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Elric
-- Martes, 3 de Enero de 2006 a las 23:39.
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“Anoche soñé que volvía a Manderley....”, así empieza uno de los mayores clásicos del cine, y una incontestable obra maestra. Si Alfred Hitchcock no recibió el Oscar por semejante proeza cinematográfica es casi comprensible que no lo recibiese por ninguna otra de sus cimas filmicas. Tal vez sea el aura de ensoñación que transfiere a la película, apoyada por un guión estremecedor y una fotografía imponente. Pero escenas como la explicación de Laurence Olivier a Joan Fontaine de su secreto es un ejercicio de cine con mayúsculas, cuando la cámara se mueve mostrando el decorado como si el fantasma de Rebeca se moviese, apenas podemos evitar sentir escapar la imaginación y observar una inventada actriz gesticular y hablar. Eso es talento. Pero nada seria más injusto que dar todo el mérito la grueso actor británico. Joan Fontaine sostiene en sus hombros todo el peso del film, su evolución es espectacular, asaltada por las dudas, la inseguridad, el miedo a perder al ser amado se ve transformada con la revelación del sublime Laurence Olivier de niña a mujer con sus ideales refortalecidos y sus principios constatados, con la seguridad de ser importante por si misma más allá de tenebrosos fantasmas de perfección. Con una casa de pesadilla donde la criada es una señora obsesiva, enamorada hasta la locura de una recreación de sus sueños más oscuros; un extraño e intrigante retrasado, un vividor con un pasado lóbrego y un alma en consonancia, donde hasta los más amables guardan un desdoble moral inquietante como el contable de Maxim. Todos y cada uno de ellos guardan un poderoso acercamiento al fantasma de Rebeca, sin que en ningún momento aparezca una foto o se vaya más allá de simples definiciones escuetas. Embriagar de tal modo con la presencia de un personaje inexistente es cuando menos imposible para la gran mayoría de autores. Cabe destacar el gran trabajo de Olivier, un hombre enigmático y acorazado sentimentalmente, con multitud de matices y con escenas para el recuerdo como cuando habla con total naturalidad con su mujer para que sea ella misma; aunque veamos estas escenas mil veces jamás seremos capaces de discernir si en estas miradas y palabras hay verdadero amor por su actual amante o necesidad de olvido de su fallecida Rebeca, aún cuando sepamos de sobra que son ambas cosas. El amor, el odio, la obsesión, la destrucción de lo más querido, la dualidad del hombre, la juventud, la madurez, el sueño de una vida mejor y el miedo al destino están en este soberbio film. Pero también hay algo más, hay algo por encima de muchas cosas. Hay integridad incluso en el terrible ser onírico que es Rebeca, hay necesidad de satisfacción e incluso amor propio en su dichosa muerte. En un ejercicio de exaltación de la primera esposa de Maxim existe el argumento narrativo que evita el nombre de Joan Fontaine, de tal manera que siempre queda sumisa al poderoso nombre de Rebeca. Hay pocas palabras para definir obras así: más como dice la segunda esposa de De Winter todos los que soñamos nos sentimos poseídos de un poder sobrenatural, y por poderosa y sobrenatural esta película es un mismo sueño.
Waster te recomiendo encarecidemante La ventana indiscreta, mi preferida junto a Rebeca y Vértigo.
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