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| RealWimper
-- Miércoles, 23 de Marzo de 2005 a las 03:06.
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Cuarta entrega de la saga de "Los Inmortales" que, tras haber tomado un rumbo decadente a lo largo de sus últimas entregas, ha logrado un renacer cualitativo contra todo pronóstico. Un hecho sorprendente que, para ser comprendido, requiere hacer un poco de memoria.
En 1986 se estrenó "Los Inmortales", película protagonizada por Cristopher Lambert y Sean Connery en donde se contaba la historia de un grupo de hombres incapaces de morir salvo por decapitación. Sus orígenes, desconocidos y misteriosos, eran tan oscuros como la fuerza que los empujaba a lo largo de los siglos a enfrentarse en duelo y cercenarse la cabeza con espadas. La cinta, sin ser ninguna obra maestra, tuvo una calidad notable y entre los cinéfilos gustó. Para Lambert supuso tocar el cielo con la punta de los dedos... y el comienzo de una fama rastrera.
Años después, en 1991, se estrenó su continuación "Los Inmortales II", un mondongo de cuidado que eliminó de un plumazo el génesis desconocido de estos guerreros, atribuyéndoles una explicación extraterrestre. El patinazo fue mayúsculo y a casi nadie gustó aquella mudanza hacia las tierras de la ciencia-ficción.
En 1994 se rodó "Los Inmortales III: El hechicero", nuevo intento de explotar la franquicia con un Cristopher Lambert que ya apenas era una sombra de sí mismo. Se trató de solventar el error anterior volviendo a los orígenes y olvidando todo lo contado en la anterior entrega. Sencillamente fue como si nunca hubiese existido. Por retomar se retomó incluso la estética ochenera, unificado el mal en un único personaje y eliminando cualquier componente de fantasía científica. Por desgracia el remedio fue peor que la enfermedad.
Por aquellas fechas quedaba ya claro que ni Cristopher Lambert tenía nada que aportar ni el cine mucho más que ofrecer, de modo que se optó por explotar la historia a golpe de serie de TV. Nació así la correspondiente adaptación televisiva, en donde se relataba la historia paralela de otro inmortal emparejado con Connor MacLeod. Es decir, Duncan MacLeod. El producto gozó de un éxito inicial, aunque acabó tan quemado que sus últimas temporadas fueron emitidas con nocturnidad y desinterés por una Tele5 que ya no sabía que hacer con los episodios adquiridos y doblados. De todas formas la serie fue un acierto pues se tomó numerosas licencias con respecto a la historia original, introduciendo novedades. Mujeres inmortales, viajes por doquier y, sobre todo, creando una sociedad secreta mundial dedicada a investigar a los inmortales a lo largo de los tiempos.
De todas formas no fue el único intento, no faltando la serie animada y "Los Inmortales: El cuervo" (1998), concesión pura y dura al feminismo más violento.
Y de esta forma llegamos al año 2000, época en que se rodó esta cinta, "Los Inmortales: Juego Final". Un trabajo que, curiosamente, se inspira en la serie TV, volviendo así a los orígenes de todo este fregao (porque la serie bebe a su vez de los largometrajes). La decisión fue inteligente porque quedaba claro que cimentar otro metraje sobre Lambert en solitario era un error. Por esta razón a Connor MacLeod se lo hizo acompañar de su homólogo televisivo, Duncan, consiguiendo así que el protagonismo descansase en dos figuras. La secta de los observadores también fue reaprovechada. La música se modificó, mejorándola con toques árabes y coros. Los planos, al igual que las partituras, se volvieron lentos y grandilocuentes. Y a Lambert se le restó protagonismo a favor del personaje de Duncan. El producto final fue una obra que, aunque inferior a la primera parte, es notablemente superior a los dos trabajos anteriores. Quizás se le pueda achacar los diálogos, demasiado extensos y teatrales, con unos personajes marcándose monólogos propios de una obra de Shakespeare. En cualquier caso, la quinta entrega ya está en rodaje: "Los Inmortales: la fuente" (2005).
En resumen: Cuarta entrega y actualización estética de "Los Inmortales", resultando en una obra superior a las continuaciones aunque inferior a la primera. Lambert está muy viejo... y yo cansado de teclear.
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