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El
Vergel
![](arte/sanchofuerte.jpg)
Imagen
en piedra de Sancho El Fuerte o Santiago Matamoros (Tudela)
©
He-Who-Must-Not-Be-Named
(Seguido
de una Nota Narrativa de Henry Armitage)
Cuando
niño, mi familia y yo vivimos unos años en Madrid y, todos
los veranos, solíamos pasar las vacaciones en un apartamento
que poseíamos en Torremolinos.
En cierta ocasión que estábamos realizando el ya rutinario
trayecto Madrid-Torremolinos, quisimos tomar un camino distinto y terminamos
perdiéndonos en la vasta desolación de la meseta manchega,
recorriendo interminables kilómetros de árida estepa y
pasando por un sin fin de pueblitos dormidos con casas revocadas de
blanco en los cuales nada parecía haber cambiado desde los días
de la reconquista, cuando las huestes de Pedro II de Aragón,
Sancho El Fuerte de Navarra [1] Alfonso de
Portugal y Alfonso VIII de Castilla habrían pasado tal vez por
allí para librar batalla en Las Navas de Tolosa.
Viajábamos
así en medio de esta asoladora monotonía cuando la ruta
bajó entonces por un valle en el cual, ante nuestra gran sorpresa,
se extendía un inmenso y lujuriante vergel como nunca nos hubiéramos
esperado hallar en esa región cuyo suelo parecía prestarse
tan solo a la cría ovina y caprina.
Almendros,
hortalizas, cítricos, olivos, todo eso y mucho más florecía
en aquel valle con una exhuberancia que nada tenía que envidiar
al huerto valenciano e imaginamos que tan solo trabajos de irrigación
monumentales podían conferirle semejante fertilidad. Mas miramos
por todas parte y no tardamos en percatarnos que no había ni
el menor rastro forma de irrigación alguna.
Habríamos
recorrido la mitad de aquel valle cuando hallamos al costado de la carretera
un mesón en el cual decidimos parar, ya que era la una de la
tarde pasada y moríamos de hambre. Tras pasar el pedido nos decidimos
interrogar al mesonero sobre la insólita fertilidad del valle,
en una comarca tan estéril como aquella donde nos encontrábamos.
Más que aclarar nuestras dudas, el relato del mesonero nos dejó
perplejos.
-
Hace mucho tiempo - comenzó- milenios atrás, mucho antes
que España se convirtiera en provincia romana, antes que los
celtas y los iberos se fusionasen en un solo y mismo pueblo, antes
que los fenicios fundasen sus primeras colonias en Hispania, hubo
en este mismo valle dos civilizaciones completamente olvidadas hoy
en día, dos civilizaciones de las cuales ignoramos hasta el
nombre. No sabemos absolutamente nada de ellas, aparte el hecho que
existieron y que sus respectivas ciudades se hallaban tal vez no lejos
de aquí.
Subsisten no obstante ciertos relatos confusos que solían contar
los abuelos y que dan cuenta de la rivalidad que había existido
desde siempre entre ambas ciudades por quién sabe qué
motivo, y que dicha rivalidad siguió aumentando de generación
en generación hasta que un día, estalló la guerra.
La guerra habría sido de corta duración ya que se habría
resuelto en una única y decisiva batalla. Si, bajo un sol de
plomo, y aquí mismo, bajo nuestros propios pies, los dos ejércitos
se libraron mutuamente cruenta batalla. Sin piedad y sin cuartel guerrearon
ambas ciudades en este valle hasta que ambos ejércitos terminaron
masacrándose mutuamente, dejando escaso y nulo sobreviviente.
Dicen los abuelos que todo se resumió en un solo y único
enfrentamiento del cual no hubo vencedor, ya que éste significó
el exterminio y olvido de ambas civilizaciones. Al final de la jornada,
el valle quedó literalmente enterrado bajo los cadáveres.
Sí, tantos hubo que ni los carroñeros de la región
dieron abasto y el hedor que emitían era tal, que nadie pudo
venir a darles sepultura decente. Dicen que tres generaciones pasaron
antes que el hedor de los cadáveres comience a atenuarse y
todavía tres generaciones más para que se disipase por
completo.
Durante tantos años sus carnes nutrieron este suelo y su sangre
lo irrigó que cuando el valle volvió a ser habitable,
los nuevos colonizadores hallaron un florido vergel allí donde
antes la tierra había sido de lo más ingrata. Ya veis
pues de donde proviene la inusitada fertilidad de este valle. De cuando
en cuando, los arados de nuestros campesinos desentierran del rico
humus calaveras y huesos que portan aún marcas de aterradoras
cicatrices, láminas quebradas de espadas de cobre, bronce o
estaño, así como extrañas piezas metálicas
pertenecientes sin duda a antiguas y desconocidas máquinas
de guerra.
Nunca
olvidé este extraño relato ni la sobrenatural abundancia
de aquel valle, que tanto contrastaba con la ingrata y hostil meseta
circundante.
Tampoco supe y jamás sabré la ubicación exacta
de aquella misteriosa comarca: pues he consultado toda obra sobre la
geografía española y no he hallado referencia alguna.
Incluso he interrogado a cuanto español he cruzado y jamás
ninguno oyó hablar de semejante sitio.
[1]
-
Díganme, Maeses Armitage & Iranon, si mal no recuerdo, este
Sancho El Fuerte ¿No habría sido uno de vuestros
ancestros?
-
No hay duda de que este aguerrido rey navarro fue nuestro antepasado.
Ya conoce Vd. la historia:
El
escudo de Navarra está formado por cadenas de oro sobre fondo
rojo, con una esmeralda en el centro de unión de sus ocho brazos
de eslabones y, sobre ellas, la corona real, símbolo del Antiguo
Reino de Navarra.
Esta
descripción corresponde al escudo histórico de Navarra
- cadena de oro sobre fondo de gules - que tiene su origen en el escudo
de armas que el rey navarro Sancho VII el Fuerte adoptó
como propio en 1212, tras la victoria de los reyes cristianos de Navarra,
Castilla y León, contra las tropas musulmanas, sucedida en
las Navas de Tolosa - actual provincia de Jaén -, dentro de
la Reconquista de la península. Las cadenas representan a las
que rodeaban la tienda del rey moro Miramamolín el Verde
y que Sancho el Fuerte rompió con su propia espada.
Y la esmeralda central representa la que el rey moro vencido llevaba
sobre su turbante.
Y esta
es la deuda que los descendientes de Sancho El Fuerte tenemos
con los herederos de Miramamolín el Verde: Una rama de
la familia huyó hacia el Levante español y tomó
como apellido Espada - Espasa, en forma vernácula - el arma que
les llevó a la derrota. Allí convivieron con los mozárabes
valencianos hasta que la Reconquista les obligó a replegarse
hacia el sur, hasta Granada, donde adoptaron el apellido de Hazred,
asociado al Verde de su antepasado y al verde de los colores de sus
banderas y blasones. Tras la toma de Granada por los Reyes Católicos,
la familia volvió a adoptar el apellido de Espada y, a pesar
de convertirse a la fe de los reyes, buscaron tierras de más
tolerancia en Málaga y por último en Sevilla.
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