me ha oído? ¿Quién, para atestiguar que realmente existo?
Puedo ver mis
manos velludas. Puedo ver mis dedos largos y huesudos. Puedo ver mis uñas
blanquecinas, afiladas como dagas. Puedo ver mis piernas algo deformes. Puedo
ver mis pies. Mi pies no parecen ir bien con el resto de todas las partes de mi
cuerpo que puedo ver. Tienen un apecto delicado, sonrosado, como de mujer. Pero
- ahora que caigo - tengo una idea vaga de lo que pueda yo ser, hombre o mujer.
Siento el flujo de mis pensamientos y cae a torrentes cuerpo abajo. Mi cuerpo es
apenas una sola extensión del pensamiento abatido por los vientos violentos
y tristes. Sin embargo mi mente se mantiene viva con colores intensos que encienden
la faz de un ser no del todo rendido a su inmensa desgracia. Huracanado, el viento,
alimenta sin fín mi llanto con capas oscuras que ocupan en vuelos amplios
esa función del tallo ausente que arde para nunca extinguirse. ¡Daría
lo que no tengo por encontrarme! Vendería mi alma sin regateos, a la primera
oferta, como quien se deshace del lastre siniestro que arrastra pesadamente. Sólo
el sueño de zafarme de estas bridas alienta el galope imposible, cuyas
zancadas cuento en la noche de mis silencios. |