UPAMARCA
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Caravana de inmigrantes europeos
haciendo escala
en uno de los tantos puestos fronterizos, a lo largo de la pista patagónica.
II
De Dalmacia al Fin del Mundo
Entre 1883 y 1909 tuvo lugar en Patagonia y en Tierra del Fuego una verdadera fiebre del oro que, en su apogeo, fue comparada con la de California, la del Yukón o la de Australia. Todo había comenzado con el naufragio de un navío pesquero en 1876, en el cabo Vírgenes (Provincia de Santa Cruz). Cuando los náufragos cavaron cerca de la costa par buscar agua potable, dieron con pepitas de oro. El hallazgo no tuvo repercusiones inmediatas y las expediciones que se realizaron posteriormente por los mismos parajes volvieron con las manos vacías.
El asunto comenzó a tomarse en serio a partir de 1882, a raíz de otro naufragio. Esta vez fue el Golden Bay de la expedición de Bove que naufragó en la bahía Sloggett. Entre los miembros de la expedición se hallaba el pastor Thomas Bridges de la misión anglicana de Ushuaia y sus hijos. Uno de ellos trajo como recuerdo del naufragio arena negra y lodo de las playas donde habían zozobrado. Al ver las muestras, los expertos las identificaron inmediatamente como arenas auríferas y en 1885, la expedición comandada por el gobernador de Tierra del Fuego al mismo lugar halló por fin el precioso metal. Pero la simple noticia del descubrimiento de arenas auríferas ya había dado la vuelta al mundo en 1882 y a partir del año siguiente comenzaron a llegar aventureros del mundo entero, de los cuales muchos se instalaron definitivamente. Es curioso notar que el mayor porcentaje de inmigrantes que llegaron a Tierra del Fuego en aquellos tiempos eran yugoslavos, y croatas más que nada.
En medio de este aluvión humano llegó en 1884 a Río Gallegos (Sta. Cruz) un hombre de gran estatura y anchos hombros, de tez rubicunda y una tupida barba negra. Vladko Obrenovic era su nombre y el año anterior había dejado su ciudad natal de Omisalj en la isla de Krk, situada ésta en lo que comúnmente se denomina Dalmacia. En realidad Vladko soñaba con instalarse en Patagonia desde la primera vez que había oído mencionar este nombre. Aquello había sucedido varios años atrás, cuando ejercía en su país el oficio de pescador. Una noche que hacían escala en la ciudad de Rijeka oyó a un anunciador de circo que pregonaba diciendo así:
"-¡Venid, acercaos damas y caballeros!, ¡Vengan a ver nuestros increíbles guerreros zulúes del cabo qua hicieron temblar a la pérfida Albión, nuestros extraños aborígenes de Australia y los espeluznantes caníbales de Patagonia! ¡Sí, sí! ¡Habéis oído bien! ¡Caníbales de Patagonia, los mismos que le comieron la lengua a mi suegra!"
Desde ese día su curiosidad y sus deseos de partir no dejaron de aumentar y, cuando llegaron a las costas adriáticas la noticia de las arenas auríferas de Bahía Sloggett, decidió dejar todo y partir con su hermano y un amigo de su hermano, llamado Stefan Radic. Primero fueron a Triestre donde un navío los condujo a Nápoles. En Nápoles tuvieron que esperar casi un mes hasta conseguir pasajes a bordo de un navío que los llevase a Buenos Aires y de allí, al lejano sur. Fue durante su estadía en Nápoles que conoció a una joven llamada Mónica Tomislav, hija de una familia serbia que justamente tomarían el mismo navío y quien más tarde sería su mujer. A los pocos meses de haberse instalado en Río Gallegos, Vladko, su hermano y Radic salieron a explorar las playas del cabo Vírgenes, del estrecho de Magallanes y de la bahía San Sebastián en busca del codiciado metal pero la suerte nunca estuvo con ellos. En tres años apenas habían encontrado unas escasas pepitas y algunos gramos de oro en polvo. Cansados de explorar inhóspitos parajes soportando humedad, frío y privaciones varias por nada, los tres socios decidieron abandonar esta vida ilusoria y tratar de conseguir un empleo fijo.
En 1887 entran a trabajar de mineros en la explotación de yacimientos auríferos de «El Páramo», en bahía de San Sebastián. Dicho yacimiento pertenecía al ingeniero rumano, de origen judío-polaco, llamado Julius Popper. Popper fue conocido por el régimen estricto y totalitario con el cual administraba sus concesiones, al interior de las cuales su autoridad pasaba por delante de la del gobernador de Tierra del Fuego. ¡Hasta hizo acuñar su propia moneda en oro, vigente en el interior de sus propiedades!
Una milicia privada reclutada por Popper mismo se encargaba de mantener el orden al interior de «El Páramo» y, sobre todo, de expulsar los mineros intrusos provenientes en su mayoría de Chile.
Éste es el contexto en el cual trabajaron los hermanos Obrenovic y su amigo Radic durante varios años. El salario no era enorme pero al menos les procuraba un recurso estable.
A fines de 1887 Vladko y su mujer Mónica tuvieron su primer hijo, Miroslav, el protagonista de los extraños acontecimientos que luego narraré. Los primeros años todo marchó bien pero con el tiempo, el hermano de Vladko comenzó a manifestar síntomas de una frustración y un descontento de más en más ostensibles y difíciles de contener. Fue así como un buen día de 1891, decidió con su amigo Radic renunciar a su trabajo en «El Páramo» y comenzaron a deambular por todos los poblados de Tierra del Fuego, del lado argentino como chileno, viviendo de pequeños trabajitos y de hurtos diversos.
Hasta aquel día de 1894 cuando, en una taberna de Ushuaia, conocen a un pampeano de mala reputación llamado Aparicio Fuentes. Este gaucho mestizo había huido su provincia por que se lo buscaba por haber apuñalado a un hombre en una pelea. Aquel día el hermano de Vladko tomó una decisión fatal que lo llevaría a su perdición. Junto a su fiel Radic y Aparicio Fuentes formó una banda de delincuentes a la cual se sumarían pronto un tal Ramiro Guzmán y un tal Daniel Powys que todos llamaban «Galés».
Obrenovic y su banda de maleantes entrarían luego en la leyenda junto a otros bandidos rurales argentinos como Juan Moreira, Juan Bautista Vairoletto, Segundo David Peralta, alias «Mate Cocido » y tantos otros. La tradición recuerda hoy a la banda Obrenovic-Radic como héroes defensores de los oprimidos, asaltando a las grandes compañías extractoras de oro y salvaguardando los intereses de los pobres mineros.
La realidad es totalmente distinta. La verdad es que el hermano de Vladko y sus pares aterrorizaron durante dos años y medio las vastas extensiones de Tierra del Fuego y del sur de Santa Cruz, asaltando e incluso matando a buscadores de oro solitarios y a carretas de inmigrantes, sean ricos o sean pobres. Los periódicos de la época dan cuenta de la crueldad de su banda. Extraña coincidencia, el hermano de Vladko se llamaba Slobodán.
Ushuaia, Tierra Del Fuego, a principios del siglo XX
El fin de la banda Obrenovic-Radic aconteció de manera bastante simple en 1897. Su cómplice Aparicio Fuentes había obtenido información acerca de un tren que transportaría caudales para la agencia de un banco inglés recientemente inaugurada en Trelew. Apenas informados se desplazaron lo más aprisa que pudieron hasta las cercanías de Trelew (distante de unos 700 kilómetros de su área de acción habitual) y comenzaron a remontar los rieles hasta encontrar el lugar que, a su juicio, sería el más apropiado para el atraco. Escogieron para ello una curva a unos veinte kilómetros al norte de Trelew por donde el tren debería forzosamente bajar la velocidad. En dicho tramo la vía descendía además una lomada, razón de más para bajar la velocidad. En cuanto el tren comenzara a frenar Aparicio Fuentes debía primero acercarse al galope a la locomotora, montar en ella y ordenar al maquinista de detener el tren. Los otros cómplices seguirían de cerca, galopando por detrás del furgón de cola donde se encontraban los caudales. En cuanto el tren comenzaba a detenerse, tres de ellos subirían al furgón y tras neutralizar los guardias comenzarían a cargar con lo que pudieran. El cuarto hombre les estaría esperando al pie del furgón junto a sus caballos más dos otros suplementarios, especialmente robados para transportar la mayor parte del botín. El plan en sí era bastante simple e ingenioso, coordinado hasta el último segundo. El problema es que no tomaron en cuenta varios detalles primordiales entre ellos, la escolta asignada a la custodia de los billetes.
Slobodán pensó que al encontrarse a tantos kilómetros del área donde solían cometer sus crímenes nadie se esperaría a que él con su banda atacasen al tren y, por ende, la escolta sería mínima. O bien Slobodán sobrestimaba demasiado su fama, o bien creía que él y sus cómplices eran los únicos delincuentes del mundo.
Ocurrió en la noche del 3 de marzo de 1897. En cuanto el tren comenzó a frenar para emprender la curva Aparicio se acercó a todo galope de la locomotora, subió y, apuntando al maquinista y su adjunto con su rifle con cañón serruchado, ordeno a que parasen el tren. El tren comenzó a reducir su velocidad aún más permitiendo a Slobodán, Radic y Ramiro Guzmán de montar desde sus caballos al furgón de cola, mientras Daniel Powys continuaba cabalgando con los caballos. Hasta allí todo estaba saliendo tal como se había planeado. El ferrocarril ya casi se había detenido cuando Slobodán y sus tres acólitos forzaron la entrada del furgón e hicieron irrupción en el mismo. Es en ese preciso instante que se descompaginaron los planes. No se encontraron con tres o cuatro guardias aficionados como habían esperado, sino con una decena de soldados del ejército nacional, armados con carabinas Spencer a repetición, y de las más modernas que había en aquel entonces. Algunos afirman mismo que transportaban en el furgón una de esas ametralladoras a manivela.
Cuando Slobodán y sus otros dos hombres penetraron en el furgón todo estaba a oscuras. Yo creo que jamás se enteraron de lo que les sucedió por que ni siquiera habían dado su segundo paso al interior del vagón, que una ráfaga de balas ya los había acribillado. También había guardias en los vagones próximos al furgón de cola que en cuanto oyeron los primeros disparos se asomaron a las ventanillas y dispararon a Daniel Powys que intentaba huir. Si hubiese dado media vuelta y huido en dirección opuesta a la del tren, tal vez se hubiera salvado. Pero en vez de ello quiso huir colina abajo haciéndose a un costado y pasó demasiado cerca del anteúltimo vagón.
En cuanto a Aparicio Fuentes, cometió el error de darse vuelta al oír disparos y asomarse para ver lo que sucedía. En ese instante el maquinista asió con extrema ligereza la pala que se encontraba a su lado y la estrelló contra la cabeza de Aparicio, rompiéndole la nuca.
Al alba siguiente los cuerpos de los cinco asaltantes fueron colocados uno al lado del otro y fotografiados para los archivos de la policía. Dicen que una copia de la foto se conserva aún en algún sótano del Museo del Fin del Mundo, en Ushuaia.
Ya lo ven, amigos, esta es la trágica historia de unos maleantes inexpertos que quisieron jugar en un terreno exclusivamente reservado a los profesionales.
El joven Miroslav tenía diez años cuando esto sucedió. No guardó muchos recuerdos de su tío ya que no tuvo la oportunidad de verlo seguido.
En 1893, tras la muerte misteriosa de Popper en un hotel de Buenos aires (es posible que el gobierno argentino haya comanditado su asesinato), Vladko dejó de trabajar en el Páramo y con lo que había ahorrado, compró un terreno al este de Río Gallegos. Allí estableció domicilio con su familia y se dedicó a la cría de ovejas. En aquel entonces la lana se estaba convirtiendo en la verdadera riqueza de la Patagonia.
Miroslav creció en medio de la grandiosa y exuberante naturaleza austral y ya desde muy pequeño se enamoró de los grandes espacios vírgenes y salvajes. Durante las vacaciones escolares le encantaba llevar a pastorear las ovejas de su padre a varios kilómetros de la residencia familiar, internándose durante días enteros en los valles y estepas de la meseta patagónica.
A eso de los doce años dejó la escuela y empezó a trabajar con su padre. A partir de aquel entonces comenzó a conducir el cada vez mayor rebaño de su padre en largas trashumancias que podían durar varias semanas. También acompañaba con gusto a su padre cuando llevaba sus rebaños a las plazas de venta de Río Gallegos y de las grandes estancias del cabo Vírgenes.
Cuando podía disponer de suficiente tiempo libre acostumbraba a emprender, solo o con un puñado de amigos, largos viajes de exploración que lo condujo a los confines del estrecho de Magallanes, al pie del glaciar Perito Moreno y a profundos valles andinos. Miroslav resultó ser un hábil autodidacta y, gracias al contacto con diversas gentes que cruzó en sus viajes, aprendió los más variados oficios y artes: arriero, herrero, peón de estancia, etc. Adquirió además nociones de geología, botánica y aprendió incluso el alpinismo: ¡a los diecisiete años escaló solo el Fitz Roy! Tanto gusto le tomó a este tipo de vida errática, que a los dieciséis dejó de trabajar en la propiedad familiar y salió a recorrer las rutas argentinas y chilenas como trabajador ambulante haciendo todo tipo de trabajo.
Fue así como a los dieciocho años de edad, el azar lo condujo a la ciudad de Salta donde fue contratado como arriero. Su misión consistiría en conducir junto a otros arrieros unas ochocientos cincuenta cabezas de bovinos hasta las minas de salitre de «La Deseada», atravesando una de las más inhóspitas regiones del globo. Durante esta trashumancia vio por la primera vez el cerro Llullaillaco y desde ese entonces, el majestuoso monte produjo en él un encanto casi sobrenatural.
Durante aquellos viajes de su juventud, Miroslav oyó y él mismo vio cosas extrañas. Aunque no era particularmente supersticioso, jamás tomó a la ligera los extraños relatos que solía escuchar alrededor de un fuego durante las noches de campamento. Tampoco tomó a la ligera los asombrosos cuentos que lo acompañaron durante su infancia y su adolescencia.
Ya de muy niño su madre Mónica solía contarle, antes de dormir, cuentos insólitos acontecidos en su lejana Serbia natal. Sabía que algunos no eran más que meras leyendas. Pero también le contaba historias que, según su madre, eran verídicas. Entre estas últimas, la que más impresionó a Miroslav fue la historia del tío Nikola, ocurrida allá por el 1815 o 1816. Su tatarabuelo (¿o el tatarabuelo de su madre? la verdad que no se acordaba muy bien) tenía un hermano mayor que se llamaba Nikola. Se cuenta que un día reunió un puñado de hombres de su aldea y de otras aldeas vecinas, y se fue por los montes de la Moravia meridional a tender emboscadas a los turcos (en esos tiempos los serbios estaban en plena guerra de independencia contra los otomanos). El tío Nikola regresó tres semanas después, solo, al atardecer de un día viernes. Pero su familia notó que había cambiado por completo y que ya no era la misma persona que solía ser. El relato que su madre le hizo sobre el asunto no era muy detallado. La cuestión es que tres días después, una mañana mientras dormía, el propio tatarabuelo le tuvo que clavar a su hermano Nikola un madero en el pecho. Pues aquel que había regresado de los montes ya no era más su hermano Nikola, sino un vukodlak (vampiro (1) en serbo-croata). Miroslav nunca supo si creer o no en esta historia, pero por respeto a su madre tenía más bien tendencia a darle crédito.
Durante las travesías patagónicas de su adolescencia, jamás hizo caso omiso a los montañeses Tehuelches y Mapuches cuando le aconsejaban evitar tal o tal pasaje de montaña habitados por walichús (2) enanos que arrojaban piedras desde las altas peñas a los pasantes, o ciertas cuevas donde el succarath (3) había escogido domicilio.
Fue tal vez fue esta apertura mental a lo inusitado y sobrenatural lo que le permitió de salirse psicológicamente ileso de la experiencia que viviría muchos años más tarde en los confines del noroeste de su país.
Julius Popper y sus hombres
dedicándose al más odioso de sus de sus quehaceres habituales: la exterminación de indios.
NOTAS
[1] El Vampiro al menos la imagen popular que hoy se tiene de ellos- es en realidad una vieja creencia eslava. Con la expansión de los pueblos eslavos durante la edad media, la creencia se trasmitió a pueblos vecinos como los gitanos, los húngaros, los rumanos y, en menor grado, a los griegos y a los turcos. También se transmitió en Baviera y en Estiria (sudeste de Austria).
De hecho, el término vampiro se conoce en occidente desde el siglo VI y deriva de la palabra Wampyr, que significa sanguijuela en la lengua de los katchubes (primitiva tribu eslava de Polonia).
Miles de historias similares a la que se cuenta aquí solían circular en los territorios de la ex-Yugoslavia hasta entrado el siglo XX. De una de ellas se inspiró Alexander Tolstoi para escribir su relato « La familia del vurdalak ».
[2] Walichú: palabra de origen pampeano que designa a la brujería en general y a lo que se refiere a la mala suerte. Se la puede asimilar al termino bad medecine que empleaban los aborígenes de América del Norte. Aunque también se aplica a otros elementos del mundo sobrenatural como en este caso, donde evoca criaturas similares en aspecto al Troll de la antigua mitología escandinava.
[3] Succarath o Iemish ("tigre de agua" en Tehuelche): bestia fabulosa particularmente temida por los indios de la Pampa y de la Patagonia. Hay quienes afirman que podría tratarse de un descendiente de los perezosos terrestres gigantes del Pleistoceno (1,8 millones a 10 000 años atrás) que habrían sobrevivido hasta el siglo XVIII e incluso fines del XIX. El aire particularmente cálido y seco de ciertas grutas del sur de Argentina y de Chile han permitido que se conserven trozos de cuero y pelos de animales pertenecientes a esta familia. Algunos parecen ser de edad relativamente reciente, lo cual apoyaría esta hipótesis.
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