Relatos Dreamers

Camina pesadamente con la mirada perdida en el suelo. Arrastra los pies mientras intenta dejar de oír la esquizofrénica tonada de la ciudad. Con el volumen del reproductor casi al máximo, su ensordecedora música preferida martillea sus oídos y le produce un dolor de cabeza que se le antoja el paraíso.

Sin despegar la vista del suelo, con las manos metidas en los bolsillos de sus anchos vaqueros, contiene una vez más las lágrimas. Esas malditas lágrimas que siempre vuelven.

Mira sus zapatillas mientras camina. Están sucias y viejas. Sus pies se van moviendo por inercia todo el tiempo.

Como si llevara puesto un casco de hierro, levanta la cabeza y mira al frente por un instante. Tiene los ojos cargados de negrura y prefiere cerrarlos para no ver, para mecerse a oscuras mientras en el silencio de su estridente música, escucha la misma desgraciada y triste balada de siempre.

Pero el lapso imperceptible para el mundo y eterno para ella, vuelve a no haber ocurrido y se lo guarda junto con las lágrimas que le inundan los ojos sin remedio y que se secan al instante, porque nunca existieron.

El casco de hierro pesa demasiado y vuelve a dejar caer la cabeza y a concentrarse en el costoso movimiento de sus pies, mientras su alma aprisionada grita desgarrada en su insonorizada prisión, que avanza por una de las anónimas calles de su ciudad.

Keirana