Tin...
tan... tin... tan... La caja de música sigue acompañando los gritos,
los llantos y los pensamientos olvidados. Tin... tan... tin... tan... ahogan
cualquier resquicio de ruido sordo en la lúgubre noche del recuerdo. La
caja de música continúa tocando su música, indeferente y
burlona ante la atmósfera de duelo y de endecha reinante. De pronto me
viene una extraña sensación de déjà vu ante
la escena que se presenta ante mí ahora y el sonido de la caja de música
se vuelve desagradable a mis oidos, lo que antes parecía una melodia celestial
ahora suena como un crujido mecánico y sin sentido. Me deslizo entre los
allí congregados, viendo pero sin ver visto, me acerco a la figura que
en medio de la sala reposa, y aventuro un vistazo para tratar de ver si su rostro
me es conocido... Los
metálicas y estridentes sones que emergen de la vieja labrada madera que
da forma a la Caja de Música, consiguen realmente hacerme caer en el más
infecto de los delirios. La infernal melodía se convierte en totalmente
repulsiva, y mi cuerpo se estremece en simétricas convulsiones como si
formara parte de una de esas notas rítmicas, repetitivas, repicantes, teniendo
como finalidad, martitizarme, torturarme, sacrificarme despedazando lo poco que
me queda de esperanza. Llego a vislumbrar entre la escasa claroscuridad de cuatro
espasmódicos cirios, el petrificado cuerpo inerte de un hombre al que,
el fluctuante destello de los pálidos velones, me hace incapaz de reconocer
su rostro. |