Azathoth

Nueva Logia del Tentáculo

Atrás

Henry Armitage


Todo el mundo pasaba por el marco de su ventana. El paisaje marcaba los trazos gruesos del perfil de las iglesias, los campanarios, los brazos tuberculosos de los árboles. Era Sarkomand, la ciudad de los altos muros, donde yacía y languidecía su fuelle de suspiros y nostalgias por el planeta minúsculo de la niñez.

Sentía inútil la existencia de las estrellas, cuando no hay ojos que puedan seguir su rumbo errante. Toda la vida es un espectáculo de un escenario vacío. El hombre pequeño de Sarkomand se ha vuelto redondo y esponjoso, sus sueños son burbujas de jabón irrompible, que llenan todo el marco de la ventana.

En un silencio de oídos zumbantes, en un bullir de la sangre dentro de las venas palpitantes, se abren los pulsos y las sienes. Ruedan canciones moriscas garganta abajo y se caen a sus pies como perros falderos. Se desdibuja la raigambre racial de sus comisuras y arrastra las palabras vestidas de belleza y pena negra.

El viento pasa de largo, porque el mar no quiere morir tierra adentro. La voz apenas vibra sarracena entre los dedos largos y deshilachados de las nubes de azucena. Huelen sus sueños desde la raíz del pelo, atrapados entre las crueldades del hormigón y las vigas de un cosmos artificial, donde no hay luna, ni hierba, ni las cigarras de mil veranos diferentes.

Sigue


 

© 2003