When the Sun Goes Back
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III. Sir Joseph Bannock
Sir Joseph Bannock llegó al Nuevo Mundo en 1607 a bordo del Susan Constant junto a los primeros colonos, fundadores de Jamestowne. Trajo consigo a su mujer [3], algunos criados y un puñado de "seguidores". Venía de una vieja familia aristocrática de Hertfordshire y decían que había huido de Inglaterra a causa de la persecución que su filiación a un culto impío, su afición a las ciencias ocultas y sus blasfemos trabajos de investigación habían suscitado. Aunque hay quienes afirmaban que en realidad había venido a las Indias Occidentales en busca de algo preciso.Sus investigaciones causaban pues gran polémica y se decía que Sir Joseph Bannock estaba obsesionado por la existencia de una raza civilizada, que habría vivido mucho antes de la llegada del Hombre. En el marco de estos mismos estudios habría emprendido algunos viajes al regreso de los cuales, los trofeos y relatos que traía consigo eran causa de tanta o más conmoción que sus propios estudios.
Se habla de un viaje que hizo al oeste de Irlanda con el fin de buscar ciertos túneles ignorados bajo la antiquísima fortaleza de Dun Ængus, en las islas de Arán, y que conducirían a las ruinas de una ciudad prehumana, sobre la cual habría sido edificada la fortaleza misma.
Se dice también de un viaje similar en la provincia de Capadocia en tierras otomanas, donde habría empleado su tiempo en explorar un sinfín de habitaciones trogloditas talladas en la roca que debían de conectar con galerías secretas que bajaban a profundidades pavorosas.
Pero su viaje al interior de las tierras del golfo de Guinea fue el que mayor escándalo provocó y el que terminó de deteriorar su reputación en Inglaterra. En 1603 regresa despues de su viaje al continente africano acompañado de un aborigen cargado de años y que en su tribu cumplía la función de hechicero. Trajo también otros tres individuos de la misma tribu entre los cuales estaba la hija del viejo hechicero, joven moza de unos veinte años con la cual Sir Bannock se casó un año mas tarde.
No hace falta decir que tal matrimonio no fue muy bien visto por la sociedad de la época y no obstante, no fue eso lo que produjo la ira de sus compatriotas. Apenas reinstalado en la residencia familiar de South Oxhey montó una sociedad esotérica que giraba en torno a un culto impío y totalmente extraño. Tan extraño que ni siquiera podía calificarse de pagano. Sus preceptos, creencias y ritos no hallaban equivalentes ni en la mitología clásica ni en la de ningún pueblo observado en los entonces dos últimos siglos de exploración. El hechicero y su hija jugaban un rol preponderante en la logia.
El carácter blasfemo de las reuniones de la cofradía de Bannock no tardaron en irritar al clérigo y a la población local y comenzaron a acusarles de ciertas desapariciones en ciertas épocas del año (fin de junio y de diciembre, más precisamente). La siniestra reputación de la cofradía no tardó en traspasar los límites del condado y hay quien dice que en 1605 el propio arzobispo de Canterbury escribió una epístola al rey James I, pidiendo que intervenga en el asunto.
Los miembros de su congregación comenzaron a ser víctimas de persecuciones por miembros de todas las clases sociales. Sus propiedades eran incendiadas, sus bienes confiscados y muchos de ellos terminaron en manos de la justicia tanto oficial como popular.
Antes que su turno llegase, Sir J. Bannock reunió toda su fortuna, su familia, servidores y los pocos cofrades que sobrevivieron a las persecuciones y, en 1606, se embarcó en Plymouth rumbo a las Américas.
No ha de creerse que la persecución fue la única causa de su éxodo. Antes que esta comenzase, ya hablaba de trasladarse al Nuevo Mundo donde debían de encontrarse las ruinas de una ciudad fabulosa donde yacía la tumba de una suerte de antigua y monstruosa divinidad.
Durante sus primeros años en la recién fundada Jamestown (o Jamestowne según ortografía de la época) mantuvo callada la actividad de su logia y no causó molestia alguna a sus conciudadanos, quienes por su lado callaron sus opiniones respecto al carácter "interétnico" de su matrimonio.
También prefirieron no pronunciarse acerca de la amistad que había establecido con una tribu indígena degenerada y aborrecida de las otras tribus, que venía del oeste una vez al año para hacer comercio con la colonia.
En enero de 1608 nace su primer hijo cuyo nombre nadie recuerda.
Pero con la llegada de nuevos barcos cargados de colonos, llegaban también adeptos a su culto y en 1613 formaban ya una comunidad de relativa importancia, a pesar de los períodos de hambruna y los ataques de los indios que reducían constantemente la población de la colonia. Aunque la pequeña comunidad se mantuvo discreta, su carácter cerrado y su tendencia a aislarse y vivir en una suerte de autarquía comenzaron a despertar sospechas.
Vino entonces el año 1614, cuando al despertar de un sueño que él calificó de profético, Sir Joseph Bannock partió solo en un viaje de exploración hacia el oeste cuyo objeto mantuvo en secreto.
Nadie mas oyó hablar de él hasta la Candelaria de 1616 cuando hizo su aparición triunfal en las puertas de Jamestown anunciando a los suyos el hallazgo las ruinas de la ciudad antediluviana que buscaba desde hacia años. Por todos lados clamaba el hallazgo de lo que el llamaba "la ciudad hermana" de aquellas que pretendía haber descubierto las islas de Arán, en Capadocia y en África.
El regreso de Sir Bannock decepcionó sobremanera a la población de Jamestown que sin duda esperaba que hubiera muerto. Pero la decepción fue pasajera cuando supieron que esa misma primavera él y su comunidad dejarían la ciudad para ir a instalarse del lado de las ruinas que pretendía haber descubierto.
Fue asombroso ver con que rapidez la pequeña comunidad terminó sus preparativos para el éxodo, como si fuese algo que habían estado esperando durante largo tiempo.
Mientras tanto, Sir Joseph Bannock había enviado varias misivas en los barcos que iban y venían de la metrópolis, sin duda para anunciar a los cuatro vientos su fabuloso hallazgo.
Era el domingo de ramos de 1616 y las buenas gentes de Jamestowne se aprestaban a celebrar la misa, cuando Sir Joseph Bannock hizo irrupción en la Iglesia, avanzó con cierta insolencia hacia el altar y tras dirigir su mirada hacia la congregación tomó la palabra diciendo que había por fin llegado para él y los suyos el momento de marcharse allí donde podrían practicar libremente el culto del cual eran depositarios. Este culto - afirmó- era de una gran antigüedad, anterior a todo dogma humano. Y luego pronunció aquella frase tan incomprensible:
Nuestro culto remonta a los tiempos en que el Nuevo y el Viejo mundo no eran más que uno.
Dicho esto se retiró del granero que hacía el papel de templo antes que los congregados tuviesen tiempo de reaccionar y dejó la ciudad con su familia y sus seguidores. Sir Joseph Bannock tenía entonces 43 años.
Fue con euforia que los 400 habitantes de Jamestown contemplaron aquel día partir hacia tierras desconocidas a aquella aborrecida comitiva compuesta de unas 40 personas, con el arduo deseo de nunca más volver a verlos, y bien decididos a que el nombre de Bannock jamás apareciese en los anales de la colonia.
Varios años pasaron sin que Jamestown tuviera noticias de ellos, pero en cambio vieron llegar barcos repletos de inmigrantes que tomaban la misma ruta que la congregación Bannock había seguido en aquella primavera de 1616. Estos colonos de siniestra reputación fletaban navíos enteros y parecían pertenecer a cultos y logias misteriosos.
Aunque la mayoría provenía de Europa, se registraron también barcos provenientes del imperio otomano y de África.
Los inmigrantes europeos venían principalmente de Inglaterra, Irlanda y Gales. Pero también se habla de barcos provenientes de la Liga Hanseática transportando a bordo miembros de una rama degenerada de los Rosacruces. Vinieron también barcos de Francia, trayendo consigo miembros de extrañas cofradías pseudo-templarias y pseudo-catares. Del reino de España llagó un gran número de hidalgos, cofrades de una orden de caballería de la cual las nobles órdenes de Santiago y de Calatrava se declaraban sus enemigos jurados. Tampoco faltaron representantes de los reinos de Nápoles, Toscana y Venecia y alguno que otro proveniente de lejanas tierras eslavas.
De las tierras otomanas vinieron gentes de Capadocia, Trebizonda, Antioquia y Líbano, vistiendo con exóticos y vistosos atavíos de gran belleza y misteriosos individuos encapuchados de Bosnia miembros de una presunta logia bogomil.
Por fin, se dice que al menos dos navíos negreros habrían abordado la bahía de Chesapeake con negros provenientes de Guinea y Senegal, con destino al lugar donde Sir Joseph Bannock se había instalado.
El número de inmigrantes que llegaron en aquellos años con el fin de unirse a la comunidad de Sir Joseph Bannock rivalizaba con el de cualquier otra colonia y, en medio de todo este deambular, el mundo exterior por así decirlo comenzó a tener noticias sobre lo que había advenido Sir Joseph Bannock y los suyos.Tras abandonar Jamestown y luego de un penoso viaje de casi dos meses, se habían instalado en un valle de la cadena montañosa del oeste, situado este en una especie de No Man's Land, entre el territorio de la ya citada tribu aborrecida de las otras naciones pieles roja, y el territorio de caza de la confederación iroquesa. Allí habían pues fundado una ciudad que bautizaron, inevitablemente, Bannocksville.
Por fin, en el año 1628, la aislada Bannocksville entró en contacto con el resto del mundo, al enviar una impresionante carga de tabaco a Jamestown con el fin de expedirla al viejo mundo.
Para ello fue necesario fletar tres navíos completos lo cual atrajo además la atención de la corona sobre la hasta entonces ignorada colonia, debido al importante cantidad de ingresos que representaría semejante producción de tabaco. Y quien dice ingresos, dice también impuestos.
Bannocksville no solo siguió exportando tabaco si no que además empezó a exportar madera, pieles e incluso piedras preciosas. Sin perder más tiempo, la corona se decidió a enviar un representante.
En 1630 llega pues a Bannocksville Sir Rodham West, la primera y una de las raras personas del exterior que vería la entonces ya mítica ciudad. La misión que la corona le había confiado era la de inspeccionar la construcción, la ubicación y la disposición de la ciudad, inquirir sobre sus instituciones, sobre sus habitantes así como sobre su estado de salud y sus condiciones de vida, sobre la actividad económica y los ingresos de la ciudad. Pero, ante todo, era cuestión de asegurarse que todos sus habitantes juren fidelidad al rey de Inglaterra y de establecer las pautas para la recaudación de impuestos.
Sir Rodham West se encontró con una próspera ciudad de más de 2500 habitantes dotada de todas las instituciones necesarias para su buen funcionamiento: Municipalidad, cámara de comercio, banco, hospital, cuerpo policial, escuela, biblioteca, teatro e incluso una milicia permanente de 170 hombres bien entrenados y bien equipados. Nada tenía que envidiar a Jamestowne, Plymouth ni a la Nueva Ámsterdam.
Ésta se ubicaba en el fondo de un valle que emergía de entre montes boscosos. Bannocksville ocupaba los contrafuertes noroccidentales del valle, al pié de una montaña mas o menos imponente que se elevaba al oeste. Hacia el norte de la ciudad, se extendía una zona de lomas y colinas bajas cubiertas de bosque. Hacia el este y hacia el sur había amplias plantaciones de tabaco, maíz, avena y patatas. Un poco más lejos, hacia el sur, había amplios pastizales aprovechados para la ganadería.
La ciudad había sido edificada según el trazado típico de las ciudades del nuevo mundo, es decir con calles rectilíneas que se interceptan entre sí en ángulo recto. Estaba provista de una plaza central alrededor de la cual se hallaban el ayuntamiento, la plaza del mercado, la cámara de comercio y lo que sus habitantes llamaban "el Templo".
Las viviendas eran semejantes en estilo a las de Jamestown. En cuanto a Sir Bannock, fundador de la ciudad y gobernador de oficio, había establecido vivienda a menos de una milla al noroeste de la ciudad, en una zona más o menos plana incrustada entre la montaña que se alzaba al oeste y las lomas boscosas del norte. Su residencia era una lujosa y confortable mansión construida según el típico estilo señorial de la época de Elizabeth I.
En lo que refiere a la población, Sir Rodham West habla de una comunidad increíblemente cosmopólita, donde podían oírse toda clase de lenguas y apreciarse los usos y costumbres mas variados. Pero su primera buena impresión no tardó en desvanecerse cuando descubrió el verdadero rostro de la ciudad. Pronto constató que entre las viviendas coloniales se alzaban imponentes bloques de piedra, vestigios sin duda de una antigua ciudad, a los cuales sus habitantes dedicaban esmerados esfuerzos por preservarlas y parecían venerarlos como reliquias sagradas.
Algunos de estos vestigios conservaban aún pinturas y bajorrelieves representando escenas y criaturas que, según el propio informe de R. West deberían de hacer vomitar a todo cristiano digno de ese nombre.
El carácter hostil y cerrado de la población, la desconfianza y desprecio que le manifestaban a él y al mundo exterior también impresionaron mucho a Sir R. West.
Pero mucho más le impresionó la naturaleza del culto al cual eran adeptos. Lo que ellos llamaban "el Templo" en nada parecía a una iglesia. Se trataba de una extravagante construcción cuadrangular de unas 120 yardas de perímetro y 30 pies de alto, con cuatro torres cónicas de unos sesenta pies de altura en sus ángulos, y decorado en su fachada exterior con extraños motivos e incomprensibles símbolos.
Había además una profusión de cofradías misteriosas que celebraban reuniones todas las noches. Cuando no era en el mismo "Templo", era en sus respectivas sedes.
Una vez terminada su misión, Sir Bryan Rodham West partió inmediatamente de allí y no sin cierta repugnancia ante la idea de haber integrado semejante comunidad a la corona.
Otras visitas oficiales sucedieron a la primera y con ellas extraños rumores volvieron a circular. Pero Sir Joseph Bannock y sus seguidores eran una comunidad prácticamente aislada y, mientras estuvieran lejos, nada de lo que pudiera decirse acerca de ellos preocupaba ya a los colonos.
Todo estuvo en orden hasta 1642. Exploradores, mercaderes y cazadores que venían del oeste comenzaron a hablar de una extraña agitación entre las tribus indígenas y hay quienes afirmaban que Bannocksville tenía algo que ver en el asunto. Casi al mismo tiempo regresó de su visita anual a Bannocksville la delegación enviada por el gobernador de la Provincia Real de Virginia. Según informaron los mandatarios, la ciudad se hallaba en plena efervescencia a su llegada y aunque nadie quiso explicarles los motivos de tal euforia, creían haber entendido que la ciudad se preparaba para festejar un importante acontecimiento.
Por lo que parece, se había descubierto no lejos de la residencia Bannock algo así como una antiquísima tumba, enterrada al pie de la montaña. Los trabajos de excavación iban a concluir pronto y esperaban poder abrirla a fines de diciembre. Su apertura se celebraría dignamente con un ceremonial sin precedentes, al cual sería también invitada la tribu con la cual Sir Bannock había concluido pacto desde su llegada al nuevo mundo.
Las festividades tendrían lugar en una loma al norte de la ciudad, donde se estaba edificando un monumento conmemorativo.
Las mentes agudas no tardaron en asociar la agitación india y los sucesos recientes de Bannocksville, dos hechos aislados en apariencia.
Poco tiempo después llegaron noticias del interior de las tierras informando que la agitación no había hecho más que empeorar. Varias tribus se habían aliado y parecían estar preparando un ataque de gran envergadura a un "establecimiento de hombres blancos". Los informadores no sabían con certeza de que establecimiento se trataba pero afirmaban que ni Jamestown ni ninguna colonia al este de los Apalaches estaba amenazada.
Para los que seguían el asunto de cerca, solo podía tratarse de Bannocksville y de sus malditos secretos. El gobernador Berkeley se precipitó a constituir un cuerpo diplomático para parlamentar con los indios y convencerlos de no llevar a cabo tal acción belicosa, pero ya era demasiado tarde. Cuando por fin los dignatarios se entrevistaron con principales jefes de la alianza, Bannocksville ya había sido borrada de la faz de la tierra.
A principios del mes de diciembre la confederación iroquesa (constituida por las tribus Mohawk, Onondaga, Cayuga, Oneida, Seneca y Tuscaroras) junto a sus aliados los Cherookees, los Tutelo y los Nanyssan habían arrasado con la ciudad maldita y la tribu sin nombre, en una razzia sin precedentes. Aún hoy me pregunto como habrán reaccionado los habitantes de Bannocksville al ver semejante marea humana lanzarse sobre ellos.
La cuidad fue completamente destruida y la población exterminada. Solo un puñado de cautivos sobrevivió, entre los cuales contaba el hijo mayor de Sir Joseph Bannock. En cuanto Joseph Bannock, pereció en el ataque, a la edad de 70 años.
Los principales jefes de la coalición enseñaron a la delegación enviada por Berkely los restos de la extinta ciudad y, en presencia de ellos, interrogaron a sus cautivos. Jamás se dio a conocer al público lo que vieron en aquellas ruinas, ni lo que oyeron de boca de los prisioneros, pero la cuestión es que el gobierno colonial decidió cerrar ahí el asunto y no formular ninguna protesta ni emprender represalia alguna.
Los dignatarios ingleses se contentaron con recuperar, tras una breve negociación, los prisioneros británicos únicamente y, con ellos, el hijo de Joseph Bannock. A pesar de ser mestizo, fue considerado como sujeto de su majetad Charles I, en virtud del derecho de sangre por parte paterna.
Nadie recuerda cual era su nombre pero se sabe que fue rebautizado Jebbediah cuando fue vendido como esclavo en Jamestown. Sus descendientes fueron vendidos a los primeros colonos de Carolina del Norte en 1663.
Dicen que cuando el gobernador Berkely oyó lo que sus enviados habían aprendido acerca de Bannocksville y sus sectarios habitantes se horrorizó sobremanera y que, desde aquel día le tomó una desconfianza casi paranoica a todo grupo social de carácter cerrado.
Hay quienes van hasta afirmar que aquello habría motivado la persecución que decretaría en 1643, un año más tarde, contra los Quakers.Luego de aquel episodio nadie más volvió a pronunciar el nombre de Bannocksville y todos los documentos referentes a ella desaparecieron. Bastó con una generación para que la temida ciudad fuese olvidada para siempre en el territorio de las trece colonias iniciales. Pero no ocurriría lo mismo en los territorios al oeste de los Apalaches.
Bannocksville dejó de existir durante más de un siglo hasta que tuvo lugar la guerra contra los franceses y los indios. Tras la rendición de París, la Lousiana Oriental fue cedida a Inglaterra y entonces comenzó la colonización paulatina de las tierras entre los Apalaches y el río Mississippi.
Una vez que las exploraciones de Daniel Boone abrieron el territorio de Kentucky a los colonos las rutas del oeste comenzaron a multiplicarse y atravesar los Apalaches en los puntos más diversos de su extensión entre ellos, el emplazamiento de la muerta Bannocksville.
Es así como las viejas leyendas asociadas a la siniestra colonia renacieron y comenzaron a expandirse entre los Apalaches y el Mississippi, donde sobrevive hasta hoy. Sobre todo en los estados de Tennessee y de Kentucky, puesto que varias pistas que conducían a dichos estados pasaban por allí.
El señor Huntington había aprendido la leyenda de Bannocksville de boca de su padre. Su padre la oyó por primera vez en Nueva Orleáns de la boca del cuerpo de cazadores de Kentucky, cuando sirvió bajo las órdenes del general Jackson durante le guerra de 1812-1814.
Luego de la cena me invitó a tomar una taza de café en la biblioteca. Allí me mostró un libro rarísimo cuyo autor no era otro que Sir Joseph Bannock en persona, y que había comprado a un anticuario de Boston. La obra, intitulada Edades sombrías: historia no oficial de nuestro mundo, había sido publicada en secreto en 1606, e impresa en la imprenta de uno de los miembros de su logia. En la portada del volumen había un grabado con la efigie del autor.
Al día siguiente nos despedimos de nuestro anfitrión y continuamos nuestra ruta. La macabra historia que habíamos oído en la víspera trabajaría sin duda nuestras mentes a lo largo de todo el camino.
Cuando llegamos a la naciente del Tennessee remontamos el Powell, conforme a las indicaciones proporcionadas por Tobby, y entramos en una zona boscosa y densa.NOTAS
[3] La única mujer que viajó en aquel convoy, constituido por tres navíos.