Aquella noche Alan estaba ya en cama. La naranja luz da la farola de la calle se filtraba entre las cortinas e inundaba toda la habitación de una suave luminosidad. No estaba cansado. Tenía una expresión pensativa mientras clavaba su mirada en ningún punto concreto, mirando sin mirar y dejaba escapar una sola lágrima, cristalina de sus brillantes ojos azules. Pero, a decir verdad, no pensaba en nada en particular, simplemente se sentía solo. La soledad. La soledad aparecía cada noche y se apoderaba de él, volviendo las cosas ligeramente mas grisáceas. Hasta esa luz anaranjada procedente de la tranquilidad de la calle le parecía gris. Se levantó. Parecía que sus pernas decidían por él y le llevaban a donde querían. Sintió deseos de abrir la ventana y así hizo. Es el adjetivo "hermosa", ciertamente, insuficiente para describir aquella mágica noche. Una suave brisa le susurraba al oído y recorría su dorada piel hasta que finalmente se enredaba y se perdía en su cabello. La calle estaba solitaria, casi tanto como él, inmersa en una absoluta tranquilidad que no era propia de una ciudad. Hasta el bloque de pisos de enfrente, aquel tan feo que dejaba escapar aires de miseria por las rendijas de sus ventanas le parecía distinto. Y allá, al fondo, el mar, como un enorme monstruo dormido, descansaba sobre el cálido regazo de la tierra y reflejaba la palidez de la luna, todo para que Alan pudiese disfrutar de ella. De repente, se fijo en el muelle donde estaban todas las lanchitas y los barcos amarrados, y le llamó la atención una chica que estaba ahí sentada mirando el agua. Ya la había visto muchas veces observando, durante horas, como si esperase a alguien o a que algo ocurriese. Tomó una decisión. Se vistió rápidamente y abrió la puerta de su habitación con mucho cuidado. Cogió las llaves y salió de casa procurando hacer el mínimo ruido posible. Sus padres no lo echarían en falta. Ellos ya dormían. Salió a la calle y caminó apresuradamente hasta llegar al muelle y perderse en sus sombras. Cuando llegó al lado de la muchacha se paró y se quedó observándola. Era la chica más hermosa que jamás había visto, con un brillante pelo ondulado de color tostado que le caía sobre sus blancos hombros mientras que la pálida luz de la luna resaltaba su clara piel y la hacía brillar. Y sus ojos… ¿Cómo serían sus ojos? Alan se movió lentamente y se sentó a su lado. La chica seguía con la mirada fija en el mar, con los ojos más bonitos del mundo. Unos ojos verdes, grandes… pero tristes. En ese momento la joven dejo escapar una lágrima que le recorrió el rostro. Alan no pudo resistir secársela y acariciarle tiernamente la cara. Entonces ella lo miró. Le clavó esos ojos verdes en sus pupilas y lo dejó hipnotizado. -¿Por qué estás tan triste? La chica sólo se acurrucó a su lado y Alan la rodeó con sus brazos protectores. Así, Alan bajaba cada noche al muelle y estaba con ella, se pasaba horas hablando y de vez en cuando la conseguía hacer reír y entonces le besaba tiernamente la mejilla. También soñaban con un lugar, el más feliz del mundo, donde toda la gente viviera sin preocupaciones y disfrutara cada día como si fuera el último. Ella se llamaba Eva. Sin embargo cuando Alan le preguntaba por que estaba ahí cada noche, ella solo esquivaba su mirada y se hacía un largo silencio. Era obvio que ella también se sentía sola. Una noche Alan le contaba leyendas bajo las estrellas mientras Eva lo miraba fascinada. Alan se dio cuenta de que ella estaba temblando de frío y se sacó su chupa de cuero y se la puso por los hombros. -No te preocupes, ya me la devolverás mañana- y se despido con un beso en la mejilla. Desde que la había conocido no podía dejar de pensar en ella, se había enamorado y debía decírselo. Así que la noche siguiente se escapó cuidadosamente de su casa como hacía cada noche, como había hecho cada noche desde que la había conocido. Caminaba rápidamente a través de aquella solitaria calle, con una mezcla de nerviosismo y de miedo. Cuando llegó al muelle sólo encontró su cazadora, la que le había dejado la noche anterior. Y esperó. La esperó toda la noche. Abrazó la cazadora. Olía a Eva…¡Cuánto la quería! Nunca había amado así a alguien. Habiendo esperado cuatro horas y viendo que aquella noche no iría, Alan regresó a casa cabizbajo y pensativo, con una sonrisa tonta en la cara y unos ojos soñadores típicos de un enamorado. Se pasaba todo el día pensando en ella, hasta en clase, donde los profesores le llamaban la atención y se preguntaban que había sido de aquel alumno ejemplar; aunque, secretamente, se alegraban porque lo veían alegre y vividor, y lo más importante, sonriente, ya que hacía ya mucho desde la última vez en la que lo habían visto sonreír. Aquella noche decidió que no se atrevería a ir al muelle y confesarle sus sentimientos a la cara, así que decidió no ir, y en el lugar de eso escribirle una carta. Estuvo toda la noche eligiendo los adjetivos y palabras adecuados que pudiesen expresar lo que sentía… La noche siguiente salió de su casa y corrió calle abajo lo más rápido que pudo. Tenía pensado darle la carta, sonreírle y volverse para dejarla sola con la carta ¡Estaba tan nervioso! ¡y tan enamorado! Otra noche que Eva no apareció. Alan estuvo esperándola toda la noche. Finalmente, mirando hacía su mano que sostenía la valiosa carta, y acariciando el sobre tiernamente, se la metió en el bolsillo de su camisa, al lado del corazón. Fue allí noche tras noche, la esperó, sentado inmóvil en el muelle, con la carta, bajo la luz de la luna, las nubes o la lluvia. Eva volvería. Un día de aquellos. Por eso debía esperarla allí cada noche… Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Alan la buscó desesperadamente, gritó su nombre y acudió todas y cada una de las noches al muelle hasta el amanecer, con los ojos rojos y cansados de llorar, y siempre, como siempre, con la declaración de amor en el corazón. Un día a la hora de la cena mencionó a Eva y les preguntó a sus padres si sabían algo de ella. -¿aquella chica que estaba cada noche en el muelle? - Si, esa, ¿sabéis algo de ella? Un largo silencio. Demasiado largo. Y la atmósfera cargada de tensión. -Esa chica se suicidó hace tres meses, Alan. Alan se quedó de piedra. Al principio no se lo creyó. Después salió corriendo y se encerró en su cuarto de un portazo. Las lágrimas le empañaban los ojos y no le dejaban ver con claridad. Pero le daba igual. Lloraba de pena. Y lloraba de rabia. La maldecía. Maldecía a Eva. Nunca le perdonaría haberlo abandonado ¡NUNCA! No se podía imaginar su vida sin ella. Quería morirse. El dolor que sintió no se puede expresar con palabras. Se levantó del duro y frío suelo donde estaba sentado. Se levantó lentamente, como un soldado derrotado que no tiene más fuerzas para seguir luchando. Abrió el armario y observó la negra chupa de cuero que le había dejado aquella noche fría de invierno. No se la había vuelto a poner desde que Eva se la devolvió. La cogió delicadamente mientras no dejaba de derramar lágrimas de dolor. La abrazó…aún olía a Eva. La arrojó con furia al suelo. Entonces vio como un trozo de papel caía de uno de los bolsillos de la chaqueta. Se acercó rápidamente y cogió aquel blanco papel, doblado muy cuidadosamente. Alan lo desdobló y leyó: Querido Alan: Te escribo esta carta porque necesito decirte todo lo que siento. Antes de conocerte mi vida no tenía sentido para mí, estaba muy sola y no me importaba ya nada. Aquel día cuando te acercaste y te sentaste a mi lado llenaste mi vida de luz, te conocí y me enamore de ti. No sabes cuanto te quiero. No te lo puedes imaginar. No te digo todo esto a la cara porque tengo miedo al rechazo, y tal vez, también porque soy algo cobarde. Si lo que siento hacia ti es correspondido, ven mañana al muelle y no faltes. Si es que no vienes, sabré la decisión que has tomado de desaparecer de mi vida. Te quiero. EvaAlan dejo la carta lentamente sobre la cama y anduvo pesadamente hasta la ventana. La suave brisa de la noche le susurraba al oído y recorría su dorada piel hasta enredarse y perderse en su cabello. Dejó escapar una última lágrima de rabia y dolor.
Que caprichoso puede ser el destino para dejar que dos personas que se aman se separen. Que envidioso al no hacer el mínimo esfuerzo por ponerle un final feliz a esta historia. Pero… el destino...destino es, y no tiene reparos en lo que se refiere a los asuntos de amor.
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