UPAMARCA
© He-Who-Must-Not-Be-Named
Ruinas de la oficina salitrera Pampa Unión,
en la provincia de Antofagasta, Chile.
El
descubrimiento de métodos de obtención artificial de nitratos
a principios del siglo XX
fue un golpe duro para las salitreras del norte chileno.
Meras ciudades fantasmas es todo lo que queda hoy de aquellas salitreras
que en su apogeo constituyeron verdaderos poblados.
IV
El singular relato de Don Segundo Guaymás
Don Segundo Guaymás vivía con su esposa a dos kilómetros de Campo Quijano, en una modesta casa de adobe con techo de paja y piso de tierra. La vivienda de unos doce metros cuadrados comprendía dos piezas. La primera, a la cual se accedía por la única puerta de entrada, cumplía el papel de cocina, comedor y living. La segunda pieza servía de dormitorio. Poseía junto a su casa un terreno donde había plantado una quinta y donde criaba además gallinas y algunas cabras. Un ceibo estaba plantado entre su casa y la entrada de su propiedad.Don Segundo era un hombre de setenta y cinco años, de pura raza indígena o casi, estatura media, robusto y de cabellos plateados. Su rostro reflejaba toda la bondad y la generosidad de la cual puede hacer prueba a veces la sufrida raza andina.
Al término de la conversación que Miroslav tendría con él, descubriría que, a pesar de su falta de instrucción, Don Guaymás era a su manera un hombre de gran sabiduría y que poseía su propia filosofía.
Aquel día lo encontró rodeado de una multitud de críos, sus incontables nietos que habían venido a visitarlo.
Don Segundo y su mujer recibieron a Miroslav calurosamente y lo convidaron a compartir con ellos unos mates y bollos de grasa, cómodamente instalados en una mesa a la sombra del ceibo.
Luego de una larga charla sobre temas de actualidad y otras banalidades, Miroslav se decidió por fin a abordar el asunto que le interesaba. Tras narrarle brevemente su reciente periplo sacó el tema del Llullaillaco y le comentó que, por lo que había oído, Don Segundo había sido testigo de cosas insólitas allí arriba.- En realidad jamás vi nada concreto -replicó- pero si sentí algo. Usted sabe don, este mundo es muy viejo, más viejo de lo que los curas o los sabios creen. Hay cosas muy viejas que nadie conoce o nadie quiere conocer y que ya estaban allí mucho antes que venga el hombre y invente toda su zarabanda de dioses y mandingas (1).
Ya de muy joven supe ser arriero. Usted sabe don, en aquel entonces el país se terminaba del lado de San Antonio de los Cobres. En los Cobres era la frontera y luego pa'l'ueste empezaba Bolivia. A veces solía conducir las recuas desde Salta a San Antonio de los Cobres y luego, allá por los años setenta me dieron varias manadas pa'que las lleve hasta las minas de Cobre que en esos tiempos estaban en la Puna boliviana. Resulta que más de una vez tuve que pasar al ladito del Llullaillaco por que algunas minas estaban del lado de las altas montañas. Una vez que estábamos arriando vacas por el Llullaillaco el cielo se oscureció porque se venía una tormenta y los animales comenzaban asustarse y los caballos se me empacaban. Entonces un indio boliviano que viajaba con nosotros nos dijo que conocía una chungará (2) muy grande que había Llullaillaco arriba y que era bastante grande como pa'qu'entremos todos nosotros con toda la manada. Entonces nos condujo allá y nos metimos todos adentro con las vacas y los caballos y nos quedamos toda la noche hasta que la tormenta se pasó. ¡Que habiá sido enorme la cueva, m'ijo! El techo no se veía y cuando la quisimo' explorar un poco parecía que no se terminaba nunca.
Así durante años, cada vez que andaba arriando toda clase de bichos, vacas, mulas, llamas del lado del Llullaillaco pasábamos una noche en la chungará antes de seguir nuestro camino.
Bueno, usted sabe don, después empezó la guerra entre Chile, Bolivia y Perú y las trashumancias pararon. Bueno si, a veces me mandaban a arriar vacas q'el gobierno boliviano había compra'o pa'dar de comer al ejercito. Pero las llevábamos hasta la frontera noma', hasta Los Cobres.
Cuando la guerra terminó cambiamos de vecino y al ueste de Los Cobres ya no era más Bolivia, era Chile. Bueno don, usted sabe que después el gobierno argentino y chileno anduvieron medio enojados con este asunto de fronteras y en el 97 llamaron a los yanquis pa'que sean los árbitros en el asunto. La verdad que esta vez se portaron rebién los gringos porque nos dieron razón a nosotros y nos alargaron el territorio hasta la liña de las cumbres más altas que van desde el Jujuy hasta la Catamarca. Pero bueno, esto no viene al caso.
Cuando la guerra terminó los inglese' vinieron a hacer negocios con los chilenos y los chilenos se pusieron a explotar salitre y cobre como locos. Entonces se pusieron a comprarnos vacas al rolete porque había que darle de comer a toda la gente que trabajaba en las minas de la Puna y de Atacama. Así que ahí estaba yo otra vez arriendo vacas, mulas y mesmo ovejas. Resulta que allá por el ochenta y pico empecé a arriar a menudo vacas pa'una mina de cobre que había cerquita del salar de los Pedernales, del otro lado de la cordillera. Así que por lo menos una vez por año tenía que pasar por el Llullaillaco y siempre que hacia falta nos refugiábamos en la Chungará.
Yo creo que fue en el 88 o 89. Aquel año estaba arriando vacas pa'Los Pedernales como solía hacer todos los años. Estábamos llegando al pie del Llullaillaco y la noche se nos venia encima cuando empezó a relampaguear al'ueste. Enseguida pensamos en la cueva y conducimos la manada hasta ahí pero, cuando llegamos a la boca de la gruta medio como que los caballos se nos empacaron y que los toros tampoco tenían muchas ganas de entrar ahí adentro. Se me ocurrió que a lo mejor se había metido algún puma ahí adentro, aunque nunca vi uno de esos bichos por aquella zona. Mandé tres o cuatro changos que entren en la cueva a ver si había algo pero no encontraron nada. Finalmente logramos hacer entrar todas las vacas y los caballos pero nos costó un trabajo de locos. Los animales anduvieron inquietos toda la noche pero no trajeron ningún problema.
Al año siguiente volví a hacer el mismo viaje y la noche nos sorprendió de nuevo al pie del Llullaillaco. Así que volvimos a refugiarnos en la cueva. Esta vez los animales estuvieron más asustados que'l año antes cuando los quisimos hacer entrar. Esta vez se me ocurrió que debían sentir que se venía algún terremoto o que el cerro iba a estallar en cualquier momento, porque un alemán me había dicho una vez que'l Llullaillaco es un volcán, usted sabe, esas montañas que están tranquilas y que un buen día se ponen a escupir fuego porque sí. Pero me acordé que las vacas del año anterior me habían hecho la misma escena así que me pareció medio raro que haiga un temblor o un estallido en el mismo lugar dos años seguidos y má o meno' a la misma época.
Bueno al final hicimos entrar a todos los animales adentro. Al principio anduvieron asustados y no paraban de moverse. Las vacas que mugían y los caballos que relinchaban y se me paraban en dos patas. Después terminaron por calmarse y cuando ya estaba oscuro afuera todo estuvo tranquilo. Hasta media noche. De pronto los caballos se despertaron de golpe y empezaron a encabrarse de nuevo y las vacas se agitaron y por poco se arma la estampida.
Créame muchacho que esta vez yo también sentí que en esa cueva había algo más.
Al final pudimos calmar los animales aunque no dejaron de agitarse en toda la noche y vea usted que yo tampoco volví a pegar un ojo. Cuando pudimos al fin controlar la cosa me volví acostar. Estaba acostado en el suelo de la cueva envuelto en mis cobijas y la cabeza apoyada sobre mi montura. Trataba de dormirme cuando me pareció sentir un ruido débil que parecía venir de bajo tierra. Pegué entonces la oreja al suelo, presté atención y poco a poco empecé a sentir como un toque de tambores o un latido lejano que parecía venir desde muy muy abajo; desde las profundidades de la tierra.
Al año siguiente otra vez volví a hacer el mismo viaje y otra vez la noche nos sorprendió al pie del Llullaillaco. Usted no va creer que a pesar de todo quise volver a refugiarme con las vacas y con mis changos en la chungará. Pero que diablos, en cuanto quisimos hacer entrar las bestias en la cueva ahí se armó la podrida. Ya cuando comenzamos a arriarlas cerro arriba, camino a la chungará, medio que a los bichos no les gustó mucho la idea y meta que habían las que se empacaban y otras que daban de coses, y todas estaban nerviosas. Pero a penas llegamos a la entrada de la gruta ahí nomás les agarró a todas un ataque de pánico y salieron en desbandada cerro abajo y se dispersaron. Así que con los changos nos pasamos toda la noche y todo el día siguiente buscando las vacas que se habían desparramado y, toco madera, terminamos encontrándolas a todas. Al final del día las teníamos a todas reunidas de nuevo, pero habíamos perdido toda la jornada así que acampamos al pie del cerro y tomamos la ruta al otro día.
Bueno, al año siguiente me mandaron a arriar del lado San Juan y San Luis así que no pasé por el Llullaillaco. Y los años siguientes, no es que no volví a arriar del lado del Llullaillaco, si no que ya no lo volví a hacer todos los años.
Digamos que a partir de entonces habré tomao la pista del Llullaillaco una vez cada dos o tres años y cada vez que pasé por ahí, me las arreglé pa'que no tengamos que ir a cobijarnos en la chungará.
Yo creo que durante diez años no volví a pisar más la chungará. Hasta 1900. Aquel año me retiré pero antes, hice una última trashumancia a Los Pedernales, así que tuve que pasar de nuevo por el Llullaillaco.
Aquel viaje si que fue cosa 'e mandinga y créame Don que ya a la altura de Santa Rosa de Tastil empecé a tener un mal presentimiento. ¡No va creer que apenas salimos de Los Cobres y empezamos a andar Puna adentro, el viento Blanco se puso a soplar jodido y no paró hasta que no cruzamos del lado chileno y que bajamos hasta 2500 o 2200 metros de altura! Si señor, recorrimos 100, 200, 300 kilómetros y durante todo el trayecto sopló el mismo viento sin interrupción. Durante la noche nos turnábamos pa'hacer guardia y cuando nos despertábamos pa'l relevo, los que habían estao de turno nos decían antes de ir a acostarse que el viento no habiá parao ni un instante. Dos o tres horas 'espues decíamos lo mismo a los compañeros que venían a relevarnos. Así fue durante 20 días. Pa'ir de los Cobres al Llullaillaco solíamos meter diez días, esta vez le pusimos quince.
Estábamos llegando ya al pie del Llullaillaco cuando se me ocurrió que una noche al abrigo del viento no estaría de más pa' mis hombres y pa' los animales. Entonces le di orden a los arrieros de conducir los rebaños pa' la cueva. Yo iba adelante de todo pa' mostrarles el camino pero entonces me acordé de que habiá pasao la última vez que había querido refugiarme ahí dentro. Las cosas iban muy mal porque con el viento ese que no había dejao de soplar habíamos perdido ya más de un cuarto de los animales y si se volvía a producir la misma desbandada de la otra vez mal paraos como estábamos con el viento, corríamos el riesgo de perder más de la mitad del tropel antes de haber pasao del lao' chileno.
Así que mucho antes de llegar a la entrada de la cueva le dije a los otros que paren y que cuiden las vacas mientras que yo iba hasta la cueva, pa' ver como se presentaban las cosas allá arriba.
Luego de un buen rato bajé de mi caballo y seguí a pie conduciendo al animal con las riendas en la mano, porque si el bicho llegaba a sentir algo raro y se me paraba en dos patas, m'iba ser más fácil de controlarlo. En cambio si el bicho se paraba en dos patas y que yo estaba arriba, me podía haber tirao al suelo y luego irse pa'l carajo. Y ahí si qu'iba estar jodido pa'mi porque vaya uno a saber si lo recuperaría algún día.
Fíjese usted Don que apenas visualicé la entrada a la cueva que'l caballo se pegó un julepe bárbaro y se me puso en dos patas y si no le hubiera tenido firmemente de las riendas se me hubiera ido al galope. Pero esta vez el animal no fue el único que sintió que habiá'lgo raro ahí en la cueva. Cuando el caballo se me paró en dos patas nos habíamos detenido a menos de cien pasos de la entrada y traté de tranquilizarlo. Entonces, fue en ese mesmo momento que yo también sentí como una amenaza que venía de detrás mío (porque estaba de espaldas a la cueva). Ahí entendí, amigo, que ej lo que se había estao tramando todos estos años al interior de la cueva, y mesmamente, en la misma panza del volcán.
Créame mi amigo, los Incas y todos loj indios que vivían antes de ellos en los Andes sabían que en estas tierras hay cosas muy pero muy viejas. Cosas que estaban aquí mucho máj antes que los hombres viniésemos de Dios sabe donde. Los ancestros -mis ancestros- aprendieron a convivir con aquellas cosas y a rendirles culto. Desde temprano nomá los primeros andinos celebraron en lo alto de los cerros y los lugares alejaos los ritos que mantenían a aquellas cosas tranquilas.
Los españoles hicieron muchas macanas cuando llegaron a esta tierra. Si, es verdad que masacraron a mis ancestros y todo pero, aunque usted no crea, no sabría reprocharles mucho eso. Nunca hice estudios pero tampoco vaya a creer que soy tan ignorante. He hablado con gente de todos lados y aprendí muchas cosas durante mi vida. Se bastante sobre la historia de ustedes los blancos, y por lo que he visto, no todo ha sido tampoco amor y paz entre ustedes mismos, así que tampoco podía esperarse que loj españoles sean muy buenos con los indios.
No amigo mío, para mi, la cagada más grande que los españoles se mandaron fue la de imponer su religión cristiana y prohibir todos los ritos de los indios. Mientras los indios hicieron sus rituales, las cosas viejas estuvieron calmas, durmiendo en sus moradas dentro de la tierra. Pero los españoles vinieron, los ritos pararon y con el tiempo, el sueño de aquellas cosas comenzó a hacerse agitado porque poco a poco sentían que los ritos ya no se celebraban más y que la magia se estaba disipando. Hasta el día en que se despiertaron del todo.
¿Ahora entiende, amigo? aquel día, mientras qu'estaba frente a la chungará del Llullaillaco, comprendí que en la raíz profunda de la montaña se había despertado un terror infinitamente antiguo e incompatible con el mundo de los hombres.Ahí nomá aflojé la rienda del caballo y le salté sobre el lomo mientras pegaba media vuelta y se disparaba cerro abajo. Cuando volví ande estaban mis compañeros hice como si nada y les dije que no se podía entrar más a la cueva porque la entrada habiá sido tapada por un derrumbamiento.
Así que aquel día seguimos varios kilómetros más y paramos ya del lado chileno, en un lugar donde el viento parecía soplar menos juerte.
Pero durante el camino me acordé de algo que me dio más miedo todavía. ¿Le dije que en cuanto salimos de Los Cobres el viento Blanco se habiá puesto a soplar? pues me equivocaba amigo mío, porque'se viento no era el Viento Blanco. Lo primero que sentí cuando di la espalda a la entrada de la cueva fue un viento muy juerte. Aquel viento que nos estuvo escorchando desde Los Cobres hasta la Puna de Atacama, venía en realidad del interior de la Chungará.Varios días despué' llegamos por fin a la salitrera de Loj Pedernales. El viento habiá dejao de soplar haciá unos días ya y en todo el viaje habremos perdido poco meno' de un tercio del rebaño. El viaje de vuelta vinimos por otro camino y cuando llegamos a Campo Quijano cobré mi sueldo y nunca más volví a arriar vacas.
De la chungará nadie más volvió a hablar, que yo sepa, y la ruta del Llullaillaco se utiliza cada vez menos. Todo el mundo se da cuenta agora que es más práctico cruzar por el paso de Socompa, ande quiera que uno vaya.
Es una suerte m'ijo que no haiga ninguna vertiente que salga del Llullaillaco y que casi naides conozca la chungará. Yo pienso que por el momento, es mejor que la gente se mantenga lejos del cerro o, por lo menos, de los secretos que andan escondiéndose en la cueva esa.Con tales palabras terminó Don Guaymás su relato. Luego continuaron hablando de diversos temas mientras seguían saboreando mates y bollos de grasa, hasta el final de la tarde.
Miroslav meditó todo lo que había oído de boca de Don Guaymás durante todo el viaje de regreso a su casa.
Durante un mes se quedó con su familia descansando o ayudando a su padre en las faenas diarias y luego, decidió probar su suerte allí donde su padre había fallado: la prospección aurífera.
Durante casi toda su vida había oído a los buscadores de oro narrar sus desventuras: algunos habían tenido suerte, otros no. Del triunfo de unos y del fracaso de otros Miroslav creía haber aprendido las claves del éxito del oficio y los errores a evitar en la prospección de oro.
A fines de 1906 pues salió a recorrer los confines santa cruceños, las costas del estrecho de Magallanes y los ríos de Tierra del Fuego. Durante tres años estuvo prospectando, inspeccionando y lavando el material aluvial de la costa y de las orillas fluviales en busca del codiciado metal y la verdad es que no le fue nada mal.
Al final de 1909 ya había llenado en total tres botellas de cidra con oro en polvo, cada una de las cuales alcanzaba un peso de hasta siete kilos ochocientos gramos. Parte de sus hallazgos los fue vendiendo poco a poco para subvenir a sus necesidades inmediatas pero la mayor parte de su cosecha, no la cambió hasta que decidió de parar la prospección.
Con el fin de no llamar la atención y atraer a él bandidos potenciales, vendió su producción en distintos lugares.
Primero empezó vendiendo una media botella en Punta arenas (Chile), luego pasó del lado argentino vendiendo su oro en Ushuaia, en la estancia Harberton, en Rio Grande y, finalmente, en Río Gallegos.
Sus pesquisas le aportaron una respetable suma de dinero. Luego de distribuir una parte entre sus padres y hermanos (un varón y dos mujeres) se instaló en Buenos Aires donde abrió un almacén. Miroslav dio muestras de aptitudes admirables para los negocios, su tienda prosperó y con los años pudo abrir otros negocios e incluso extender su actividad a otros sectores económicos. En 1914 se casó con una tal Victoria Solano y fundó una familia, olvidando durante varios años el lejano altiplano de la Puna y sus misterios.
Ruinas de otra salitrera,
Provincia de Tarapacá
NOTAS
[1] Mandinga: nombre que se le da generalmente al diablo en ciertas regiones del interior argentino.
[2] Chungará = cueva (bueno, creo que se habrán dado cuenta ya, de todas maneras).
Eso sí, no sabría decirles si es una palabra quechua, aymará u otra.
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