No era una buena noche para el detective Sam Hamet. Ya había perdido más de lo que se podía permitir, jugando a la ruleta Tirsiana en el Four Red Rooms. Cuando su última ficha desapareció de la mesa, se encamino a la barra y sentándose en un mullido taburete, pidió un whisky Tamborn doble, sin hielo, al camarero. Extrajo de su chaqueta de neopreno, una bolsita de cuero negra. Sacó un fino papel de liar y lo relleno con la marihuana seca que contenía la bolsa. Con manos hábiles lo trabajó hasta conseguir darle el aspecto de un cigarrillo, se lo llevó a los labios y lo encendió. Hacía muchos años que la marihuana era legal. Podías adquirir en cualquier parte, cómodos paquetes de veinte cigarrillos de la alegría sin adulterar, pero Sam prefería el antiguo método de liarlos con sus manos, de su propia producción. - ¿El Sr. Hamet? – dijo una voz a su espalda. Una chica de unos treinta y muchos años, morena y de muy buen ver, lo miraba con cara de interrogación. - ¿Quién lo pregunta? - Supongo que eso debe de ser un sí. - dijo la chica mientras ocupaba un asiento al lado de Sam – Me llamo Juliana Fink, me han dado su nombre y su dirección, pero dijeron que lo más probable sería que le encontrara aquí. Necesito que encuentre a Amacaballo Fat – la chica lo dijo, dando por sentado que Sam sabría quien era, lo cual, era del todo erróneo. - ¿Caballo? ¿Que? – preguntó Sam. - Amacaballo Fat – insistió la chica – Tiene que saber de quien se trata. - Lamento decirle que es la primera vez que oigo ese nombre – dijo Sam dando una calada a su cigarrillo. - Eso es imposible – la cara de la chica mostraba preocupación – el libro dijo que usted me ayudaría a encontrarlo. - ¿Qué libro? – preguntó Sam. - El I Ching. - Perfecto, otro nombre que no conozco. - Todo el mundo conoce el I Ching ¿me está tomando el pelo? - Mire, señorita, no sé a que está jugando, pero le aseguro que pierde el tiempo. - El libro me ha hablado de usted, Sam, dijo que me ayudaría a encontrar a Amacaballo. Es de vital importancia que le encuentre cuanto antes. - Genial, un libro que habla. – se mofó Sam. - No literalmente, claro. ¿De verdad no conoce el I Ching? - Mire Juliana, estaré encantado de invitarle a una copa – Sam empezaba a sentirse atraído por juliana – ¿porque no pide algo y nos sentamos en una de aquellas mesas? - No me está tomando en serio. – Juliana se sentía desesperada, abrió su bolso y extrajo de el un libro antiguo. En las desgastadas tapas se podía leer, I Ching, debajo de un símbolo extraño.- ¿No lo reconoce? Es un libro milenario chino. Sam ni siquiera conocía China. Habían pasado más de veinte siglos, desde que la primera nave de la Tierra, el planeta Origen, saliera a colonizar otros mundos, y su historia se había perdido en la inmensidad del tiempo. ¿Cómo podría Sam conocer China, si no salía ni en los libros de Historia? - Si me permite la interrupción – una voz habló directamente en la cabeza de Sam Hamet – no he podido evitar escuchar su conversación y puedo asegurarle que no le está mintiendo. - ¿Quién ha dicho eso? – dijo Sam buscando el lugar de donde venía la voz. - ¿Quién a dicho que? – preguntó Juliana. - Oh! Disculpe, no me he presentado – continuó la voz en la cabeza de Sam – Me llamo Lord Runing Clam, soy un hongo Ganimediano y como ya debe usted saber, nuestra forma de comunicarnos es la telepatía. Estoy en la mesa que tienen a sus espaldas.
Sam se levantó del taburete y echó a andar en la dirección que le habían indicado. - ¿A dónde va? – preguntó Juliana andando detrás de él. Una masa gelatinosa, de color amarillento, ocupaba una de las sillas que rodeaban la mesa. - Siéntense los dos, por favor – dijo Lord Runing Clam, esta vez en las cabezas de ambos. Ni Sam, ni Julieta conocían la existencia de hongos Ganimedianos con propiedades telepáticas o de ningún tipo. O mejor dicho, no conocían la existencia de hongos Ganimedianos. - ¿Qué es esto? – preguntó Juliana, dirigiéndose a Sam. - ¿Un hongo Ganimediano? – respondió Sam sin estar seguro de lo que veía. - ¿Nunca han oído hablar de nosotros? – dijo el hongo, telepáticamente – somos famosos por nuestras dotes de comerciantes. Pero siéntense, no se queden de pie. Sam y Juliana se miraron el uno al otro y se sentaron, uno a cada lado del hongo sin saber muy bien porqué lo hacían. - Le decía, Sr. Hamet, que debido a mis propiedades telepáticas puedo asegurarle que la chica no miente. Parece ser, que el Sr. Amacaballo Fat está a punto de encontrar algo que alteraría el curso de la historia de la Galaxia. Pero en cierto modo, corre el peligro de exterminar la vida tal y como la conocemos. El hongo transmitía su mensaje tanto para Sam como para Juliana. - Es cierto Sam, le juro que el libro me ha hablado de usted. Usted es la clave para encontrar el paradero de Amacaballo. Sam estaba dudando. Algo en el fondo de su ser, le decía que debía tomarse más enserio lo que le estaban diciendo. Pero por otra parte….. estaba delante de un hongo que se comunicaba mediante la mente y con una chica que aseguraba que, su libro le hablaba. Decidió pedirse otra copa. - Esperen un momento – les dijo al hongo y a la chica - ¿quieren que les traiga alguna cosa? La chica negó con la cabeza y el hongo también lo hubiera hecho, de haber tenido cabeza con la que negar. Una vez en la barra, pidió otro Tamborn y esperó a que le sirvieran. - ¿Me das una calada? – dijo la chica morena que estaba a su lado, mirando el cigarrillo de Marihuana. Vestía un ceñido traje de cuero negro con unos zapatos de tacón de aguja con una altura imposible. Sam le tendió el cigarrillo. La chica dio una larga calada y soltó, lentamente, el humo en la cara de Sam. - Me llamo Alys – dijo la chica, devolviéndole el canuto humeante. – Me gustas. Acercó su cara a la de Sam y le besó en la boca, hundiendo su lengua por entre los labios del sorprendido detective. Estaba resultando una noche un tanto extraña. - ¿Te apetecería pasarlo bien? – dijo Alys, mientras agarraba con las dos manos las nalgas de Sam – Tengo algo un poco más fuerte que esa marihuana que fumas. Sam pensó en Juliana y en el hongo. Pensó en Amacaballo Fat y el futuro de la Galaxia. Si el destino de la vida, tal y como se conocía, dependía de él…….. tendrían que esperar un poco. - ¿No te andas por las ramas, he? – dijo Sam, apretándose aún más, si era posible, contra el cuerpo de Alys – Dame un poco de ese algo. Fueron a buscar un rincón más apartado y Alys metió en la boca de Sam una dosis de algo parecido a la raíz de San Pedro. - Mastícala bien antes de tragarla. – le dijo. Sam la masticó hasta deshacerla en finas hebras que fue engullendo lentamente. - ¿Qué he tomado? – preguntó después de pegar un trago a su bebida. - Se llama Can-di. Es un producto nuevo que la policía ha incautado antes de salir al mercado. - ¿Y como la has conseguido? - Tengo mis contactos – Alys rió maliciosamente – Vamos, acompáñame a buscar mi maletín. Fueron hasta el aparcamiento, recogieron un maletín de color negro y volvieron a buscar un reservado en el Four Red Rooms. Una vez sentados, Alys, abrió el maletín y sacó dos muñecos, uno con forma de chica y otro de chico, así como diversos accesorios. Látigos, esposas, fustas, cadenas, ropa de vinilo negra y todo tipo de artilugios en miniatura, adecuados para las prácticas sadomasoquistas, quedaron dispuestos encima de la mesa. Sin duda, lo que más llamó la atención de Sam, fue un pequeño potro de tortura que Alys sacó en último lugar. Sam se sentía pesado, los parpados se le cerraban y tuvo que recostarse en el sillón. Cerró los ojos durante unos segundos y cuando volvió a abrirlos, se descubrió tumbado encima del potro en miniatura, que ahora, resultaba ser mucho mayor que él. - ¿Qué te parece? – Alys acariciaba el pecho desnudo de Sam – Ahora estas en mi mundo. Sam se incorporó de un salto. Se encontraba en una pequeña habitación, oscura, lúgubre, con las paredes cubiertas de instrumentos para infligir dolor, como los que Alys había sacado del maletín. - ¿Dónde estamos? – preguntó Sam. - ¿Acaso importa? – Dijo Alys cogiendo una fusta que colgaba de la pared. Sam no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Tenía que ser por los efectos de la droga. Pensó que realmente no se encontraba en ese lugar, que su cuerpo estaba tumbado en el reservado del Four Red Rooms y que, por lo tanto, no se trataba más que de una alucinación compartida que debía crear el Can-di. Pero cuando recibió el primer golpe de la fusta de Alys, comprendió que, el no estar realmente en ese sitio, no hacía los golpes menos dolorosos. Alys se había vuelto loca. Intentaba golpear a Sam con todo aquello que tenía a mano, que dado el lugar donde se encontraban, eran muchas cosas afiladas y creadas con el firme propósito de hacer daño. Sam buscaba una salida, pero no existía. Se dio cuenta de que se encontraban en una pequeña habitación desprovista de puertas ni ventanas. Una bola de hierro atada a una cadena le dio en toda la cara, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo escupiendo sangre. Alys se echó encima de él empuñando el mango de lo que parecía ser un látigo con púas en los extremos. Subió los brazos para descargar un golpe sobre Sam pero, esté le dio un puñetazo en la mandíbula que la dejó inconsciente. Tambaleándose se puso en pie y buscó algo con que golpear las paredes. Encontró una maza y sin pensarlo dos veces, descargó golpes hasta abrir un boquete lo suficientemente grande como para poder salir. Una vez fuera de la habitación, se encontró con que era de día. Estaba en una especie de prado verde y una niña, de unos doce años, le miraba con cara de asombro. - ¿Dónde estoy? – preguntó Sam. - ¿Estas buscando a Amacaballo Fat? – dijo la niña, haciendo caso omiso a la pregunta de Sam – Tienes que ir a ver al señor Runciter, Glen Runciter. El te ayudará a encontrarlo. - ¿Cómo puedo salir de aquí? – preguntó Sam. - Oh! No te preocupes, saldrás – dijo la niña – Al Sr. Runciter lo encontraras descansando en el moratorio de los Amados Hermanos.
La noche estaba tranquila en el exterior del Four Red Rooms. El capitán de Policía Félix Buchman, acompañado por el inspector McNulty, se disponía a entrar en el local de moda, con un objetivo concreto.
- ¿Está seguro de que este es el local indicado, McNulty? – Preguntó Félix a su subordinado, dando una calada a su cigarrillo. - Según nuestros informadores, este es el principal centro de distribución de la nueva droga, el Can-Di. No debe de quedar mucha, después del incauto que hicimos. - Nunca entenderé ese afán destructivo – dijo Félix para si mismo – Entiéndame – esta vez se dirigía al inspector – se que usted, al igual que la mayoría de nuestros agentes, consume estimulantes. De otra manera, sería imposible realizar su labor para con la policía. Son muchas horas las que tienen que pelear con él mundo y, entiendo que es muy agotador. Pero esto que hace ella ………….. Siempre busca cosas nuevas, siempre experimentando……. Todo eso, un día le pasará factura.
El inspector McNulty no dijo nada. Por todos, en el departamento de Policía, era sabido que él capitán Félix Buchman tenía una extraña relación con su hermana. Era por ello, por lo que no había dado aún con sus huesos en la cárcel. Félix le cubría todos los escándalos y líos en los que se metía, a cambio, de que no saliera a la luz, que esa hija de seis años que el capitán tenía, era en realidad, fruto de la pasión incestuosa que Félix experimentaba por su hermana. Cuando ella quedó embarazada, decidió ocultarlo hasta después del nacimiento de la pequeña, a sabiendas de que eso representaría para ella, una licencia no escrita, con permiso para hacer lo que le viniera en gana.
- ¿Cree que Alys estará aquí? – Pregunto el inspector McNulty. - Salgamos de dudas. – Contestó el capitán dirigiéndose a la puerta de entrada.
Juliana Fink y Lord Runing Clam, observaban asombrados, como Sam Hamet despertaba de su estado de trance al lado de, lo que parecía el cuerpo decrepito de una mujer, vestida con ropas de cuero negro.
- ¿Qué es lo que ha pasado aquí? – Preguntó Juliana al Hongo. - No sabría decirle – contestó este – Aunque el estado del Sr. Hamet parece ser bueno, hay una gran confusión dentro de su cabeza.
Sam abrió los ojos y se encontró con los de Juliana, que lo observaban aterrados. Sin comprender nada, desvió su mirada hacia la mesa, donde se encontró con el kit de muñecas y sus extraños artilugios dispuestos en una posición que implicaba gran cantidad de maldad y no menos imaginación. Los recuerdos fueron llenando su mente lentamente, como escaparía el agua por la fisura de una presa. Instintivamente, volvió la cabeza en busca de Alys y al verla, los muros de contención de su memoria, al fin, cedieron inundando su cerebro con un torrente de información que habría preferido mantener en el olvido. Un desgarrado grito salió de su garganta, al ver el cuerpo putrefacto, de lo que había sido Alys.
- Sugiero que nos vayamos a un sitio más tranquilo, y con la mayor brevedad. – Lord Runing Clam proyecto sus pensamientos hacia Sam y Juliana – Esto se está llenando de curiosos.
La gente había formado un círculo alrededor del reservado y, poco a poco, el Four Red Rooms hizo un mutis general. Un rotundo silencio que imperaba hasta por encima de los cuarenta mil vatios de potencia del equipo musical.
Félix Buchman y su ayudante, se abrían paso a través del montón de curiosos que rodeaban el reservado. Después de recibir múltiples codazos y otros tantos pisotones, Félix sacó su identificación policial y la sostuvo por encima de su cabeza, mostrándola a todo el gentío. Al verla, la gente se apartaba de ella, como lo hacen dos imanes con la misma polaridad. En menos de lo que se tarda en decir “Constantinopla”, se había formado un estrecho pasillo hasta el reservado.
- Haga que apaguen esa maldita música!- Ordenó Félix a su subordinado.
Juliana Fink ayudaba a Sam a levantarse, cuando el capitán entró en el pequeño recinto privado. El hongo de Ganímedes estaba en pie, o al menos lo parecía, debido a la altura que ahora mostraba, más o menos, por la cintura del capitán Buchman.
- Permítame que me presente – Lord Runing Clam intentó comunicarse con Félix, pero, con gran asombro, descubrió que no podía hacerlo. Allí donde debiera haber cierta cantidad de materia gris, susceptible a recibir estímulos externos, solo encontró el repetitivo eco de sus propios pensamientos, rebotando dentro del espacio vacío, que era la cabeza de Félix Buchman.
- ¡No! – gritó Juliana cuando vio la pistola en la mano del Capitán. Demasiado tarde. Al recibir el disparo, Lord Runing Clam estalló y se descompuso en un millón de esporas que, se escamparon por todo el local, como si de un lienzo manchado de salpicaduras amarillas se tratara. La música se detuvo y la sala se inundó de un silencio sepulcral. Juliana agarraba a Sam, que apenas lograba sostenerse en pie. Estaba empezando a recuperarse del trance en que estaba sometido y la situación en la que se encontraba, le desbordaba por completo. ¿Qué había pasado con Alys? Era imposible que hubiera envejecido hasta el punto de la decrepitud. Pero en cambio, sus ropas………….. El chillido de Juliana, lo sacó de su estado de ensimismamiento, un segundo antes de que la pistola de Félix, esparciera al hongo Ganimediano por todo el recinto del club.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó McNulty, que se había unido a su superior, sacando la pistola y mostrando su identificación a los sorprendidos clientes, que habían dejado de hacer lo que estuvieran haciendo, para sumirse en el más absoluto silencio, con la esperanza de que todo volviera a la normalidad, con la misma sencillez con que había llegado el jaleo. Félix tenía otros planes. Sin decir nada, señaló el vetusto cuerpo que yacía en el reservado.
- Son las ropas de Alys – dijo Félix – las reconozco, son…. Son sus zapatos preferidos.
Lanzó un alarido al tiempo que apretaba el cañón de su pistola contra la frente de Sam.
- ¡Quieto! – McNulty intentó alcanzar a Félix.
Rick Deckard, aguardaba apretado contra la muchedumbre, a tener su oportunidad. Hacía dos semanas que los estaba buscando. Y ahora…. Por fin iba a tenerlos. Antes de que McNulty alcanzara a Félix, Rick, sacó la pistola láser, que escondía entre los pliegues de su gabardina, y disparó contra Félix. El disparo le alcanzó en la cabeza, que estalló como una olla a presión, dejando al descubierto un amasijo de cables y humeantes circuitos integrados. McNulty, levantó su arma y buscó entre la gente, al autor del disparo. No consiguió encontrarlo. El segundo disparo de Rick Deckard, le perforó el pecho causándole la muerte. O mejor dicho, la desconexión inmediata, ya que, los cables y el humo que salieron de su pecho, daban la sensación, de que ambos policías estaban carentes de humanidad.
- Agente especial Rick Deckard – gritó dirigiéndose a nadie en particular. – Pertenezco a la división especial Blade Runner . ¿Están bien? – preguntó a Juliana, refiriéndose a Sam y a ella misma.
- No nos han herido – contestó
Rick Deckard asintió y fue a buscar un teléfono, para informar a sus superiores, de que el grupo Alfa 2, constituido por seis replicantes diseñados para trabajos pesados, había sido retirado. Sam y Juliana, se unieron hacia la marabunta de gente que, en esos momentos, se dirigían a las salidas.
- Juliana – dijo Sam. - ¿Qué? - Creo que no llegaremos muy lejos.
La policía entró en el local y Rick Deckard hablaba con dos agentes, señalando con su mano izquierda, hacia el lugar donde se encontraban. En un breve espacio de tiempo se plantaron frente a ellos.
- Tendrán ustedes que acompañarnos – dijo el más alto de los dos – queremos hacerles unas preguntas sobre el cadáver del reservado.
John Anderton se encontraba en su despacho, revisando algunos informes atrasados que se amontonaban sobre su mesa. Era el jefe del departamento Precrimen, una organización no gubernamental, que utilizaba a individuos con anomalías psíquicas específicas, con fines precognitivos. Anderton, había ideado un sistema que, mediante estos seres, era posible una monitorización de crímenes que aún no habían sido cometidos.
- Tenemos uno – dijo Robert Landry, que había entrado en el despacho sin llamar y visiblemente excitado – Debería bajar con nosotros, jefe Anderton, aún no hemos logrado descifrar donde se cometerá el crimen. Es un lugar extraño.
Los técnicos de Precrimen estaban sentados en sus mesas, frente a sus monitores y computadoras, pasando la grabación digital de los pensamientos de los precogs.
- Parece que hemos dado con algo. – dijo uno de los agentes en cuanto, vio entrar por la puerta a Robert Landry seguido por el jefe Anderton – Es un pequeño rótulo al fondo de la imagen. La hemos ampliado cuatro mil veces para poder leerlo.
Anderton y Landry miraban como las imágenes se movían en el monitor. Un hombre con una pistola en la mano, miraba el cadáver de un tipo que yacía a sus pies. Una extraña luz rosa salía de la cabeza del difunto, alzándose hasta el techo de la habitación.
- ¿Qué es esa luz? – preguntó Anderton. - Creemos que puede ser un error de los equipos de grabación. Nuestros técnicos están buscando la avería. - ¿Quién es el tipo de la pistola? - No lo sabemos señor – la voz salió del agente como un susurro. - ¿Qué quiere decir con que no lo sabemos? – dijo Anderton irritado - Todos los habitantes del planeta están fichados en el archivo central. ¿Cómo es posible que no lo hayamos identificado? - Vera señor – el chico se sentía incomodo – hemos actuado según el procedimiento habitual. Las maquinas están cotejando, por segunda vez, sus rasgos con todas las bases de datos de las que disponemos, pero………pero no encuentra ninguna concordancia, es…….es como si no existiera.
El monitor mostraba la imagen aumentada, una placa metálica donde podía leerse “Moratorio de los Amados Hermanos”.
- ¿De cuanto tiempo disponemos? – Preguntó Anderton. - Algo menos de dos horas, señor.
Juliana y Lord Runing Clam estaban frente a Sam Hamet. Parecía estar sumido en una especie de trance al lado de lo que, parecía, un cadáver en estado de descomposición, vestido con unas ropas mas adecuadas para las prácticas sadomasoquistas que para salir una noche de fiesta. - ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó Juliana en voz alta. - No sabría decirle – contestó el hongo de Ganímedes – Aunque el estado del Sr. Hamet parece ser bueno, detecto una gran confusión dentro de su cabeza.
Sam abrió los ojos al tiempo que una joven, de unos diecisiete años, morena y más bien bajita, irrumpía en el reservado.
- Rápido, tienen que salir de aquí. – dijo a voz en grito – Dos policías se dirigen hacia aquí y, si no vienen conmigo, uno de ellos disparará al hongo y ustedes serán detenidos. Usted por el asesinato de Alys – dijo señalando a Sam – y usted por cómplice – el brazo de la chica dibujó un arco hacía Juliana. - Dice la verdad – Lord Runing Clam proyectó sus pensamientos de manera que todos pudieran entenderlo. - Ayúdeme con él.- Dijo Juliana que ya tiraba de Sam con todas sus fuerzas.
Salieron del pequeño reservado a toda prisa, en dirección a la puerta principal del Four Red Rooms. Al salir, se cruzaron con dos agentes de policía, vestidos con ropas de calle, que mostraban sus credenciales a los vigilantes de la entrada. Siguieron a la chica hasta un pequeño transporte aéreo. Una vez dentro, todos se sentaron y la muchacha puso la nave en marcha y se elevaron hacia el cielo.
- Me llamo Pat. - dijo la chica a sus confundidos pasajeros – Supongo que se preguntaran, como diablos puedo saber que es lo que habría pasado si se llegan a quedar. Pues bien, la respuesta es……que ya había pasado. Tengo la habilidad de retroceder en el tiempo, por eso sabía que sucedería. Solo tuve que volver hacia atrás y sacarles de allí antes de que fuera demasiado tarde. - Por increíble que parezca – dijo Lord Runing Clam – sigue diciendo la verdad. - ¿Por qué nos has sacado de allí? – Preguntó Sam, al que el aire frío de la mañana, había sacado de su estupor - ¿Qué interés tienes en esto? - Soy empleada de un importante hombre de negocios que, ahora se encuentra, en estado de semivida. El es quien me ha enviado a buscarlos. Al parecer, desea tener una conversación con usted sr.Hamet. Se llama Glen Runciter. - No entiendo nada –dijo Sam - ¿Cómo se llama el tipo ese al que quería que encontrara, Juliana? - Amacaballo Fat.
Sam recordó el sueño que había tenido, inducido por la sustancia que le dio Alys. Se tocó la cara y apartó los dedos con un gemido de dolor. El golpe que recibió en la cara era tan real como que ahora iba en una nave con un hongo parlante, una chica que preguntaba cosas a un libro y otra que afirmaba que podía retroceder en el tiempo. Nada parecía real, pero el golpe estaba allí, justo donde se lo habían dado.
- Durante mi trance con Alys – dijo Sam – la chica con la que me fui, tuve un sueño muy extraño. En el, aparecía una niña que me dijo que para encontrar a Amacaballo debía hablar con Glen Runciter. - ¿Quién era esa niña? – preguntó Juliana. - No se quien era esa niña – gruño Sam – No se quien es Amacaballo, ni Glen y a ustedes los conozco desde hace apenas una horas. Todo esto es……- Sam no supo que decir.
Juliana abrió su bolso y sacó de su interior el ejemplar del I Ching, el libro que le había mostrado esa misma noche.
- ¿Alguien tiene tres monedas? – preguntó Juliana. - ¿Qué vas a hacer? – Sam le entregó las tres monedas que había pedido. - Voy a preguntarle al libro sobre a donde nos dirigimos.
Juliana lanzó las monedas al aire y cayeron sobre el libro. Hizo unas anotaciones en una hoja de papel y repitió la operación cinco veces más. Después dibujó una serie de signos extraños basándose en sus anotaciones y por fin dijo:
- Ya está – Tendió a Sam una hoja del cuaderno con un símbolo desconocido para él – Este es el Hexagrama Hsie, la liberación. Dice que todos los obstáculos serán eliminados para llegar a la meta. El final es la iluminación, la comprensión absoluta del que carece de ligaduras. Se refiere a VALIS.
- ¿Valis? – dijo Sam - ¿Qué significa Valis? - Vast Active Living Inteligente System. – dijo Lord Runing Clam – Es una leyenda. Nadie sabe a ciencia cierta si existe o no. Dicen que es un rayo de luz rosa que inunda de información la mente de quien ilumina. - Perfecto – exclamó Sam – Ahora ya lo tengo todo un poco más claro – y pensó que el mundo se había vuelto loco.
En una hora llegaron a una gran azotea, destinada al aparcamiento de las naves de los visitantes. Un inmenso rótulo, con las luces de Neón, oraba “Moratorio de los Amados Hermanos”. Dejaron la nave y, todos juntos, se acercaron a la recepción.
- Buenos días – dijo un empleado, vestido de manera muy formal y con un ligero acento Europeo – mi nombre es Herbert Schoenheit Von Vogelsang. ¿En que puedo ayudarles? Pat fue la primera en hablar.
- Soy Pat – le dijo a Von Vogelsang – empleada de Runciter. En la última comunicación con Glen, me encomendó localizar y traer al sr.Hamet - la chica le señaló con el dedo y Sam hizo un gesto de saludo – para tener una conversación con él. ¿Es posible contactar con él ahora? - Desde luego Srta. Pat ¿Van a entrar todos? - No, el sr.Runciter tan solo quiere hablar son él sr.Hamet. - Esta bien, síganme.
Entraron en el ascensor que los bajó hasta la tercera planta. Caminaron por un estrecho corredor de mármol hasta llegar a una sala de espera. Asientos de piel negra y columnas de mármol impoluto, le daban un aspecto sereno, propio de un lugar dedicado a llorar a los muertos. - Esperen aquí mientras preparo el cuerpo del sr.Runciter para la comunicación. – dijo Herbert Von Vogelsang antes de salir de nuevo al pasillo. - ¿El cuerpo? – Preguntó Sam, asombrado - ¿Acaso está muerto? - ¿No lo sabía? – Contestó Pat – Ya le dije que se encontraba en estado de semivida. - El sr. Hamet parece no conocer la semivida – dijo Lord Runing Clam. - A decir verdad…..yo tampoco se de que se trata.- Juliana fue la primera en ocupar uno de los magníficos sofás de piel. - Cuando una persona muere – explicó Lord Runing Clam – su cerebro mantiene cierta cantidad de energía residual. Esa energía es la esencia de la persona, que escapa de su cuerpo lentamente. Si se conserva el cuerpo en una vaina especial, antes de dos horas del fallecimiento, es posible prepararlo para que pueda comunicarse durante un tiempo con sus seres queridos. - El sr. Runciter – continuó Pat – arregló las cosas para que después de su muerte, lo mantuvieran en estado de semivida y así poder dirigir la empresa con mi ayuda. Una vez al mes, vengo aquí y él me da instrucciones de cómo dirigir la empresa. Esta mañana he tenido una reunión con él y lo he notado un tanto extraño. Ha sido entonces cuando me encargó encontrarlo sr. Hamet. Según el sr. Runciter, es de vital importancia que ustedes dos mantengan una conversación.
Sam suspiró, estaba empezando a cansarse de tanto sinsentido. Lo único que tenía claro era que, apenas empezar la noche, fue a tomarse una copa al Four Red Rooms. A partir de ese momento, todo empezó a descontrolarse. Le habían pegado, le habían intentado matar y ahora tenía que comunicarse con un muerto para esclarecer la situación.
- ¿Pero podré hablar con él? – preguntó. - Si – contestó Pat y el hongo lo secundó directamente en su cerebro. - Tengo malas noticias – Lord Runing Clam estaba visiblemente nervioso. Su forma gelatinosa temblaba como un flan en una ruleta rusa – El sr. Herbert Von Vogelsang viene acompañado de un policía desconocido para mi. Está aquí para detenerle, Sam. - Detenerme a mí ¿por qué? – enseguida pensó en Alys. - No es por lo acontecido en la discoteca, Sam – contestó el hongo que había leído sus pensamientos - es por un asesinato que aún no se a cometido. - Lo que me faltaba - suspiró Sam - ¿a quien se supone que voy a matar? - Al sr.Amacaballo Fat. – pensó el Hongo, ahora, hacia todos los de la sala. - Esto es de locos. Lord Runing Clam…..¿Podría decirme si el Sr. Vogelsang es una persona valiente? - No hay una pizca de valentía en todo su ser.- Contestó el Hongo son temor a equivocarse.
La puerta se abrió de par en par, y Sam propinó un magnífico puñetazo a John Anderton, el cual, lo encajó directamente en la mandíbula. Atónito, Herbert Van Vogelsang retrocedió, pasando por encima del noqueado policía e intentó huir, pero Sam lo agarró del cuello de la chaqueta y, de un fuerte tirón, lo envió al suelo, junto a Anderton.
- Póngame en contacto con Runciter – le ordenó Sam. - Desde luego – Herbert Van Vogelsang, se levantó del suelo y recobró la compostura – Si es tan amable de acompañarme.
Doce plantas más abajo, tres por debajo del nivel del suelo, entraron a una pequeña sala. El cuerpo del sr.Runciter, descansaba inerte, en un nicho de cristal. Tenía toda una serie de ventosas pegadas a su cabeza rapada. De las ventosas surgían pequeños cables de colores vivos, conectados a una máquina, llena de lucecitas, al lado del nicho. Herbet Van Vogelsang pulsó unos botones y jugó con el teclado de un ordenador.
- Siéntese en la silla. – le dijo a Sam, indicándole con un gesto de la cabeza, una silla en medio de la habitación. – En un instante, su comunicación con el sr. Runciter, estará preparada. Póngase esto.
Le dio a Sam unos pequeños auriculares y este se los puso en los oídos.
- Ya está listo.- Herbert Van Vogelsang conectó un cable del ordenador a los auriculares de Sam. – Solo tiene que esperar a que él sr. Runciter se comunique con usted. Si tiene algún problema pulse el botón rojo de la pared y acudiré de inmediato.- hizo una pequeña pausa – No suelen tardar demasiado.
Sam se quedó solo. La silla era confortable, lo que le recordaba cuan cansado estaba. Sus pensamientos divagaban en torno, a la posibilidad, de poder dormir 24 horas seguidas, cuando una voz, resonó en su cerebro.
- Venga conmigo.- dijo la voz de un hombre entrado en años.
Sam, aturdido, no sabía si responder con palabras, o bien……bueno, nunca lo había hecho de una forma distinta, así que dijo:
- ¿Cómo coño, quiere que vaya con usted? Está muerto, por dios – exclamó - ¿Quiere que me mate? - No sea impetuoso, sr.Hamet – la voz volvió a hablar – Haga el favor de cerrar los ojos y relajarse.
Sam obedeció. La oscuridad lo envolvió por completo, pero, duro poco tiempo. Una sensación fría le recorrió la espalda. Un escalofrío, acompañado por un sentimiento de angustia, le hizo abrir los ojos y decidió, que la cordura lo había abandonado. Se encontraba sentado en un banco, de un pequeño parque, en lo que, parecía ser, una gran ciudad. Extrañas farolas de metal, se mezclaban con los árboles. Había niños jugando. Las parejas, paseaban despreocupadas, disfrutando de un día soleado. Todos vestían de una manera muy curiosa, muy diferente a la suya. Un tipo, de unos ochenta años, alto, flacucho y sonriente, se acercó a Sam.
- Soy Glen Runciter.- le dijo el tipo, al tiempo que le entregaba un bote de aerosol – Lo va a necesitar. - ¿Dónde estoy? – preguntó Sam. - No lo sabe ¿he? – dijo el Sr. Runciter –Todo esto es muy raro para usted ¿verdad?. Si le digo la verdad, no me extraña, debe de estar muy confundido. Estamos en un lugar neutral, fuera del tiempo y del espacio. Mi vida en la tierra, ha acabado. Este lugar, donde nos encontramos, es un reflejo de la vida que yo he vivido. Usted no debería estar aquí.
Sam pensó, que al fin, había encontrado a alguien con cordura. - No puedo seguir con mi destino – continuó Glen Runciter – debido a que en la tierra lo han preparado todo para mantenerme en semivida. Hasta que no termine mi energía, no puedo continuar. Así que vivo, entre mis recuerdos. No debería estar aquí. Use el spray que le he dado.
Glen Runciter se dio la vuelta y marchó calle abajo.
- ¡Espere! – gritó Sam.
Pero fue demasiado tarde. Glen se subió a un automóvil de cuatro ruedas, que circulaba por el asfalto. Le pareció un vehículo muy extraño. Miró el aerosol, que le había dado Runciter y leyó:
UBIK
Encuentre su camino con UBIK. Basta con una rociada, para regresar al lugar que le corresponde. Ubik es inofensivo, si se administra según las Dosis recomendadas.
Sam destapó el aerosol sin perder un momento y se roció las piernas con él. Las piernas desaparecieron. Se roció un brazo y también se esfumó. Continuó con su torso, el otro brazo y no paró hasta que no quedó nada de él. La conciencia de Sam, permanecía suspendida en una negrura absoluta y un silencio, que era algo más que la ausencia de ruido. Estaba lleno de…..de…..estaba lleno de silencio. Sintió una ligera vibración. Un leve tañido metálico que se repetía sin cesar. Fue aumentando hasta que se convirtió en un tintineo, que parecía hacer vibrar a la nada. El sonido fue tomando forma. Lo reconocía. Sam se dio la vuelta en la cama, y de un manotazo hizo callar al despertador. Estaba sudando. Se incorporó en la cama y puso los pies en el suelo. Con los codos apoyados sobre las rodillas, se frotaba los ojos con los nudillos. “Vaya una mierda de sueño” murmuró. Fue a la nevera y sacó una cerveza. Se sentó a beberla en la misma cocina. Apagó la luz y miró por la ventana, mientras encendía un cigarrillo. Aún quedaba una hora para el alba. Las calles estaban desiertas y las sobras empezaban a ceder. Frente a él, en el balcón de su vecino, un animal, algo más grande que un perro, también miraba la luna. Sam entornó los ojos para verlo mejor. Era una oveja.
- ¿Soñará con ovejas eléctricas? – dijo Sam.
Nota del Autor
Todos los personajes de esta historia, excepto el detective Sam Hamet, son producto de la imaginación del gran Philip Kindred Dick (1928-1982) y los podemos encontrar en los siguientes libros: VALIS Amacaballo Fat UBIK Glen Runciter, Pat, Herbert Schoenheit Von Vogelsang y “el moratorio de los Amados Hermanos”. FLUYAN MIS LAGRIMAS DIJO EL POLICIA Félix Buckman, Alys Buckman y el detective McNulty. LOS CLANES DE LA LUNA ALFANA Lord Runing Clam. EL HOMBRE EN EL CASTILLO Juliana Fink. MINORITY REPORT John Anderton. SUEÑAN LOS ANDROIDES CON OVEJAS ELECTRICAS (BLADE RUNNER) Los replicantes, Rick Deckard y la oveja.
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