§ 5. Nota preliminar de Elvio E. Gandolfo

H.P. Lovecraft, El color que cayó del cielo. A-Z Editora S.A. Buenos Aires, 1994, pp. 7-13.

© DOGON [*]

I

Howard Phillips Lovecraft nació en Providence (Rhode Island) el 20 de agosto de 1890. Tanto el padre como la madre sufrieron graves trastornos nerviosos. El primero murió cuando Howard tenía ocho años y a partir de allí fue criado con celo obsesivo por la madre, y más tarde por un par de tías. La figura masculina fuerte fue su abuelo materno, que inició en la lectura, la curiosidad omnívora y el culto de la vigilia nocturna al niño precoz que era Lovecraft. Reconocía las letras a los dos años, leía a los tres, escribía a los cuatro y quiere la leyenda que ante una indicación de la madre, cuando tenía siete le contestara con una frase de Cicerón en latín. Afecto a los juegos imaginativos (ciudades construidas en maquetas, fundación de un club de detectives con algunos compañeros de juegos), pronto comenzó a interesarse además por todo tipo de ciencia, o las perspectivas históricas y antropológicas. Escribió su primer relato, "La pequeña botella de cristal", entre los cinco y los seis años. La imaginación y la absorción de tantas imágenes y datos volvían complejos sus sueños infantiles.

Cuando tenía catorce años, la muerte del abuelo lo enfrentó a una doble crisis: su falta y la penuria económica, que lo acompañaría por el resto de su vida. Tuvo que abandonar con la madre la vieja mansión familiar. Muchos años después escribió: "La vida desde aquel día no ha tenido para mí más que una sola ambición: recobrar la vieja casa y restablecer su gloria, cosa que me temo jamás podré cumplir". No abandonó sin embargo la costumbre de escribir y la publicación de periódicos de aficionado. Entretanto desarrollaba los rasgos básicos de su carácter: la admiración por la Inglaterra del siglo XVIII, el odio a la industrialización, el asco ante cualquier representante de cualquier etnia inmigratoria, el ateísmo. En la escuela, al estudiar Roma, llegó a tomar partido, en una de sus típicas poses insolentes de tímido, por los leones y contra los cristianos.

Un segundo golpe gravísimo fue la muerte de la madre, en 1921. Obligado a enfrentar la vida aun más desprotegido, decidió dedicarse a escribir en los sentidos más múltiples del término: relatos para revistas de quiosco, corregir, volver a pasar y hasta rescribir por entero cuentos ajenos, de autores, y sobre todo autoras, de cualquier nivel. Pronto fue desarrollando además una correspondencia de volumen increíble, con nombres que más tarde iban a integrar el denominado "Círculo de Lovecraft" y a escribir relatos laterales sobre "los mitos de Cthulhu": Frank Belknap Long, Donald Wandrei, Robert Bloch, Robert Howard, August Derleth y muchos otros. En las cartas aparecía un Lovecraft humorístico, torrencial, erudito, hasta tierno: la distancia del cuerpo ajeno y amigo parecía liberarlo.

Tres años después de la muerte de la madre emprendió la máxima aventura de su biografía: el casamiento, la unión con Sonia Greene, diez años mayor. La mudanza a Brooklyn incidió con intensidad para que el nativo de Providence terminara con la experiencia dos años después de empezada. Aunque los "cuentos de Cthulhu" habían comenzado en 1921 (año de la muerte de la madre), fue dos años después de la separación, en 1926, cuando aparece su primera obra maestra mítica: "El llamado de Cthulhu", a la que seguirían una docena de relatos memorables, hasta 1935. Dos años más tarde moría de cáncer y mal de Bright en la Providence que tanto amaba. En un pasaje de homenaje muy citado, el poeta W.T. Scott escribió: "Las viejas calles de Providence han sido dignamente frecuentadas durante generaciones por el recuerdo de la figura intensa y oscura de Edgar Allan Poe y me parece que ahora veremos al fin que un caballero más alto, delgado y ascético se ha unido a él, camina con él y es más especialmente nuestro".

Cuando murió, Lovecraft no dejó sus cuentos ordenados en libro. August Derleth representó en ese sentido un papel equiparable al de Max Brod con Kafka. Incluso en la adoración y fidelidad excesiva, que lo llevaron a imitarlo sin mucha fortuna. La difusión internacional se afirmó definitivamente en la década del '60. En la Argentina los lectores pudieron tener un acceso privilegiado a su obra gracias a la pionera traducción de cuatro de las mejores "nouvelles" del ciclo mítico que Ricardo Gosseyn hizo para Minotauro en 1957. Entre las incontables ramificaciones posteriores pueden contarse el homenaje de Borges en el cuento "There are more things..." y la excelente adaptación a la historieta de Alberto Breccia, muy superior a todo lo que ser ha hecho hasta hoy en cine o televisión.

II

Es mucho más fácil atacar que defender a Lovecraft. Su intenso racismo, su pose muchas veces ingenua de dandy intelectual, facilitan el rechazo epidérmico. Leerlo, sobre todo en inglés, constituye una experiencia "curiosa", "extraña", "singular", "endemoniada": todos adjetivos que él gustaba emplear. No puede haber estilo más contaminado que el suyo: en él se mezclan los restos de su manía por el inglés dieciochesco, con los vuelos oníricos de un Lord Dunsany, las frases abracadabrantes que se le debían de filtrar desde los originales terribles que corregía o rescribía, y algunos de los lugares comunes más sobados de las publicaciones populares para las que escribía. Pero esa misma dificultad hace que leerlo siga constituyendo una especie de experiencia limítrofe a todo cuerpo cultural o académico, que fomente cierta sensación de cosa prohibida, auténtica en su expresividad. Después de todo, sus cuentos y novelas cortas hablan de un mundo contaminado, tangencial al nuestro, ásperamente intragable para el mundo normal y convincente en su machacona insistencia, que en muchas ocasiones se convierte en un ritmo casi musical, no tanto en las palabras como en los concepto y sobre todo en las imágenes.

El suelo sólido que sostiene sus mejores textos es el profundo sentido del lugar: su Providence imaginario (con ciudades como Arkham, Innsmouth, Dunwich) tiene el espesor decadente, melancólico, invasor del Sur de Faulkner, incluso por su insistencia en las decadencias generacionales y los secretos que unen de modo ambiguo el sexo y el horror. Su capacidad visual pudo desprenderse, sin dejar de emplearla cuando es necesario, de la influencia de Dunsany para llegar a alturas pocas veces igualada en la literatura fantástica: es lo que ocurre en "El color que cayó del cielo", uno de los relatos más trágicamente plásticos de la literatura anglosajona.

En un plano extraliterario, muchas veces asombra la relación de sus relatos con desarrollos posteriores de la realidad: el "color" del cuento citado recuerda con precisión los efectos de la radioactividad, aun poco conocidos en 1927; sus esfuerzos por comunicar un terror "geométrico" rozan por momentos las especulaciones recientes de los físicos teóricos acerca de entidades como los "agujeros negros".

Su intuición creativa también le hace entrar en contacto inesperado con obras o creadores posteriores que pueden haberlo leído o no. En el relato más delirante de esta selección, "Los sueños en la casa de la bruja" (cruce entre las brujas con escoba y la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad), buena parte de la energía y el carácter perdurable del relato se basan en dos recursos muy eficaces. El trabajo con las formas y los colores para describir lo "ultradimensional" recuerda por momentos la "Novela geométrica" de Mario Levrero; el clima denso, depresivo, del lugar donde habita el protagonista, que todo habitante de una pensión ha conocido, tiende puentes hacia "El inquilino" de Roman Polanski [N.B.: en realidad, el relato en que se basó éste se llama "El quimérico inquilino" y pertenece a la pluma de Roland Topor].

En "El horror de Dunwich" la descripción de "turismo sombrío" inicial brinda un marco magistral, construyendo un mapa de la imaginación para desencadenar después en él lo imposible: el terror del vacío, del efecto puro; sin forma que lo provoque, con un uso impecable de la dimensión excesiva. Los "polvos positivistas" o los patéticos pulverizadores del final no disminuyen en nada su impacto.

Tal "El templo" sea el cuento ideal para los que odian a Lovecraft. Breve, implacable, al elegir como protagonista a un oficial prusiano que prefigura al nazismo, se impone un rigor expresivo que limita las carambolas sintácticas o las cataratas de adjetivos. Los que gustan de Lovecraft, en camibo, saben que los otros tres relatos son ya clásicos.

III

Cuando se trata de trasladar el estilo, o la falta de estilo, o "eso" o "la cosa" que es el estilo de Lovecraft a otro idioma, hay dos tentaciones simétricas. La primera es ordenarlo, sintetizarlo, "acicalarlo". Buenos ejemplos son algunas traducciones de la revista "Planeta", donde el relato "dura" un veinte o treinta por ciento menos que en el original. La otra es creer que esa manera por momentos arrebatada de palabras permite cualquier cosa, incluso el agregado, el trastocamiento, las castañuelas. Es lo que pasa con muchas de las traducciones españolas.

En este caso intenté respetar, hasta donde se puede, lo que se dice en inglés y cómo se dice. En más de una ocasión uno retrocede entre aterrado o divertido ante excesos que provocan la reacción característica del "camp": "Esto es demasiado". No pude controlar el impulso implacable de poner comas en donde no las había para ordenar aunque fuera mínimamente un párrafo, o reemplazar un punto y coma por un punto, o de cambiar "apenas" la sintaxis. Pero cuando el lector lea "¿Desde quá negros avernos aquerónticos de miedo o sentimiento, desde qué abismos nunca sondeados de conciencia extracósmica o herencia oscura, latente durante mucho tiempo, eran arrancados aquellos graznidos atronadores semiarticulados?", es porque en el original figura una cantidad semejante de palabras. Y los que amamos a Lovecraft sabemos que vale la pena leerlas.


[*] © 2004, Jorge R. Ogdon (a) Dogon. Queda hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723 de Registro de la Propiedad Intelectual de la República Argentina. Es propiedad. Derechos reservados. N.B.: Los derechos de los textos transcriptos y de las ilustraciones de tapa reproducidos en esta nota pertenecen a sus respectivos autores, y se presentan únicamente como material didáctico y de estudio para los visitantes ocasionales de Nueva Logia del Tentáculo.

 

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