SOBRE
LAS BRUJAS Y LOS BRUJOS:
ENFOQUE CIENTÍFICO, TRADICIONAL Y FESTIVO
DEL TEMA
© Joseph Curwen
Ilustraciones de © Virgil Finlay
Parte III
El Sabbat, Aquelarre o la Fiesta de las Brujas y los Brujos.
Siguiendo con este breve estudio comenzado hace algún tiempo sobre ciertas consideraciones, desde diferentes puntos de vista más o menos técnicos, al respecto de las brujas y los brujos, en esta parte del mismo, pasaré a describir en que consiste el llamado Sabbat.
Dicho nombre define la realización de una reunión, celebración o congreso que las brujas y los brujos realizan cuatro veces al año. La finalidad del mismo era la adoración al demonio, gran amo y señor, de todas y de todos los practicantes de la Brujería, a modo de festejo religioso. Para llevarlo a cabo, estos se reunían en un bosque, una montaña o algún caserón abandonado lo suficientemente espacioso para dar cabida a todo el grupo allí congregado. Pero estos lugares de reunión no podían ser cualquiera, no, sino lugares que hubiesen sido, de una u otra manera, testigos de horrendos y macabros acontecimientos, como zonas de ahorcamientos, localización de extrañas ermitas, lugares de descuartizamientos y terribles sacrificios humanos, quema en hogueras, etc.
Para avisar del Sabbat a toda la población de brujos y brujas se utilizaba un chirriante y estridente silbido procedente de alguna demoniaca garganta que hacía las veces de pregonera del propio Satanás. Dicho estremecedor silbido, que era capaz de provocar el estremecimiento más intenso a cualquier ser humano, entraba por la chimenea de cada una de las casas y los hogares donde habitaba algún brujo o alguna bruja, para que, de esta manera, quedasen enterados que el Sabbat estaba próximo y, que cada uno de estos, debía prepararse para la gran celebración que suponía el mismo. Al oír este tétrico silbido descrito anteriormente, se preparaban concienzudamente, cogían los materiales necesarios y se apresuraban a salir de la casa, para una vez todos reunidos en el lugar designado, dar comienzo el particular festejo que tendría la misma duración que la densa oscuridad que la propia y aliada noche marcaba.
Una perversa y malvada bruja antepasada mía, en unos antiquísimos escritos que ella misma realizó utilizando, a modo de roja tinta, espesa sangre humana, y que guardo en mi biblioteca familiar como oro en paño, dice así, al describir el Sabbat:
El anochecer del viernes, en que yo soy convocada para la celebración de la tan esperada fiesta, comienza el mágico ritual. Ante las incesantes llamas del fuego que hace chisporrotear la vetusta chimenea de mi casa, me desnudo completamente ante la única presencia del cálido fuego, que anticipa el calor sexual que, horas después, va a poseer mi alma y mi cuerpo durante gran parte de la noche. Las llamaradas procedentes de la oscura y vieja chimenea, engrandecen mi propia sombra, que se refleja negra como la misma muerte en las viejas y deslucidas paredes que enmarcan mi eternamente revuelta habitación, dando la impresión de que está sumida en el mismo infierno y que la presencia de mi amo y señor, el diablo, va a poseerme brutalmente en un breve y deseado instante, haciéndome sentir placeres indescriptibles para simples mentes mortales.
Cojo una pequeña vasija de arcilla, que contiene un verdoso ungüento preparado días antes y reposado como es de rigor, a base de elementos orgánicos extraídos del mundo de los humanos, de los animales y los vegetales, y me dedico a untarme las muñecas con el mismo, lentamente, muy despacio, cuidando y calculando cada uno de mis digitales y redondos movimientos. Una vez mis delgadas muñecas están totalmente recubiertas del cremoso y verde ungüento, paso a untármelo en la frente, de una parte a otra, y luego en mis finos tobillos. Todo acaba por quedar pegajoso, manos, muñecas, tobillos, pues esta es la correcta textura de esa cremosa y maloliente pasta, que solo una experta y verdadera bruja, sabe como preparar para que sea altamente efectiva y logre aquello para lo que, laboriosamente, se ha realizado.
Una vez realizada y concluida esta primera parte de la operación, tomo entre mis manos otro recipiente, esta vez de viejo cobre, que mis antepasados ya han utilizado durante siglos, y paso a untarme mis blanquísimos pechos, con otro cremoso ungüento anaranjado, que ha permanecido reposando varios días con sus respectivas noches debajo de la cama donde suelo dormitar para conseguir oníricas ensoñaciones en las que entro en contacto con seres tenebrosos de lejanas y truculentas dimensiones donde el maligno reina poderosamente. Reconozco que el olor de esta crema es muy desagradable, aún más que la anterior, pero ese pestilente aroma me evoca esencias que estimulan mis más lascivos deseos. Una vez están mis blancos y, aún turgentes pechos recubiertos del anaranjado ungüento en cuestión, también unto delicadamente mi vientre femenino, que pese a mi avanzada edad aún conserva la tersura que lo caracterizaba en mis ya olvidados años de bella juventud. Una vez llegado a este punto y finalizado este ceremonioso ritual de preparación carnal, me visto adecuadamente para la ceremonia que ya se aproxima, con una larga túnica, negra como un eterno cielo que nunca ha estado bañado con la luz de la luna. En uno de los bolsillos laterales de la larga y negra túnica, introduzco un frasco de cristal alargado cerrado con un tapón también de cristal, conteniendo una pócima realizada a partir de belladona y de acónito. Bajo el efecto de ambos componentes todas las impensables alucinaciones, los más libidinosos deseos, cualquier perverso delirio, son posibles y se tornan reales.
Ahora, sólo resta coger entre mis delgadas manos mi vieja escoba, mi inseparable compañera y, antes que nada, observar con el máximo detalle, que ninguna de sus ya negruzcas pajas esté cruzada ¡no puedo soportar ni una pequeña señal cristiana! Recubro minuciosamente el palo con un especial ungüento, únicamente realizado para conseguir el vuelo. Me la coloco entre las piernas muy suavemente y, sintiendo un gozo indescriptible, inicio un lento y placentero vuelo que me llevará al lugar elegido para esta ansiada reunión, donde poco a poco se irá poblando de brujas y brujos llegados desde diferentes puntos, a la espera de la idolatrada aparición de nuestro amo y señor de los infiernos.
¡Que sensación de auténtico dominio del mundo se siente cuando subida en la escoba se sabe que la redonda luna llena será durante unos momentos nuestro plateado espejo celestial, recortando mi silueta negra y haciéndola visible desde lejanos lugares!
Atravesando lentamente valles, ríos y montañas, pequeños pueblos y aldeas, ya vislumbro desde la altura, semejando una negra lechuza de amarillos ojos, el claro del bosque que los tupidos y sabios árboles, sabedores de nuestras ancestrales ceremonias, nos ofrecen uniéndose entre ellos y convirtiéndose así en silbantes observadores y gigantes testigos y cómplices de nuestras mágicas reuniones. Este año se ha elegido para la celebración del anhelado Sabbat un claro del bosque donde, en tiempos inmemoriales, se produjeron ahorcamientos humanos. Aún se pueden sentir en el ambiente, las convulsiones de los cuerpos como intentando huir de la negra y presente muerte, junto a los ahogados gemidos de mortecinas gargantas que aún conservan un último aliento para maldecir eternamente y por los siglos de los siglos, a todos aquellos y a los descendientes de estos que los han privado de seguir compartiendo más días con los suyos. Estos lugares encierran unas sensaciones especiales, las muerte permanece vívidamente en cada partícula del aire que aquí se respira, en cada una de las hojas de los árboles que fueron testigos de aquellas acciones, en la tierra que pisaron los ahorcados antes de morir y en las piedras que golpearon en su último caminar.
Ya hay gente esperando, sí, y se pueden oír las voces como un pregón que nos va avisando del festejo que se aproxima. De todos los puntos cardinales se ven llegar más y más oscuras sombras que a medida que se acercan van convirtiéndose en seres tangibles. Son hombres y mujeres, igual que nosotros, que desean participar esta noche de la diabólica reunión.
De pronto, el silencio se hace patente y, por fin, da comienzo el ritual, realizando entre todos los allí presentes, una solemne invocación, pronunciando guturales y rítmicas palabras monocordes que se repiten una y otra vez cual maza que, sin remisión, te va taladrando el cerebro produciendo mil y una indescriptibles sensaciones con el único pero potente medio que es la palabra humana. En un momento dado, y entre el verbal e infernal ritmo al que se han ido uniendo todos y cada uno de los presentes, un demonio de gran rango enviado por el mismo Satanás, poseedor de un maravilloso aspecto híbrido entre hombre y chivo negro, hace su aparición rodeado de varios demonios de menor importancia jerárquicamente hablando.
Estando todos los brujos y las brujas colocados formando un enorme círculo, el híbrido demonio se coloca en el centro del círculo rodeado de los otros diablos que forman su infernal séquito. Emitiendo unos estridentes gruñidos y fijando sus ojos, rojos como una llama, en todos y cada uno de los asistentes, ordena que comience la tan esperada fiesta. En ese momento todos empezamos a cantar con el único acompañamiento de disonantes, tormentosos y monótonos sonidos, realizados golpeando piedras con piedras, huesos contra huesos, cráneos contra cráneos, formando así toda una macabra orquesta en un escenario, solamente iluminado por las llamas de unas largas antorchas y el misterioso reflejo de la luz de la luna, creando dicha luminosidad, un ambiente realmente tenebroso y sobrecogedor. Todo en honor del maestro de ceremonias, el enviado de Satanás, todo se hace por él y para él, para su gozo, su delirio, su deseo, su soberbia, su lujuria.
Comienzan entonces los sacrificios, primero serán los animales y posteriormente, como no, también de seres humanos. Así, de esta manera, comienza el banquete cuyo menú está formado por las propias víctimas sacrificadas, por algunos alimentos de sabores deliciosos, por una serie de carnes putrefactas y por inmundas osamentas. Hay viandas para todos los gustos, también los brujos tenemos nuestro paladar, nuestros propios gustos y preferencias. El único requisito es que ningún alimento contenga sal. La sal es opuesta al azufre que, junto al fuego, son símbolos del infierno. Para postre, entre otras cosas, deliciosos rábanos negros.
Una vez los estómagos están repletos y satisfechos de tan variadas y estupendas viandas, todos, por riguroso turno, comenzamos a contar y relatar las más perversas hazañas realizadas desde el último Sabbat. Es como una perversa confesión pública en la que se exige una explicación lo más detallada posible de los asuntos más macabros que se han realizado. Con una gran ovación conjunta, se van premiando aquellas hazañas más abominables, engrandeciendo al brujo o a la bruja en cuestión y, generando la envidia y admiración de todos los demás allí presentes.
Una vez concluidas toda la serie de horrendas confesiones, comienzan las diferentes danzas rituales. Generalmente consisten en formar un gran círculo alrededor de una gran hoguera infernal, a la que todos los asistentes se ponen de espaldas. Iluminados por las rojas llamas, algunos de los brujos comienzan a transformarse en pequeños animales, como gatos, liebres, cuervos, lechuzas, que comienzan a saltar y volar al ritmo de la danzas, siguiendo el baile con el resto de brujos y brujas que aún conservan su forma humana.
Los demonios íncubos y los súcubos, que forman parte del séquito del gran diablo enviado por Satanás, de repente siguiendo una señal del amo y señor, comienzan a acariciar lascivamente los cuerpos de los posesos acabando por realizar todo tipo de técnicas sexuales imaginables. Las brujas comienzan, entre terribles gemidos, a besar, lamer, acariciar, al híbrido chivo negro de ojos rojos como el fuego infernal, gritando lujuriosamente, convirtiendo las anteriores danzas en una orgía indescriptible de carnales placeres inmensos. Al cabo de unos momentos, todos los asistentes al Sabbat están sumidos en una indescriptible orgía en la que no existe norma alguna y sólo el placer sexual es, junto al enviado de Satanás, el rey del momento.
Lujuriosos gemidos e infinitas convulsiones orgásmicas es lo único que interesa y que ahora se desea. La entrega es total, el placer la única razón que en este instante nos mueve, nos dirige, nos embarga.Después de habernos entregado a los placeres carnales, y una vez los sentidos más relajados, antes de dar por finalizado en Sabbat, el demonio recuerda a sus adoradores y adoradoras, todos los deberes y las obligaciones a que estamos sometidos y tenemos que cumplir, para ir en contra del bien, así como la fidelidad que debemos a Satanás y el permanente mal al que estamos obligados de por vida. Dicho esto y dejándolo todo más que claro, después de emitir un intenso y ensordecedor gruñido incapaz de ser reproducido por ninguna otra garganta, el demonio enviado por el propio Satanás desaparece misteriosamente, de la misma manera en que previamente había aparecido, junto a todo el séquito de demonios. Pero, ahora, dejando en el ambiente un desagradable a la vez que atrayente olor y, en la oscura tierra, un gran rastro de roja sangre infernal que todos deseamos poseer y nos restregamos por nuestros cuerpos todavía completamente desnudos.
La enorme hoguera se extinguirá sola, muy despacio, muy lentamente, como entristecida por la finalización del tenebroso festejo nocturno al que ha estado iluminando. La oscuridad total volverá a cubrirlo todo, incluso la luna llena se ocultará tras una gran negra nube. El Sabbat ha terminado. Ahora resta esperar el próximo aviso, el próximo pregón, la próxima reunión.
Aunque todavía voy volando en mi escoba camino a mi casa, continúo sintiendo y rememorando todas aquellos sentimientos y emociones que durante la noche me han poseído intensamente. Ahora pensaré en el próximo Sabbat, iré preparando los diferentes ungüentos y pócimas y, pensaré en ese demonio, mitad hombre, mitad chivo, que esta noche tantos instintos me ha despertado, tantas sensaciones me ha provocado y tan buenos momentos me ha hecho pasar. Bueno, y yo a él, que él también ha disfrutado lo suyo ¡Vamos! ¡No lo sabré yo! Mientras con una de mis delgadas manos sujeto el palo de mi voladora escoba, con la otra mano voy saludando a los brujos y las brujas que, al igual que yo, se dirigen a sus diferentes moradas. ¡Hasta muy pronto! ¡Qué la negra noche nos cubra por siempre! ¡Qué la tierra se abra y los moradores de sus profundas entrañas escupan infernales maldiciones! ¡Hasta muy pronto!
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