Caín.


Introducción.

       Para comenzar, desconozco porqué he sido escogido para acometer esta tarea de gran importancia. Literalmente, cientos de mi especie más preparados, más meritorios en el arte de la escritura han preferido declinar tal responsabilidad.

       No obstante, me encuentro en una curiosa situación. Aquí, sentado en las oscuras y frías estancias a las que llamo mi hogar, me considero extraordinariamente afortunado. Nunca antes, excepto cuando la Segunda Ciudad se elevó sobre los polvorientos claros, tuvo lugar una reunión de grandes mentes congregadas para discutir sobre una cosa: El Progenitor. Y a mí me ha sido debidamente asignada la tarea de recoger las palabras dichas en esa reunión por mis superiores.

       Pero antes unas notas de introducción. Soy Wilhelm, prusiano de nacimiento, y educado en Wittenberg, en las mismas antiguas salas que inspiraron a Lutero en su revolución. Cuando yo estaba... vivo, poseía gran entusiasmo y talento, además de ámplia sabiduría. Tenía también buenas relaciones con un tal Johann Schimdt, quien, no por error suyo, demostró ser parte de mi "caída".

       Schmidt era un hombre pequeño, con una voz chirriante, pero creador de grandes ideas. Nos sentábamos en su habitación y discutíamos sus agudas disertaciones sobre los grandes pensadores de la época; y yo le engatusaba para poder continuar oyendo su voz, pues era todo lo que podía hacer. Él era asustadizo, tímido, le intimidaba hablar en público. No obstante, yo le escuchaba e intente ser el mejor amigo posible.

       Un día, cuando estábamos en una taberna, escuchando las disertaciones del "gran orador" de esa semana sobre la naturaleza de Dios, de la muerte o de la mejor manera de acabar con una borrachera, escuché el rumor de que el grupo Illuminati, puesto en marcha por Adam Weisthaupt, viajaba a través de la ciudad. Encontré una fácil solución para el problema de Johann: ellos eran una organización secreta de grandes pensadores, que raramente hablaban en público. Johann era perfecto para ellos. Decidí refutar al actual orador, basándome en todo lo que Schmidt y yo habíamos discutido.

       Me puse en pie y todos los ojos se posaron sobre mí. Punto por punto, al estilo de Johann, deshice el argumento del orador. Al poco tiempo, fue instado a sentarse, enmedio de un coro de "abucheos" que aumentaba progresivamente su volumen.

       Si hubiera sido un buen amigo, o al menos respetuoso, hubiera tenido que detenerme justo en ese momento, y obtener alabanzas donde antes se negaron. Pero no; me contagié de la pasión del momento y debatí una buena porción de los argumentos de Johann, abandonando el escenario en medio de un salón celebrante.

       Entonces fue cuando él se acercó. Se presentó como Ernst, diciendo que representaba a una organización que reunía a personas como yo, aquellos que estaban dispuestos a ir contra las normas estructuradas, y abrazar la libertad. Con un delicado ademán de mano, me preguntó si me gustaría unirme a ellos. Pensando en ser uno de los Illuminati, uno de los Elegidos, cometí una sucia traición sobre un autentico amigo diciendo: "¡Sí" con todo mi corazón: "SÍ!"

       Pagué por mis pecados con sangre.

       Esto ocurrió muchos, muchos años después. Mi decepción fue pronto descubierta, y todavía mis recién adquiridos "amigos" no lo sabían. Ellos veían que yo era un extraordinario orador y un exaltador de muchedumbres, y, lo más importante, podía discernir el oro entre la escoria del vocerío. Había otros, como Johann, en esta organización. Ellos tenían las ideas, pero no el coraje de contarlo a los demás, y les dejaban a ellos el conocimiento. Yo, entonces, representaba lo mejor de esos pensadores.

       Dada mi posición no amenazadora, muchos me invitaban a escuchar sus confidencias, relatándome sus variadas teorías acerca de la existencia. Considerando que, en el pasado, la principal preocupación había sido la naturaleza de la existencia humana, el cambio en nuestra disposición, como especie, experimentó un cambio de asunto en sus disertaciones de la muerte, Dios y la condición humana a especulaciones sobre la no-vida, Caín y el Hambre Eterna. Sí; hablaré de tales blasfemias abiertamente. Nosotros, como especie (aunque una no muy natural), tendemos implícitamente a ver a Caín, el primero de nosotros, como a un Dios. Nosotros no lo consideramos como un salvador, al igual que en vida no veíamos a Dios como un salvador para nuestras sucias almas. Sin embargo, Caín es una fuente de respuestas acerca de quiénes somos y porqué existimos.

       Es irónico, sin embargo, reconocer que el número de aquéllos de nosotros maldecidos (o bendecidos, según algunos) con la no-vida, ha sobrepasado actualmente nuestras propias teorías. Muchos de nosotros, obsesionados con lo desconocido e intangible, han cruzado el velo a una nueva existencia, donde el espectro de la repentina muerte ha sido eliminada totalmente. Todo lo que tememos ahora es el sol, raíz de vida, fuente de nuestra destrucción; la estaca, manejada por las nociones supersticiosas de los campesinos, quienes no podrían llegar a soñar con adivinar nuestra verdadera naturaleza; la ardiente llama, que extrañamente ahora aparece en forma de lámparas de gas, trayéndonos confort en las frías noches; y el Hambre.

       Sí, he citado el Hambre entre nuestros temores, porque es la única cosa que nos previene de cruzar completamente más allá del vil deseo de la carne. El deseo de reproducción, el deseo de experimentar una explosión sexual, el deseo de saciar la sed y llenar el vientre, han sido eficientemente mezclados en una sola entidad: el deseo de alimentarse. A pesar de esta "eficiencia", es una imperfección irremediable entre nuestra especie. Aquí nos encontramos, postulando sobre nuestra verdadera naturaleza, hablando acerca de cómo hemos sobrepasado la frágil mortalidad humana de una manera concebible, sin tener que trabajar los campos para conseguir comida, o sudar y gemir en el acto de reproducción; sino, cuando la campana de la torre suena tres veces, salir acechantes y tomar de este mundo, lo que no es nuestro por derecho. Podemos fingir ser justos, tomando de aquéllos que tienen de más, o tomando de aquéllos para los que la muerte es una liberación de los sufrimientos de este mundo, o también tomando de aquéllos que metafóricamente toman de los demás en horas nocturnas. No importa cómo racionalicemos el acto: tomamos sin dar nada a cambio, lo que nos hace más rastreros que el hongo que enmohece el pan. Hagamos lo que hagamos, por más lejos que intentemos llegar, no podemos ir más allá. Estamos atados a la humanidad de la que descendemos.

       La orquídea, la más bella de las flores, es un parásito; y el muérdago, reverenciado por paganos por su poder, es una sanguijuela de la vida de su anfitrión. Con esto, puedo convenir lo siguiente: nuestra especie es hermosa y bendita. Nuestros agudos intelectos, ya no interrumpidos por la fuerte embestida de la muerte, tienen ámplias oportunidades de crecer más allá del de cualquier simple campesino. Nos convertimos en dioses para ellos, dioses con ropajes humanos. Algo para ser temido y reverenciado. Nos hemos convertido en la única cosa a la que todos nosotros en nuestras vidas hemos tratado de combatir: la innombrable bestia que fuerza a los hombres a doblegar sus rodillas sobre fríos pisos de piedra, y ofrece silenciosas palabras de gratitud al infinito silencio de la inmortalidad.

       He divagado demasiado tiempo, y debo volver al contenido original de mi mensaje. ¿Por qué esto es así, ¿cómo nos hemos convertido en lo que somos?, ¿somos realmente demonios, condenados sin voluntad propia? Y lo más importante, ¿podemos invertir el proceso, descendiendo (o ascendiendo) al trono de la humanidad?. Todas estas cuestiones se pueden resumir en una palabra: Caín.

       Una simple palabra, con muchas repercusiones.

       He tenido la oportunidad de hablar con cuatro grandes pensadores de esta expresión, para ver sus conocimientos del tema. Tres de ellos están supuestamente perdidos y preferían que su existencia fuera ocultada. Sólo puedo deciros que cada uno de ellos es un ejemplo típico de su época. El cuarto es un chiquillo de esta época. No sé por qué todavía no ha sido Abrazado, para de esta manera preservar su intelecto. Sólo he oído que hay una controversia entre si su ferviente cerebro se unirá a nosotros, los intelectuales, o se ira con los Locos. Para alguien que no este al tanto, él tiene una misteriosa comprensión de nuestra naturaleza, y, a pesar de sus ocasionales lapsos dementes que alguno ha etiquetado como "nihilismo", opino que podría hacer una excelente contribución a nuestra tertulia.

       Una vez, hace tiempo, maldecía mi cansada mano por forzarme a detener mis escritos. Ahora debo culpar al sol naciente, que me apremia a dormir. Mañana discutiremos sobre el Primero; el Uno que nació antes del nacimiento de Cristo, en un área que sienta las bases para el estudio de la verdad, en todas las formas de vida y no-vida.

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