Gabriela
Mistral, Sonetos de la Muerte
Del
nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te
acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido,
Luego
iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me
alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
Antonio
Machado
La
muerte es algo que no debemos temer porque,
mientras somos, la muerte no es y cuando
la muerte es, nosotros no somos.
Pablo
Neruda
Hay
cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.
Hay
cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos, como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A
lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin
embargo sus vasos suenan
y su vestido suena, callado, como un árbol.
Yo
no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero
la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos,
la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando hilo.
La
muerte está en los catres,
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.
Dámaso
Alonso
Todos
los días rezo esta oración
al levantarme:
Oh
Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual, que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas que me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!
No
me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.
No,
ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos
sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esa alimaña que brama hacia ti,
como esa desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»
Gloria
Cecilia Díaz, Ronda de Brujas
Siete
brujas
formaron la ronda,
siete brujas
con zapatos rosa,
siete brujas
en escobas verdes,
siete brujas
con batas celestes.
La
bruja de la montaña,
la bruja del cafetal,
la bruja de la llanura,
las dos brujas del volcán,
una que vive en la selva
y la que vino del mar.
Siete
brujas
formaron la ronda
en la noche cuajada de luces,
siete brujas
en escobas verdes,
siete brujas
en batas celestes.
José de Espronceda, La Desesperación
Me
gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oir los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.
Me
agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.
Me
alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
Que
el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.
La
llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me
gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá,
en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.
Me
gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.
Insólita
avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las
voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.
Romper
después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.
Me
alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.
Me
agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!
Jaime
Sabine
Cuando
tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate
dos días sin comer
y veras que hermosa es la vida:
...carne, frijoles y pan.
Quédate
sin mujer: verás.
Cuando
tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete y ya.
Paul
Morand
Un
viaje es una nueva vida, con un
nacimiento, un crecimiento y una muerte,
que nos es ofrecida en el interior
de la otra. Aprovechémoslo.
Giuseppe
Ungaretti
La
muerte se paga viviendo.
Bertrand
Arthur William Russell
El
matrimonio es la vida o la muerte;
no hay término medio.
Temer
al amor es temer a la vida, y los
que temen a la vida ya están medio muertos.
Francis
Bacon
He
meditado a menudo sobre la muerte
y encuentro que es el menor de todos
los males.
Horacio
La
pálida muerte lo mismo llama a las
cabañas de los humildes que a las
torres de los reyes.
Stanislaw
Jerzy Lec
La
lucha justa te vuelve valioso, la
muerte en la lucha te vuelve eterno.
La primera condición para la
inmortalidad es la muerte.
Napoleón
Bonaparte
Cuando
no se teme a la muerte, se la
hace penetrar en las filas enemigas.
Jorge
Luis Borges
De
la suerte y de la muerte no hay
quien escape.
No existe la muerte, sólo cambian
las condiciones de vida.
Duerme
con el pensamiento de la muerte
y levántate con el pensamiento de que
la vida es corta.
¿De
qué otra forma se puede amenazar
que no sea de muerte? Lo interesante,
lo original, sería que alguien lo
amenace a uno con la inmortalidad.
Leonardo
Da Vinci
Así
como una jornada bien empleada
produce un dulce sueño, así una vida
bien usada causa una dulce muerte.
Rabindranath
Tagore
Como
un mar, alrededor de la soleada
isla de la vida, la muerte canta
noche y día su canción sin fin.
Confucio
Cuando
uno no sabe aún lo que es la vida,
¿cómo podría conocer lo que es la muerte?