§ 3. Notas preliminares de Jon Wakeman
H.P. Lovecraft, Obras completas 1. Andrómeda: Buenos Aires, 1991, pp. 9-16.
© DOGON [*]
Las raíces del cuento de horror
El cuento de horror es tan viejo como el pensamiento y el lenguaje humanos. El horror cósmico es uno de los ingredientes más antiguos del folklore de todas las razas y aparece en baladas, crónicas y primitivos textos sagrados. Antes aun, fue un elemento esencial en las elaboradas magias ceremoniales, en los ritos para la invocación de demonios, ésos que florecieron en tiempos prehistóricos y alcanzaron su mayor desarrollo en Egipto y en las poblaciones semíticas. Ciertos fragmentos del "Libro de Enoch" o "La clavícula de Salomón" son elocuentes ejemplos de la influencia de este tipo de horror en el pensamiento oriental y debe tenerse presente que sobre tal mentalidad se han basado perdurables sistemas de tradiciones, cuyos ecos se prolongan oscuramente hasta la actualidad.
La Edad Media, saturada de demonologías fantásticas, le dio un gran impulso hacia la expresión artística, pero en verdad tanto Oriente como Occidente tuvieron especial esmero en conservar y aumentar la ancestral herencia. Las brujas, los hombres lobo, los vampiros, los espíritus necrófagos estaban siempre presentes en labios de juglares o de la simple gente de la aldea reunida en torno al fuego que los protegía de las acechanzas de la noche. En realidad, estas presencias familiares necesitaron muy poco estímulo para dar el salto decisivo y franquear el límite que separa la narración oral, o la canción, de la composición literaria asentada en papiros. En Oriente, el cuento de horror adquirió gran dinamismo y un colorido espléndido que lo colocó prácticamente en los límites de la fantasía pura. En Occidente, donde el místico teutón había llegado desde sus tétricos bosques boreales y el celta aun recordaba los extraños sacrificios en los enmarañados espacios druidas, cobró un notable patetismo y una atmósfera austera y verosímil que multiplicaron la fuerza de su horror, en parte explicitado, en parte sugerido.
La preponderancia de esta tradición en Occidente se debe en buena medida a la presencia clandestina, aunque evidente, de un culto terrible cuyas extrañas prácticas - que habían tenido origen en la época prearia, cuando una achaparrada raza de mongoles deambulaba por Europa con sus hordas y con sus ganados - se basaban en los más repulsivos ritos de la fertilidad. Esta secreta religión, furtivamente transmitida entre los campesinos durante milenios pese a la hegemonía hostil de los credos druida, grecolatinos y cristianos, se caracterizó por sus delirantes aquelarres, que se celebraban en bosques recónditos o en lo alto de inhóspitos montes, cuando llegaban las noches de Walpurgis o de Todos los Santos, fechas que coincidían con las épocas de reproducción de cabras, ovejas y vacas. Eran momentos en los que nacían innumerables leyendas, el tiempo en que se desataban impresionantes cacerías de brujas.
Claramente análogo, y tal vez relacionado con el anterior, estaba el peculiar sistema de teología invertida que entronizaba a Satanás, culto que inspiró la conocida "misa negra". A él hicieron contribuciones importantes las actividades de personajes que perseguían objetivos más científicos o filosóficos, los astrólogos, cabalistas y alquimistas, como Alberto Magno o Raimundo Lulio, personajes que siempre abundan en épocas violentas o de desesperación, tales como las que conocieron periódicamente durante las epidemias de peste.
Testimonio de la importancia y la hondura con que Europa experimentó este sentimiento del horror pueden brindarlo las esculturas, a veces introducidas en forma ilegal, de muchas construcciones eclesiásticas del gótico, cuyos ejemplos más famosos son las gárgolas de Notre Dame y Mont St. Michel. Esas obras prueban que durante todo este tiempo, tanto en la gente culta como entre el pueblo ignorante, existía una fe ciega en toda clase de fenómenos sobrenaturales, ya fuese en la versión morigerada del cristianismo o en las morbosidades más desatadas de la brujería y la magia negra. De todos modos, resulta evidente que Nostradamus, Tritemius, John Dee, Robert Fludd y otros magos y alquimistas del Renacimiento no surgieron por azar.
De esta generosa cantera provienen tópicos y personajes que han subsistido en la literatura de horror hasta hoy, más o menos encubiertos por la tecnología moderna. Muchos de ellos corresponden a fuentes primigenias y con todo derecho se instalan en la más legítima herencia cultural de la humanidad. El fantasma que aparece para exigir que sus huesos sean enterrados, el diablo-amante que viene para llevarse a su desposada que aun permanece con vida, el demonio de la muerte que cabalga sobre el viento de la noche, el hombre lobo, el hechicero inmortal... todos ellos son personajes de esa tradición medieval que tempranamente Baring-Gould reunió y dio forma de libro.
En las regiones donde la sangre nórdica prevalecía, la atmósfera de los relatos de horror se volvió más intensa, puesto que en las razas latinas existe un elemento fundamental de racionalidad que tiende a negar sus más extrañas supersticiones, los oscuros legados amasados en bosques o montes secretos o aquellos que vinieron de los hielos.
Lovecraft hoy
¿Por qué siguen vivas las ficciones que recoge este volumen? ¿Por qué nos siguen atrayendo en medio de un mundo que se ha especializado en horrores más concretos que los urdidos por Lovecraft? ¿Cuáles son los motivos de su vigencia? Puestos a responder estos interrogantes, debe advertirse, desde una perspectiva histórica, que estamos ante el último creador de un género extinto. En efecto, nadie después de él consiguió generar un perdurable estremecimiento, una convicción verosímil al elaborar un relato de terror, esa especie de prosapia tan popular y a la vez tan significativa en distintas vertientes de la cultura occidental.
Lovecraft cierra un género; de ahí la dificultad de sus exegetas para dilucidar si lo suyo es el cuento de horror tradicional, la fantasía cósmica, la ciencia ficción o diversas otras especies. A falta de estas certezas, solucionan el enigma clasificatorio convirtiéndolo en una mitología, que tanto sirve para aplicar a su obra cuanto a su persona. Sin embargo, esta heterogeneidad es también signo de clausura, de búsqueda de nuevos cauces que, paradigmáticamente, ofrecen sus mejores logros cuando el escritor se dedica a la ortodoxia del género, cuando el propósito es sencillamente aportar su talento a la más rancia tradición gótica.
Como de costumbre, la perspectiva del tiempo clarifica esta situación. Piénsese en lo que vino después. Sólo la bastarda, reiterada y pasteurizada industrialización cinematográfica - y televisiva después - de los clásicos más trillados. Los fantasmas y el horror desfallecieron en larga búsqueda de autor que no apareció. Hoy ya no hay nada con que asustarse como en los viejos tiempos de Lovecraft. Evidentemente fue él quien cerró un género y, sin duda, esa ubicación tan particular de último morador de la vieja mansión en ruinas contribuye a conferirle el magnetismo que siguen ejerciendo sobre nosotros sus relatos.
Pero, al mismo tiempo, fue un sobreviviente. Su obra la escribe en unos veintisiete años, los que van desde 1910 hasta 1937, año de su muerte. Probablemente uno de los períodos más fecundos del siglo para la eclosión de la ciencia, de los frutos de la tecnología y, concomitantemente, de la despersonalización, de la masificación, de un discutible concepto de lo "moderno". Y Lovecraft era un "antiguo": alguien apegado, por formación y por opción, a la Nueva Inglaterra antes que a la nueva Norteamérica, a las viejas percepciones pre o paracientíficas antes que a los deslumbramientos de la cientificidad por entonces todopoderosa, a la idea de que entre el cielo y la tierra existen muchas más cosas que las que pregonan las nuevas filosofías. Era un hombre en un tiempo no suyo. Era un sobreviviente que, a través de sus fantasías casi siempre pesadillescas, intentó oponerse a otras pesadillas más colectivas que empezaban a esbozarse en el telar de su contemporaneidad. Y esto mucho más allá de ciertas afinidades políticas inconsistentes en un ser políticamente inconsistente. Porque en su obra, Lovecraft siempre se sitúa del lado del hombre, lo acompaña en su ancestral combate contra el monstruo que acecha en la oscuridad, en el más allá, dentro de sí mismo. Es un sobreviviente y escribe para sobrevivientes. Que parecen no ser tan pocos.
Pero, por sobre todas las cosas, la obra de nuestro escritor sigue viva porque fue imaginada por un grande. Sin esto, ninguna otra razón serviría parar mantenerla en vigencia. Buena prueba de esa condición son los relatos que se incluyen en este volumen. En cualquiera de ellos está presente el gran fabulador, el artista que llegó a pulsar ciertas cuerdas esenciales de la naturaleza humana, pero también el tenaz artesano de la palabra, del efecto, de la atmósfera. La selección es arbitraria. Los relatos podrían haber sido muy otros - Lovecraft fue un escritor muy prolífico -, pero las sensaciones y las conclusiones habrían sido las mismas. Volver a frecuentar las oscuras raíces del miedo, visitar las montañas de la locura, escapar al que acecha en el umbral, soñar los sueños de la casa de la bruja, eludir a los que vigilan desde el tiempo. Y comprobar que la literatura de Lovecraft sigue siendo necesaria.
[*] © 2004, Jorge R. Ogdon (a) Dogon. Queda hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723 de Registro de la Propiedad Intelectual de la República Argentina. Es propiedad. Derechos reservados. N.B.: Los derechos de los textos transcriptos y de las ilustraciones de tapa reproducidos en esta nota pertenecen a sus respectivos autores, y se presentan únicamente como material didáctico y de estudio para los visitantes ocasionales de Nueva Logia del Tentáculo.
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