Comienza
el mismo, con un sentimiento de nostalgia por algo perdido hace años, hace
tiempo, quizás mucho tiempo atrás, pero que por mucha historia pasada
y vivida, nunca se llega a olvidar, al contrario, siempre se recuerda, siempre
habrá un lugar en el más recóndito de los rincones de los
propios recuerdos, donde ese espacio ya vivido tendrá su hueco, su individual
dimensión. El ser humano dibujado
por medio de las palabras en su relato, no se siente plenamente dichoso. Considera
que las estrellas y el universo, sin unos ojos que lo contemplen y que lo valoren,
no tiene razón de ser, sino que su existencia, de esta manera, está
vacía, es vaga, inmotivada. Por tanto sus propios sueños, sus propios
deseos son lo único que le sirve, lo único que le hace sentir pleno,
vivo, útil, necesario. Aún
así, aún en ese estado de mero espectador de esa existencia que
transcurre silenciosamente, de puntillas, ese ser humano siente que está
vivo, que su sangre se regenera en su cuerpo y corre vertiginosamente por esas
humanas venas que no son más que tuberías llenas de roja vida, de
vital oxígeno que llena cada uno de los recodos celulares que le hacer
seguir observando la cronología de su propia evolución. Su
refugio es la propia palabra, la individual reflexión verbal que basándose
en experiencias que ha ido adquiriendo, procesando y absorbiendo con delirio,
han ido empapando el corazón de dones íntimos que, elaborados |