-
Conozco a alguien así, como la que el señor busca - dijo el vejete
con boca de pasa de uva que estaba sentado en la mecedora de caña, hamacándose
con mesura calculada. No le veía mucho del rostro porque se lo cubría
un sombrero pirí (1) de alas anchas que
lucía una cinta muy deslavada con los colores de la bandera paraguaya.
- ¿En serio? Hace mucho que ando buscando y no hay quien me haya dicho
eso. Ni tan siquiera admiten que exista - le dije, con la desilusión pintada
en mi mente y disimulada en mi rostro; y con un tono indiferente en el que lo
que abundaba era la incredulidad.
- Vos no queré cre'é, che
karaí, (2) pero aunque no creá, conozco
- repitió el vejestorio, sin levantar ni mover la cabeza; tan sólo
un trémulo agitar de sus rechupados labios.
- ¿Y qué
sabe si le creo o no? Mejor me cuenta y después vemos - le contesté
con la misma desconfianza que antes.
- Contá cuento no es pa' mí,
che karaí. Tengo la lengua entreverada y la memoria olvidada, ahí,
por los rincones. Lo que puedo hacé es ievarte donde vive. Eso, puedo hacé,
si vó queré - se limitó a responderme al vaivén de
la mecedora. Alrededor de él se desplazaban unas gallinas algo desplumadas,
de cacareo vacuo y afónico y andar beodo. Un lacónico perro negro,
más sucio que un tacho de basura, dormía desde mi llegada echado
debajo de la silla, al punto de preguntarme cuando lo apretaría y cuál
sería la reacción del pulguiento animal. Me divertí imaginando
el respingo que daría el viejo cuando el bicho ladrara.
- No te preocupé,
vó che karaí. Fidel le tiene medida las patas a esta silla. Hace
años que siestea (3) ahí como lo
vé - dijo de repente el personaje, haciéndome pegar el respingo
a mí.
- ¿Cómo?
- El perro, chelseñor, (4)
el perro. Hace tanto tiempo que duerme ahí abajo que no hay ni chance de
que lo pise la silla - comentó con tranquila naturalidad.
- Ah...,
pero, dígame, ¿cómo supo lo que pensaba? - atiné a
expresar con un dejo de enorme sorpresa.
- Aaahhh..., daría cualquier
cosa por saberlo, ¿no? - se limitó a decirme con tono socarrón.
- Bueno, la verdad es que no todos los días ocurre algo así, ¿no
es verdad, señor...?
- Jaime, me bautizaron - contestó con parquedad.
- Lo siento, no quise molestarle con... mis pensamientos - aclaré para
disculparme, porque percibía que ese hombre no era una persona común.
- Está bien, che karaí. Usted no es de por acá, ni de Asunción,
¿no? Con esa pinta de kurepí (5)
a quién va a engañar, ja ja ja - carraspeó el viejo, cuyas
huesudas y venosas manos se sacudieron por primera vez bajo su cascada risa burlona.
- No, soy de Buenos Aires. Argentina, ¿conoce? - abundé en datos
por si acaso, porque este hombre difícilmente haya ido a la escuela.
- Claro que no fui a la escuela. Acá no hay de eso, kurepí. Sólo
monte... y personas como las que usted busca. Y,... dígame, ¿para
qué la requiere a la Esefonia? - terminó preguntando el sujeto.
- ¿Cómo lo hace, por Dios? - no pude reprimir el interrogante que
estaba carcomiendo mis entrañas.
- No me contestó, che karaí
- dijo con un poco de brusquedad. El olor a jungla me llegó como una exhalación
calurosa, un abrazo aéreo de brazos asfixiantes.
- Soy antropólogo
y estoy estudiando el payé (6) - respondí
sin dudarlo. Para qué iba a mentirle a una persona que lee lo que uno piensa.
- ¿Antrodequé? Santa Virgen, mira na (7)
un poco el oficio. Ió los antros que supe conocer eran de putas,... ¿Y
estudia el payé? ¿Usté? ¿Pa' qué? No podría
tenerlo nunca..., no se le ve el don - exclamó con voz divertida. La tonalidad
de la tarde viraba hacia los colores tornasolados del atardecer y las primeras
sombras densas comenzaron a adueñarse del entorno. El calor parecía
no tener intenciones de sosegarse. El zumbido de los letales mosquitos empezó
a inundar el aire y las sombras renegridas de las temibles uras (8)
revoloteaban entre los árboles, acercándose peligrosamente al lugar
donde estábamos. Su orín deja ciego a un hombre, para siempre.
- No quiero ser payecero (9). Solamente saber algunas
cosas para mi tesis - agregué con la esperanza en la voz y el temor a las
uras en los ojos.
- ¿Su qué? Dígame, ¿no hablá
guaraní, vó señor? - me preguntó con premura en la
suya.
- No. No mucho - confesé con amargura. La verdad que dedicar
mi tesis a la magia guaraní y no saber la lengua era una contradicción
impensable para cualquier científico que se preciara de tal. Pero mis intentos
por aprender tan dulce lenguaje fracasaron ni bien empezados. No daba pie con
bola y cuando escuchaba las charlas de los paraguayos me parecía oír
voces de extraterrestres.
- Y bué, ¡qué le vámo
a hacer!. Eso no es bueno pa' lo que quiere hacer, che karaí. No va a entender
ni jota - dijo muy seriamente. Una voz de mujer llegó desde la distancia
gritando algo en guaraní, como si estuviera llamando a un mitaí
(10); su grito rebotó en la vacuidad de
la prieta maleza del monte, ahora cubierta de un denso velo de nocturnidad casi
impenetrable. Y el vejete ni se movía para prender una vela. Será
por los mosquitos, vaya uno a saber, me dije.
- Pero usted podría
ayudarme, traducirme lo que Doña Esefonia tenga que decir -
- ¿Doña?
¿D´ánde (11) sacaste vó
que es una mujer? Una diabla es... -
- ¿Diabla? Creí que hablaba
de una mujer -
- Una mujer diabla, te digo -
- Ah. ¿Bruja?
- Payecera. Mal payé, payé vai (12)
. No, no te voy a acompañar, che karaí. No quiero daño por
mí -
- Vamos, don Jaime, si usted ya la conoce, qué le va a
hacer a usted -
- Yyy,... no sé. Nunca se sabe con una mujer diabla
-
- Usted lee lo que pienso, don Jaime, ¿cómo no va a darse
cuenta si quiere hacerle daño? -
- No veo por su cabeza como veo por
la tuya, che karaí, la Esefonia es poderosa - remarcó la última
palabra de tal manera que no pude dejar de sentir un escalofrío por la
espalda y el recorrer de miles de patas de insectos por sobre toda mi piel erizada.
- ¿Sentiste su payé, che caraí? Ni nombrarla que ya está
sobre vó.
- Vamos, soy yo mismo nomás, que se me pararon los
pelos del cuerpo... -
- ¡Ah, entonces sí sentiste! ¿Viste,
patrón? No es joda esto... -
- Vamos, don Jaime, no se haga rogar.
Le pagaré bien. En dólares -
- ¿Dólare? ¿Qué
é´eso? Otra cosa de Mandinga (13),
seguro´é... -
- No, don Jaime, es dinero, plata -
- ¿Plata?
¿D´ande picó (11)? No me vengás
con macanas a mí. De qué plata me vas a dar vó, kurepí.
Te estoy diciendo que es una mujer diabla y me vení con plata... ¡Plata
yvyguy recá (14) debe ser, caracho! -
- Bueno, no sé, no se ofenda, don Jaime, yo por decirle que quiero ayudarle,
también... -
- ¡¿Ayudarme, vó?! Vo´queré
que me maten, cheraá (15)... -
- Nooo,...
¿cómo dice eso? ¿Tan así es?
- Y vaya con la pregunta...
No entendé vó..., y mira na que sos... antro... ja ja ja, no me
vái' a salir ni en pedo...
- ... - miré nervioso para todas
partes tratando de evitar su broma pesada. Sus maneras ya me estaban exasperando
un poco y el no saber si finalmente lograría mi objetivo me ponía
más tenso todavía. Mordiéndome los labios le dije;
-
Mire, don Jaime, vamos a hablar en serio -
- ¿En serio?
- Quiero
que me lleve con la Esefonia, sea quien sea y haga lo que haga. Nada puede pasarnos
si vamos en paz y con verdadero interés por ella. No vengo a que me haga
payecero ni mucho menos.
- Si vámo en pas, decís, che karaí...,
mira na que sos púa (16) vó, je
je je... Tá bien. Te voy a llevá con ella, kurepí, pero tan
luego no digá que no te avisé.
*****
No sé cómo mierda me metí en esto. Hace tres días
que camino en círculos y todo me da igual. Ya no tengo fuerzas de llegar
a ninguna parte. Siempre, siempre vuelvo a ella. ¡La Diabla Esefonia! Tendría
que haberle escuchado al viejo ese,... a Jaime, que vaya Dios a saber en dónde
se encuentra ahora, pero seguro que no es vivo ni en esta Tierra. ¡Carajo!
¡Tengo que seguir adelante! Hasta salir de esta selva,...
¡Esefoooniiiaaa!
¡Eseeefooo...niiiaaa! ¡Dejáme ir, maldita seas! ¡Dejáme
libreee!...
*****
- El silencio de la jungla profunda es aterrador para quien lo conoce,... y mucho
más para quien recién lo conoce. Ni que hablar de aquellos que no
saben acerca de las cosas sobrenaturales que la Naturaleza esconde en esos rincones
nunca hollados por pies humanos, pero sí por otros pies y otros seres.
Y, ¿quién puede buscar y encontrar a alguien que ha sido, primero
tragado y, luego, enloquecido por la "fiebre de la jungla"? Esa persona
ya no pertenece a este mundo, ya nada puede hacerse, ¿sabe? Quien se apasiona
por ella, ya no vuelve más. Por lo menos, de los casos que he conocido
personalmente, ninguno lo hizo. Y creo con bastante razón que ninguno lo
hará jamás.
-
¿Tan seguro está, Pereyra?
-
Sí, mi estimado amigo. Y yo que usted, como cónsul general de su
país, haría bien en ir avisando a sus familiares en Buenos Aires
acerca de su irremediable pérdida. Sé de qué se trata y cuán
penoso y amargo le va a resultar el trago. A mí me pasa a cada rato. Usted
ni se imagina lo que es ser jefe de la policía en este país.
-
¿No valdrá la pena enviar un grupo a buscarlo? Tengo algunos datos
de adónde se dirigía. En su último llamado habló de
visitar a un payecero viejo de Yaguarón. Si le encontramos a él,
encontraremos a Jorge, ¿no?
-
Bueno, si insiste usted. Mandaré una gente allá a indagar sobre
el viejo ese. ¿Tiene nombre?
-
No me dijo si es que tiene alguno.
-
¡Ja! Bien fácil me la hace, mi amigo.
-
No es mi culpa, Pereyra. A este muchacho hay que encontrarlo. Es de una familia
platuda (17) y mi gobierno no tendrá ningunas
ganas de decirle que no se ha hecho todo lo posible por hallarlo. No sería
bueno para las relaciones mutuas,... usted me entiende, ¿no?
-
Claro que le entiendo, chamigo. Déjelo en mis manos. Haremos como dice,
lo posible. Porque ya le digo, para mí el pibe (18)
ese está perdido. Pero por ahí son ideas mías, nomás.
*****
Blup, blup, blup, croac, blup, croac, croac, blup...
El sonido que ahora llega de todas partes, encubierto por el manto de esta noche
eterna que cubre el corazón de la selva,... de Esefonia,... es mi única
compañía.
Estoy en sus dominios, en su telaraña de diablesa
mortal. No paro de imaginar qué artimaña, qué armas, qué
argumentos, esgrimir.
Le hablo y le ruego, le amenazo, grito, aúllo
como un perro lastimado. Nada le hace cejar en su propósito de encarcelarme
en las garras de su infernal amor posesivo.
Porque aunque me lo niegue, porque
debo recordar quién soy y a dónde pertenezco, cuando por el día
viene a mí en sus formas...
¡Oh, cómo ardo en deseos
al recordarla! Pero... ¡No, no!... ¡No puedo, Esefonia!
¡Quiero
volver!
Blup, blup, blup, croac, blup, croac, croac, blup...
*****
-
¿Y entonces? - preguntó uno de los agentes a su compañero.
- Y qué,..., naaada, cheraá... Nácore (19).
Ni del viejo, ni del kurepa (5) ese. ¡Ya
vámono a la puta, chamigo! ¡Hace un caloraso (20)
terrible acá!
- Y bueno..., chajá catú (21)
nomás. El jefe vá a entender. Este era otro tilingo (22)
de esos que vienen a joder la pava acá. ¡Kurepí de mierda!
*****
Anoche
la noche fue diferente. Se llenó de luminarias que titilaban, danzantes;
que viraban de acá para allá, alumbrando a su paso el fungoso verdor
de la selva. No sé si me deslumbró el espectáculo porque
nunca imaginé que una bandada de luciérnagas pudiera provocar semejante
cantidad de luz,... o si me desagradó lo que su brillo me hizo ver.
No sé bien qué me queda por hacer. Ahora me doy cuenta que, a pesar
de mis convicciones, en vez de marchar hacia algún lugar habitado, me he
internado más profundamente en la jungla,... en Esefonia.
Y ya llega
el alba. Las luciérnagas, sus luces y sus zumbidos se van acallando como
preludio a su llegada,... Esefonia,... maldita diabla... Y el sol, que sólo
entra tímidamente en esta niebla húmeda del corazón esmeralda,
no alcanza a mostrarme el horror que veo a mi alrededor con tanta nitidez como
bajo la fosforescencia producida por aquellos insectos grotescos,... Esefonia,
ya oigo el rumor de tu venida,... maldita seas,...
*****
-
Vamos, Pereyra, no me macanée (23) a mí,
¡somos amigos de añares!
- Ya sé, chamigo, pero eso es
lo que me informan los tipos que mandé a buscar al muchacho. No hay ni
rastros de él o del viejo ese que dicen que buscaba en Yaguarón.
Nadie les vio ni les conoce. No sé qué decirle, mire.
- Mire,
Pereyra, a su general no le va a gustar nada que mi general le pregunte por él.
- Nambré na (24), chera'a, no me digás
así. Vos sabés que hago lo que puedo.
- Pues no me servirá
de nada cuando tenga que informar a Buenos Aires. Ya no puedo detener el asunto
por mucho tiempo. ¡Hace un mes que la familia no tiene noticias suyas! ¡Ya
removieron cielo y tierra allá!... Y me temo que se vengan para estos lados,...
- Bueno, vamos a hacer algo. Me voy a ir yo mismo hasta Yaguarón, a ver
qué saco en limpio, chamigo. Pero esto es un favor personal, ¿entendé
pa (25)?
*****
Un sonámbulo diurno. Eso soy yo cuando ella viene a mí. Un pelele
en sus manos. ¿Sus manos? Más bien la tersura de los hongos venenosos,
de hermosos colores y amargo gusto,... y peor muerte.
Por suerte, se ha marchado
ya,... temprano, a Dios gracias. Pero, ¿porqué extraño sus
caricias? ¿Sus murmullos agotados en la siesta neblinosa? ¿Su deslizar
inaudible sobre la maleza enmarañada de esta selva infinita como el reptar
de una serpiente lustrosa? ¿Porqué deseo tanto querer conocer la
totalidad de su interminable cuerpo de víbora ponzoñosa? A Dios
gracias que se fue, no hubiera resistido tanto erotismo por más tiempo,...
Esefonia,...
*****
-
A ver, carajo, chenegro (26), ¿qué
dice el rapaiz (27) ese? - preguntó con
voz dura y autoritaria Pereyra a su subordinado, el capitán Ánfora.
- Y,... lo que dicen todos, mi jefe, que no conoce a nadie así. Y para
nada que sepa algo de un vejete payecero por estos lados.
- ¡Ajá!
Así que lo que me informaron era verdad. Mm,... alguien tiene que haber
visto a este kurepí. Yo no me la como ésta.
- ¿Y después,
(28) qué vámo a hacé, mi
jefe?
- Vos te vas a ir y sacudir al rapaiz de mierda ese que algo esconde
el muy taimado. Si se lo veo en la cara. Plata quiere, este añá
membuy (29)... Una patada en las bolas es lo que
le vamos a dar. Andá, hacé como te digo. Pateáselas bien
fuerte, cheraá, así va a cantar el pajarito... ¡Ja, ja, ja!
- Sí, jefe.
El comisario general Pereyra miró cómo su subalterno iba deprisa
a cumplir con su orden. "Un hijo de puta, este Ánfora. Pero leal.
Y le gusta esto", pensó, mientras una sonrisa cruel afloraba en su
rostro.
*****