Paul Bradford era un inductor. Era la única explicación razonable que podía imaginar tras el breve encuentro que habíamos mantenido unas horas atrás. Yo no era el único tipo con habilidades especiales, había muchos más. Existían los telépatas, los rastreadores, los precognitivos y por supuesto los inductivos. Estos últimos tenían la habilidad de influenciar la voluntad de las personas y por ello eran considerados los más peligrosos de todos. Pero todos estábamos controlados por el gobierno. No era algo que pudiésemos ocultar. Venía inscrito en nuestro código genético y el gobierno estelar sabía exactamente cual sería nuestra habilidad desde mucho antes que nosotros mismos, ya que no la desarrollamos hasta la pubertad y ellos la detectaban mientras estábamos en el útero materno. Nos vigilaban desde el día de nuestro nacimiento y cuando los primeros síntomas aparecían, entonces un buen día se presentaban en tu casa y les decían a tus padres “buenos días, su hijo es especial y a partir de este momento queda bajo tutela del gobierno estelar” y se te llevaban. No era exactamente así pero, a los ojos de un niño, se aproxima bastante. Desde ese momento pasabas a formar parte del gobierno. No era una vida mala, a decir verdad, me fastidió mucho tener que dejarlo. Pero mi amor propio me impidió continuar. Yo era una Tracker, un rastreador. Eso no era peligroso y en cualquier caso siempre estaba localizado. En mí, todavía había un pase. ¿Pero un inductor? El gobierno jamás daría la libertad a un inductivo, eran demasiado valiosos. Betsy, la mujer de Paul, me dijo que ambos eran científicos que trabajaban para el gobierno. Hasta ahí vale, no tenía porque avisarme de las habilidades de su marido. Pero también me dijo que acudió a la policía antes que a mi y que estos no quisieron ayudarla dado que tenían su localizador apagado. Si realmente fuera un inductor, la policía de media galaxia lo estaría buscando por cada rincón de la nebulosa. Betsy había mentido, no había avisado a la policía. Después de despertarme en la habitación de Paul bajé a la recepción y alquilé una para mí. Llamé a Betsy Bradford pidiéndole que se reuniera conmigo inmediatamente sin explicarle mi encuentro con su marido. Después llamé a Jab Orsen y me explicó que la habitación 208 estaba ocupada por un tal Austin Dowson, se lo agradecí y le pedí que se viniera, ya que iba a necesitarla. Rastreé una vez más las ondas cerebrales de Paul y como me temía, no había salido de Vaskylna, ¿porque hacerlo? Si volvía a encontrarme husmeando, lo más probable es que me hiciera saltar por la ventana del edificio más alto del planeta. Encendí la pantalla de plasma y puse el canal de noticias. Informaban de la llegada a Vaskylna de los doce sabios para debatir sobre el conflicto con Andrómeda. Una nave comercial de la constelación vecina, había cruzado la frontera escoltada por doce cazas de combate. Según ellos, se dirigían ha nuestro espacio por un error de calculo y cuando se dieron cuenta del error tuvieron una avería que les dejó sin energía para modificar el rumbo de la nave. Al ver que, inevitablemente cruzarían la frontera, el gobierno les envió los cazas de combate como medida puramente preventiva. Solo traspasar nuestras fronteras, enviaron un mensaje a nuestro gobierno explicando la situación. El gobierno actual, en una postura abiertamente pacifista, pretendía brindar su ayuda a los extranjeros ayudándoles a reparar su nave y escoltándolos hasta el límite de nuestra constelación, pero la oposición afirmaba que era una estratagema para crear un conflicto y así dar a nuestros vecinos una excusa para invadirnos. La oposición estaba formada por el gobierno anterior. Un gobierno que durante cuarenta años se impuso de forma estrictamente militar. Un gobierno que abogaba por atacar a la nave y a su escolta para dar ejemplo de fuerza y eliminar así, cualquier esperanza que nuestros vecinos tuvieran de invadirnos. Un gobierno que, a todas luces, quería aprovechar el pequeño incidente para volver al poder. Esa misma noche, el consejo de los doce y la oposición se reunirían para llegar a un acuerdo. Me quedé dormido encima de un diván de mi habitación tras la tercera copa de Tamborn. Cinco horas más tarde me despertó el timbre de la puerta. Era Betsy.
- ¿Está aquí?- preguntó desde el umbral de la puerta, llena de excitación - ¿en este mismo hotel? - Pase – le dije mientras echaba a andar en dirección al mueble bar. - ¿Quiere tomar algo? - ¿Qué toma usted? - Whyskey – dije enseñándole la botella – Tamborn. - Mézclelo con un poco de agua.
Le entregué su copa y tomó asiento. Yo me senté frente a ella.
- ¿Por qué no me dijo que su marido era un inductor? – pregunté sin dejar de mirarla a los ojos. - Dios – su cara pareció desencajarse de pura rabia - ¡lo ha perdido! No me lo puedo creer, lo encontró y se le escapó ¿pero se puede saber en que diablos estaba pensando? - ¿En que pensaba yo? – mi voz se mantenía firme, sin mostrar emoción alguna - En que estaba pensando usted, diría yo. Su marido es un agente del gobierno con habilidades especiales y ¿viene a mí para que le ayude a encontrarlo? Acaso no sabe cual es la postura de la ley sobre ese aspecto. Un encubrimiento por mi parte podría significar la cárcel o incluso la pena de muerte. - No tenía que acercarse a él. Se lo dije explícitamente. - Me dijo que no tenía que hablar con él si no quería hacerlo. Lamentablemente para usted, si lo hice. Nadie sabe que su marido ha huido ¿verdad, Betsy? No dijo nada a la policía porque no puede hacerlo ¿no es cierto? Durante unos minutos no dijo nada. Con la mirada puesta en su copa, al fin dijo: - ¿Tiene usted un cigarrillo? Saqué mi paquete de la americana y le di uno. Yo también cogí uno. - Cuénteme la verdad Betsy, no está todo perdido. Aún sigue aquí, en Vaskylna. - Si le ha descubierto una vez no podrá volver a intentarlo. No hay manera de que vuelva a acercarse a él. - Hay otros modos, créame, pero necesito que sea sincera conmigo. ¿Por qué se ha fugado? ¿Cómo es que la policía no está enterada? - Paul depende directamente de mí. Trabajó para el gobierno en calidad de inductor durante unos años, pero sufrió una segunda mutación y me lo mandaron a mí. – Dio una larga calada a su cigarrillo y continuó – Estoy al frente de un grupo de científicos con los que investigamos las causas de dichas mutaciones. Es muy extraño que alguien experimente más de una mutación en su vida y por tanto, nos lo mandaron para determinar el alcance de su poder. - Continúe – dije sin dejar de mirarle los ojos. - Descubrimos que Paul era capaz de inducir a dos individuos al mismo tiempo, tres, si se encontraban a una distancia inferior a cinco metros. Como puede usted comprender, esta cualidad le hace muy peligroso. Aconsejé al comité de asuntos especiales que no lo utilizaran y lo mantuvieran bajo mi supervisión para poder estudiar las causas de su poder. Ellos aceptaron. Con el tiempo Paul y yo nos enamoramos y nos casamos. - Y el comité lo aceptó. – Interrumpí - ¿Pretende que me trague semejante sarta de mentiras? Nadie en su sano juicio permitiría que alguien tan poderoso estuviera bajo la tutela de su cónyuge. - Lo cierto es que no tenían intención de hacerlo. Pero Paul utilizó sus poderes en el comité. Estaba formado por tres personas y dos votaron a favor. - ¿Cómo pudo Paul utilizar su poder? ¿Acaso el comité se olvido de sus poderes y le permitieron estar presente en la votación? - No. Paul no estuvo presente en la votación. Créame cuando le digo que la primera sorprendida del resultado fui yo. Una vez los miembros del comité se hubieron marchado, dejando a Paul bajo mi custodia, este se sincero conmigo y me explicó que hacia un tiempo que se había dado cuenta de que su poder había vuelto a aumentar, podía hacerlo a distancia, aunque con solo dos individuos. Había alterado el resultado de sus decisiones, sin estar siquiera, en el mismo edificio que nosotros. - ¿Y que es lo que ha sucedido? ¿Por qué se ha marchado Paul de su lado? Betsy bebió de su vaso. - Hace algún tiempo, unos ocho o nueve meses, al hacerle unas pruebas de rutina a Paul, descubrí que tenía un principio de esquizofrenia. He estado medicándole desde entonces, pero la enfermedad debe de haber avanzado y ahora se encuentra en un estado de psicopatía esquizofrénica que le hace sospechar de todos los que le rodean. No es muy grave, con el tratamiento adecuado volverá a ser el que era, pero si no se medica las consecuencias pueden ser fatales. Acudí a usted, porque se trata de mi marido y no quiero que le ocurra nada. Si avisara a las autoridades, volverían a formar un comité y posiblemente acabarían descubriendo la manipulación anterior. Se que usted podría delatarme ahora mismo, si quisiera. Siento no haberle sido sincera desde el primer momento, pero confío, en que usted entienda lo importante que Paul es para mí. Si tan solo pudiera hablar con él, estoy segura de que podría convencerle de que volviera conmigo, y empezara de nuevo su tratamiento.
Betsy parecía sincera. La pantalla de autosuficiencia con la que había venido a verme la vez anterior había desaparecido y ahora se mostraba tímida y arrepentida como un niño al que han pillado haciendo una travesura. La situación era comprometida. Jodidamente comprometida. Había mucho en juego. Podía pasar del tema, llamar a Charly y denunciarlo todo, pero lo cierto era que Paul y yo habíamos empezado una partida de ajedrez y yo nunca me daba por vencido. El Sr.Bradford era un hombre muy poderoso y el reto que se me planteaba era demasiado atractivo como para dejarlo pasar.
- Alquile una habitación en este mismo hotel y esté preparada para cuando yo la necesite. – le dije.
Bajé hasta la plataforma donde tenía el Fantom para ir a recoger a Jab Orsen que debía estar a punto de llegar. Antes de poner el vehículo en marcha, marque una serie de dígitos en el ordenador de la nave y puse una conferencia con el planeta Tirsen.
- ¿Qué es de tu vida? – me habló la imagen de Charly a través de la pantalla del ordenador. - Tirando – contesté. - He hablado con Jab hace apenas unas horas. - Lo se. Ya me ha dado la información que le pedí pero necesito que me ayudes con otra cosa. - Dispara. - Betsy Bradford. Supuestamente es una científica que trabaja para el gobierno en un proyecto de estudio de humanos con habilidades especiales. Tipos con anomalías más complicadas que la mía. Necesito saber todo lo que puedas averiguar de ella. Si me consiguieras una copia de su historial no sabría como agradecértelo. - Estoy seguro de que encontraríamos algún modo de arreglarlo. Te mandaré la copia al mail tan pronto como la obtenga. - Gracias Charly, te debo una. - Más bien dos, en un solo día, todo un record.
Cortamos la comunicación. Tecleé las coordenadas del espacio puerto y antes de que la nave se pusiera en marcha un hombre corpulento apareció al otro lado de la ventanilla delantera haciéndome señas que no entendí. Deslicé hacia arriba la puerta de la nave y salí al frío exterior.
- Tendrá que acompañarme, Sr. Hamet. – me dijo el tipo que, ahora, me apuntaba con un arma láser de corto alcance. - ¿Nos conocemos? – pregunté. - La Sra. Bradford piensa que su última conversación no ha sido satisfactoria y me ha pedido que le lleve de nuevo con ella. – dijo socarrón. - ¿Tiende usted a llevar cabo sus recados encañonando a la gente? - Como haga el chico su trabajo – otra voz sonó a mi espalda – no es asunto suyo. Acompáñenos y no haga tonterías.
Miré por encima de mi hombro y ví al tipo que estaba a mi espalda. Era idéntico al primero, gemelos seguramente, y al igual que su clon, este también me apuntaba con un arma. Eché a andar en dirección al hotel, seguido por los dos gorilas. Pensé que Betsy, no me quería realmente muerto. No al menos hasta que hubiera localizado a su marido, así que, en cuanto tuve oportunidad me tiré al suelo y rodé por debajo de una de las naves aparcadas. No se esperaban mi reacción, y no les dio tiempo a evitarla. Salí por el lado contrario y corrí por el aparcamiento sin mirar atrás. Oía sus pisadas a mi espalda hasta que un rayo de fuerza me dio en los hombros, derribándome y haciéndome rodar unos metros por el duro asfalto. Sin aliento, traté de incorporarme pero uno de los gemelos me propino un puntapié en la boca y me dejó tendido en el suelo.
- Tienes suerte de que la jefa te quiera vivo, Sam, – dijo uno de los gemelos – de haber sido por mi, ya estarías enfriándote.
Noté como me agarraban entre los dos cuando perdí el conocimiento.
Me despertó el sabor de la sangre en mi boca. Estaba atado a una silla en la habitación del hotel Retfield que había alquilado. Los gemelos estaban junto a la puerta y sentada en frente de mí, la Sra. Bradford bebía de una elegante copa con un líquido color verdoso.
- Parece que por fin recobra el conocimiento Sr. Hamet – dijo Betsy. - Aún puede llamarme Sam. Se hecho a reír. - Debería haberme llamado en cuanto localizó a Paul, Sam, se habría evitado muchas molestias. - Tiendo a buscarme problemas en todo lo que hago. Es mi naturaleza. - Es usted un tipo curioso – cogió un pañuelo de papel y limpio la sangre de mis labios – ¿Era necesario que llamara a su amigo el policía? - Me pareció lo más sensato. - Sin duda lo más sensato ahora es que me diga donde puedo encontrar a Paul. – la frialdad de sus ojos contrastaba con la calidez que debían tener sus labios – ¿Le ha rastreado ya? - Me disponía a hacerlo cuando me agredieron sus clones.- dije mirando a los gemelos que permanecían al lado de la puerta. - Lo hará ahora mismo.- ordenó. - Rastrear no es una tarea fácil – dije – se necesita concentración, tranquilidad y ahora mismo no me encuentro en disposición de ninguna de las dos cosas. - No diga tonterías. Lo único que necesita son las pautas cerebrales de mi marido, ni siquiera eso, ya que lo ha rastreado con anterioridad. Tiene dos opciones para darme la dirección exacta de mi marido. Una sin dolor y la otra con, usted decide. - Siempre he sido malo tomando decisiones. - Como usted quiera.- se levantó y fue hacia la puerta – Subiré en una hora. No le matéis, lo necesitamos vivo.
Perdí el conocimiento después de encajar golpes durante, lo que me parecieron un par de años. Me despertó un vaso de agua helada que alguien me tiró por encima de la cabeza.
- Es usted un tipo duro ¿he? – Betsy me hablaba desde una silla frente a mí – No entiendo porqué sufre tanto por un tipo al que ni tan solo conoce. - No es Paul el que me hace daño – balbuceé – son los golpes. - Aún conserva el sentido del humor. – No parecía afectarle demasiado el hecho de que no hubiera revelado nada – Hay otras formas de hacer entrar en razón a tipos tan persistentes como usted.
Llamaron a la puerta. Uno de los gemelos pulsó un botón y la compuerta se deslizó a un lado. Jab Orsen, con las manos atadas a la espalda, entró en la habitación con dos tipos más. El pelo negro y liso le caía sobre los hombros desnudos. Llevaba un vestido de piel de scargola, un animal característico de Venus. La piel de scargola era muy fina y se adaptaba perfectamente al cuerpo que lo llevaba, de manera que no todo el mundo podía llevarla. Bueno, quizá si podía llevarla todo el mundo, pero a muy poca gente le quedaría como a Jab. La piel del animal ceñida sobre su propia piel, contorneaba su figura realzándole los pequeños pero tersos senos. Era una chica muy guapa. Un escalofrío me recorrió la espalda.
- Sería una lastima – dijo Betsy – que una chica tan bonita se viera con la cara tan deformada como la suya en estos momento ¿no Sam? No dije nada. - Además, apuesto a que ella no es tan dura como usted. Podría incluso morir.
Los ojos de la Sra. Bradford brillaban con intensidad. Me vino a la cabeza la breve conversación que tuve con Paul y por primera vez me di cuenta de que, lo que había en ellos no era frialdad, era maldad en estado puro.
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