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Avance de “La Trilogía Steampunk”

Advance Dreamers


Os ofrecemos dos capítulos de la novela escrita por Paul di Filippo (“Páginas perdidas”) que próximamente publicará Grupo editorial AJEC

imagen de Avance de “La Trilogía Steampunk”

SINOPSIS:


La Trilogía Steampunk, es un magnífico ejemplo de humor extraño e inteligente, todo ello mezclado en una excelente ambientación a caballo entre la era Victoriana, la Fantasía y la Ciencia Ficción.

Paul di Filippo, el autor de Páginas Perdidas nos ofrece tres novelas cortas , tres historias desarrolladas a finales del siglo XIX, en una época tan peculiar como atrayente, y por las que desfilan figuras como Emily Dickinson, Walt Whitman, Herman Melville, o la propia Reina Victoria, que se verán envueltos en aventuras más allá de la imaginación.Añadir Anotación



Ficha Técnica:

Título: La Trilogía Steampunk
Autor: Paul di Filippo
Título Original: The Steampunk Trilogy (1992)
Traductor: Teresa Ponce
Diseño de Portada: Alejandro Terán (www.alejandroteran.com)
Precio: 14,95 euros
Tamaño: 23x16 cm
Páginas: 248
ISBN: 978-84-96013-40-7

El delicado calibrador parecía un mondadientes en las úrsidas zarpas de Jacob Cezar. Las pinzas del instrumento de medida desaparecían bajo los rizos lanudos de la mollera de Dottie Cezar. Masticando un palo de sauce para limpiarse los dientes e ingiriendo a sorbos grandes alguna bebida nativa en una cáscara de huevo de avestruz que había traído de casa, la hotentote se sometía pacientemente al examen. Para pasar el rato leía Nana de Balzac en el francés original, soltando alguna risita de vez en cuando.Añadir Anotación
Cezar decía en alto las mediciones, gritando igual que un barquero del Mississippi de Mark Twain sondando las profundidades.
—Tges con seis, sinco con nuefe, dies con dose…
Agassiz, sentado en su mesa de trabajo, representaba las cifras en un gráfico complejo, a la vez que las registraba en varias filas y columnas. Por fin, levantó la mano en señal de que ya tenía suficientes datos.
—Ahí está —dijo el científico—, justo lo que sospechaba. Hablando en términos craneométricos y frenológicos, su compañera hotentote no posee el suficiente desarrollo cerebral para ser clasificada como ser sensible. Al igual que el resto de su raza, su desarrollo mental es más próximo al del chimpancé.Añadir Anotación
—¿Qué demonios está fagfullando?
Agassiz se irritó.
—Mire, hombre, está todo aquí escrito, matemáticamente indiscutible. ¡Caray, tiene el Bulto de la Sagacidad prácticamente cóncavo! Por no mencionar la distorsión a lo largo del Nódulo de Razonamiento y la hipertrofia de la Curva de la Concupiscencia. Y el volumen total de su sesera es claramente deficiente. Si Sam Morton se hiciera con su cráneo preparado, apuesto a que podría llenarlo con sólo unas pocas onzas de perdigones.Añadir Anotación
Cezar lanzó el calibrador por los aires indignado. Uno de los brazos puntiagudos se incrustó en el cuadro del lugar natal de Agassiz.
—¡Usted es el que tiene la cabesa llena de pegdigones, Louie! Que no es sensible… ¿Cómo puede desig semejante cosa, después de llefag un mes pgácticamente fifiendo en las faldas de Dottie?
Aggasiz se estremeció con la metáfora.
—No hay nada de animosidad personal, Jacob. Es estrictamente un hallazgo científico. ¡Y no puede discutir la ciencia! Es verdad, su compañera exhibe ciertas cualidades instintivas que podrían engañar al profano en la materia haciéndole pensar que es capaz de razonar como una humana. Pero un análisis más minucioso revelará que no se encuentra más cerca del verdadero raciocinio que —Agassiz se esforzó por encontrar un improbable punto de comparación adecuado—, ¡que el Tursiops truncatus, el delfín mular!Añadir Anotación
Entonces Dottie dejó el libro e intervino. Agassiz tuvo que admitir que su dominio del idioma, aunque todavía rudimentario, había mejorado considerablemente desde su llegada.
—Profesor Agassiz, suponga que estoy de acuerdo con usted en que soy inferior a los representantes de la raza blanca. Suponga que me considero a mí misma un animal. ¿No cree que hasta los animales se merecen un trato ético?
—Bueno, sí, dentro de unos límites… A menos que esté en juego cualquier beneficio para la humanidad, claro.
—¿Entonces cómo justifica el abuso ruin que se inflige a los esclavos negros en su tierra de adopción? Los latigazos, la separación de miembros de una misma familia, el trabajo agotador de sol a sol…
Agassiz tosió y se aclaró la garganta. Sacó un pañuelo y se sonó la nariz. No podía mirar a la bosquimana a los ojos.
—Esto es ridículo. ¡Me pongo al nivel de alguien que discute metafísica con un perro! Aún así, ¡que no se diga que Agassiz no aceptó un desafío, por absurdo que fuera! Lo primero de todo, descarada, el sistema americano es una condición preexistente, en cuya instauración yo no intervine personalmente. Me mantengo moralmente al margen de toda esa cuestión. Sin embargo, si quisiera defender el sistema, podría encontrar muchos puntos favorables. Primero, ha logrado traer la Cristiandad a muchas almas que de otra manera hubieran languidecido en la ignorancia espiritual. Segundo, las condiciones de vida materiales de los oscuros americanos son infinitamente superiores a sus antiguos niveles. La madera y el ladrillo han remplazado a las zarzas y el barro. El pan saludable y la leche fresca sustituyen con creces a los gusanos y las raíces.Añadir Anotación
—No hay nada malo en un gusano si lo cosinas bien —interpuso Cezar.
Agassiz ignoró la interrupción.
—Y tercero, su estúpida labor, que además es buena para sus constituciones, ha permitido al conjunto del país disfrutar de un nivel de vida más alto. Si ha de procurarse al precio de unos pocos azotes —siempre administrados cuando son debidamente merecidos, como yo lo entiendo— entonces su servidumbre es muy justificable. ¿De qué otra manera vivirían si fueran libres, de todos modos?Añadir Anotación
Con el rostro serio, Dottie dijo:
—Hace que suene tan atractivo, profesor Agassiz. ¿A lo mejor le gustaría cambiar el sitio con un esclavo, aunque fuera por uno o dos días?
Agassiz se puso de pie, furioso.
—¡Menuda sugerencia más absurda! ¡Imagínese, yo, Louis Agassiz, en medio de las plantas de algodón, aullando espirituales negros! ¿Ve, Jacob, qué poco se parecen los procesos mentales de esta criatura a los de un verdadero ser humano? Hasta usted debe admitirlo ahora.
—Todo lo que tengo que admitig es que pagagía al menos un dólag pog feg la imagen de usted con un saco de algodón en la espalda y entonando los cantos de labgansa de Dahomey.
—¡Bah! Esta conversación disparatada no nos lleva a ninguna parte.
Cezar adoptó una mirada pesimista.
—Eso segugo, Louis. Tenemos la misma idea hoy de dónde está T’gusegi que la que teníamos hase dos semanas, después de que usted saliega de la pgisión. ¿Y sabe qué día es hoy, fegdad? El final del pegiodo dugante el cual el conejo de Saagtjie debía empapagse de las figtudes del agua de kifi. A pagtig de ahoga, T’gusegi puede ig al Lugag Cosmogónico y usag el fetiche.Añadir Anotación
—No hace falta que me lo recuerde. ¿Cree que yo no estoy preocupado también? ¿Pero qué podemos hacer? He exprimido mi intelecto y sigo sin tener idea de dónde atrapar a ese canalla. Estaba seguro de que lo encontraríamos en el último sitio que investigamos.
—¿Retorciendo cabos en la cordelería?
—Bueno, allí sí que usan cáñamo… No, admito que estamos totalmente perdidos. Sólo podemos esperar que Kosziusko o Bopp le atrapen antes de que haga algo espantoso. Aunque la idea de que cualquiera de esos maníacos obtenga el fetiche para sus propósitos particulares no me entusiasma precisamente. Pero quizá se hagan trizas entre ellos, como los gatos de Kilkenny.Añadir Anotación
—Las dos son malas notisias. Pgefegigía no metegme con ellos. Bueno, antes de que me depgima más, me foy con Dottie a mi bagco a fumag una pipa. A lo mejog todafía se nos ocugge algo. ¿Quiege acompañagnos?
—No, tengo asuntos personales que atender.
Después de irse Cezar y Dottie, Agassiz hizo venir a Jane.
—¿Puedes dejar un momento las tareas domésticas, Jane? Estoy algo alterado. Por cierto, ¿te he mencionado alguna vez que el rubor de tus mejillas me recuerda al delicado tono de la flor del manzano?
Jane miró al suelo, aplastando en la alfombra un bicho invisible con la delicada puntera de la bota.
—Señor, profesor, ya no sé cómo tomarme estos cumplidos suyos. Verá, hay algo que me ha estado preocupando últimamente.
Agassiz mostró impaciencia.
—Bueno, ¡sácalo entonces, muchacha!
—Muy bien. Pero si divago un poco no me lo tenga en cuenta. Para mí es difícil de decir. Todavía no sé cómo me siento, con todos los libros nuevos que he estado leyendo.
—¿Libros? ¿Qué libros?
—Sólo es un poco de literatura que me ha dejado la señorita Dottie. Unas invectivas de Sojourner Truth y sus amigas. Panfletos que hablan de cómo las mujeres siempre han sido menospreciadas y pisoteadas, usadas y abusadas por los hombres, quienes las seducen y las abandonan. Cómo nosotras generamos más de la mitad de la riqueza del mundo, pero recibimos menos de lo que justamente nos corresponde. ¡Cómo damos a luz y criamos a todos los niños, limpiamos todas las casas, hacemos todas las comidas y luego nos llevamos palizas por nuestros problemas, acostándonos por la noche llorando con el cuerpo amoratado! ¡Cómo tenemos que mandar a nuestros hijos y maridos —desvalidos como son— a estúpidas guerras malditas en tierras extranjeras, guerras en cuya decisión las mujeres no tuvimos ni voz ni voto! ¡Cómo las mujeres somos parientes de los negros del mundo!Añadir Anotación
Jane había ido levantando la voz gradualmente, hasta proferir el último sentimiento alarmante en lo que ascendió a un grito.
Agassiz estaba mudo de asombro. De repente se dio cuenta de que su mandíbula llevaba camino de desencajarse, como la de una boa constrictor (Boa constrictor), y cerró la boca de golpe.
Temblando, Jane dijo desafiante:
—¡Hala, ya lo he dicho! Bueno, ¿desea algo más, señor?
—N-n-no. Eh… gracias por compartir conmigo estos nobles sentimientos, Jane. ¿Tal vez podríamos profundizar sobre ellos más tarde esta noche? No, eso pensaba. Bien, no olvides tomarte un buen rato para tu té de esta tarde, Jane.
—¡Eso pienso hacer!
Cuando la criada rebelde se hubo marchado dando un portazo, Agassiz empezó a jurar en voz baja. ¡Maldita hotentote del demonio!
Para calmar su genio y consolar sus instintos genéticos frustrados, Agassiz sacó una nota arrugada del bolsillo y la volvió a leer una vez más.

Mi querido y dulce Louis:
Me parece increíble que seas mío de verdad; que me hayas elegido a mí para ser tu esposa algún día. Dices que ansías que esté junto a ti continuamente, que embellezca tu hogar con «mis ojos sonrientes». ¡Sueño con eso! Ningún lugar de la tierra es mi hogar salvo donde tú estás.
¡Todas las noches rezo para que ese día amanezca pronto!
Te adoro,
Lizzie
¿Para qué necesitaba él las caricias de una pinche cuando tenía el amor incondicional de una joven bella, elegante, bien relacionada y de buena familia, cuyos primos incluían los Perkins, los Gardiner y los Cabot, todos ricos e influyentes?
Consultando su agenda y el magnífico reloj suizo que los ciudadanos de Neufchâtel le habían dado con lágrimas en los ojos cuando se marchó, Agassiz vio que era la hora programada para su reunión con el arrocero de Carolina del Sur, Rory Cohoon. El hombre había obtenido una recomendación a través de Lowell (Cohoon era amigo de muchos de los dueños de plantaciones que le suministraban al magnate textil las materias primas) y aunque Agassiz no tenía ningún interés en conocer al sureño, pensó que era mejor complacer a su mecenas.Añadir Anotación
Agassiz sólo tuvo tiempo de añadir unas pocas líneas a sus planos del gran Museo de Historia Natural que pensaba construir en Cambridge, antes de que anunciaran a Cohoon.
—¿Cómo está, eh, profesor Agassiz? ¡Permítame estrechar su sabia mano, hijo!
Cohoon iba vestido completamente de blanco, incluido un sombrero de ala ancha. De la esquina de su boca salía un puro de gran tamaño. Sus dedos estaban rodeados con una docena de anillos. La perla del alfiler de su corbata era tan grande como un huevo de codorniz (Colinus virginianus).
—Encantado de conocerle, señor. Nunca había tenido el privilegio de saludar a un terrateniente del Sur. ¿Puedo ofrecerle algo de beber?
—¿Saben hacer herraduras de plata en estas regiones yankis? Si es así, traiga un par de ellas, hijo. ¡Qué diablos!
Algo desconcertado, Agassiz trató de ganar tiempo.
—Un momento, señor Cohoon, voy a averiguarlo.
Llamó a Jane, cuyos ojos enrojecidos y amarga expresión Agassiz sólo podía esperar que Cohoon no notara, y le repitió la petición.
Jane se sorbió la moquita.
—¿Se refiere usted a tres partes de whisky, dos partes de bourbon, una parte de vermut, un chorro de agua mineral y un trocito de piel de lima?
—¡Magnífico! ¡Eso es exactamente! ¡Oiga, qué chica tan inteligente!
—Sí… estoy de acuerdo…
Jane trajo en seguida las copas. Tras echarse un trago enorme haciendo ruido y declararlo «extraordinariamente magnífico», Cohoon abordó el motivo de su visita.
—Tengo una plantación de arroz, hijo. Cincuenta esclavos y cien acres bajo el agua. Puede que no lo sepa, pero plantar arroz requiere más inteligencia que el algodón. No se puede sembrar al voleo, se lo digo yo, se ha de colocar cada planta de manera individual. Se ha de saber cuándo anegarlas y cuándo drenarlas. La cosecha es muy arriesgada. Y luego está el mantenimiento de diques, compuertas y acequias. Sumando todo esto, el negocio resulta endiabladamente complicado.Añadir Anotación
La herradura plateada comenzaba a elevar el entendimiento de Agassiz a nuevos niveles de profundidad.
—Me lo imagino.
—Pues bien, mi problema es que, por término medio, los negros apenas son lo bastante listos para atarse los zapatos, mucho menos para dominar el arte del cultivo del arroz. Mis capataces y yo tenemos que vigilarlos a cada minuto. ¡En cuanto te das la vuelta ya están haciendo chapucerías! Lo que esperaba que usted me dijera es si, o sea, si hay alguna forma de criar negros más listos. ¿Podría trazar un plan para incrementar su inteligencia generación tras generación? Ya sé que estamos hablando a largo plazo, pero sería de un beneficio inmenso para el Sur. ¿Y a lo mejor, digo yo, a lo mejor podríamos añadir unos cuantos factores más ya que estamos? ¿Se les podría alargar los brazos, y tal vez reducir, digo yo, reducir la cantidad de sustento que necesitan? ¡Me gasto una fortuna en avena!Añadir Anotación
Agassiz consideró seriamente la interesante propuesta.
—Bueno, hemos de tener en cuenta las limitaciones inherentes al plasma germinativo del negro, señor Cohoon. Hasta el más listo de los africanos tiene una capacidad mental muy limitada, e intentar cruzarlos para sacar más de ellos es como intentar exprimir el agua de una piedra. Espero que no esté contemplando la posibilidad de añadir al linaje sangre blanca de las razas menores…Añadir Anotación
Cohoon se puso de pie de un salto, con la cara lívida.
—¿Qué está dando a entender, señor? ¿Está usted repitiendo esos rumores calumniosos sobre mi querida Lily Belle? ¡Si es así, entonces eso significa duelo de pistolas bajo el musgo español junto al río al amanecer!
—¡Por favor, siéntese, señor! No pretendía ofenderle. Hablaba estrictamente desde un punto de vista teórico. Aborrezco el mestizaje tanto como usted, por lo visto.
Cohoon se relajó y volvió a su silla.
—Eso digo yo, muy bien entonces. No me ofendo. El honor de un hombre, ya sabe…
Juntando las yemas de los dedos, Agassiz dijo:
—Su idea tiene muchas implicaciones. Si en efecto pudiéramos crear una nueva raza de negros, más sensatos y más dóciles a la vez, tendría vastas implicaciones para el conjunto de la nación. Permítame ponderar este proyecto durante unos días y le escribiré con los resultados.
—¡Magnífico, diría yo! ¡Bebamos por ello!
Tras formalizar su acuerdo, Agassiz y Cohoon pasaron un rato adicional de conversación agradable.
—La familia y yo vamos rumbo al norte hacia Saratoga Springs para pasar el verano. Hace tanto maldito calor en las Carolinas que te hierve la sangre. El clima no es apto ni para los hombres ni para las bestias. Me he traído hasta los perros de caza. Ahora están en el hotel con Lily Belle. ¡Los perros tienen su propia habitación, claro! La vida en la plantación sigue adelante, por supuesto. Los negros están en los campos, ya le digo, quince horas al día. Pero claro, el sol no les molesta, digo yo. ¡No se pueden poner más morenos, ja, ja!Añadir Anotación
Agassiz también rió. Se sirvieron más copas.
—Esa historia, hijo, me recuerda a un esclavo mío. Era un infame negro libre en Filadelfia hasta que yo le secuestré. Fingía ser un abogado, o algún otro trabajo estúpido. Me sacó de quicio, se lo digo yo. Bueno, una vez le puse las cadenas, le dije que podía comprar su libertad. ¡Le costó tres años de hacer horas extras, tres años, se lo digo yo! En cuanto volvió a la ciudad, le salí al paso otra vez. Otros tres años, y le deje libre… por un precio. Justo antes de marcharme, los comerciantes de esclavos lo dejaron en mi puerta por tercera vez. Todo es completamente legal en mi estado, por supuesto. ¡Tendrías que haber visto llorar a ese desgraciado cabeza lanuda!Añadir Anotación
Para cuando Agassiz consiguió que el jovial arrocero se marchara, ya estaba entrada la tarde y la cabeza le daba vueltas. Se dio cuenta de que no había controlado al personal en todo el día y se fue temblando al laboratorio.
Maurice estaba sentado detrás de un pequeño escritorio en la puerta del taller.
—¿Tiene usted los papeles en orden?
A Agassiz le dolía la cabeza.
—¿Papeles? ¿Qué papeles?
—El pase de seguridad, los permisos y los avales. Por triplicado.
—Por supuesto que no tengo tales estupideces. ¿Qué es esto? ¿Qué ocurre?
—Hemos implantado un sistema nuevo, un aparato para administrar los recursos del proletariado. En resumen, el laboratorio ha sido colectivizado. Hemos modificado la idea del falansterio de Fourier…
—¡Al diablo con la colectivización! ¡Este es mi laboratorio!
Agassiz empezó a aporrear la puerta.
—¡Abrid inmediatamente! ¡Basta ya de tonterías!
—Gritando no conseguirá nada. Están en huelga.
—¿Cómo que en huelga?
En esta coyuntura se abrió la puerta y Edward Desor se asomó.
—Ah, eres tú, Agassiz. Por favor vete, estamos ocupados. Y te sugeriría que en el futuro no vengas tirando de galones. Con lo que he visto de tu comportamiento obsceno, no estás en posición de pedir nada.
La puerta se cerró en la cara de Agassiz antes de que pudiera responder.
—Le dije que no les sentaría bien que les molestara…
Agassiz se sujetó la cabeza. Estaba demasiado embriagado para ocuparse de esta revuelta. Aire… necesitaba aire fresco. Cuando volviera a ser dueño de sí mismo, les azotaría a todos…
En el jardín trasero, Agassiz miró el barco de Cezar. Por un momento creyó que veía doble. Entonces se dio cuenta de que el Dolly Peach, ausente desde que insultara a su patrón, estaba amarrado junto al Sie Koe.
Agassiz subió dando tumbos por la rampa de embarque de éste último y entró en la cabina. Allí estaban sentados Cezar, Stormfield y Dottie, con las mentes unidas en una seria confabulación.
Con la entrada de Agassiz, Stormfield se puso en pie agresivamente.
—¡Profesor, he venido a por esa disculpa adecuadamente humilde que me debe!
—Yo sólo…
Stormfield le interrumpió.
—¡Así está bien! Que no se diga que el viejo Dan’l no supo cuándo enterrar el hacha. Venga, acérquese. Estamos en medio de un debate estratégico. Verá, ¡sabemos dónde está su Pozo de la Creación y cuándo piensa estar ahí ese hechicero!
Las nubes del cerebro de Agassiz se despejaron de inmediato.
—¿Dónde está? ¡Dígamelo!
—¡Caray, dónde si no en la bendita Marblehead!
—¿Su pueblo?
—¡Correcto! Pero sé que no me creerá sin una explicación, así que siéntese y escuche.
—Antes de que el hombre blanco llegara a este país, había un asentamiento indio donde hoy se encuentra Marblehead. Todos los vecinos pieles rojas, los narragansett y los pequot, evitaban este lugar pues la tribu en cuestión —los miskatonick— tenían fama de impuros y depravados. Verá, las aguas de de Marblehead eran un hervidero de extrañas criaturas —de hecho, nuevas especies parecían surgir a diario— y los indios locales se mancillaron mediante contacto íntimo con las raras bestias.Añadir Anotación
—¿Quiere decir —dijo Agassiz con esperanzas— que se alimentaban de esa carne extraña, violando ciertos tabúes alimenticios?
—No señor, ¡quiero decir lo que he dicho! Tenían relaciones carnales con las criaturas. Al menos con las que se podía.
A Agassiz le entraron arcadas y tuvo que refrescarse con un trago de uno de los huevos de avestruz de Dottie.
—Lo sé, es algo chocante, a no ser que hayas crecido con esa idea, como yo. Pero es cierto. Los miskatonick retozaban con ciertos de esos peces, engendrando diferentes mestizos, algunos de los cuales vivían en la tierra, otros en el mar.
—Pues bien, un día de 1629, Clem Doliber fue expulsado de Salem a patadas, justo al pie del camino que llevaba hasta los miskatonick. Clem era un tipo malvado, no le frenaban ni el miedo ni los convencionalismos. Le echaron, de hecho, por copular con la cerda selecta de un vecino y después disparar al dueño, cuando el tipo ofendido le pidió a Clem educadamente que soltara a la cerda, no fuera a estropear el gusto de la panceta. Bien, sin otro sitio a donde ir, Clem partió hacia el poblado miskatonick.Añadir Anotación
—Cuando llegó, lo encontró vacío de humanos, animales o mestizos, con las teteras todavía hirviendo y las mantas cálidas al tacto. No había señales de peleas ni de masacres. Todo lo que encontró fue un rastro ancho y viscoso que salía —o entraba— del mar. Así que se instaló en un tipi vacío, y ése fue el comienzo de la ocupación de Marblehead por el hombre blanco.Añadir Anotación
—Los años siguientes vieron una afluencia de refugiados y forajidos de toda clase. Marblehead se convirtió en el vertedero de las Trece Colonias. ¡Caray, era peor que Rhode Island, y eso ya es decir! Teníamos marginados de cualquier tipo que se le ocurra, de todas partes del globo. Mis propios antepasados, por ejemplo, eran maneses que veneraban a Manannan mac Lir, Dios del Mar. Perseguidos por el mismísimo arzobispo de Canterbury, huyeron buscando refugio en el Nuevo Mundo.Añadir Anotación
—Y me avergüenza mucho admitirlo, pero la moralidad de estos blancos era tan escasa como la de los indios. No eran inmunes a los encantos pisciformes de las criaturas del mar y continuaron entremezclando sus esencias vitales con ellos.
Agassiz levantó la mano fatigado.
—Alto ahí, capitán Stormfield. ¿En serio espera que me crea este cuento chino? Es imposible científicamente que un hombre y un pez puedan cruzarse.
—¿Imposible, eh? Entonces, ¿cómo explica esto?
El capitán Stormfield se remangó el jersey grasiento y mostró la parte inferior de su musculoso brazo.
Estaba cubierto de escamas verdes y ásperas desde la muñeca hacia arriba. Al girarlo para que Agassiz lo inspeccionara, las escamas reflejaron la luz de las velas.
—No es ninguna triquiñuela, Louie. Tengo al menos una octava parte de pez, igual que todo el mundo en Marblehead. Si eres de Marblehead, no puedes evitar llamar tío a algún atún.
Cezar intervino.
—Yo le cgeo, Louie. ¡Pog algo apodagon el «Gegimiento Anfibio» a los chicos de Magblehead en la Gefolusión! ¿Cómo cgee que pudiegon llegag a Washington cgusando el Delawage con tanta fasilidad? ¡Cagay, Danny me ha contado que se echagon al agua y aggastgagon los bagcos como si fuegan magsopas!Añadir Anotación
Agassiz por fin recuperó la voz, aunque no era más que una sombra de su habitual bramido autoritario.
—Por favor, bájese la manga… Gracias. Ningún hombre de ciencia debería estar expuesto a esa visión. Está bien. Suponga que admito esta historia increíble como prolegómeno. ¿Cómo está usted seguro de que T’guzeri planea llevar a cabo la operación en su absurdo pueblo?
—Bueno, me lo dijeron directamente los que tenían que saberlo. Verá, siempre ha habido dos bandos en Marblehead. La mayoría de los humanos conviven con las criaturas marinas sin pensar demasiado en ellas. Ponen tierra de por medio por lo general, excepto cuando les llama algún primo cubierto de algas, en tono amistoso. Saben muy bien mantenerse alejados de determinados arrecifes y bancos de arena, haciendo los debidos saludos y reverencias cuando pasan por determinadas bahías y demás.Añadir Anotación
—Pero luego están los otros, los humanos retorcidos y enrevesados, aquellos cuya sangre está más aguada y más fría que la de la mayoría. Se asocian con las peores criaturas marinas tan a menudo como pueden. Éstos son los que de hecho veneran a los mismos dioses que las criaturas marinas, dioses como Dagon y Pahuanuiapitaaiterai. Estos canallas colaboran con las sirenas en sus planes oscuros y diabólicos.Añadir Anotación
—Uno de estos tipos —no el peor, me alegra decirlo— es mi primo, Howard Phillips. Esta misma mañana me ha contado, en términos generales, entienda, lo que T’guzeri y sus amigos conspiradores han planeado para mañana por la noche. No hace falta decir, que vine con las noticias sin perder tiempo.
El capitán Stormfield entonces cruzó los brazos por delante del pecho y esperó orgulloso la reacción de Agassiz.
Agassiz observó al trío expectante ante él. ¿En serio esperaban que diera crédito a esa historia rocambolesca? Ni el barón Munchausen hubiera discurrido algo la mitad de disparatado. ¿Le estaban tomando por tonto, sólo para cogerle después con los pantalones bajados, en sentido figurado, en el último momento?Añadir Anotación
El capitán Stormfield dijo:
—Perdone un momento.
Cogió un cazo y sacó agua de un cubo que había junto a la portilla. Entonces tiró hacia abajo del cuello vuelto del jersey y se ungió unas agallas perfectamente visibles.
Los ojos de Agassiz adoptaron las proporciones de los de un loris lento (Nycticebus tardigradus). Cuando estuvo parcialmente recuperado, dijo:
—La guardia costera ha puesto un crucero armado de gran tamaño a mi disposición. Lo solicitaré para mañana por la noche.


9
MOBY DAGON

Agassiz estaba resplandeciente frente a la puerta del número 10 de Temple Place, la lujosa residencia conocida como «la Corte», hogar de la casta y encantadora Lizzy Cary. Vestía lo más parecido a un uniforme que tenía: la chaqueta roja y los pantalones de la Burschenschaft, el club estudiantil al que había pertenecido veinte años atrás en Heidelberg. Un pelín estrecho, había pensado, mirándose en el espejo de cuerpo entero de su casa. Pero todavía mantenía una figura imponente en los viejos colores de la escuela y necesitaba toda la confianza que pudiera reunir ese día.Añadir Anotación
Era mediodía del día en que iba a enfrentarse al hechicero hotentote en el pueblo pescador de Marblehead y Agassiz había venido a despedirse de la mujer que amaba y codiciaba. Aunque esperaba regresar totalmente ileso —después de todo, ¿qué podía hacer la superstición primitiva frente a la luz abrasadora de la ciencia?— no pudo resistir la oportunidad de hacer una declamación florida de su sacrificio inminente.Añadir Anotación
En pocos minutos, Agassiz estaba arrodillado junto a su amada, cogiéndole sus pequeñas manos mientras ella estaba sentada en la chaise-longue del salón de los Cary. Los rizos largos y morenos que rodeaban su cara temblaban con las emociones que le asaltaban, mientras Agassiz le explicaba —en una versión cuidadamente editada, por supuesto— lo que había averiguado y lo que estaba a punto de emprender.Añadir Anotación
—¡Oh, Louis, estoy tan asustada!
—No lo estés, querida. Yo soy lo bastante valiente por los dos.
—No puedo dejar que vayas solo, Louis. Si algo fuera a sucederte, estoy segura de que me moriría del disgusto. ¡Prefiero fallecer junto a ti en las fauces de algún horror pisciforme que vivir un segundo sin tu presencia!
—¿Lo dices en serio, querida?
—Sí, Louis, de todo corazón.
Agassiz tomó una decisión rápida.
—Entonces vendrás conmigo, mi adorable Lizzie. Estarás a mi lado, como una verdadera pareja, bajo el firme cobijo de mi amor protector. ¿Puedes ponerte algún atuendo resistente rápidamente?
—Llevaré el conjunto que llevé cuando fuimos a cazas mariposas, y le diré a Papá que nos vamos a hacer otra expedición. Sólo tardaré un par de horas.
Fiel a su palabra, Lizzie estaba lista en el tiempo estipulado. Poco después, bajaban del carruaje frente a las dependencias del East Boston.
—Nuestro transporte llegará de un momento a otro, querida. Vamos a esperar dentro.
En la casa, Agassiz se encontró con una fiesta empezada.
Dogberry, Pourtales, Girard, Burckhardt, Sonrel, Maurice y Edward Desor unían sus voces cantando a coro «Negra Lulú», alzando sus copas llenas de champán. El jefe Tortuga Mordedora arrastraba los pies alrededor de ellos, profiriendo gritos de guerra carentes de palabras.
—¿Qué significa todo esto? —bramó Agassiz.
—Nuestro último monográfico ha salido de imprenta —explicó Desor.
Agassiz cogió una copia de la publicación. En la portada ponía:

INVESTIGACIÓN SOBRE LA DIETA DE LOS
BATHYPTEROIDAE
POR
EDWARD DESOR
Y
SU AYUDANTE,
LOUIS AGASSIZ
Un velo de rabia cubrió la mirada de Agassiz como una aurora boreal. Se preparó para descargar todo el poder de su furia sobre el insolente Desor.
Completamente despreocupado, Desor se limitó a mirar a Lizzie de manera notoria y dijo:
—¿Te han cosido algún botón últimamente, Agass?
Agassiz se desinfló como un globo pinchado.
—Touché, Edward. Hablaremos de esto más tarde. Ahora mismo, tengo que irme.
—Oh, no te preocupes, vamos todos contigo. ¿De verdad pensabas que te dejaría acaparar toda la gloria? No, tus leales colaboradores se merecen estar contigo en este momento histórico, para que nuestros nombres resuenen junto al tuyo a lo largo de la historia de la filosofía natural.
Entonces, el jefe Tortuga Mordedora, evidenciando un nuevo talento para el habla civilizada, blandió su arco y sus flechas y declaró:
—Jefe Tortuga Mordedora querer luchar contra Wishpoosh junto a Gran Padre Blanco Louis. Dios Castor Gigante necesitar buena paliza.
Comprendiendo que era inútil discutir, Agassiz se limitó a decir:
—Muy bien entonces. Veamos si ha llegado nuestro barco.
El grupo salió desfilando por el césped con la vista de la ajetreada bahía al fondo.
Acercándose como uno de los indómitos barcos vikingos que habían visitado Newport antes de que Colón navegara, ahí estaba el buque de vigilancia de la guardia costera, el U.S.S. Bibb.
El Bibb era en realidad un clíper pequeño, construido por la empresa de Kennard y Williamson en Baltimore. Con cuarenta y tres metros de eslora, cuatrocientas noventa y cuatro toneladas, tres mástiles, un calado de tres metros y medio en proa y de cinco metros en popa, era pequeño en comparación con los colosos de 2500 toneladas que estaba construyendo McKay para entonces. Aún con todo, era una visión impresionante. Sin duda aterraría a T’guzeri y a sus compinches de Marblehead.Añadir Anotación
Incluso Agassiz sentía miedo —o al menos aversión— por un aspecto del barco: el mascarón de proa, que estaba tallado en forma de una sirena pechugona de colores vivos.
El Bibb echó el ancla a cierta distancia de la costa y bajó un bote pequeño de los pescantes. Pronto el bote encalló y el capitán del Bibb desembarcó en la orilla.
Joven y fornido, el capitán caminó con decisión hacia la banda expectante. Su competencia tranquila impresionó a Agassiz de inmediato.
—Teniente Charles Henry Davis, señor, a sus órdenes. Permítame mencionar que he leído todas sus obras, profesor Agassiz, y considero el mayor honor de mi corta carrera el acompañarle en esta misión.
Las palabras de alabanza recompensaron ligeramente a Agassiz por el pésimo trato que había tenido que soportar de su ayudante. Se hinchó visiblemente.
—Le aseguro, teniente, que sus servicios le reportarán un reconocimiento inmenso en los anales de su nación y de su raza. Hoy navegamos para mayor gloria de la ciencia y la cultura de los blancos americanos.
En ese momento, las figuras vergonzosas de Jacob Cezar y su amante hotentote hicieron su aparición en la cubierta del Sie Koe. Ambos estaban a medio vestir.
—¡Ah del Bibb! ¡Ya casi estamos! ¡Un minuto!
El teniente Davis parecía bastante perplejo. Agassiz trató de explicarse.
—Son… esto… expertos en el enemigo al que nos enfrentamos. Pensé que debían acompañarnos…
Entonces el capitán Stormfield asomó la cabeza en la cabina del Dolly Peach, que había permanecido atracado durante la noche. El natural de Marblehead estaba peinándose con lo que parecía ser un espécimen vivo del espinoso de tres púas (Gasterosteus aculeatus).
—Voy a seguirle en mi navío, capitán. Me parece que nos vendrá bien un barco de refuerzo, por si acaso. ¡Intentaré no adelantarle!
—Conoce las aguas locales… —titubeó Agassiz.
Tuvieron que hacer dos viajes para transportar a los doce miembros de la variopinta expedición hasta el Bibb. Pero al fin estaban todos a bordo. El Bibb levó anclas, ciñó sus velas a barlovento y se pusieron en camino, entrando en las aguas salpicadas de diamantes de la bahía de Boston, con el Dolly Peach siguiéndoles.Añadir Anotación
El teniente Davis guió a Agassiz en un recorrido por el barco, en el que no dejó de mencionar el armamento.
—Traemos a bordo varios cañones de potencia de fuego moderada. Pero considerando la naturaleza de nuestra misión como usted la explicó, me he tomado también la libertad de fichar a un experto arponero para este viaje. Permítame que se lo presente.
El teniente Davis llevó a Agassiz frente a un hombre sombrío con barba que estaba enrollando con esmero la cuerda de la pesada y peligrosa herramienta de su oficio.
—Profesor Agassiz, éste es el señor Melville, un amigo personal. He logrado convencerle para que deje su granja de Pittsfield por un par de días, a pesar de que tiene mucho que arar. El señor Melville ha surcado los siete mares —en el legendario Acushnet, entre otros balleneros— y posee una vista y unas manos firmes que sin duda nos serán muy útiles. Además, el señor Melville comparte con usted el interés por la literatura. ¿Tal vez haya leído usted alguna de sus memorias? ¿Taipi? ¿Omoo?Añadir Anotación
—Me temo que no. Pero no tengo mucho tiempo para la lectura ociosa de ningún tipo. ¿Su mano, señor Melville...?
Melville extendió una mano grande y callosa.
—Llámeme Herman.Añadir Anotación

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DCFan, 15 de Mayo de 2008
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