¡No
lo soporto más! ¡He de abandonar esta prisión que encadena
mi existencia! Tengo miedo, mucho miedo, pero he de sacar fuerzas de lo más
profundo de mis entrañas y seguir esa luz que, allá al fondo, puede
alumbrar la oscuridad que está consumiendo cada segundo del tiempo que
me queda por vivir. ¡Vivir! ¡Eso quisiera yo! ¡Poder vivir!
Esa luz que brilla intermitentemente tras la puerta me atrae sin poderlo remediar,
y esa Caja de Música que contemplo entre luces y sombras debe esconder
la llave de mi salvación. ¡Sí! ¡Eso es! Siento un ápice
de esperanza que me hace sentir fuerte por primera vez en mi vida. Esperanzado
en salir del presidio de mi lasa actividad, sin tino suficiente como para abrir
la Caja de Música, me deleito en las soñadas armonías
que por su tapa tratan de filtrarse. ¡La mer! ¡Cuánta
evocación en el envolvente cilindro espinado! ¡La mer! A mis
pies, bajo el acantilado, me vigilan, con cristales de sal, los ojos vacíos
de los ahogados que, meditabundos, miran sin ver, ahítos de sombras. Ojos
desvenados, desorbitados, que, cual glóbulos saltones, me miran ¡La
mer! Es ella, que viene flotando, ¡no!, caminando por las aguas. ¡Qué
lejano está el perfil de esa costa! ¡Y ella viene, viene hacia mí! Los
sones de la caja de música acallaban los gritos y los llantos... La familia
compungida lanzaba miradas llorosas por los rincones de la habitación...
mientras... el ser, reposaba sobre el lácteo lecho las extrañas
ideas que atormentaban su loca cabeza. Solo él, en su locura sabía
lo que debía hacer. |