Abdul Alhazred

Sinfonía de cámara nº 1 en Mi mayor de Arnold Schönberg

Al Barón Dogon, desde las almenas de la doble torre que me ha adjudicado.

Noche cerrada, transfigurada como las inquietantes fauces de la imprevisión: silencio expectante. Tras un gesto sinuoso y de dulzor amable, el fagot inicia un bosquejo, al que sigue de inmediato la flauta y el oboe; los violines dibujan la línea medula de la brisa que se expande por las bóvedas del Templo. Violas y violoncellos apuntan trazos de firmeza antes de que la madera ulule ráfagas de añoranzas. Los contrabajos acentúan los pasos mullidos del viento poniendo tildes de sombras, cuando el metal se apropia de los sentidos con la rotundidad de una tempestad. Salen al encuentro los timbales: sístoles, diástoles; sístoles, diástoles; sístoles, diástoles... y los platillos vibrantes descargan una tormenta de estridencias. Se ha instalado en el Templo un cromatismo exacerbado de inquietante tenebrismo. El aire se ha hecho denso como un puré de amargo patetismo, y el miedo se hace cada vez más prevalente. La atonalidad es ahora más manifiesta, al tiempo que el dodecafonismo se hace fuerte en la plaza. La tragedia se hace traslúcida en la totalidad de las naves del Templo: columnas y pilares están trémulos de pánico. El desconsuelo se ha generalizado y los ojos se desorbitan tratando de alcanzar la luz que les es privada. De repente, en la cima del pavor, un gesto seco, y nos hundimos en la sima del Seol, en la lúgubre luz del rotundo silencio, tras la caída libre del desvanecimiento inarmónico.



Joseph Curwen

Estimado y admirado Mr. Alhazred: Excelente su Sinfonía de cámara Nº 1 en Mi mayor de Arnold Schönberg.

Intensa nocturnidad sonora en el incesante Templo de La Nueva Logia del Tentáculo. Ambiente oscuro revestido de opacos lienzos que cubren el viento gélido que recorre cada uno de los rincones del Templo Literario. El expectante callar es quebrantado y rasgado por una serie concatenada de cadencias de sones tallados en pentagramas de fuego y hielo, de amor y desamor, de vida y muerte. Comienza el sonar de los estridentes instrumentos de viento que, insuflados por trémulo aire procedente de mil áureos bronquios, hacen resonar con asfixiantes silbidos el ambiente misterioso que envuelve al Templo enervado entre la majestuosidad de su Columnata de rígido mineral. Velozmente, tras las silbantes gargantas del viento, las tensas cuerdas creadas a partir de finas hebras de innombrables materiales desconocidos para la pública psique, comienzan a parir acompasados rumores que bullen cálidos entre la íntima porosidad de la marmórea roca del opistodomo. La noble madera instrumental evoca intemporales momentos de la eterna historia del Templo, momentos que permanecen callados en mortecino silencio, pero que permanecen vívidos cincelados en la piedra nacarada del monumental pórtico de entrada. El grave trueno del contrabajo provoca ecos de siniestra inquietud entre las naves, generando destellos culturales que pulverizan de vitales conocimientos los incontables átomos que, en mística comunión, engendran la totalidad magnitud artística. El rítmico y palpitante son de los timbales estimula la salvia energética del saber, permitiéndole el paso por las arterias básicas de la clásica arquitectura gestando una vasocongestión que inflama los personales capiteles que, con múltiples e indefinidos ornamentos, se muestran inaccesibles en la parte más alta de cada una de las colosales columnas. El estruendo vibrador metalizado de los címbalos cimbrea apasionadamente la plúmbea construcción en una danza orgiástica de intensidad insólita. El terror irracional baña con sus traslúcidas garras el espacio consciente e inconsciente de la eternidad primigenia. El Templo en su magnífica universalidad, percibe emociones humanizadas de terrores ancestrales, los millares de ocelos columnarios se amalgaman buscando el único luminoso destello que penetra en el Templo por la parte más superior y simétrica cercana al exterior. Un intenso rayo de argentada incandescencia forma una Columna más que rasga el Templo de arriba abajo. Columna vital que proporciona nutrido maná de exhalaciones culturales al propio Templo, néctar que alimenta de sutilezas impagables todos los rincones de esa Casa Arcana, donde residen y se multiplican desde el comienzo de los Tiempos, las luces y las sombras de la instrucción y el aprendizaje universales. Los acompasados sonidos nunca cesan en el interior del Templo, la excelsa Sinfonía resuena entre arquitrabes, cornisas y frisos, el ambiente de cerval terror se aplaca ante la luminosidad de la Columna de hercúlea luminiscencia que sustenta, vigoriza, ilustra y descifra insólitos significados que generan incansablemente los sólidos materiales constructores de la intemporal edificación. Edificación que jamás interrumpe sus capacidades creativas en un continuo e imparable aprendizaje de incontables eones eternos que rebosan, emergen y bullen de la Superior Supremacía Conceptual: La Cultura.


Abdul Alhazred

La fuerte brisa empujó con energía los postigos. Ya la ventana de par en par, se impregnó la sala de salmuera húmeda hasta hacer denso e irrespirable el aire. Desde el muelle llegaba la cantinela rítmica de las olas estrellándose contra el acantilado, con repiqueteos de extrema inquietud. El alumbrado público se debilitaba como mecha mortecina bajo la impotencia del abrazo gris de la niebla. Sólo el sonido de mis pasos pusieron contrapunto al ulular de la fuerte brisa y el oleaje en el acantilado. La memoria de mis pasos anteriores me acercaron al pretil, donde el aroma intenso a yodo se hacía más patente.

¡Ooooogon! ¡Ooooogon!

Desde las crestas de las olas asciendía una canción indescifrable de tintes remotos, como romancero arcaico del sur extremo o ayes de naufragios de antaño.

¡Ooooogon! ¡Ooooogon!

El viento de poniente trajo ecos de vidas submarinas remotas con aromas de holocausto, posiblemente de las coordenadas de la Atlántida. Aullidos de vírgenes en ritual de sacrificios cruentos.

¡Ooooogon! ¡Ooooogon!

Todo estaba solitario. En la espesura grisácea, acerté con la puerta de la taberna de Milton. Un viejo parroquiano quiso invitarme a una copa de aguardiente, pero preferí ahogar mis malos augurios con un trago de ron. El viejo marino achacó la escasa visibilidad a las hogueras de la noche anterior. Estaba muy bebido y no supo descifrar el triste cántico del viento.

¡Ooooogon! ¡Ooooogon!

Aquella canción desabrida me evocaba requiems del Sur de la Tierra, de Sarnath: allá donde cierto Barón suele practicar aquelarres la noche de San Juan.


Dogon

Lágrimas de emoción incontenible, nacidas desde una profundidad que no puedo describir, se han derramado por sobre mis descarnadas mejillas, mientras saltaba exaltado por sobre un camino de fogatas, cual encendido Wendigo, al leer su maravilloso mensaje, que sostenía en mi hueca mirada cual papiro carcomido por los siglos y las polillas doradas.

Bajo los fuegos fatuos del sepulcro que me cobija, mientras conmemoraba los incendios que recuerdan la quema del Santo Patrono de este día, huyendo del "toro candil" que me perseguía como parte del festejo, esas lágrimas no se pudieron agotar, y todavía las siento correr como las aguas turbulentas que golpean las orillas de un viejo Arrecife del Diablo, en tanto grotescos seres llamados Profundos intentan capturarme, aunque haya trepado al Palo Enjabonado y saltado enfundado en una Bolsa de Arpillera y Flamas.

Totalmente conmovido por sus palabras, aun oigo ese cántico que aturde mis tímpanos vaciados de todo oído, pero que, sin embargo, escuchan, escuchan como tiemblan los hombres bajo las palabras que un bardo canta en medio del Desierto Rojo que guarda la sabiduría de la invisible y desaparecida Irem, la Ciudad de los Pilares.

Gracias, gracias infinitas y extraviadas, por su escrito venerable. Sólo me queda urgir a nuestro Estimadísimo Whipmaster para que guarde tamaño tesoro literario en los cofres bien sellados de la Logia.


Abdul Alhazred

Esta estancia, de apariencia modélica,
de maneras dúctiles, sin angulosidades,
es cárcel de aromas dormidos
como ojos vidriosos que quieren huir
de los instantes mecidos en el tiempo.
Me siento angustiado, desequilibrado, inestable,
falto del sustento espirituoso de la nave nodriza
en cada una de las succiones mamarias.

¡Oh Logia altiva! ¡Oh Logia excelsa!
Eres ubre suculenta,
(segregada de vinagre e hiel)
maná que nutre de arrullos mi intelecto
en arrumacos de tus creadores.
La distancia entre mi oído y tu boca
es vegetación que se deseca,
arena desértica que se adentra,
tronco talado transitando a la muerte.

Aquí estoy. Instalado frente al tiempo
con tu vida en el zurrón de mis mendrugos,
tratando de sobrevivir a este infame destete
que me sabe, inequivocamente, a agonía.


Abdul Alhazred

Entre la siempre difícil adaptación al final de las vacaciones, los cambios climáticos que tanto afectan a los cuerpos artítricos y tanta lectura que pasear por mis vidriosos ojos, ya no tengo tiempo ni para rascarme.

Esto, más que hiperactividad, es frenesí. He perdido el paso y hasta me cuesta centrarme en los compromisos. Sois un remanso, pero no de paz; me hacéis sentir miedo. Creo que he caído en los tentáculos de una secta de superdotados que acosan mi paz, mi sosiego, mi ansiada y lograda calma. Un grupo de amorfos chupasangres que están exprimiendo, poco a poco los líquidos vitales de mi existencia. ¡Tengo miedo, sí! ¿Quiénes sois? ¿De qué mundo venís y quiénes son vuestros aliados? Estáis acabando con mi existencia, pero trabaré amistad con los más fangosos limos del subsuelo y un día os postraréis de rodillas ante mí pidiendo clemencia.

Me hacéis sufrir, lo confieso. No hago más que subir y subir página arriba en busca del último grito, pero esta escalera interminable llega a los mismos infiernos y no encuentro relax para componer. Y por si algo faltaba, ya asoma el sombrero de fieltro amarillo para adueñarse en tromba del espacio.

Desde el resentimiento de la impotencia, saludo a los que aún respiran, antes de que sean exterminados por los sarmientos de esta vid asesina.

 

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