Todas
estas expresiones tienen un sentido evocador difícilmente
superable, cada pareja de palabras nos lleva a parajes indescriptibles,
porque son parajes inmateriales. Si la ciencia-ficción se
inventa paisajes imposibles, la lírica curweniana se inventa
paisajes emocionales a veces difíciles de abarcar, de explorar.
Uno se encuentra a merced de las palabras que te ponen un nudo en
la garganta con ese brazo asidor; que te satura los oídos
con esa cadencia silente; que no se calla nunca, que se balancea
en los tímpanos; ese cálido humor que hace líquido
hasta los pensamientos más íntimos; ese roce sutil
de alas que asaetan hieles y que escarban en la herida de la belleza
con un amargor de lo que no se puede tener en propiedad, ni siquiera
recogido en los huecos de la mano, mucho menos en la memoria, que
se escapa como arena entre los dedos: Linfa y cristal de lo líquido
y lo duramente frágil... hasta llegar a ese guía poco
recomendable: Bruno Mensajero, la mala compañía que
se corrige con el Níveo Guardián.
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