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Asimov Ciencia Ficción 19

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Ediciones Robel ofrece un adelanto de la novella corta “Requiestcat In Pace” de Eduardo Gallego y Guillem Sánchez que aparecerá en el número 19 de la revista “Asimov Ciencia Ficción”

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Portada de "Asimov Ciencia Ficción" 19

REQUIESCAT IN PACE
Eduardo Gallego y Guillem Sánchez

El Unicorp, o Universo Corporativo, forma el núcleo de toda la obra del binomio Gallego/Sánchez. «Comenzamos a diseñarlo ─dicen─ hace ya bastantes años, cuando aún existía la revista Nueva Dimensión, y ha ido construyéndose y evolucionando a medida que escribimos sobre él, aunque sin dejar de ser fiel a sí mismo. En este vasto telón de fondo asistimos al auge, caída y renacimiento de la civilización; hay algún que otro imperio galáctico, varias razas alienígenas que se dedican a incordiar a los humanos..., pero sobre todo destaca la diversidad: miles de mundos, cada uno singular e irrepetible.» Este vasto fresco galáctico está compuesto por varias novelas, pero también por toda una serie de relatos que permiten a sus autores echar una profunda mirada a esa realidad y recrearse en ella. Y el mundo de la antropología es el medio ideal para introducir al lector en esa realidad. En su relato «Pájaro en mano» (Asimov núm. 11) nos ofrecieron un atisbo de una de esas peculiares civilizaciones galácticas; en esta nueva incursión antropológica a su universo particular nos presentan una panorámica de una nueva civilización no menos original. Si algún lector desea profundizar aún más sobre el Unicorp, puede visitar la página web de este fascinante universo: www.ual.es/personal/egallego/unicorp.htm.Añadir Anotación

     1

Lugar: Restaurante Delicatessen, Hlanith.

     El hombre más joven parecía un tanto nervioso. Se notaba por el constante bamboleo corporal, apoyándose ora en un pie, ora en el otro. Su mentor, el experimentado antropólogo Randolph Thunberg, sonrió condescendiente. Le pasó el brazo por el hombro y trató de tranquilizarlo.Añadir Anotación
     ─Tómatelo con calma, Borja. El concurso oposición está chupado.
     ─Lo sé, pero... ¿Por qué se habrá tenido que presentar ese individuo?
     ─Pues por probar suerte, pero créeme, él sabe que no tiene nada que hacer aquí. De los cinco miembros del tribunal he logrado colocar a tres afines a mis tesis. Son pesos pesados dentro del gremio, y los dos elegidos por sorteo no plantearán problemas. Además, tuvimos la precaución de proponer como suplentes a los doctores de la competencia: ese viejo fósil de Anatoli Didrikson, su lacayo Pyotr Bilbo y la loca de Basílikis Aspíriz. Con eso nos aseguramos de que no cayeran en el tribunal titular.Añadir Anotación
     ─Ya, pero no puedo evitar ponerme nervioso...
     ─Relájate; un espléndido porvenir se abre ante ti.
     ─Gracias, Randolph. Ya sabes que podrás contar conmigo para lo que sea.
     ─De eso se trata. ─El doctor Thunberg se frotó las manos y consultó su anacrónico reloj de oro de pulsera─. En fin, preparemos el terreno. He invitado a los tres miembros amistosos del tribunal para que los vayas conociendo y sepas de antemano qué preguntas te formularán. Aquí sirven el mejor asado de pejesapo saltarín aldebariano del Ekumen. Hay que empezar a ganarse a la gente por el estómago, querido Borja.Añadir Anotación
     ─¿No queda un tanto raro eso de convidar al tribunal antes del concurso oposición? ─El joven seguía sin tenerlas todas consigo.
     ─Descuida; nadie se va a enterar. Son buenos colegas y me deben muchos favores. Trata de pensar en ti mismo como en el nuevo catedrático de Antropología de la Universidad de Hlanith. Ah, mira, ahí viene Abundio Servadac. Te lo presentaré.

2

     Lugar: Asador Papa Brava, Hlanith, unas semanas más tarde.

     ─¡Brindemos por Mathew Navarro, el nuevo catedrático de Antropología de la Universidad de Hlanith! ─propuso el doctor Anatoli Didrikson, conocido entre sus allegados como el Abuelo, y los demás comensales alzaron las copas.
     El homenajeado, un joven bajito, rubio y regordete, aún seguía sin creérselo. Le parecía estar flotando en una nube.
     ─Es inaudito ─dijo, después de apurar el vino─. Me presenté a la plaza porque me lo sugirió el Abuelo, aunque no albergaba esperanzas de ganar. Ese tipo, Borja Griffindor, era el protegido de Thunberg, y propusieron un tribunal hecho a su medida. Quién iba a pensar que los miembros se pusieran todos enfermos de golpe, y tuvieran que recurrir a los suplentes...Añadir Anotación
     ─Creo que fue más bien una intoxicación alimentaria ─apuntó la escultural antropóloga Basílikis Aspíriz.
     ─Sí, debida a la ingestión de pejesapo saltarín aldebariano en malas condiciones. Aseguran que van a demandar al restaurante ─comentó Pyotr Bilbo, un antropólogo pelirrojo y de aspecto bonachón─. No me extraña; me parece que todavía padecen las secuelas de una disentería gaseosa particularmente molesta. Supongo que de aquí a un par de semanas ya podrán caminar sin pañales. Qué pena.Añadir Anotación
     ─Desde luego ─admitió Basílikis, y miró a Pyotr con expresión pícara─. Una intoxicación así es ciertamente peculiar. No tendrá nada que ver con el hecho de que seas experto en sustancias alucinógenas y otros venenos rituales, ¿verdad?
     ─La duda ofende ─le respondió Pyotr, mientras rellenaba las copas─. Además, como afirmó un antiguo filósofo, un tal Bart Simpson: Yo no fui, nadie me vio, no tienen pruebas.
     ─Entonces, ¿qué hacías en Hlanith una semana antes de la oposición? ─preguntó Basílikis, en tono zumbón.
     ─Una visita de interés antropológico, cariño. Me fascinan los guetos shaddaítas.
     ─Sí, y yo soy la Casta Diva...
     ─Haya paz ─terció Anatoli Didrikson─. Lo importante es que hemos conseguido poner a alguien del grupo en un lugar con tantas posibilidades de expansión como la Universidad de Hlanith, hasta ahora feudo de la competencia.
     ─Gracias, Abuelo. Ya sabes que podrás contar conmigo para lo que sea. ─En la cara de Mathew se vislumbraba auténtica veneración hacia su maestro.
     ─De eso se trata ─sonrió Anatoli─. Mas, como dice un antiguo texto litúrgico de la Vieja Tierra: Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
     Así lo hicieron, y se pusieron morados a base de un cochinillo asado tan tierno que se deshacía en la boca, acompañado de unas mollejas de gandulfo irreprochables. Tras los postres y el café, y mientras daban buena cuenta de los licores, Basílikis comentó:
     ─Para no perder la tradición, alguien debería contar una de nuestras batallitas en honor al nuevo catedrático. No, tú no, Pyotr, por favor ─añadió, alarmada al ver que su amigo iba a abrir la boca─. Aún no hemos hecho la digestión. La historia de la barbacoa no es para estómagos delicados.Añadir Anotación
     Pyotr Bilbo la miró con cierta desilusión.
     ─Nunca me dejáis aleccionar a los novatos... Pues la de tus andanzas en Ornitia está ya muy manida. ─Ambos miraron a Anatoli─. ¿Abuelo?
     ─Un respeto a las canas; no me hagáis trabajar a estas horas ─se palmeó la barriga.
     ─Por favor... ─Pyotr y Basílikis lo miraron implorantes, medio en broma.
     Anatoli suspiró.
     ─Vosotros lo habéis querido. Os advierto que el relato no es muy alegre, pero la particular combinación de bebidas espirituosas que he ingerido me induce a la melancolía. Dejadme que os narre lo que sucedió en un lugar llamado Nova Batavia, donde la gente amaba a la vida por encima de todas las cosas. Eso sí, tal vez en exceso.Añadir Anotación

3

     Nova Batavia es un mundo apacible, lejos del bullicio y el estrés propios del núcleo Ekuménico. Fue colonizado por una de las primeras naves generacionales rápidas y, por una vez, el proceso de terraformación salió bien. Los ingenieros convirtieron un planeta más hostil que el antiguo Venus en un vergel, lo que la Vieja Tierra pudo haber sido sin las barrabasadas de nuestros antepasados.Añadir Anotación
     El Desastre pilló a Nova Batavia de improviso, aislándolo del resto del Ekumen. Por fortuna, la biosfera sobrevivió. Sus cimientos eran sólidos: especies terráqueas robustas y fiables, que otorgaron autosuficiencia a las comunidades humanas. Así, cuando la Corporación recuperó el contacto, resultó una agradable sorpresa para todos.Añadir Anotación
     Los habitantes de Nova Batavia habían desarrollado una tecnología en extremo respetuosa con el medio ambiente, mezclando soluciones avanzadas con otras deliciosamente retrógradas. Poseían incluso la capacidad de realizar viajes interplanetarios, pero renunciaron a usarla. Sus motivaciones eran tanto hedonistas como prácticas: si algo no proporciona más felicidad, o trae consigo quebraderos de cabeza, ¿para qué sirve? Un pueblo sabio, sin duda.Añadir Anotación
     Los resultados del reencuentro fueron modestos. Estuvieron de acuerdo en formar parte de la Corporación, siempre que se les dejase en paz con sus costumbres. A cambio, concedieron permiso para que la Armada estableciera bases en la periferia del sistema, y todos contentos.Añadir Anotación
     Este satisfactorio estado de cosas se alteró cuando la Plaga llegó a Nova Batavia. Sus habitantes pidieron apoyo médico al Consejo Supremo Corporativo. Dado que era un mundo tranquilo y que estaba en una zona no conflictiva, le fue ofrecido gratuitamente, sin contrapartidas.Añadir Anotación
     El agente causal de la Plaga resultó ser un retrovirus singularmente puñetero. Presentaba una rara habilidad para integrarse en el genoma del anfitrión y protegerse de los agentes antivirales. Pese a las dificultades, sin embargo, los bioingenieros corporativos lograron dar con una vacuna prometedora. Las primeras dosis fueron entregadas a los nativos, al tiempo que se les recomendaba un seguimiento estadístico de la eficacia de la vacuna para irla mejorando progresivamente.Añadir Anotación
     A ciencia cierta no sé a quién se le ocurrió la idea. En Nova Batavia eran muy celosos de sus costumbres, y veían a los extranjeros con suspicacia. Sin embargo, parecía lógico que algún corporativo bajara al planeta para coordinar la toma de datos. Hete aquí que pensaron que un antropólogo con don de gentes, merced a su formación académica, provocaría menos conflictos que un burócrata o un técnico, y recurrieron a mí.Añadir Anotación

4

     Puesto que en Nova Batavia no existía trasiego interplanetario, la lanzadera me dejó en uno de los helipuertos de la capital del continente sureño, Eurídice. El tráfico aéreo se solventaba mediante aparatos de despegue vertical, considerados menos perjudiciales para el medio ambiente.Añadir Anotación
     El helipuerto me recordó a un campo de fútbol sin graderíos, protegido por un alto seto de tejo. Lindaba con un edificio de tres plantas cuya fachada había sido diseñada con buen gusto. El estilo me recordó al modernismo de la Era Preespacial, y combinaba a la perfección el ladrillo con la cerámica. No había ángulos rectos, sino curvas suaves y balcones de forja.Añadir Anotación
     El comité de recepción brilló por su ausencia. Tampoco me pilló por sorpresa. Los extranjeros éramos considerados, en el mejor de los casos, una molestia a soportar.
     Según las instrucciones recibidas, debía acudir a una oficina situada en el ático del edificio y preguntar por un tal Espiridión Frimberg, encargado de coordinar los asuntos médicos con la Corporación. Pasé al edificio seguido a corta distancia por mi equipaje, que levitaba mansamente gracias a un motorcillo agrav. Me sentí como en aquellas viejas películas del Oeste, cuando el pistolero de turno entra en el saloon y se hace un silencio de muerte, con la acción congelada. Un instante después todo volvió a la normalidad, como si yo no existiera.Añadir Anotación
     En vista de que nadie se decidía a ayudar a un viajero en apuros, localicé lo más parecido a una ventanilla de recepción y me encaminé hacia ella. Me detuve ante el mostrador, fabricado con una madera oscura que no supe identificar, cubierta por una losa de mármol pulida por el uso. Eché un vistazo a través de la ventanilla. El recinto permanecía en penumbra, aunque atisbé a un hombre sentado en una mesa, enfrascado en el estudio de unos legajos.Añadir Anotación
     ─¿Por favor? ─Procuré usar el tono más educado que pude.
     Ni caso. El tipo no movió un músculo, pese a que traté de llamar su atención varias veces. Empecé a irritarme. Aquel desdén hacia los forasteros resultaba insultante, sobre todo si lo que uno pretendía era colaborar en el control sanitario de la Plaga. Además, tampoco me apetecía permanecer allí todo el día, esperando a que alguien se dignase explicarme cómo se subía hasta el ático.Añadir Anotación
     Miré con disimulo a mi alrededor. Nadie se fijaba en mí, así que me agaché, pasé a través de la puertecilla basculante que había bajo el mostrador y entré en la oficina. Resultó ser más grande de lo que creía. Había docenas de mesas organizadas en filas, y alrededor de quince estaban ocupadas. Nadie hacía ruido; era como si los empleados se hubiesen quedado parados al entrar yo. Aunque se supone que los antropólogos estamos curados de espantos, aquella actitud logró enfadarme de veras. Me acerqué al tipo que había visto antes, el más cercano.Añadir Anotación
     ─Perdone, ¿me permite una pregunta? ─le requerí con cortesía.
     Nada; mutismo total. Pensé en darle un toquecito en el hombro, pero me contuve. Había culturas con peculiares tabúes acerca del contacto corporal. Por otro lado, yo no podía quedarme plantado per saecula saeculorum. Entonces me percaté de que aquella oficina no era del todo normal. La luz resultaba escasa; aquellos pobres tipos se iban a dejar la vista en los papeles. Además olía raro, como a bálsamo. Extrañado, me aproximé al oficinista impasible hasta que mi nariz estuvo a un palmo de la suya. Entonces caí en la cuenta. Los ojos cerrados y hundidos, el color de la piel, las manos...Añadir Anotación
     Aquel hombre estaba muerto.
     Di un respingo y retrocedí a toda prisa, con el pulso acelerado. ¿Era posible que los demás...? En efecto, ninguno respiraba. Paseé despacio, procurando no tocar nada, hasta el fondo de la sala. Conforme me alejaba del mostrador y me internaba en la oscuridad, los cadáveres eran más antiguos, como si se tratara de un museo que exhibiera un detallado muestrario del proceso de momificación. Las vestiduras también parecían más arcaicas. El último de todos era un sujeto que recordaba a un esqueleto recubierto de pellejo y con nariz aguileña, ataviado con jubón, polainas y gorguera a juego. Sus dedos, largos y esqueléticos, sostenían una pluma de ave que mojaba en un tintero. Me estremecí.Añadir Anotación
     Alguien me puso una mano en el hombro. No solté un chillido de puro milagro, aunque supongo que di un salto impropio de mi condición. Me giré, y mientras mi corazón trataba de recuperar su ritmo normal de crucero vi a un hombre más bajo que yo, rubio y de expresión bonachona.Añadir Anotación
     ─¿Doctor Didrikson? ─Asentí, aún demasiado sobresaltado para hablar─. Soy Espiridión Frimberg. Me comunicaron que lo hallaría a usted aquí. Si es tan amable de acompañarme a mi despacho, estaré encantado de atenderle.
     Me ofreció la mano y yo se la estreché. El apretón fue breve. De inmediato se dio la vuelta y se encaminó a la salida. Fui tras él, meditando acerca de la descortesía en Nova Batavia, y si sería debida a un rasgo endémico o bien a que me tenían manía. Ya al otro lado del mostrador, no pude resistirme a formular una pregunta.Añadir Anotación
     ─Señor Frimberg, excúseme si le parezco indiscreto, pero... ¿quiénes son? ─Señalé a la ventanilla.
     Me miró perplejo, como si me refiriera a algo obvio.
     ─¿Ésos? Pues todos los encargados del mostrador, desde que se inauguró el edificio hace 608 años, 3 meses y 5 días. No le extrañe la ausencia del con-sangre. Ha llegado usted justo a la hora del café.
     ─Ah. ─Puse cara de póquer; me chocó el empleo del término con-sangre para referirse a los vivos─. Deben de haber sido sujetos ilustres, para que no los llevaran al cementerio.
     Frimberg se detuvo en seco.
     ─¿Cementerio? ¿Qué es eso?
     Fue ahí cuando comencé a hacerme una idea de cómo funcionaba aquella sociedad.Añadir Anotación

© Eduardo Gallego y Gullem Sánchez

ENLACES
Asimov Ciencia Ficción
Ediciones Robel
DCFan, 17 de Junio de 2005
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