
No hubo mano amiga que me ayudara
Cuando me topé con la antigua senda,
Cuando crucé la cima y descubrí
Aquel valle de ruina y desolación;
Tras al colina de Zaman surgía
La mole enorme de una maligna luna,
Alumbrando malezas y enredaderas
Sobre ruinosas paredes jamás vistas por mí.
Lucía tétrica en ciénagas y campos,
Y unas aguas invisibles vertían vapores
Ondulantes que me hacían dudar
De mi antiguo amor por este lugar.
Y desde aquella horrible región supe
Que mi pasado cariño nunca había sido
Y que me había alejado del sendero
Que baja a aquel valle de la muerte.
La nieble se escurría a mi alrededor,
Arriba, luminosa, brillaba la Vía Láctea...
No hubo mano amiga que me ayudara
La noche que descubrí la antigua senda.
A UN SOÑADOR
Reconozco
tu rostro, tranquilo y pálido,
En el reflejo luminoso de la vela;
La negra sombra de tus párpados, bajo esa cortina
Están los ojos que no ven utilidad a este mundo.
Y mientras observo, ansío conocer
Los caminos por donde tus sueños van,
Las tenebrosas regiones que tu imaginación ve
Con los ojos velados por la rutina y por mí.
Pues del mismo modo, yo contemplo en sueños
Cosas que mi memoria no podría guardar,
Y desde la penumbra intento vislumbrar
Las imágenes que aparecen ante tus ojos.
Yo, Que conozco demasiado bien la cumbre de Thok;
Los valles de Pnath, donde los sueños se reúnen;
Las criptas de Zin; y así, pienso
Por qué tus rezos se dirigen a la llama de la vela.
¿Pero, qué es lo que se desliza quedamente
sobre tu cara y tus barbudas mejillas?
¿Qué miedo distrae tu mente y tu corazón,
y te hace llorar con repentino temor?
Viejas visiones se despiertan...Ante tus ojos
Brillan las oscuras nubes de otros cielos,
Y por alguna demoníaca perspectiva
Me veo flotar por la noche encantada.
A
KLARKASH-TON, SEÑOR DE AVEROIGNE (1937)
Una
negra torre descolla entre tenues bancos de nubes
Alrededor un inmaculado, opresivo bosque.
Sombra y silencio, moho y putrefacción, una mortaja
Gris sobre antiguas lápidas hace tiempo desmoronadas;
Ningún pie ha hollado, ningún trino ha despertado
La mortal soledad de esta noche eterna,
Pero a veces se agita el aire con tembloroso bullir
Cuando en la torre brilla un mortecino destello.
Aquí, en soledad, mora aquel cuyas manos han trazado
Extrañas obras que estremecen al mundo;
En espantosos, indescifrables jeroglíficos ha revelado
Lo que acecha más allá de los abismos estelares.
Oscuro Señor de Averoigne tus ventanas se abren
A ensoñaciones que ningún otro puede acoger.