Mito
de Don Juan
Don
Pedro Ribera - Don Juan Tenorio
En
la Sevilla del Siglo XVII, en la que entraba el oro de América
a través de la flota general de Indias, la facilidad de esta
riqueza dio lugar a una gran relajación de las costumbres,
hasta el punto de que algunos cronistas llamaron a la ciudad "La
Babilonia del pecado".
La
juventud se mostraba deseosa de placeres, alborotada y violenta,
pasaba mucho tiempo en las "Casas de la Gula",
donde se comía, se bebía y se amaba a destajo,
tanto en días corrientes como en días festivos de
corridas de toros, paseos a caballos por las calles céntricas,
bailes, saraos y máscaras en algunos de los palacios principales,
donde nos encontrábamos caballeros jóvenes pertenecientes
a familias de gran linaje, que mostraban con gallardía el
libertinaje en sus diversiones.
Junto
a la gula y la lujuria, abundaba en Sevilla la violencia, ya que
casi todos iban bien armados con sus espadas y al menor choque en
su amor propio salían a relucir las espadas y raro era el
día en el que no morían uno o dos caballeros achuchillados
en desafío.
Uno
de los mozos más enamorados y más espadachines de
Sevilla era don Pedro Ribera, de muy ilustre familia: marqueses
de Tarifa, marqueses de la Torre, duques de Alcalá y duques
de Medinaceli. El joven Ribera con su actitud, sus peleas callejeras,
amoríos y audacias tenía escandalizada a toda la ciudad.
En
una ocasión quiso jugar una mala pasada al Obispo don Luis
Camargo, que vivía en la Alameda de Hércules:. Era
medianoche, cuando llegaron Pedro Ribera y dos amigos, acompañados
de cuantas mujeres jóvenes de vida alocada querían
correrse una juerga nocturna.
Quisieron
sacar al Obispo de su cama y verle aparecer en paños menores,
dando golpes en las piedras del muro donde estaba su casa, llamando
a la puerta y gritando “¡Ay, que me han muerto!”.
En
efecto, salió el Obispo con ropa de dormir para asistir al
supuesto moribundo y, cuando salió a la calle, los jóvenes
le cogieron y le echaron en el pilón que había entre
las dos Columnas de Hércules.
Entonces,
el Obispo dijo que no recurriría a la ley de los hombres,
sino a la ley divina, ya que antes de un año los tres habrían
muerto, castigados por la justicia de Dios.
Efectivamente
uno de los jóvenes murió meses después en una
reyerta callejera, en una de las fiestas de los Carnavales.
En
cuanto a Pedro Ribera, poco tiempo después, empezó
a enamorar a una panadera casada y de gran belleza, que vivía
en la Calle Calatravas: Hablaba con ella en su ventana, la llevaba
montada a la grupa de su caballo o a merendar junto al Guadalquivir.
Hasta que en una ocasión, el panadero se enfrentó
a Ribera y acabaron desenvainando las espadas para batirse. Un niño
que estaba en la panadería empezó a dar voces: “¡Que
matan al panadero de Calatravas!” y enseguida acudieron
algunos hombres que atacaron a Pedro Ribera, se defendió
como pudo, hirió a alguno, pero al final cayó muerto
a cuchilladas en los mismos escalones de la Capilla de La Cruz de
Rodeo, llamada así porque había una cruz de piedra,
donde daban un rodeo las procesiones en Semana Santa.
El
tercero de los jóvenes que se habían burlado del obispo,
fue a su casa para pedirle perdón, pero aún así
no se libró de su castigo, ya que murió poco tiempo
después, cuando estaba viendo una obra de teatro en el Corral
de Comedia de la Montería.
A
pesar de que sirvió de tema para desarrollar la leyenda de
don Juan, existen documentos que confirman la veracidad de esta
historia: Los asesinos de Pedro Ribera fueron ajusticiados. El panadero
de Calatravas fue ahorcado, no por la muerte de don Pedro, sino
por haber matado a su mujer cortándole la cabeza con una
navaja cabritera. En cuanto a los demás, los condenaron a
pasar 10 años en galeras y por su buena conducta y por participar
en la defensa de la Coruña contra los ingleses, se les redujo
la condena a la mitad.
Al
panadero le ahorcaron en la misma Plazuela del Rodeo y, como ocurría
con los parricidas, en lugar de un ataúd, lo metieron en
una cuba de madera que llevaba pintados los cuatro animales que
señalaban “Las Partidas”: un perro, un mono,
un cerdo y un basilisco.
Los
familiares de Pedro Ribera , por expiación de sus pecados
y sufragio de su alma, hicieron quitar la Cruz del Rodeo y pusieron
en su lugar una Capilla, donde todavía hoy en día
se sigue celebrando una misa al año por las almas del Purgatorio.
Albert
Wilmarth, Dedicado a la Nueva Logia del Tentáculo