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Bautismo de fuego

Advance Dreamers


Bibliópolis Fantástica ofrece en exclusiva a los lectores de Dreamers el segundo capítulo de la quinta entrega de la “Saga de Geralt de Rivia”. Geralt, Jaskier y compañía marchan hacia el sur en busca de Ciri, cruzando el territorio devastado por la guerra, donde será cada vez más difícil distinguir a los amigos de los enemigos.

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Portada de "Bautismo de Fuego"

Capítulo segundo

He conocido en mi vida a muchos militares. He conocido a mariscales, generales, voievodas y atamanes, triunfadores en numerosas campañas y batallas. He escuchado sus narraciones y recuerdos. Los he visto inclinados sobre mapas, dibujando en ellos líneas de diversos colores, haciendo planes, pensando estrategias. En estas guerras de papel todo rodaba, todo funcionaba, todo estaba claro y en un orden ejemplar. Así debe ser, explicaban los militares. El ejército es sobre todo orden y reglamento. El ejército no puede existir sin orden ni reglamento.Añadir Anotación
Por ello resulta todavía más extraño el que la guerra de verdad —y he visto unas cuantas guerras de verdad—, en lo que se refiere a orden y reglamento, recuerde hasta el aburrimiento a un burdel en llamas.
     Jaskier, Medio siglo de poesía

El agua clara como el cristal del Cintillas se derramaba por los bordes del salto en un arco suave y perfecto, la cascada susurrante y espumosa caía entre rocas tan negras como el ónice, se quebraba sobre ellas y desaparecía en un blanco remolino desde el que se vertía en una amplia poza, tan transparente que se veía cada guijarro en el multicolor mosaico del fondo, cada trenza verde de las algas que ondulaban en la corriente.Añadir Anotación
Ambas orillas estaban cubiertas de una alfombra de centinodias, entre las que se elevaban los mirlos de río, presentando orgullosos sus blancas chorreras en el cuello. Sobre las centinodias los arbustos mudaban entre verde, bronce y ocre en un fondo de abetos, ofreciendo el aspecto de ser plata en polvo derramada.Añadir Anotación
—Ciertamente —suspiró Jaskier—. Es bonito.
Una enorme trucha asalmonada intentaba saltar sobre el borde de la catarata. Durante un segundo estuvo colgando en el aire, tensando las escamas y agitando la cola, luego cayó pesadamente entre un remolino de espuma.
Una cinta bifurcada de rayos cortó el cielo oscurecido hacia el sur, un trueno lejano rodó con sordo eco a lo largo de la pared del bosque. La yegua baya del brujo bailoteó, dio un tirón con la testa, mostró los dientes, intentando escupir el freno. Geralt sujetó con fuerza las riendas, la yegua retrocedió con un bailoteo, los cascos resonaban sobre las piedras.Añadir Anotación
—¡So! ¡Sooo! ¿Has visto, Jaskier? ¡Maldita bailarina! ¡Perra madre, a la primera oportunidad me libro de este jamelgo! ¡Así la diñe que lo cambio aunque sea por un burro!
—¿Prevés pronto tamaña posibilidad? —El poeta se rascó el cuello, que tenía escocido por las picaduras de los mosquitos—. El silvestre paisaje de este valle produce, en verdad, una incomparable impresión estética, pero para variar preferiría contemplar alguna menos estética taberna. Pronto hará una semana que llevo admirando románticas naturalezas, paisajes y lejanos horizontes. Añoro los interiores. Sobre todo aquéllos en los que se sirven alimentos calientes y cerveza fría.Añadir Anotación
—Todavía habrás de añorarlos por algún tiempo. —El brujo se volvió en la silla—. Puede que alivie un tanto tus sufrimientos el saber que también yo añoro un poco la civilización. Como sabes, estuve en Brokilón exactamente treinta y seis días. Y noches, en las que la romántica naturaleza me congelaba el trasero, me reptaba por las espaldas y me depositaba rocío sobre las narices... ¡Sooooo! ¡Maldita sea! ¿Terminarás por fin con tu rabieta, maldita yegua?Añadir Anotación
—Los tábanos la están picando. Los bichos se han puesto tozudos y sedientos de sangre, como suele pasar cuando hay tormenta. Está tronando hacia el sur y los relámpagos cada vez están más cerca.
—Ya me he dado cuenta. —El brujo miró al cielo, al tiempo que sujetaba al inestable caballo—. El viento también es distinto. Sopla desde el mar. El tiempo está cambiando, creo. Vamos. Azuza al cebón ése de tu castrado.
—Mi corcel se llama Pegaso.
—Como si pudiera ser de otro modo. ¿Sabes qué? Podemos ponerle también algún nombre a mi yegua élfica. Hummm...
—¿Quizás Sardinilla? —bromeó el trovador.
—Sardinilla —aceptó el brujo—. Es bonito.
—¿Geralt?
—Dime.
—¿Has tenido alguna vez en la vida algún caballo que no se llamara Sardinilla?
—No —respondió el brujo al cabo de un rato de pensárselo—. No lo he tenido. Azuza a tu perezoso Pegaso, Jaskier. Tenemos un largo camino por delante.
—Desde luego —farfulló el poeta—. Nilfgaard... ¿A cuántas millas, según tú?
—Muchas.
—¿Llegaremos antes del invierno?
—Primero llegaremos a Verden. Allí discutiremos... ciertos asuntos.
—¿Qué asuntos? No me quitarás las ganas ni te librarás de mi. ¡Te acompañaré! Así lo he decidido.
—Ya veremos. Como dije, iremos a Verden.
—¿Y queda mucho? ¿Conoces estos terrenos?
—Los conozco. Estamos junto a la cascada de Ceann Treise, delante de nosotros hay un lugar que se llama la Séptima Milla. Esas montañas al otro lado del río son los Montes del Búho.
—¿Y vamos al sur siguiendo el río? El Cintillas desemboca en el Yaruga allá por la fortaleza de Bodrog...
—Iremos al sur, pero por aquella orilla. El Cintillas dobla hacia occidente, nosotros iremos por los bosques. Quiero llegar a un lugar que se llama Drieschot, o sea, el Triángulo. Allí se encuentran las fronteras de Verden, Brugge y Brokilón.
—¿Y desde allí?
—Junto al Yaruga. Hasta la desembocadura. Hasta Cintra.
—¿Y luego?
—Y luego ya veremos. Si hay alguna posibilidad, obliga al vago de tu Pegaso a ir a un paso más rápido.

El chaparrón les pilló mientras vadeaban el río, en su mismo centro. Primero estalló un violento viento, que con su soplo casi huracanado revolvía los cabellos y las ropas y golpeaba los rostros con hojas y palitos arrancados de los árboles de la orilla. Espolearon a los caballos con gritos y golpes de los puños, se movieron en dirección a la orilla mientras hacían brotar espuma en el agua. Entonces el viento enmudeció de pronto y vieron el gris muro de la lluvia que se acercaba a ellos. La superficie del Cintillas se quebró y comenzó a bullir como si alguien hubiera arrojado desde el cielo miles de millones de bolitas de plomo.Añadir Anotación
Antes de que consiguieran salir del río, estaban completamente mojados. Se escondieron a toda prisa en el bosque. Las copas de los árboles formaban sobre sus cabezas un tejado verde y denso, pero no se trataba de un tejado que pudiera protegerlos de tamaño chaparrón. La lluvia pronto empapó y atravesó las hojas, y al poco llovía en el bosque tanto como al aire libre.Añadir Anotación
Se envolvieron en las capas, se pusieron las capuchas. Reinaba la oscuridad entre los árboles, sólo aclarada por los relámpagos cada vez más frecuentes. Retumbaba una y otra vez, de forma aguda y con estampidos ensordecedores. Sardinilla se revolvió, pateó y bailó. Pegaso mantuvo su tranquilidad inmutable.Añadir Anotación
—¡Geralt! —gritó Jaskier, intentando hacerse oír por encima de otro trueno que resonaba en el bosque como si fuera un gigantesco carromato—. ¡Vamos a detenernos! ¡Busquemos refugio en algún lado!
—¿Dónde? —le respondió a gritos—. ¡Cabalga!
Y cabalgaron.
Al cabo de un tiempo la lluvia aflojó visiblemente, el viento volvió a resonar en las copas de los árboles, los estallidos de los truenos dejaron de taladrar los oídos. Salieron al sendero, entre densos alisos. Luego a una pradera. En la pradera crecía una poderosa haya, y bajo sus ramas, sobre una ancha y gruesa cubierta de hayucos y hojas broncíneas, había un carro con una pareja de mulas. En el pescante estaba sentado el carretero y los apuntaba con una ballesta. Geralt lanzó una maldición. Un trueno ahogó la blasfemia.Añadir Anotación
—Baja la ballesta, Kolda —dijo un hombre bajo con un sombrero de paja, al tiempo que se retiraba del tronco del haya, saltando sobre una pierna y levantándose los pantalones—. Éstos no son los que esperamos. Pero son clientes. No asustes a los clientes. No tenemos mucho tiempo, pero tiempo siempre hay de mercadear.Añadir Anotación
—¿Qué diablos? —murmuró Jaskier a espaldas de Geralt.
—Acercaos más, señores elfos —gritó el hombre del sombrero—. Sin miedo, soy de los vuestros. ¡N’ess a tearth! ¡Va, Seidhe, ceadmil! Yo, de los vuestros, ¿entiendes, elfo? ¿Hacemos trato? Venga, venir acá, bajo la haya, ¡aquí no cae tanto!
A Geralt no le sorprendió la confusión. Tanto él como Jaskier estaban envueltos en grises capas élficas. Él mismo llevaba el jubón que le habían dado las dríadas, con los motivos de hojas preferidos por los elfos, estaba sentado en un caballo con la típica montura élfica y las riendas de característicos adornos. La capucha le cubría una parte del rostro. En lo que respectaba al finolis de Jaskier, éste ya había sido antes tomado por elfo o medio elfo, especialmente desde el momento en que había comenzado a llevar los cabellos hasta los hombros y a peinarselos ocasionalmente con plancha.Añadir Anotación
—Cuidado —murmuró Geralt, al tiempo que bajaba del caballo—. Eres un elfo. No abras la boca sin necesidad.
—¿Por qué?
—Son javecares.
Jaskier silbó por lo bajini. Sabía de qué se trataba.
El dinero lo gobierna todo y la demanda produce la oferta. Los Scoia’tael, vagabundeando por los bosques, recolectaban un botín innecesario y transferible, y padecían sin embargo de escasez de equipamientos y armas. De este modo surgió el comercio ambulante forestal. Y el género de personas que se ocupaban de aquel comercio. En las veredas, senderos, caminos y prados aparecieron los chirriantes carros de los especuladores que mercadeaban con los Ardillas. Los elfos los llamaban hav’caaren, una palabra intraducible pero que se asociaba a avaricia rapaz. Entre los humanos se extendió el término "javecar", y la palabra se asociaba con algo todavía más horrible. Pues horribles eran aquellos hombres. Crueles y sin escrúpulos, no retrocedían ante nada, ni siquiera ante el asesinato. Los javecares a los que atrapaba el ejército no podían esperar que se les tuviera compasión. Así que ellos tampoco acostumbraban a concederla. Si encontraban a alguien por el camino que pudiera delatarles a los soldados, echaban mano sin pensárselo a la ballesta o el cuchillo.Añadir Anotación
Así que no era un encuentro afortunado. Por suerte, los javecares les habían tomado por elfos. Geralt escondió del todo el rostro detrás de la capucha y comenzó a pensar en qué hacer si la mascarada fracasaba.
—Vaya un tiempo de perros. —El mercader se frotó las manos—. ¡Llueve como si alguien hiciera bujeros en los cielos! ¿Feo tedd, ell’ea? Pero igual, para los negocios no hay mal tiempo. ¡No hay más que mala mercancía y malos dineros, je, je! ¿Entiendes, elfo?
Geralt asintió, Jaskier murmuró algo ininteligible desde debajo de la capucha. Por suerte, el desagrado lleno de desprecio que los elfos tenían a conversar con los humanos era conocida por todos y no asombraba a nadie. El carretero, sin embargo, no había bajado la ballesta y eso no era buena señal.
—¿De quién sois? ¿De qué comando? —El javecar, como todo tratante que se preciara de ello, no se dejaba desalentar por la taciturna reserva de sus clientes—. ¿De Coinneach Dé Reo? ¿De Angus Bri—Cri? ¿O no será de Riordain? Riordain, a lo visto, hace una semana les rebanó el pescuezo a unos recaudadores reales que iban en un carromato, y en el carromato llevaban los impuestos que habían sacado. Monedas, no trigo del diezmo. Yo no tomo en pago brea ni grano, ni ropijos manchados de sangre, de pillaje acepto si acaso visones, cebellinas o armiños. ¡Pero lo más grato me son las monedas, piedrecellas o joyejas! Si tenéis, podemos hacer tratos. ¡Tengo mercaderías de primera clase! Evelienn vara en ard scedde, ell’ea, ¿entiendes, elfo? De todo tengo. Mirailo.Añadir Anotación
El mercader se acercó al carro, tiró del extremo de una lona mojada. Vieron espadas, arcos, plumas de flechas, monturas. El javecar rebuscó entre la mercadería, sacó una de las saetas. La punta era dentada y aserrada.
—Esto no os lo puede dar algotro —dijo jactancioso—. Otros tratantes tienen piedras, cuernos en vez de espadas, pues por tales puntetas te descuartizan con caballos si te agarran con ellas. Mas yo sé de lo que el Ardilla gusta, el cliente es el amo y no hay comercio sin riesgo, ¡mientras un poquete de benificios haya! La docena de puntas desparcedoras a nueve orenes. Naev’de aen tvedeane, ell’ea, ¿entiendes, Seidhe? Juro que no abuso, no me gano nada con esto, lo juro por la cabeceta de mis críos. Si me lleváis a la vez tres docenas, os hago un seis por ciento de descuento. Una ocasioncina, os lo juro, una ocasioncina... ¡Eh, Seidhe, largo del furgón!Añadir Anotación
Jaskier retiró asustado la mano del toldo, se bajó aún más la capucha sobre los ojos. Geralt, por no sé qué vez más, maldijo mentalmente la curiosidad del bardo.
—Mir’me vara —murmuró Jaskier, alzando la mano en un gesto de disculpa—. Squaess’me.
—No pasa nada. —El javecar mostró los dientes—. Mas ahí mejor no mirar, pues en el carro también van otras mercaderías. Pero no para venderlas, no para los Seidhe. Un encargo, je, je. Va, pero nosotros acá de cháchara... Mostrar las perras.
Ya comienza, pensó Geralt mirando la ballesta tensada del carretero. Tenía razones para pensar que la punta de la saeta podría ser una ocasioncina javecar desparcedora que, si acertaba en la barriga, saldría por las espaldas en tres o a veces en cuatro sitios, haciendo de los órganos internos del afectado un picadillo bastante regular.Añadir Anotación
—N’ess tedd —dijo, afectando un acento cantarín—. Tearde. Mireann vara, va’en vort. Volvemos al comando, entonces trato. ¿Ell’ea? ¿Entiendes, dh’oine?
—Entiendo. —El javecar escupió—. Entiendo que estáis pelados, tendríais la gana de tomar la mercancía, pero no tenéis ni un duro. ¡Hala, largo! Y no volváis puesto que yo a personas de importancia tengo que ver aquí, os es más seguro no poneros ante sus ojos. Moveos o...
Se interrumpió al oir unos relinchos.
—¡Lléveme el demonio! —aulló—. ¡Demasiado tarde! ¡Ya están aquí! ¡Meted la jeta bajo las capuchas, elfos! ¡Ni os meneéis, que ni os salga el aliento por los morros! ¡Kolda, mastuerzo, baja esa ballesta, pero ya!
El siseo de la lluvia, los truenos y la alfombra de hojas habían sofocado el golpeteo de los cascos, gracias a lo cual a los jinetes les había sido posible acercarse sin ser advertidos y rodear el haya en un abrir y cerrar de ojos. No eran Scoia’tael. Los Ardillas no solían llevar armaduras y a ocho de los caballeros que rodeaban el árbol les relucía el metal lavado por la lluvia de los yelmos, lorigas y hombreras.Añadir Anotación
Uno de los jinetes se acercó al galope, se alzó sobre el javecar como una montaña. Era de buena estatura y para colmo estaba sobre un potente semental de guerra. Los hombros acorazados estaban cubiertos por una piel de lobo, el rostro estaba oscurecido por un yelmo con una ancha ventalla colgante que le alcanzaba hasta el labio inferior. El recién llegado sujetaba en la mano un espetón de aspecto amenazador.Añadir Anotación
—¡Rideaux! —gritó con voz ronca.
—¡Faoiltiarna! —respondió el comerciante con la voz ligeramente quebrada.
El jinete se acercó aún más, se inclinó sobre la silla. El agua escapó a torrentes de su ventalla directamente sobre el guantelete y la brillante punta del amenazador espetón.
—¡Faoiltiarna! —repitió el javecar, inclinándose. Se quitó el sombrero, al momento la lluvia hizo que sus escasos cabellos se pegaran lisos al cráneo—. ¡Faoiltiarna! Yo, de los vuestros, conozco la contraseña y la respuesta... Vengo de Faoiltiarna, su señoría... Espero aquí, como estaba acordado...
—¿Quienes son ésos?
—Mi escolta .—El javecar se inclinó aún más—. Estos, unos elfos...
—¿El prisionero?
—En el carro. En un ataúd.
—¿En un ataúd? —Un trueno ahogó en parte el grito rabioso del jinete del yelmo con ventalla—. ¡No te irás de rositas! ¡El señor de Rideaux ordenó claramente que el preso había de ser entregado vivo!
—Vivo está, vivo —se apresuró a farfullar el mercader—. Como estaba ordenado... Metido en un ataúd, pero vivo... No fue mi idea lo del ataúd, su señoría. Fue Faoiltiarna...
El jinete golpeó con el espetón en la espuela, dio una señal. Tres hombres saltaron de sus monturas y tiraron de la lona del furgón. Cuando echaron al suelo las sillas, las lonas y los atelajes, Geralt pudo distinguir a la luz de los relámpagos un ataúd de pino nuevo. No miró sin embargo con demasiada atención. Sentía un frío hormigueo en la punta de los dedos. Sabía lo que iba a suceder en unos momentos.Añadir Anotación
—¿Y qué es esto, su señoría? —habló el javecar, mirando las mercancías que yacían sobre las hojas empapadas—. ¿Me tiráis mis bienes del carro?
—Lo compro todo. Incluido el tiro.
—Aaaaah. —En la mandíbula peluda del mercader se abrió una amplia sonrisa—. Eso es otra coseja. Entonces van a ser.... Apiensemos... Cinco cientos, con perdón de vuesa merced, si es en moneda temeria. En contra, si son vuestros florines, entonces cuarenta y cinco.
—¿Tan barato? —bufó el jinete, sonriendo diabólicamente desde detrás de su ventalla—. Acércate.
—Cuidado, Jaskier —susurró el brujo, desabrochando imperceptiblemente las hebillas de su capa. Estalló un trueno.
El javecar se acercó al jinete, contando ingenuamente con que aquélla iba a ser la transacción de su vida. Y fue la transacción de su vida, puede que no la mejor, pero con toda seguridad la última. El jinete se puso de pie sobre los estribos y tomando impulso le clavó el espetón en la coronilla casi calva. El mercader cayó sin un gemido, tiritó, agitó las manos, arañó con los tacones la alfombra de hojas mojadas. Uno de los que estaba rebuscando en el carro le echó las riendas al cuello al carretero, apretó, otro se acercó, le clavó un estilete.Añadir Anotación
Otro de los que iban a caballo alzó la ballesta al hombro apuntando a Jaskier. Sin embargo, Geralt tenía ya en la mano una espada que habían tirado del carro del tratante. Agarró el arma por el centro de la hoja y la lanzó como si fuera una jabalina. Atravesó al ballestero y éste cayó del caballo, todavía con un gesto de asombro ilimitado en el rostro.Añadir Anotación
—¡Escapa, Jaskier!
Jaskier se echó sobre Pegaso y con un loco ímpetu saltó sobre la silla. El salto fue, sin embargo, un poco demasiado loco y al poeta le faltaba práctica. No acertó a agarrarse al arnés y cayó al suelo por el lado contrario del caballo. Y esto le salvó la vida, la hoja de la espada del jinete que le atacó cortó con un silbido el aire por encima de las orejas de Pegaso. El castrado se excitó, se removió, chocó con el caballo del atacante.Añadir Anotación
—¡No son elfos! —gritó el jinete del yelmo con ventalla mientras echaba mano a la espada—. ¡Cogedlos vivos! ¡Vivos!
Uno de los que habían saltado del carro pareció dispuesto a seguir la orden, vaciló. Geralt, sin embargo, había tenido tiempo ya de tomar su propia espada y no vaciló ni un segundo. A los otros dos se les enfrió algo el entusiasmo a causa de la fuente de sangre que los regó. El brujo aprovechó esto y rajó a otro. Pero ya tenía encima a los montados a caballo. Se contorsionó por entre sus espadas, paró un golpe, hizo un quiebro y de pronto sintió un dolor terrible en la rodilla derecha, sintió que caía. No estaba herido. La pierna curada en Brokilón simplemente y sin aviso había dejado de obedecerle.Añadir Anotación
El hombre que se dirigía andando hacia él con el hacha de combate emitió un repentino estertor y se detuvo como si alguien le hubiera dado un fuerte empujón. Antes de que cayera, el brujo distinguió una flecha de largas plumas clavada en el costado del agresor hasta la mitad del asta. Jaskier gritó, un trueno ahogó el sonido.Añadir Anotación
Agarrado a la rueda del carro, Geralt vió a la luz de los relámpagos a una muchacha de cabellos rubios que caía de un aliso con el arco tensado. Los de a caballo también la vieron. No pudieron no verla, porque uno de ellos justamente se caía por las ancas del caballo con la garganta transformada por el dardo en una masa carmesí. Los tres restantes, incluyendo al jefe con el yelmo de ventalla, al momento se dieron cuenta del peligro, dieron un aullido y galoparon en dirección a la arquera, escondiéndose detrás de los cuellos de los caballos. Juzgaron que los cuellos de los caballos ejercerían una protección suficiente ante las flechas. Se equivocaban.Añadir Anotación
María Barring, llamada Milva, tensó el arco. Apuntó con cuidado, la cuerda rozándole el rostro.
El primero de los atacantes gritó y cayó del caballo, el pie se le enganchó en el estribo, los golpes de los cascos lo destrozaron. Al segundo la flecha simplemente le barrió de la silla. El tercero, el jefe, estaba ya cerca, se puso de pie en los estribos, alzó la espada para dar el tajo. Milva ni siquiera pestañeó, mirando sin miedo al atacante tensó el arco y a una distancia de cinco pasos le metió un disparo directo en el rostro, junto a la ventalla de acero. La flecha le atravesó de cabo a rabo, levantándole el casco. El caballo no moderó el galope, el jinete, privado del yelmo y de buena parte del cráneo, se mantuvo en la silla durante algunos segundos, luego, poco a poco, se inclinó y cayó sobre un charco con un chapoteo. El caballo relinchó y siguió adelante.Añadir Anotación
Geralt se levantó con esfuerzo y se masajeó la pierna, que le dolía pero que, extrañamente, parecía estar bien, podía apoyarse en ella sin problemas, podía andar. A su lado estaba Jaskier, retorciéndose por el suelo mientras intentaba liberarse del cadáver de la garganta destrozada. El rostro del poeta tenía el color de gasa de algodón.Añadir Anotación
Milva se acercó, por el camino arrancó la flecha clavada en el muerto.
—Gracias —dijo el brujo—. Jaskier, da las gracias. Ésta es Milva Barring. Gracias a ella seguimos vivos.
Milva arrancó la flecha de otro cadáver, miró la punta ensangrentada. Jaskier murmuró algo poco claro, se dobló en una reverencia palaciega pero más bien temblona, después de lo cual cayó de rodillas y vomitó.
—¿Quién es el pollo? —La arquera limpió la punta con una hoja mojada, metió la flecha en el carcaj—. ¿Un tu amigo, brujo?
—Sí. Se llama Jaskier. Es poeta.
—Poeta. —Milva miró al torso del trovador, quien ya sólo vomitaba en seco, luego alzó la vista—. Si así es, comprendo entonces. Lo que no comprendo es por qué está aquí echando la pota, en vez de juntar rimas tranquilito en algún lado. De tos modos, no es asunto que haya a mí de incumbirme.
—En cierta medida sí. Le has salvado el pellejo. A mí también.
Milva se limpió el rostro salpicado de lluvia, todavía se notaba en su piel la presión de la cuerda del arco. Aunque había disparado varias veces, sólo había una huella de la cuerda: ésta había partido cada vez del mismo sitio.
—Ya en el aliso andaba cuando platicábais con los javecares —dijo—. No quise que me vieran los bribones éstos, y no había por qué. Y a esto que vinieron los otros y comenzó la juerga. Acogotaste a unos cuantos. Sabes menear la espada, ha de reconocerse. Y eso que estás cojitranco. En Brokilón debieras haberte quedado, a curarte la pata. Empeorarás, puede que tengas cojera para toda la vida, ¿te das cuenta, pienso?Añadir Anotación
—Viviré.
—Y a mí tal me parece. Pues anduve tras de ti, siguiendo tus rastros, para apercibirte. Y volverte. Nada habrá de tu aventura. Al sur hay guerra. Las tropas nilfgaardianas marchan desde Drieschot a Brugge.
—¿Cómo lo sabes?
—Aunque más que por esto no fuera. —La muchacha señaló con un gesto abierto a los cadáveres y los caballos—. ¡Si son nilfgaardianos! ¿Pues no ves los soles en los pabellones? ¿Los bordados en las corazas? Arrecoger los pertrechos, poner los pies en polvorosa, pues acaso no aparezcan más de ellos. Éstos de aquí salieron en avanzadilla.Añadir Anotación
—No creo —él agitó la cabeza— que esto fuera una avanzadilla o un comando de exploradores. Vinieron aquí a por otra cosa.
—¿Y a por qué, por curiosidad?
—A por esto. —Señaló el ataúd de pino que yacía en el carrro, oscurecido por la lluvia. Llovía ya más débilmente y había dejado de tronar. La tormenta se dirigía hacia el norte. El brujo alzó una espada que yacía entre las hojas, saltó al carro, maldiciendo en voz baja porque la rodilla seguía haciéndose presente con dolores.Añadir Anotación
—Ayúdame a abrir esto.
—Apañados, a un muerto quieres... —Milva se detuvo, al ver las aberturas hechas en la tapa—. ¡Cuernos! ¿Llevaban en este cajón a un javecar vivo?
—Es un prisionero. —Geralt hizo palanca en la tapa—. El mercader esperaba aquí a los nilfgaardianos para entregárselo. Intercambiaron contraseñas...
La tapa se abrió con un chasquido, mostrando a un hombre amordazado, con los brazos y piernas ligados por tiras de cuerdas a los costados del ataúd. El brujo se inclinó. Le contempló con atención. Y otra vez, con mayor atención. Y blasfemó.
—Vaya, mirad —dijo con la voz cortante—. Vaya una sorpresa. ¿Quién se la hubiera esperado?
—¿Lo conoces, brujo?
—De vista. —Sonrió malignamente—. Guarda el cuchillo, Milva. No le cortes las ligaduras. Por lo que veo se trata de un asunto interno de los nilfgaardianos. No debemos entrometernos. Lo dejaremos como está.
—Pero, ¿he oído bien? —habló desde sus espaldas Jaskier. Todavía estaba pálido, pero la curiosidad ya había vencido a otras emociones—. ¿Quieres dejar en el bosque a un hombre atado? Imagino que habrás reconocido a alguien con quien tienes pleitos, ¡pero se trata de un prisionero, diablos! Era prisionero de unos que se lanzaron contra nosotros y a poco no nos mataron. El enemigo de nuestros enemigos...Añadir Anotación
Se detuvo al ver que el brujo sacaba un cuchillo de la caña de la bota. Milva carraspeó bajito. Los ojos azul oscuro del prisionero, hasta ahora entrecerrados a causa de las gotas de lluvia, se abrieron. Geralt se inclinó y cortó las ataduras que ligaban su brazo izquierdo.
—Mira, Jaskier —dijo, agarrando por la muñeca la mano libre y alzándola—. ¿Ves esta cicatriz en los dedos? Ciri se la hizo. En la isla de Thanedd, hace un mes. Es un nilfgaardiano. Fue a Thanedd especialmente para capturar a Ciri. Ella le rajó para evitar que la raptara.
—Pues de nada le sirvió la tal defensa —murmuró Milva—. Y siendo lo que sea, me da por pensar que esto no se tiene tieso. Pues si raptó de la ínsula a la Ciri ésa tuya para Nilfgaard, ¿en qué modo fue a dar con sus huesos en el ataúd? Quítale la mordaza de los morros, brujo. Igual nos dice algo.
—No tengo ninguna gana de escucharlo —dijo sordamente—. Ya ahora estoy tentado de rajarlo, mientras está ahí tumbado y mira. Apenas me contengo. Si hablara, no me contendría. No os he contado todo acerca de él.
—Pues no te contengas. —Milva se encogió de hombros—. Rájale, si tan falto es de honra. Pero lo que sea, presto, que el tiempo vuela. Ya os dije, mirar sólo a los nilfgaardianos. Voy a por mi caballo.
Geralt se enderezó, soltando la mano del prisionero. Éste, inmediatamente, se arrancó la mordaza de la boca y la escupió. Pero no habló. El brujo le echó el cuchillo sobre el pecho.
—No sé por qué pecados te habrán metido en esta caja, nilfgaardiano —dijo—. Y no me interesa. Te dejo este bardeo aquí, libérate tú mismo. Espera aquí a los tuyos o piérdete en el bosque, como quieras.
El prisionero guardaba silencio. Encogido y metido en la caja de madera, tenía un aspecto todavía más miserable y desarmado que en Thanedd, y allá Geralt lo había visto de rodillas, herido, tiritando de miedo en un charco de sangre. Tenía un aspecto todavía más joven. El brujo no le calculaba más de veinticinco años.Añadir Anotación
—Te permití vivir en la isla —añadió—. Y te lo permito ahora. Pero ésta es la última vez. La próxima vez que nos encontremos te mataré como a un perro. Recuérdalo. Si se te ha pasado por la cabeza convencer a tus camaradas de que nos persigan, llévate este ataúd contigo. Te hará falta. Vamos, Jaskier.Añadir Anotación
—¡Y a toda leche! —gritó Milva, volviendo al galope por el sendero que iba hacia el oeste—. ¡Pero no por acá! ¡Al bosque, su perra madre, al bosque!
—¿Qué ha pasado?
—¡Una mesnada enorme viene desde el Cintillas! ¡Son nilfgaardianos! ¿Qué cuernos miráis? ¡A caballo, antes de que nos agarren!

La batalla en torno a la aldea llevaba ya una buena hora y todavía nada hacía pensar que se estuviera encaminando hacia el final. La infantería, defendiéndose desde detrás de los muretes de piedra y las tapias y de los carros puestos de costado, había rechazado ya tres ataques de la caballería, que cargaba sobre ellos cabalgando por encima de los diques. La amplitud de los diques no dejaba a los montados tomar ímpetu frontal y permitía a la infantería concentrar la defensa. Como resultado, cada ola de caballería se deshacía a cada intento contra las barricadas desde las que unos desesperados pero tozudos lansquenetes acribillaban a un tropel de jinetes con una lluvia de dardos y flechas. La caballería se embarullaba y se amontonaba y entonces los defensores caían sobre ellos en un rápido contraataque, cobrándose a todo el que podían con hachas, lanzas y mayales de guerra. Los de a caballo retrocedían hacia el estanque, dejando los cadáveres de hombres y bestias, los de a pie por su parte se escondían detrás de la barricada y retaban al enemigo con repugnantes insultos. Al cabo de algún tiempo, los de a caballo formaban de nuevo y volvían a atacar.Añadir Anotación
Y así todo el tiempo.
—Interesante, ¿quién pelea con quién? —Jaskier preguntaba otra vez, aunque ininteligible, puesto que precisamente tenía en la boca un pedazo de bizcocho seco que le había pedido a Milva e intentaba ablandarlo.
Estaban sentados en el mismo borde de un derrocadero, bien escondidos entre unos enebros. Podían observar la lucha sin miedo a que les vieran. Mejor dicho, tenían que observar. No les quedaba otra salida. Delante de ellos estaba la batalla, detrás, bosques en llamas.
—No es difícil de adivinar —Geralt se decidió con desgana a contestar la pregunta de Jaskier—. Los de a caballo son nilfgaardianos.
—¿Y los de la infantería?
—Los de la infantería no son nilfgaardianos.
—Los de a caballo han de ser la caballería regular de Verden —dijo Milva, hasta entonces sombría y embargada de un sospechoso silencio—. Ajedreces llevan cosidos en los jubones. Y éstos de la aldea son soldados acorazados de Brugge, por las corazas se los conoce.
Ciertamente, enardecidos por un nuevo triunfo, los lansquenetes alzaron sobre las trincheras el estandarte verde con la cruz de ancla. Geralt había observado con atención, pero antes no había distinguido el estandarte que los defensores acababan de alzar. A todas luces, se les había extraviado al comienzo de la batalla.Añadir Anotación
—¿Vamos a seguir mucho rato aquí? —preguntó Jaskier.
—Tú sabrás —murmuró Milva—. Vaya una pregunta. ¡Remira un poco! Si no te vuelves, el culo sigue detrás.
Jaskier no tenía que remirar ni darse la vuelta. Todo el horizonte estaba lleno de franjas a causa de las columnas de humo. El humo más denso estaba al norte y al oeste, allí donde alguno de los ejércitos estaba quemando los bosques. También había bastante humo en el cielo al sur, allá hacia donde se dirigían cuando la batalla les cortó el camino. Pero durante la hora que llevaban en la colina, el humo comenzó a elevarse también por el este.Añadir Anotación
—Sea lo que sea —siguió la arquera al cabo, mirando a Geralt—, a mí ciertamente me reconcome el saber que hayas empezado ahora a pensar. Tras nuestro, Nilfgaard y montes ardientes, por delante, tú mismo te apercibes. ¿Cuáles son entonces tus planes?
—Mis planes no han cambiado. Esperaré el final de esta rencilla y me iré hacia el sur. Hacia el Yaruga.
—Creo que has perdido el seso. —Milva frunció el ceño—. Mas si tú mismo ves lo que pasa. Mas si a ojo desnudo se ve que no se trata de la algara de una porción de mozuelos gamberros, sino que guerra, guerra tenemos. Nilfgaard va derechito desde Verden. Al mediodía habrán ya pasado del Yaruga, a lo seguro toda Brugge y puede que hasta Sodden esté en llamas...Añadir Anotación
—He de llegar hasta el Yaruga.
—Estupendo. ¿Y aluego?
—Buscaré un bote, navegaré con la corriente, intentaré llegar hasta la desembocadura... Allí, cuernos, de seguro que hay algún barco...
—¿A Nilfgaard? —bufó—. ¿Los planes no han sufrido cambio?
—No tienes que acompañarme.
—Cierto, no tengo. Y alabados sean los dioses, porque yo la muerte no la busco. Temerla no la temo, pero algo he de decirte: no hay que ser muy sabio para dejarse matar.
—Lo sé —respondió él tranquilo—. Tengo práctica. No iría en esta dirección si no tuviera que hacerlo. Pero tengo, así que voy. Nada me detendrá.
—Ja. —Ella lo midió con la mirada—. Mas si la voz tienes como si alguien raspara el culo de un puchero con un cuchillo. Si el emperador Emhyr la escucha, a buen seguro que escapará espantado hasta en calzones. ¡A mí, la guardia, a mí, los mis destacamentos imperiales, ay, ay, que hacia Nilfgaard navega el brujo en una canoa, presto estará acá, me arrancará la vida y la corona! ¡Estoy perdido!Añadir Anotación
—Déjalo, Milva.
—¡Y un cuerno! Hora es de que alguien por fin te diga la verdad a la jeta. ¡Que me la meta un conejo pelechado si he visto en mi vida paisano más tonto! ¿A Emhyr le vas a birlar la moza? ¿En la que Emhyr ha puesto las miras para emperatriz? ¿La que le quitó a los reyes? Emhyr tiene uñas largas, lo que engancha, ya no lo suelta. ¿Los reyes no tien redaños para darse con él y tú quieres?Añadir Anotación
No respondió.
—Te aprestas a ir a Nilfgaard —repitió Milva, mientras movía la cabeza como compadeciendo—. A vértelas con el emperador, a ramplarle la novia. ¿Y no has pensado lo que puede pasar? ¿Cuando allá llegues y a la tal Ciri encuentres en las cámaras del palacio, todita envuelta en oropeles y sedas, qué le vas a decir? Vente conmigo, mi bien, para qué leches quieres ese trono imperial, en la palloza viviremos aparejados, en el almuerzo comeremos corchas. Arremírate a ti mismo, cojitranco haraposo. Hasta la capa y las botas te las dieron las dríadas, de algún elfo que esguiñó de las heridas allá en Brokilón. ¿Sabes lo que pasará cuando tu dama te vea? ¡Te escupirá a los ojos, se burlará, a los lacayos les mandará echarte por el umbral y azuzarte a los perros!Añadir Anotación
Milva hablaba cada vez más fuerte, al final casi gritaba. No sólo de la furia, sino para que se la oyera por encima del ruido cada vez mayor. Desde abajo llegaban los gritos de decenas, puede que centenares de gargantas. Un nuevo ataque se derramaba sobre los lansquenetes de Brugge. Pero esta vez desde dos lados al mismo tiempo. Los verdeanos, vestidos con túnicas azules ajedrezadas, cabalgaban por el dique, y desde detrás del estanque, atacando por el flanco a los defensores, cayó un numeroso destacamento de jinetes vestidos de negro.Añadir Anotación
—Nilfgaard —dijo Milva.
Esta vez, la infantería de Brugge no tenía la más mínima posibilidad. La caballería atravesó las barricadas y en un abrir y cerrar de ojos deshizo a los defensores con las espadas. El estandarte con la cruz cayó. Una parte de la infantería tiró las armas y se rindió, otra parte intentó escapar en dirección al bosque. Pero desde el bosque atacó un tercer destacamento, una horda de caballería ligera de abigarrados uniformes.Añadir Anotación
—Los Scoia’tael —dijo Milva, levantándose—. ¿Ahora entiendes lo que está pasando, brujo? ¿Te llegó la nueva? Nilfgaard, Verden y los Ardillas a pelón. La guerra. Como en Aedirn hace un mes.
—Esto es una razzia. —Geralt agitó la cabeza—. Una correría en pos de botín. Sólo la caballería, no hay infantería...
—La infantería conquista fortes y fortalezas. ¿De qué te piensas que son esos humos? ¿De un ahumadero de salmones?
Desde abajo, desde la aldea, les llegaban los gritos salvajes y penetrantes de los que huían, eran alcanzados y muertos a manos de los Ardillas. Por los tejados de las chozas comenzaron a borbotear el humo y las llamas. El fuerte viento había secado la paja después del chaparrón de la mañana, el fuego se extendía a toda velocidad.Añadir Anotación
—Oh —murmuró Milva—, con el humo se va el heno. Y no ha mucho que lo reconstruyeron, luego de aquella guerra. Dos años se partieron los lomos con el sudor en la frente y se chisca en dos minutos. ¡Que de ello aprendan!
—¿El qué? —dijo Geralt con voz agria.
Ella no respondió. El humo de la aldea en llamas se elevó muy alto, alcanzó la colina, les cegó los ojos, hizo brotar las lágrimas. Desde el tumulto les llegaban unos gritos. Jaskier se puso de pronto blanco como el papel.
Habían hecho ponerse a los prisioneros en un grupo, los rodearon. A la orden de un caballero con yelmo de plumas negras, los jinetes comenzaron a cortar y golpear a los desarmados presos. A los que caían los pisoteaban con los caballos. El anillo se iba empequeñeciendo. Los gritos que llegaban haste la colina dejaron de recordar a voces humanas.Añadir Anotación
—¿Y nosotros hemos de ir al sur? —preguntó el poeta, mirando expresivamente al brujo. ¿A través de estos fuegos? ¿Allí de donde proceden estos carniceros?
—Me parece —respondió, vacilante, Geralt— que no tenemos elección.
—Habémosla —dijo Milva—. Conducir os puedo por entre los bosques a los Montes del Búho y de vuelta a Ceann Treise. A Brokilón.
—¿A través de bosques ardiendo? ¿Cruzando el destacamento del que hemos escapado por poco?
—Más seguro es esto que el camino al sur. A Ceann Treise no más de catorce millas hay y me conozco los senderos.
El brujo miró hacia abajo, a la aldea que se extinguía con el incendio. Los nilfgaardianos habían acabado ya con los prisioneros, la caballería se formaba en columna de marcha. La abigarrada tropa de los Scoia’tael avanzaba por la carretera que llevaba al este.
—Yo no me vuelvo —respondió Geralt con dureza—. Pero puedes llevar a Jaskier a Brokilón.
—¡No! —protestó el poeta, aunque todavía no había recuperado los colores—. Voy contigo.
Milva agitó la mano, alzó la aljaba y el arco, dio un paso en dirección al caballo, de pronto se dio la vuelta.
—Al diablo —farfulló—. Demasiado largo y demasiadas veces salvé a los elfos de su perdición. ¡No soy capaz ahora de tan sólo mirar cómo alguien perece! Os conduciré hasta el Yaruga, locos cabezones. Mas no por la ruta del mediodía, sino por oriente.
—Allí también arden los bosques.
—Os conduciré a través del fuego. Estoy acostumbrada.
—No tienes que hacerlo, Milva.
—De seguro que no tengo. ¡Venga, a los jamelgos! ¡Moveos por fin!

No fueron muy lejos. Los caballos avanzaban con gran esfuerzo a través de la espesura y de las trochas anegadas por la vegetación, pero no se atrevían a usar los caminos, por todos lados les llegaba el trápala y el bureo que delataban a un ejército en marcha. La oscuridad les sorprendió entre barrancos llenos de arbustos, se detuvieron para pernoctar. No llovía, el cielo estaba claro a causa de los resplandores.Añadir Anotación
Encontraron un lugar relativamente seco, se sentaron, envolviéronse en gualdrapas y almozallas. Milva exploró los alrededores. Nada más irse, Jaskier dio salida a la curiosidad, largo tiempo contenida, que le despertaba la arquera brokilona.
—Una muchacha como una corza —murmuró—. Cuidado que tienes suerte para hacer conocencias, Geralt. Alta y esbelta, anda como si bailara. Un poco estrecha de caderas para mi gusto, y un poco ancha de hombros, pero como mujer, una mujer... Esas dos manzanillas de delante, jo, jo... A poco no le estalla la camisa...Añadir Anotación
—Cierra el pico, Jaskier.
—Por el camino —siguió soñando el poeta— me fue dado tocarla por casualidad. Los muslos, te digo, como de mármol. Oy, oy, no te aburrirías en todo el mes que pasaste en Brokilón...
Milva, que precisamente en aquel momento volvía de su patrulla, escuchó un susurro teatral y percibió las miradas.
—¿De mí farfullas, poeta? ¿Por qué me miras así, no más me doy la vuelta? ¿Acaso me creció un pájaro en las corvas?
—No podemos dejar de admirarnos todo el tiempo de tu arte de arquera. —Jaskier sonrió—. En los torneos de tiro no encontrarías muchos competidores.
—Cuentos, cuentos.
—He leído —Jaskier miró significativamente a Geralt— que las mejores arqueras son las zerrikanas, de los clanes de las estepas. Al parecer, algunas se cortan el pecho derecho para que no les estorbe a la hora de tensar los arcos. El busto, dicen, entra dentro de la trayectoria de la cuerda.
—Ha de haber inventado eso algún poeta —bufó Milva—. Los tales se sientan, escriben burradas, mojan la pluma en el orinal y la gente boba se lo cree. ¿Qué pasa, que se tira con las tetas o qué? Estando de lado, el bordón llega hasta los morros, mira, así. Nada hay que estorbe al bordón. Eso de cortarse las tetas es cosa tonta, lo habrá imaginado alguna cabeza ociosa con el camocho siempre lleno de tetas de moza.Añadir Anotación
—Te agradezco estas palabras tan llenas de reconocimiento hacia los poetas y la poesía. Y por tus enseñanzas acerca de la técnica del arco. Buena arma, el arco. ¿Sabéis qué? Pienso que precisamente en esta dirección se desarrolla el arte de la guerra. En las guerras del futuro se luchará a distancia. Se inventarán armas que alcancen tan lejos que los enemigos podrán matarse los unos a los otros sin verse en absoluto.Añadir Anotación
—Tontunas —Milva valoró en una palabra—. El arco es cosa buena, mas la guerra en verdad sólo es mozo contra mozo, a distancia de espada, el más recio le parte la crisma al más blando. Siempre fue así y así seguirá siendo. Y si esto se acabara, se acabarían las guerras. Antretanto, ya viste cómo se guerrea. A lo alto de la presa, en la aldea aquélla. Ah, para qué mormurar en vano. Voy a echar un vistazo. Las bestias relinchan como si el lobo rondara por aquí...Añadir Anotación
—Como una corza. —Jaskier la acompañó con la mirada—. Humm... Volviendo sin embargo a la aldea mencionada junto al dique y a lo que ella dijo cuando estábamos en lo alto del derrocadero... ¿No piensas que tenía un poco de razón?
—¿En lo referente a qué?
—En lo referente a... Ciri —gimió ligeramente el poeta—. Nuestra bella moza de arco rápido parece no comprender la relación entre Ciri y tú, piensa, por lo que me parece, que planeas competir con el emperador nilfgaardiano por su mano. Que éste es el verdadero motivo de tu expedición a Nilfgaard.
—Y en lo referente a eso no tiene ni pizca de razón. Entonces, ¿en qué la tiene?
—Espera, no te alteres. Pero mira de frente a la verdad. Amparaste a Ciri y te consideras su protector. Pero ella no es una muchacha común y corriente. Es un infante real, Geralt. Para qué hablar más, a ella le está destinado un trono. Un palacio. Una corona. No sé si acaso la nilfgaardiana. No sé si Emhyr no es para ella el mejor marido...Añadir Anotación
—Cierto, no lo sabes.
—¿Y tú lo sabes?
El brujo se envolvió en la gualdrapa.
—Te acercas, está claro, a tu conclusión —dijo—. Pero no te esfuerces, ya sé cuál es la conclusión. No tiene sentido salvar a Ciri del destino que le está escrito desde su nacimiento. Porque la Ciri, una vez salvada, puede estar dispuesta a ordenar a los lacayos que nos echen por las escaleras. Vamos a dejarlo, ¿vale?Añadir Anotación
Jaskier abrió la boca, pero Geralt no le dejó tomar la palabra.
—A la muchacha —dijo, con la voz cada vez más cambiada— no se la llevó ningún dragón ni un hechicero malvado, ni la raptaron unos piratas para pedir rescate. No está encerrada en una torre, en una mazmorra ni una jaula, no la torturan ni la matan de hambre. Antes al contrario. Duerme en damascos, come en vajilla de plata, lleva terciopelos y corona, se adorna con joyas, contempla cómo la coronan. Hablando en plata, es feliz. Y no sé qué brujo, al que la mala fe del destino puso por accidente en su camino, se empeña en destruir esta felicidad, romperla, aniquilarla, pisotearla con las botas agujereadas que heredó de un elfo. ¿Sí?Añadir Anotación
—No es eso lo que pensaba —bufó Jaskier.
—Él no te hablaba a ti. —Milva surgió de pronto de la oscuridad, al cabo de un instante de vacilación se sentó junto al brujo—. A mí era. Fueron mis decires los que tanto le calentaron. Con maldad hablé, no pensaba... Perdóname, Geralt. Sé, como es, cuando en la abierta herida se clavan las uñas... Venga, no te enojes. No lo haré más. ¿Me perdonarás? ¿O he de besuquearte para que me des perdón?Añadir Anotación
Sin esperar respuesta ni permiso, lo abrazó con fuerza por el cuello y lo besó en la mejilla. Él la apretó con fuerza entre sus brazos.
—Acércate —tosió Geralt—. Y tú también, Jaskier. Juntos... estaremos más abrigados.
Guardaron silencio largo rato. Por el cielo, claro a causa de los resplandores, se movían las nubes, cubriendo las estrellas brillantes.
—Quiero contaros algo —dijo por fin Geralt—. Pero habéis de jurar que no os vais a reir.
—Habla.
—Tuve unos sueños. En Brokilón. Al principio pensé que eran delirios. Algo en mi cabeza. Sabéis, en Thanedd me dieron una buena en la cabeza. Pero desde hace algunos días sueño todo el rato el mismo sueño. Siempre el mismo.
Jaskier y Milva callaban.
—Ciri —siguió Geralt por fin— no duerme en un palacio bajo un baldaquino de brocados. Cruza a caballo por alguna aldea polvorienta... Los aldeanos la señalan con el dedo. La llaman por un nombre que no conozco. Los perros ladran. Ella no está sola. Hay otros allí. Hay una muchacha con el pelo corto, sujeta la mano de Ciri... Ciri le sonríe. No me gusta esa sonrisa. Ni me gusta su exagerado maquillaje... Y menos me gusta que la muerte sigue sus pasos.Añadir Anotación
—¿Dónde está esa muchacha? —murmuró Milva, apretándose contra él como un gato—. ¿No está en Nilfgaard?
—No lo sé —dijo con esfuerzo—. Pero he soñado ese mismo sueño varias veces. El problema reside en que yo no creo en los sueños.
—Pues idiota eres. Yo sí creo.
—No lo sé —repitió—. Pero siento. Ante ella está el fuego, detrás la muerte. Tengo que darme prisa.

Al alba comenzó a llover. No tanto como el día anterior, pero a la tormenta le siguió un chaparrón intenso pero corto. El cielo se oscureció y se cubrió de una pátina plúmbea. Comenzó a lloviznar, una mollizna fina, regular y fastidiosa.
Fueron hacia el este. Milva guiaba. Cuando Geralt le llamó la atención sobre el hecho de que el Yaruga estaba al sur, la arquera lo insultó y le recordó que ella era quien estaba guiando y que sabía lo que hacía. Él no volvió a hablar. Al fin y al cabo lo importante era que estaban en marcha. La dirección no tenía la más mínima importancia.Añadir Anotación
Cabalgaban en silencio, mojados, ateridos de frío, encogidos en las sillas. Seguían yendo por trochas de bosque, avanzaban a lo largo de carreteras, cortaban caminos reales. Se sumían en la espesura escuchando el martilleo de los cascos de la caballería que iba por el camino. Evitaban los tumultos y griteríos de lucha con un amplio rodeo. Cruzaron junto a aldeas devoradas por el fuego, junto a escombros humeantes y enrojecidos, pasaban asentamientos y poblados de los cuales no habían quedado más que negros cuadrados de tierra quemada y el ácido hedor de escombros mojados por la lluvia. Espantaron bandadas de cuervos que se alimentaban de cadáveres. Pasaron grupos y columnas de aldeanos doblados bajo el peso de sus fardos, huyendo de la guerra y de sus aldeas incendiadas, embotados, que reaccionaban a las preguntas simplemente alzando en un mudo gesto de miedo e incomprensión unos ojos vacíos por la desgracia y el pánico.Añadir Anotación
Cabalgaban hacia el este, entre fuego y humo, entre llovizna y niebla, y ante sus ojos se extendía el tapete de la guerra. Imágenes.
Estaba la imagen de la grúa, negra y tosca rechinando entre las ruinas de una aldea quemada. De la grúa colgaba un cuerpo desnudo. Boca abajo. La sangre de su barriga y su destrozado perineo se había derramado por su pecho y su rostro, caía en gotas por los cabellos. En la espalda del cadáver se podía ver la runa de Ard. Grabada a cuchillo.Añadir Anotación
—An’givare —dijo Milva, retirándose los cabellos mojados de la nuca—. Los Ardillas han estado aquí.
—¿Qué significa an’givare?
—Delator.
Estaba la imagen del caballo rucio ensillado con unas bardas negras. El caballo andaba vacilante por los límites de un campo de batalla, tropezando entre montones de cadáveres y fragmentos de picas clavadas en la tierra, relinchaba bajito y estremecedoramente, arrastrando detrás de sí las entrañas que habían escapado por su barriga abierta. No le pudieron dar una muerte piadosa: además del caballo, por el campo de batalla rondaban desertores desvalijando a los caídos.Añadir Anotación
Estaba la imagen de la muchacha crucificada, que yacía no lejos de una alquería quemada, desnuda, ensangrentada, con sus ojos vidriosos clavados en el cielo.
—Dicen que es la guerra cosa de varones —musitó Milva—. Pero piedad no tienen para con las hembras, han de tener su desahogo. Héroes hijos de puta.
—Tienes razón. Pero no lo cambiarás.
—Ya lo he cambiado. Me escapé de casa. No quería barrer el chozo ni arrestregar los suelos. Ni esperar a que vinieran, enchiscaran la choza y a mí me abrieran de patas en el suelo y...
No terminó, avivó el caballo.
Y luego hubo la imagen de la peguería. Entonces Jaskier vomitó todo lo que había comido aquel día, es decir bizcocho y la mitad de una sardina seca.
En la peguería, los nilfgaardianos —o puede que los Scoia’tael— se habían librado de una cierta cantidad de prisioneros. Qué cantidad había sido, no se dejaba entrever ni siquiera por aproximación. Porque para librarse de ellos habían hecho uso, no sólo de las flechas, espadas y lanzas, sino de los utensilios de leñador que habían hallado en la peguería: hachuelas, astralejas y sierras de cuartear.Añadir Anotación
Hubo también otras imágenes, pero Geralt, Jaskier y Milva ya no las recordaban. Las expulsaron de su memoria.
Se volvieron indiferentes.

Durante los dos días que siguieron ni siquiera avanzaron veinte millas. Continuaba lloviendo. La tierra sedienta por la sequía del verano se había empapado de agua hasta hartarse, los senderos del bosque se habían convertido en pistas de patinaje cubiertas de barro. Las nieblas y los rocíos les quitaban la posibilidad de observar el humo de los incendios, pero el hedor a escombros humeantes les delataba que los ejércitos seguían cerca y que continuaban quemando todo lo que se podía quemar.Añadir Anotación
No vieron fugitivos. Estaban entre los árboles, como ellos mismos. O al menos eso pensaban.
Geralt escuchó el primero el relincho de un caballo que les seguía. Con un rostro pétreo hizo volverse a Sardinilla. Jaskier abrió la boca, pero Milva le ordenó callar con un gesto, sacó el arco de un saco junto a la silla.
El que iba detrás de ellos salió de entre los matojos. Vio que le esperaban y detuvo el caballo, un semental castaño. Estuvieron así, en un silencio sólo roto por el susurro de la lluvia.
—Te prohibí ir detrás de nosotros —dijo por fin el brujo.
El nilfgaardiano, al que Jaskier había visto por última vez dentro de un ataúd, tenía los ojos escondidos detrás de su mojado flequillo. El poeta apenas lo reconoció, vestido con una loriga, un caftán de cuero y una capa, sin duda tomadas de alguno de los javecares muertos junto al carro. Recordaba sin embargo el rostro juvenil que desde el día de la aventura del haya no había siquiera cambiado por el ralo vello que le había crecido.Añadir Anotación
—Te lo prohibí —repitió el brujo.
—Me lo prohibiste —reconoció por fin el muchacho. Hablaba sin acento nilfgaardiano—. Pero yo tengo que hacerlo.
Geralt saltó del caballo, le dio las riendas al poeta. Y sacó la espada.
—Desmonta —dijo tranquilo—. Veo que ya te has aprovisionado de un cacho de hierro. Eso está bien. No me salía el acogotarte cuando estabas desarmado. Ahora es otra cosa. Desmonta.
—No voy a luchar contigo. No quiero.
—Lo imagino. Como todos tus compatriotas, prefieres otro tipo de lucha. Como la de la peguería, junto a la que habrás tenido que pasar siguiendo nuestro rastro. Desmonta, te he dicho.
—Me llamo Cahir Mawr Dyffryn aep Ceallach.
—No te he pedido que te presentes. Te ordené que desmontaras.
—No desmontaré. No quiero luchar contigo.
—Milva. —El brujo se dirigió a la arquera—. Hazme un favor, mátale el caballo.
—¡No! —El nilfgaardiano alzó la mano, antes de que Milva asentara la flecha en la cuerda—. No, por favor. Desmonto.
—Mejor. Y ahora toma la espada, hijo.
El muchacho cruzó las manos sobre el pecho.
—Mátame si quieres. O si lo prefieres dile a esa elfa que me dispare con el arco. No voy a luchar contigo. Me llamo Cahir Mawr Dyffryn... hijo de Ceallach. Quiero... Quiero unirme a vosotros.
—Creo que he oído mal. Repite.
—Quiero unirme a vosotros. Vas en busca de la muchacha. Quiero ayudarte. Tengo que ayudarte.
—Éste está loco. —Geralt se volvió a Milva y Jaskier—. Le ha dado una infección del cerebro. Tenemos aquí a un loco.
—Pega con nosotros —murmuró Milva—. Pega muy bien.
—Piensa en su propuesta, Geralt —se mofó Jaskier—. Al fin y al cabo es un noble nilfgaardiano. Puede que con su ayuda nos sea más fácil entrar en...
—Guárdate la lengua en la boca —le cortó con fuerza el brujo—. Venga, toma la espada, nilfgaardiano.
—No voy a luchar. Y no soy nilfgaardiano. Procedo de Vicovaro y me llamo...
—No me interesa cómo te llamas. Toma el arma.
—No.
—Brujo. —Milva se inclinó en la silla, escupió al suelo—. El tiempo corre y la lluvia cala. El nilfgaardiano no ha ganas de hacerte cara y tú, por mucho gesto áspero que pongas, no lo vas a acogotar a sangre fría. ¿Vamos a tener que pararnos acá hasta morir de cagalera? Le meto una flecha a su castaño en las tripas y nos vamos. A pie no podrá alcanzarnos.Añadir Anotación
Cahir, hijo de Ceallach, se acercó en un suspiro al semental castaño, saltó a la montura y galopó de vuelta, azuzando al caballo a gritos para que corriera más deprisa. El brujo lo miró un instante, luego se montó en Sardinilla. En silencio. Y sin mirar atrás.
—Me hago viejo —murmuró al cabo, cuando Sardinilla se puso a ras con el moro de Milva—. Comienzo a tener escrúpulos.
—Cierto, les pasa a los viejos. —La arquera le miró con compasión—. Friegas de miel ayudan contra eso. Y ponte antretanto un cojín en la silla.
—Los escrúpulos —le aclaró serio Jaskier— no son lo mismo que las hemorroides, Milva. Confundes los conceptos.
—¡Y quién habrá de entender vuestro hablar tan docto! ¡Farfulláis sin tregua, no más que eso sabéis! ¡Venga, al camino!
—Milva —preguntó poco después el brujo, al tiempo que se cubría la cara de la lluvia que le golpeaba mientras galopaba—. ¿Le hubieras matado el caballo?
—No —reconoció a regañadientes—. El caballo en nada era culpable. Y el nilfgaardiano ése... ¿A cuento de qué andurrea tras nuestro? ¿Por qué dice que ha que hacerlo?
—Que me lleve el diablo si lo sé.

Seguía lloviendo cuando el bosque se acabó súbito y cabalgaron por un camino que les conducía entre colinas desde el sur al norte. O al revés, dependiendo del punto de vista.
Lo que vieron en el camino no les sorprendió. Ya lo habían visto antes. Carros volcados y revueltos, caballos muertos, bultos arrojados, enjalmas, cestones. Y unas formas destrozadas, congeladas en extrañas posturas, que no hacía mucho todavía habían sido seres humanos.
Se acercaron más, sin miedo, porque estaba claro que la matanza había tenido lugar no aquel día, sino el anterior o quizá dos días antes. Ya se habían acostumbrado a reconocer tales cosas, o puede que lo percibieran con aquel instinto casi animal que se había despertado y desarrollado en ellos en los últimos días. También habían aprendido a entrar en los campos de después de una batalla porque a veces —pocas— habían conseguido encontrar entre los objetos olvidados algunas provisiones o sacos de forraje.Añadir Anotación
Se detuvieron junto al último furgón de la desbaratada columna, que había sido empujado hasta la cuneta y estaba escorado sobre el cubo de una rueda rajada. Bajo el carro yacía una gruesa mujer con la nuca doblada en un ángulo antinatural. El cuello de su jaique estaba cubierto de serpezuelas de sangre coagulada disuelta por la lluvia. La sangre procedía del lóbulo de la oreja, que se había destrozado al arrancarle los pendientes. Sobre la lona que cubría el carro había un letrero: "Vera Loewenhaupt e Hijos". A los hijos no se los veía por ningún lado.Añadir Anotación
—No son campesinos. —Milva apretó los labios—. Son mercaderes. Del sur venían, de Dillingen hacia Brugge, alcanzáronlos aquí. Mala cosa es, brujo. Pensamiento tenía de doblar aquí hacia el sur, mas ahora ciertamente no sé qué hemos de hacer. Dillingen y toda Brugge de seguro son ya en manos de Nilfgaard, en tal dirección no alcanzaremos el Yaruga. Hemos de ir más hacia el oriente, allende Turlough. Allí hay bosques y despoblados, no llegará el ejército.Añadir Anotación
—No iré más hacia el oriente —protestó Geralt—. Tengo que ir hacia el Yaruga.
—Y llegarás —le respondió ella con una inesperada serenidad—. Mas por sendas más seguras. Si fueras de acá hacia el mediodía, le caerás a los nilfgaardianos derechito en las fauces. No ganarás nada.
—Ganaré tiempo —farfulló él—. Yendo hacia el este, lo estoy perdiendo. Ya os he dicho que no puedo permitírmelo...
—Silencio —dijo de pronto Jaskier, volviendo el caballo—. Dejad de hablar por un instante.
—¿Qué pasa?
—Escucho... un canto.
El brujo agitó la cabeza. Milva rebufó.
—Tiés calentura, poeta.
—¡Silencio! ¡Cerrad el pico! ¡Os digo que alguien canta! ¿No lo oís?
Geralt se bajó la capucha. Milva también aguzó el oido, al cabo miró al brujo y asintió con la cabeza.
Su oído musical no había engañado al poeta. Aunque parecía imposible, era verdad. Estaban en mitad de un bosque, bajo la lluvia, en un camino anegado y sembrado de muertos, y de pronto les llegaba un canto. Alguien venía desde el sur, cantando alegre y animoso.
Milva tiró de las riendas de su caballo moro, presta a huir, pero el brujo la detuvo con un gesto. Tenía curiosidad. Porque el canto que estaban escuchando no era el canto polifónico, amenazador, rítmico y tronante de la infantería en marcha ni tampoco la canción soberbia de la caballería. El canto que se acercaba no producía temor. Antes al contrario.Añadir Anotación
La lluvia susurraba en el follaje. Comenzaron a distinguir la letra de la canción. Una canción alegre, que parecía en aquel paisaje de guerra y muerte algo ajeno, innatural y totalmente fuera de sitio.

Mirad allá en el monte cómo la loba baila.
Enseña los dientes, la cola agita, con brío salta.
¿Por qué está tan alegre la loca bestia parda?
¡Seguro que aún es soltera, cuando tal danza!
¡Um-ta, umta, uju-ja!

Jaskier sonrió de pronto, sacó de bajo su mojada capa el laúd y sin prestar atención a los siseos de Geralt y Milva, rasgó las cuerdas y entonó a pleno pulmón.

Mirad allá en la loma cómo la loba se guarda.
La testa gacha, lloran los ojos, la cola baja.
¿Por qué la bestia hoy tan triste y dolida estaba?
¡Seguro que ayer fue o prometida o casada!

—¡Ju-ju-ja! —gritaron desde muy cerca un montón de voces.
Tronó una ronca risa, alguien lanzó un penetrante silbido, después de lo cual por la curva de la carretera apareció una extraña y pintoresca compaña, marchando a paso de ganso, haciendo salpicar el barro con los rítmicos golpes de sus pesadas botas.
—Enanos —advirtió Milva a media voz—. Pero no son Scoia’tael. No tienen la barba recogida.
Los que se acercaban eran seis. Iban vestidos con cortas capas que tenían capuchas, coloreadas con incontables variaciones de gris y bronce, del tipo que solían llevar los enanos en tiempo de lluvia. Tales capas, como bien sabía Geralt, tenían la propiedad de ser absolutamente impermeables, una propiedad conseguida en los caminos gracias a una impregnación de años de brea, polvo de la carretera y restos de grasa procedente de los alimentos. Esta práctica ropa pasaba de padres a primogénitos, por lo que sólo disponían de ella los enanos adultos. Los enanos alcanzaban la edad adulta cuando la barba les alcanzaba el cinturón, lo que solía ocurrir cuando tenían cincuenta y cinco años.Añadir Anotación
Ninguno de los que se acercaban parecía ser muy joven. Pero tampoco muy viejo.
—Guían a gentes —murmuró Milva, señalando con un movimiento de la cabeza a un grupito que salía del bosque siguiendo las huellas de los seis enanitos—. De seguro huidos, pues las alforjas van bien cargadas.
—Ellos tampoco van mal cargados —afirmó Jaskier.
Ciertamente, cada enano arrastraba un equipaje bajo el que más de un humano y no pocos caballos hubiera caído en poco tiempo. Aparte de las mochilas y saquetes normales, Geralt vio unos cofrecitos con candado, bastantes calderos de cobre y algo que tenía el aspecto de una pequeña cómoda. Uno llevaba a las espaldas la rueda de un carro.Añadir Anotación
El que iba en cabeza no llevaba equipaje. Al cinto tenía un hacha no muy grande, en la espalda una larga espada en una vaina envuelta con pieles de gatos silvestres y en el hombro un loro verde, mojado y con las plumas erizadas. Fue precisamente este enano el que les saludó.
—¡Hola! —gritó, deteniéndose en el centro del camino y poniéndose en jarras—. ¡Los tiempos son tales que mejor topar en el bosque con el lobo que con el hombre, y si así ha de ser, entonces se aconseja mejor recibirlo con una saeta en la ballesta que saludarlo con buenas palabras! ¡Pero quien con canciones recibe, quien se presenta con música, ése es entonces nuestro hombre! ¡O nuestra hembra, con perdón de la buena señora! Hola. Me llamo Zoltan Chivay.Añadir Anotación
—Me llamo Geralt. —El brujo se presentó tras un instante de vacilación—. El que cantaba se llama Jaskier. Y ésta es Milva.
—¡Uuuutaaa madrrre! —graznó el loro.
—Cierra el pico —le gritó Zoltan Chivay al pájaro—. Perdonar. Este pájaro de ultramar es bien listo, pero maleducado. Diez taleros pagué por esta rareza. Llámase Mariscal de Campo Duda. Y he aquí al resto de mi compaña. Munro Bruys, Yazon Varda, Caleb Stratton, Figgis Merluzzo y Percival Schuttenbach.Añadir Anotación
Percival Schuttenbach no era enano. Bajo su capucha mojada, en vez de una barba trenzada asomaba una nariz larga y picuda, lo que señalaba sin sombra de duda a su poseedor como miembro de la antigua y noble raza de los gnomos.
—Y aquéllos —Zoltan Chivay señaló al grupillo que se había detenido y recogido no muy lejos— son fugitivos de Kernow. Como veis, no más que hembras con críos. Eran más, pero Nilfgaard dio alcance a su grupo hace tres días, los despedazó y desbandó. Nos los topamos en los bosques y ahora vamos juntos.Añadir Anotación
—Muy temerarios vais —se permitió el brujo la advertencia—. Por el camino real y cantando.
—No me parece a mí —el enano se mesó la barba— que marchar llorando fuera mejor solución. Desde Dillingen vinimos por los bosques, en silencio y a escondidas, y cuando apareció el ejército salimos a la carretera para ganar tiempo. —Se interrumpió, miró al campo de batalla—. Sus acostumbraréis —señaló a los muertos— a tales vistas. Desde el mismo Dillingen, desde el Yaruga, los caminos están sembrados de muerte... ¿Ibais con ellos?Añadir Anotación
—No. Los nilfgaardianos mataron a unos mercaderes.
—No fueron los nilfgaardianos. —El enano agitó la cabeza, mirando con un gesto frío a los muertos—. Scoia’tael. El ejército regular no se fatiga sacando las saetas de los muertos. Y una flecha en condiciones cuesta media corona.
—Sabe de qué habla —murmuró Milva.
—¿Adónde vais?
—Al sur —respondió Geralt de inmediato.
—No os lo recomiendo. —Zoltan Chivay de nuevo agitó la cabeza—. Aquello es el mismo infierno, llamas y matanzas. Dillingen ya de seguro estará conquistado, cada vez cruzan el Yaruga más fuerzas de los Negros, en cualquier momento anegarán todo el valle de la orilla derecha. Como veis, también están por delante de nosotros, al norte, van a la ciudad de Brugge. De ahí que la única dirección razonable para emprender la huida sea el este.Añadir Anotación
Milva miró significativamente al brujo, pero el brujo se abstuvo de hacer ningún comentario.
—Precisamente hacia el este nos dirigimos —continuó Zoltan Chivay—. La única posibilidad es esconderse detrás del frente, y desde el este, desde el río Ina, avanza por fin el ejército temerio. Así que queremos ir por esas sendas del bosque hasta la cumbre de Turlough, luego por el Camino Viejo hasta Sodden, hasta el río Jotla, que se vierte en el Ina. Si queréis, podemos caminar juntos. Si no os importuna ir demasiado despacio. Vosotros tenéis caballos y a nosotros los fugitivos nos retrasan.Añadir Anotación
—A vos, no obstante —habló Milva mirándolo penetrantemente—, como que no sus estorba. Un enano, y hasta con buena carga, puede hacer a pie y hasta las treinta millas por jornada, por un pelo casi lo que un hombre a caballo. Yo me conozco el Camino Viejo. Sin los huidos, hasta el Jotla en tres jornadas y aún menos estaríais.Añadir Anotación
—Son mujeres con niños. —Zoltan Chivay se acarició la barba y la tripa—. No los dejaremos a su suerte en el bosque. ¿Acaso nos aconsejaríais lo contrario?
—No —dijo el brujo—. No os lo aconsejaríamos.
—Contento estoy de oír esto. Significa que no me equivoqué en mi primera impresión. ¿Entonces qué? ¿Vamos juntos?
Geralt miró a Milva, la arquera asintió.
—Bien. —Zoltan Chivay percibió el gesto—. En camino pues, antes de que nos agarre aquí algún destacamento. Aunque, a lo primero... Yazon, Munro, echarle un vistazo a los carros. Si quedara algo de utilidad, al saco con ello. Figgis, comprueba si nuestra rueda se puede poner en aquel furgón pequeño. Nos vendría de perilla.Añadir Anotación
—¡Se puede! —gritó al cabo el que iba arrastrando la rueda—. ¡Ni hecha aposta!
—¿Lo ves, testa de carnero? ¡Te asombraste ayer cuando te dije que cogieras la rueda y te la llevaras! ¡Ayúdale, Caleb!
En un tiempo imponentemente corto, el carro de la difunta Vera Loewenhaupt, provisto con una nueva rueda, limpio de lonas y todos los elementos innecesarios, fue arrastrado de la cuneta al camino. En un decir amén se cargó en él todo el equipaje. Tras un instante de reflexión, Zoltan Chivay ordenó sentar también en el carro a los niños. La orden se realizó con vacilación: Geralt observó que los fugitivos miraban de reojo a los enanos e intentaban mantenerse alejados.Añadir Anotación
Jaskier contempló con evidente desagrado a dos enanos que se estaban probando unas ropas arrebatadas a los cadáveres. Los otros rebuscaban entre los carros, pero no encontraron nada que fuera digno de llevarse. Zoltan Chivay silbó con los dedos, dando la señal de que era hora de acabar con el saqueo, después de lo cual pasó una mirada profesional sobre Sardinilla, Pegaso y el moro de Milva.Añadir Anotación
—Caballos de silla —afirmó, frunciendo la nariz en señal de desapruebo—. Es decir, que no sirven para nada. Figgis, Caleb, al timón. Nos turnaremos con el tiro. ¡En maaarcha!

Geralt estaba seguro de que los enanos iban a tener que abandonar pronto el carro, cuando éste se atascara en los senderos embarrados, pero se equivocaba. Los enanos eran fuertes como toros y las trochas del bosque que conducían al este resultaron estar cubiertas de hierba y no eran demasiado fangosas. Seguía lloviendo sin tregua. Milva se puso sombría y de mal humor, si hablaba era sólo para expresar su convencimiento de que en cualquier momento a los caballos les iba a estallar el empapado cuerno de los cascos. Zoltan Chivay, en respuesta, se inclinó, echó un vistazo a los cascos y dijo ser maestro en la preparación de carne de caballo, lo que puso furiosa a Milva.Añadir Anotación
Seguían manteniendo una misma formación cuyo centro lo constituía el carro, que era arrastrado por turnos. Delante del carro marchaba Zoltan, junto a él iba Jaskier sobre su Pegaso, jugueteando con el loro. Detrás del carro iban Geralt y Milva, al final caminaban las seis mujeres de Kernow.
El guía solía ser Percival Schuttenbach, el gnomo de largas narices. Aunque su altura y fuerza era menor que las de los enanos, les igualaba en resistencia y les superaba significativamente en agilidad. Durante la marcha correteaba incansablemente, se metía entre los arbustos, se adelantaba y desaparecía, después de lo cual acababa por surgir de improviso y con nerviosos gestos de mono daba desde lejos la señal de que todo estaba en orden, de que se podía seguir adelante. A veces volvía y describía rápidamente los obstáculos del camino. Cuantas veces volvía traía para los cuatro niños sentados en el carro un puñado de moras, nueces o algunas raíces de extraño aspecto pero a todas luces deliciosas.Añadir Anotación
Avanzando a una velocidad desesperadamente lenta, marcharon por los senderos durante tres días. No se tropezaron con soldados, no vieron humos ni resplandores de incendios. Sin embargo, tampoco estaban solos. Percival, el explorador, les comunicó varias veces que había visto a grupos de huidos escondidos en los bosques. Pasaron a algunos grupos de éstos, y lo hicieron deprisa, porque los gestos de los campesinos armados de viernos y estacas no invitaban a entablar contacto. Se escuchó la propuesta de, sin embargo, intentar negociar y dejarles las mujeres de Kernow a alguno de los grupos de fugitivos, pero Zoltan estaba en contra y Milva le apoyó. Las mujeres tampoco se apresuraron a dejar el grupo. Esto resultaba todavía más extraño porque estaba claro que se relacionaban con los enanos guardando un evidente desagrado lleno de miedo y reserva, no hablaban apenas con ellos y en cada parada se mantenían a un lado.Añadir Anotación
Geralt achacaba el comportamiento de las mujeres a la tragedia que habían vivido hacía poco, aunque sospechaba que los modales demasiado liberales de los enanos también podían ser causa del desagrado. Zoltan y su compañía blasfemaban con tanta frecuencia y palabras tan terribles como el loro llamado Mariscal de Campo Duda, pero tenían un repertorio mucho más rico. Cantaban canciones puercas que, al fin y al cabo, también Jaskier secundaba calurosamente. Escupían, se hurgaban la nariz y se tiraban tremendos pedos, lo que por lo general solía dar ocasión a risas, bromas y competencias. Detrás de un árbol se iban sólo cuando de verdad tenían una necesidad grande, por una más pequeña no se fatigaban yendo más lejos. Esto último acabó por enervar a Milva, quien amonestó con fuerza a Zoltan cuando éste una mañana echó una meada sobre las cenizas todavía tibias del fuego, sin importarle para nada el público. El reprendido Zoltan no se turbó y declaró que esconderse con vergüenza para tales actividades sólo acostumbraban a hacerlo personas hipócritas, pérfidas y dadas a la traición, y así se les suele reconocer. Esta elocuente justificación, sin embargo, no le produjo impresión alguna a la arquera. Los enanos fueron regalados con una rica sarta de improperios y algunas amenazas bastante concretas que debieron de surtir efecto porque a partir de entonces todos, obedientemente, comenzaron a meterse entre los árboles. Eso sí, para no arriesgarse a ser considerados como pérfidos traidores, se iban en grupo.Añadir Anotación
La nueva compañía cambió inmediatamente a Jaskier. El poeta era uña y carne con los enanos, especialmente cuando resultó que algunos habían oído hablar de él y hasta conocían algunos de sus romances y coplillas. Jaskier no se quedaba atrás con respecto a la compaña de Zoltan ni un paso. Llevaba puesto un gabán de piqué que les había camelado a los enanos y sustituyó su destrozado sombrerito de plumas por un arrogante gorrete de marta. Se puso un cinturón ancho y cuajado de latón en el que metió un cuchillo que le regalaron y que tenía un aspecto asesino. Aquel cuchillo tenía la mala costumbre de clavarse en la ingle cada vez que intentaba agacharse. Por suerte, perdió muy rápidamente el puñal de asesino y ya no volvieron a regalarle otro.Añadir Anotación
Caminaban por entre los densos bosques de las laderas cubiertas de vegetación de Turlough. Los bosques parecían muertos, no había ni rastro de fieras, seguramente la presencia de los ejércitos y los fugitivos las habían espantado. No había nada para cazar, pero de momento no les amenazaba el hambre. Los enanos arrastraban consigo bastantes provisiones. Pero cuando éstas se terminaron —y se terminaron bastante pronto, puesto que bocas que alimentar tenían muchas—, Yazon Varda y Munro Bruys desaparecieron apenas oscureció, llevando consigo unos sacos vacíos. Cuando volvieron al amanecer tenían dos sacos, ambos repletos. En uno había forraje para los caballos, en el otro trigo para gachas, harina, cecina de vaca, un queso casi entero e incluso un enorme kindziuk, un manjar consistente en una tripa rellena con menudillos de ternera, tundida entre dos tablillas en forma de fuelle para avivar el fuego en la chimenea.Añadir Anotación
Geralt se imaginó de dónde provenían los hallazgos. No habló sobre ello enseguida, sino que esperó al momento adecuado. Cuando se quedó a solas con Zoltan, le preguntó con cortesía si no veía nada inmoral en robar a otros fugitivos que no estarían menos hambrientos que ellos y que estarían también luchando por su supervivencia. El enano respondió muy serio que ciertamente se avergonzaba, pero que tal era su carácter.Añadir Anotación
—Mi defecto más terrible —aclaró— es mi irrefrenable bondad. Yo, simplemente, tengo que hacer el bien. Sin embargo, soy un enano racional y sé que no soy capaz de repartir mi bondad a todos. Si intentara ser bondadoso para con todos, para el mundo entero y todas las criaturas que lo pueblan, sería una gota de agua dulce en un mar de agua salada, en otras palabras, un esfuerzo desperdiciado. Así que decidí hacer el bien concretamente, de modo que no sea en vano. Soy bondadoso para mí y mi entorno más inmediato.Añadir Anotación
Geralt no hizo más preguntas.

Durante una de las acampadas, Geralt y Milva charlaron largo rato con Zoltan Chivay, el altruista incorregible y empedernido. En lo referente al discurrir de las actividades bélicas, el enano sabía bastante. O al menos producía esa impresión.
—El ataque —respondió, acariciando cada dos por tres al Mariscal de Campo Duda, que estaba blasfemando a grito pelado— vino de Drieschot, comenzó allí al amanecer del séptimo día después de Lammas. Junto con los nilfgaardianos marcharon los ejércitos aliados de Verden, porque Verden, como sabéis, es ahora un protectorado imperial. Marcharon a paso rápido, tornando en humo todas las aldeas a partir de Drieschot y arrastrando al ejército de Brugge, que estaba allí en las fortalezas. Y sobre la fortaleza de Dillingen marchó la infantería negra de Nilfgaard, desde el otro lado del Yaruga. Cruzaron el río por el sitio más inesperado. Hicieron un puente sobre pontones, en mitad del día, ¿podéis creerlo?Añadir Anotación
—En todo habrá que empezar a creer —murmuró Milva—. ¿Estabais en Dillingen cuando se lió todo?
—Por los alrededores —respondió apañuscado el enano—. Cuando nos llegaron las nuevas del ataque ya estábamos en camino a la ciudad de Brugge. En el camino real se formó una tumulto terrible, estaba lleno de fugitivos, unos iban del sur al norte, otros al revés. Atascaron el camino, entonces nos encallamos. Y los nilfgaardianos, como se vio luego, estaban tanto por detrás de nosotros como por delante. Los que se salieron de Drieschot deben de haberse dividido. Me da la sensación de que un destacamento de caballería se fue hacia el noreste, precisamente hacia la ciudad de Brugge.Añadir Anotación
—Entonces los Negros están ya al norte de Turlough. Parece que estamos en el medio, entre dos destacamentos. En el vacío.
—En el medio –reconoció el enano—. Pero no en el vacío. Los Ardillas, los voluntarios de Verden y otros grupos sueltos cubren los flancos a los destacamentos imperiales, y son peores que los nilfgaardianos. Ellos son los que prendieron fuego a Kernow y luego por poco no nos apiolaron, casi no tuvimos tiempo de largarnos al bosque. Así que no vamos a sacar las narices de los montes. Y estaremos vigilantes. Iremos al Camino Viejo, de allí, siguiendo el río Jotla hasta el Ina, después del Ina hemos ya de encontrar a los ejércitos temerios. Seguro que los soldados del rey Foltest ya habrán salido de su asombro y le habrán dado la cara a los nilfgaardianos.Añadir Anotación
—Ojalá —dijo Milva, mirando al brujo—. Mas la cosa es que asuntos de importancia nos llevan hacia el sur. Teníamos pensamiento de bajar al sur desde Turlough, al Yaruga.
—No sé cuáles son esos asuntos que os llevan en aquella dirección. —Zoltan les clavó unos ojos llenos de sospecha—. Pero deben de ser tan importantes y urgentes como para arriesgar el pescuezo por ellos.
Dejó de hablar, esperó, pero nadie se apresuró a dar explicaciones. El enano se rascó las posaderas, carraspeó, escupió.
—No me asombraría nada —dijo por fin— que Nilfgaard tuviera ya en sus garras ambas orillas del Yaruga hasta la misma desembocadura del Ina. Y vosotros, ¿a qué parte del Yaruga tenéis que llegaros?
—A ninguna en concreto —Geralt se decidió a responder—. Simplemente junto al río. Queremos navegar en bote hasta la desembocadura.
Zoltan le miró y comenzó a reír. Se calló de inmediato cuando comprendió que no era una broma.
—Hay que reconocer —dijo al cabo— que no es poca cosa la ruta que planeáis. Pero dejar los sueños a un lado. Todo el sur de Brugge está en llamas, antes de que alcancéis el Yaruga os clavarán en un palo o sus arrastrarán hasta Nilfgaard atados a una soga. Si, por cualquier milagro, consiguierais llegar hasta el río, no tenéis ni una posibilidad de navegar hasta la desembocadura. Ya os he hablado del pontón que cruza el río desde Cintra hasta la orilla de Brugge. Ese pontón, lo sé bien, está vigilado día y noche, por allí no pasa nadie el río a menos que sea un salmón. Vuestros negocios importantes y urgentes habrán de perder importancia y urgencia. No se puede mear más alto. Así veo yo el asunto.Añadir Anotación
El gesto del rostro de Milva y sus ojos atestiguaban que veía el asunto de forma similar. Geralt no dijo nada. Se sentía muy mal. El hueso del antebrazo izquierdo y la rodilla izquierda seguían mordiéndole con unos invisibles colmillos, produciéndole un dolor sordo y palpitante que era reforzado por el cansancio y la omnipresente humedad. Le martirizaban también unos sentimientos penetrantes, deprimentes, muy desagradables, ajenos, que nunca hasta entonces había conocido y con los que no sabía cómo luchar.Añadir Anotación
Impotencia y resignación.

Al cabo de dos días la lluvia dejó de caer, el sol comenzó a brillar. Los bosques exudaban rocío y una neblina que se iba deshaciendo rápidamente, los pájaros comenzaron a recuperar con avidez el tiempo de obligado silencio. Zoltan se puso de buen humor, ordenó un largo descanso y prometió que después habría una rápida marcha y llegarían al Camino Viejo en un día como máximo.Añadir Anotación
Las mujeres de Kernow adornaron todas las ramas de los alrededores con el negro y el gris de sus ropas, y luego, vestidas sólo con su ropa interior, se escondieron tímidas entre los arbustos y engulleron sus alimentos. La muchachería desnuda se puso a jugar, perturbando en formas muy elaboradas la placidez de la selva envuelta en vapor. Jaskier durmió su cansancio. Milva desapareció.Añadir Anotación
Los enanos descansaban activamente. Figgis Merluzzo y Munro Bruys se dispusieron a buscar setas. Zoltan, Yazon Varda, Caleb Stratton y Percival Schuttenbach se sentaron no lejos del carro y jugaron sin descanso a la quinta, su juego de cartas favorito, al que dedicaban todo momento libre, incluso durante las lluviosas tardes anteriores.Añadir Anotación
El brujo se sentaba junto a ellos a veces y les animaba, y ahora hizo lo mismo. Seguía sin comprender las complicadas reglas de aquel juego típico de enanos, pero le gustaba muchísimo el perfecto acabado de las cartas y las pequeñas figuras. En comparación con las cartas a las que jugaban los seres humanos, las cartas de los enanos eran verdaderas obras maestras de la poligrafía. Geralt de nuevo se convenció de que la técnica del pueblo barbado era muy avanzada, y no sólo en los campos de la minería, la siderurgia y la metalurgia. El que en el campo concreto de la cartería los talentos de los enanos no les ayudaran a monopolizar el mercado se debía al hecho de que las cartas eran menos populares entre los humanos que los dados y los jugadores humanos no solían reclutarse entre el grupo de quienes otorgaban importancia a la belleza. Los humanos que jugaban a las cartas a los que el brujo había tenido más de una ocasión de observar jugaban siempre con unos cartoncillos arrugados, tan sucios que antes de colocarlos en la mesa había que despegarlos con fuerza de los dedos. Las figuras estaban tan mal pintadas que sólo era posible diferenciar la dama del caballo porque el personaje del caballo iba montado. Sobre un caballo que, por su parte, recordaba a una comadreja coja.Añadir Anotación
Las imágenes de las cartas de los enanos excluían tales confusiones. El rey con su corona era verdaderamente real, la reina garbosa y bella, y la sota, armado con su alabarda, tenía bigotes arrogantes. Estas figuras se llamaban en el idioma enano hraval, vaina y ballet, pero Zoltan y su compaña usaban en el juego la lengua común y los nombres humanos.Añadir Anotación
El sol alumbraba, el bosque exudaba vapor, Geralt les animaba.
La regla básica de la quinta de los enanos era algo que recordaba las licitaciones del trato de caballos, tanto en intensidad como en la tensión de las voces de los tratantes. Una pareja que ofrecía el "precio" más alto intentaba conquistar las mayores apuestas, y la otra pareja intentaba impedirlo de todas las formas posibles. El juego discurría a gritos y con agresividad, junto a cada uno de los jugadores yacía un grueso palo. Muy pocas veces llegaban a darse con los palos, pero los alzaban a menudo.Añadir Anotación
—¿Mas cómo jugas tú, saco ’e piensos, cabeza dalcornoque? ¿Y cómo que m’assacao picas y no corazones? ¿Que yo puse corazones pa cantar una zarzuela o qué? ¡Ah, me cogía ara mesmo un palo y te daba ’n los morros!
—¡Tenía cuatro picas y una sota, pensaba optimizar!
—¡Cuatro picas, y un pimiento! A menos que cuentes tu proprio pito sujetando una carta en el suelo. ¡Piensa un poco, Stratton, questo no es la universidá! ¡Aquí se juga a las cartas! Si hasta el gorrino del alcalde bien jugara si una buena mano le daran. Reparte, Varda.
—Flor de copas.
—¡Montoncillo de oros!
—El rey jugó al orillo y se cagó en los calzoncillos. ¡Doble en hojuelas!
—¡Quinta!
—No te duermas, Caleb. ¡Un doble con quinta hay! ¿Qué tiras?
—¡Flor con envido de copas!
—Envido.¡Jaaa! ¿Y qué? ¿Nadie echa un truco? ¿Acojone en espadas? Te vas a las vistillas, Varda. Percival, si le echas un guiño otra vez te meto un trancazo en los ojos que no los cierras hasta el invierno.
—Sota.
—¡Reina!
—¡El rey a por ella! ¡Reina reinada! ¡La mata y aún me guardo algo para los malos momentos! Sota, caballo, rey...
—¡Y triunfo para ella! Quien no tié un duro, le pica el... ¡Y envido! ¿Eh, Zoltan? ¡Te ha dao en blando!
—Lo habréis visto, puto gnomo. Eh, me cogía un palo...
Antes de que Zoltan hiciera uso del palo, un agudo grito les llegó desde el bosque.
Geralt fue el primero en levantarse. Maldijo mientras corría, porque de nuevo el dolor le atravesó la rodilla. Justo detrás de él se apresuraba Zoltan Chivay, quien había recogido del carro su espada envuelta en pieles de cabra. Percival Schuttenbach y el resto de los enanos corrían detrás de ellos, armados de palos, como último se arrastraba Jaskier, al que le habían despertado los gritos. Por un lado, desde el bosque, aparecieron Figgis y Munro. Arrojaron la cesta de setas y ambos atraparon y sujetaron a los niños que corrían. Milva surgió de no se sabe dónde, sacó una flecha del carcaj mientras corría y señaló al brujo el lugar de donde había surgido el grito.Añadir Anotación
No era necesario. Geralt había escuchado, visto y ya sabía de lo que se trataba.
Una de las niñas había gritado, una muchacha pecosa con coletas que puede que tuviera nueve años. Estaba como clavada a unos pocos pasos de un montón de troncos podridos. Geralt saltó como un relámpago, la agarró por las axilas, interrumpiendo el agudo grito, y con el rabillo del ojo captó un movimiento entre los troncos. Retrocedió con rapidez, tropezándose con Zoltan y sus enanos. Milva, que también había percibido el movimiento entre los troncos, tensó el arco.Añadir Anotación
—No dispares —le susurró Geralt—. Llévate de aquí a los niños, deprisa. Y vosotros, retroceded. Pero despacio. No hagáis ningún movimiento demasiado brusco.
Al principio pareció que se había movido alguno de los troncos podridos, como si tuviera intenciones de escapar del claro bañado por el sol y buscar refugio entre las sombras de los árboles. Sólo si se miraba con más atención se podían distinguir algunos elementos no demasiado típicos para un tronco, sobre todo cuatro pares de finas patas de articulaciones rugosas que se alzaban sobre una concha sucia, moteada y dividida en bastantes segmentos.Añadir Anotación
—Pero despacio —repitió Geralt en voz baja—. No lo provoquéis. Que no os engañe su aspecto inmóvil. No es agresivo, pero puede moverse muy deprisa. Si se siente amenazado puede atacar y no existe antídoto para su veneno.
El monstruo se movió poco a poco sobre el tronco. Miró a los humanos y a los enanos, volviendo lentamente unos ojos dispuestos sobre unos apéndices. Casi ni se movió. Limpió las puntas de sus patas, alzándolas de una en una y repasándolas cuidadosamente con unas imponentes y agudas mandíbulas.
—Tantos eran los gritos —declaró Zoltan de pronto sin emoción alguna, de pie junto al brujo— que pensé que era algo en verdad terrible. Por ejemplo, la caballería y la infantería de una formación de Verden. O el procurador. Y he aquí que no es más que una araña crecidita con una concha. Hay que reconocer que la naturaleza consigue crear formas curiosas.Añadir Anotación
—Ya no lo consigue —respondió Geralt—. Eso que está ahí es un cabeciojos. Una obra del Caos. Una reliquia casi extinguida de los tiempos de después de la Conjunción, si sabes de lo que estoy hablando.
—Por supuesto que lo sé. —El enano le miró a los ojos—. Aunque no soy brujo, especialista en Caos y tales fieras. Venga, tengo gran curiosidad por ver lo que hace ahora el brujo con esta reliquia de después de la Conjunción. Mejor dicho, siento curiosidad por ver cómo lo hace el brujo. ¿Usarás tu propia espada o quieres mi sihill?Añadir Anotación
—Bonita arma. —Geralt echó una mirada a la espada que Zoltan había sacado de una vaina lacada envuelta en pieles de cabra—. Pero no será necesaria.
—Interesante —dijo Zoltan—. Así que tenemos que estar aquí y mirarnos mutuamente. ¿Esperar a que la reliquia se sienta amenazada? ¿O puede que quieras que volvamos y pidamos ayuda a los nilfgaardianos? ¿Qué propones, matador de monstruos?
—Ve al carro y trae un cucharón y la tapadera del caldero.
—¿Qué?
—No discutas con un especialista, Zoltan —dijo Jaskier.
Percival Schuttenbach se abrió paso hasta el carro y en un pestañeo le proveyó de los objetos pedidos. El brujo guiñó un ojo a la compaña y acto seguido comenzó a golpear con todas sus fuerzas la tapadera con la cuchara.
—¡Basta! ¡Basta! —gritó al cabo Zoltan Chivay, tapándose los oídos con las manos—. ¡Vas a joder la cuchara! ¡El bicho ya ha huido! ¡Ya ha huido, rayos!
—¡Y cómo ha huido! —se entusiasmó Percival—. ¡Hasta humo ha ido levantando! ¡Está todo mojado y hasta humo iba echando, así me muera!
—El cabeciojos —explicó Geralt con frialdad, mientras le daba al enano los utensilios de cocina levemente deformados— tiene un sentido del oído extraordinariamente sensible y delicado. No tiene orejas, pero escucha, por así decirlo, por todo su ser. En especial, no es capaz de soportar sonidos metálicos. Le producen dolor...Añadir Anotación
—Hasta en el culo —le cortó Zoltan—. Lo sé porque a mí también me dolió cuando comenzaste a dar en la tapadera. Si el monstruo tiene mejor oído que yo, le compadezco. ¿No volverá acá? ¿No traerá a sus amigos?
—No creo que hayan quedado muchos de sus amigos en este mundo. Y él seguro que no vuelve pronto por estos lares. No hay qué temer.
—No voy a discutir de monstruos. —El enano adoptó un tono sombrío—. Pero tu concierto para instrumentos de lata ha de haberse oído hasta en las islas Skellige, así que no excluiría que algún amante de la música ya anduviera viniendo para acá, mejor que no nos encuentren aquí cuando lleguen. ¡A recoger el campamento, muchachos! ¡Ea, mujeres, a vestirse y a contar a los críos! ¡Marchando, presto!Añadir Anotación

Cuando se detuvieron para pasar la noche, Geralt decidió aclarar las dudas. Esta vez, Zoltan Chivay no se sentó a jugar a la quinta, así que no hubo problemas para atraerlo a una conversación de hombre a hombre. Comenzó directamente, sin envolver el asunto en algodones.
—Suéltalo, ¿cómo sabías que soy brujo?
El enano le miró y sonrió con malicia.
—Podría dármelas ante ti de buen observador. Podría decir que había advertido cómo se cambian tus ojos de noche y a pleno sol. Podría también señalar que soy enano viajado y que ya había oído más de un rumor acerca de Geralt de Rivia. Pero la verdad es mucho más banal. No mires con cara de ogro. Tú serás discreto, pero tu amigo el bardo canta y parlotea, no se le cierra la boca nunca. Por eso sé cuál es tu profesión.Añadir Anotación
Geralt se contuvo de hacer una pregunta más. E hizo bien.
—Bueno, vale —siguió Zoltan—. Jaskier lo ha cantado todo. Debió de percibir que apreciamos la sinceridad y lo de que tenemos una actitud amistosa hacia vosotros no tuvo que percibirlo porque nosotros nuestras actitudes no las ocultamos. En pocas palabras: sé por qué tienes tanta prisa por ir al sur. Sé qué importantes y urgentes negocios te conducen a Nilfgaard. Sé a quién planeas buscar. Y no sólo por los chismes del poeta. Yo vivía antes de la guerra en Cintra y había oído cuentos acerca del Niño de la Sorpresa y del brujo de cabellos blancos al que le estaba predestinada la Sorpresa.Añadir Anotación
Tampoco ahora Geralt comentó nada.
—El resto —siguió el enano— ya es cuestión de observación. Espantaste a esa monstruosidad de la concha aunque brujo eres y la faena propia de los brujos es combatir a tales monstruos. Pero el ser nada malo le hizo a tu Sorpresa, así que ahorraste la espada, sólo lo echaste golpeando tapaderas. Puesto que tú ya no eres brujo, sino noble caballero que se apresura al auxilio de una doncella raptada y oprimida.Añadir Anotación
“Sigues mirándome con malos ojos —añadió, todavía sin poder esperar a respuesta o comentario—. Sigues temiendo traiciones, desasosiégate el cómo este secreto desvelado pueda volverse en contra tuya. No te atormentes. Juntos iremos hasta el Ina, ayudándonos los unos a los otros, los unos a los otros sosteniéndonos. Tienes el mismo objetivo que nosotros: sobrevivir y seguir viviendo. Para poder continuar con alguna noble misión. O para vivir normalmente, pero de forma que no haya que avergonzarse a la hora de la muerte. Piensas que todo ha cambiado. Que el mundo ha cambiado. Y sin embargo el mismo mundo es que antaño fuera, el mismo. Y tú también eres el mismo que fuiste. No te atormentes.Añadir Anotación
“Abandona el pensamiento de irte —Zoltan continuó su monólogo sin turbarse por el silencio del brujo— y continuar solo tu viaje hacia el sur, por Brugge y Sodden hasta el Yaruga. Tienes que buscar otro camino hasta Nilfgaard. Si quieres, te aconsejo...
—No aconsejes. —Geralt se masajeó la rodilla, que desde hacía unos días no había dejado de dolerle—. No aconsejes, Zoltan.
Buscó a Jaskier, que estaba animando a los enanos en su juego de la quinta. Sin decir palabra, tomó al poeta de una manga y se lo llevó al bosque. Jaskier enseguida se dio cuenta de lo que se trataba, le bastó echar un vistazo al rostro del brujo.
—Cotorra —dijo Geralt bajito—. Charlatán. Lengua larga. Habría que colgarte de un árbol por la lengua, payaso. Habría que ponerte un freno en la boca.
El trovador guardaba silencio, pero tenía un gesto orgulloso.
—Cuando se supo que había comenzado a tratar contigo —siguió el brujo—, algunas personas razonables se extrañaron de esta amistad. Se asombraban de que te permitiera viajar conmigo. Me aconsejaron que en algún despoblado te robara, te asfixiara, te echara a un agujero y te cubriera de paja. Ciertamente, lamento no haberles escuchado.Añadir Anotación
—¿Acaso tan grande secreto es quién eres y lo que proyectas? —Jaskier se enderezó de pronto—. ¿Acaso tenemos que escondernos delante de todos y fingir? Estos enanos... Son como nuestra compaña...
—Yo no tengo compaña —gritó—. No la tengo. Y no quiero tenerla. No me es necesaria. ¿Entiendes?
—De seguro que bien entiende —dijo Milva a sus espaldas—. Y yo también entiendo. Tú a nadie necesitas, brujo. Lo dejas ver a menudo.
—Yo no llevo a cabo una guerra privada. —Se volvió bruscamente—. De nada me sirve una compañía de valientes, porque no voy a Nilfgaard a salvar al mundo, a derribar el imperio del mal. Voy a por Ciri. Por eso tengo que ir solo. Perdonad si no suena bien, pero el resto no me importa un pimiento. Y ahora idos. Quiero estar solo.Añadir Anotación
Cuando, al cabo, se dio la vuelta, comprobó que sólo se había ido Jaskier.
—Otra vez tuve el sueño —dijo en pocas palabras—. Milva, estoy perdiendo el tiempo. ¡Estoy perdiendo el tiempo! Ella me necesita. Ella necesita ayuda.
—Dilo —pronunció en voz baja—. Échalo de ti. Aunque sea horrible, échalo.
—No era horrible. En mi sueño... Ella bailaba. Bailaba en una choza llena de humo. Y, maldita sea, era feliz. La música sonaba, alguien gritaba... Toda la choza reventaba de gritos y de músicas... Y ella bailaba, bailaba, taconeaba... Y sobre el tejado de la maldita choza, en el frío aire de la noche... bailaba la muerte. Milva... María... Ella me necesita.Añadir Anotación
Milva tornó el rostro.
—No sólo ella —susurró.
De forma que él no pudiera oírlo.

Durante la siguiente parada, el brujo mostró interés por la sihill, la espada de Zoltan, a la que había echado un vistazo cuando la aventura con el cabeciojos. El enano desenvolvió presto el arma de entre las pieles de cabra y la extrajo de su vaina lacada.
La espada medía unas cuarenta pulgadas, pesaba no más de treinta y cinco onzas. La hoja, cubierta en buena parte por misteriosas señales rúnicas, tenía una coloración azulada y estaba tan afilada como una navaja de afeitar, con un poco de destreza podía uno afeitarse con ella. La empuñadura, de doce pulgadas y cubierta con tiras de piel de salamandra cruzadas, tenía una abrazadera cilíndrica de latón en vez de guarnición, el pomo era muy pequeño y adoptaba una forma misteriosa .Añadir Anotación
—Bonita cosa. —Geralt hizo un corto y silbante molinete con la sihill, marcó un rápido tajo desde la izquierda y un rápido paso a una parada diestra en alto—. Cierto, bonito cacho de hierro.
—¡Eh! —bufó Percival Schuttenbach—. ¡Cacho de hierro! A ver si miramos mejor, que si no dentro un rato vas a acabar por decir que es un cacho de comino.
—Hubo un tiempo en que tuve una espada mejor.
—No lo niego. —Zoltan se encogió de hombros—. Puesto que seguro que procedía de nuestras forjas. Vosotros, los brujos, sabéis menear las espadas, pero no las podéis hacer. Tales espadas se forjan sólo en mi tierra, allá en Mahakam, al pie del monte Carbón.
—Los enanos templan el acero —añadió Percival—, forjan las capas principales, pero somos nosotros, los gnomos, los que nos ocupamos de pulirlas y afilarlas. En nuestros talleres. Usando nuestra tecnología de gnomos, como hicimos entonces vuestras gwyhry, las mejores espadas del mundo.
—La espada que llevo ahora —Geralt desnudó la hoja— procede de Brokilón, de las catacumbas de Craag An. Me la dieron las dríadas. Un arma de primera, y sin embargo no es ni enana, ni gnoma. Es una hoja élfica, tiene cien o doscientos años.
—¡Éste no tiene ni puñetera idea! —gritó el gnomo, tomando la espada en la mano y pasando los dedos por ella—. El acabado es élfico, cierto. Como la empuñadura, la guarnición y el pomo. También son élficos el decapado, los grabados, el cincelado y otros adornos. Pero la hoja está forjada y afilada en Mahakam. Y cierto es que la hicieron hace dos siglos, porque en seguida se ve que es acero de calidad inferior y trabajo más bien primitivo. Ea, ponla junto al sihill de Zoltan, ¿Ves la diferencia?Añadir Anotación
—La veo. La mía da la sensación de no estar peor hecha.
El gnomo bufó y agitó una mano. Zoltan sonrió con altivez.
—La hoja —explicó con un tono profesoral— tiene que cortar y no dar sensaciones, y no es por la sensación que se la valora. La cosa es que tu espada es una común composición de acero y hierro, mientras que mi sihill tiene la hoja forjada de una aleación de borax y del mejor grafito...Añadir Anotación
—¡Una técnica moderna! —Percival no aguantó, se acaloró un poco, puesto que la conversación había entrado en asuntos que conocía bien—. La construcción y la composición de la hoja tiene múltiples capas de núcleo blando, y un forjado de acero duro y no blando...
—Despacio, despacio —le frenó el enano—. No le vas a convertir en un metalúrgico, no le aburras con los detalles. Yo se lo aclararé en palabras sencillas. Un acero bueno, de dura magnetita, brujo, es dificilísimo de afilar. ¿Por qué? ¡Pues porque es duro! Si no se dispone de tecnología, como nosotros antes y vosotros hasta hoy día, y se quiere tener una espada afilada, se guarnecen los bordes de acero blando, menos resistente a la hora de afilar. Precisamente de esta forma simplificada está hecha tu espada brokilona. Las hojas modernas están hechas al revés, un núcleo blando y filos duros. Afilarlas precisa de mucho tiempo y, como dije, de una tecnología avanzada. Pero como resultado se puede obtener una hoja que permite cortar en el aire un fular de batista.Añadir Anotación
—¿Se puede hacer eso con tu sihill?
—No. —El enano sonrió—. Se pueden contar con los dedos piezas tan afiladas y raramente alguna de ellas salió de Mahakam. Pero te garantizo que la concha del cangrejo rugoso aquél hubiera ofrecido una mínima resistencia a mi sihill. Lo hubieras cortado en pedazos y ni siquiera te hubieras cansado.
La discusión sobre espadas y metalurgia continuó todavía durante algún tiempo. Geralt escuchó con interés, compartió sus propias experiencias, acrecentó sus conocimientos, preguntó acerca de esto y aquello, contempló y probó el sihill de Zoltan. No sabía todavía que al día siguiente se vería obligado a complementar la teoría con la práctica.Añadir Anotación

La primera señal de que vivían personas en los alrededores fue una pila muy regular de leña cortada entre cortezas y astillas que Percival Schuttenbach distinguió junto a la carretera mientras iba en vanguardia.
Zoltan detuvo la marcha y envió al gnomo a una patrulla más alejada. Percival desapareció y al cabo de media hora volvió a toda velocidad, excitado y sin aliento, gesticulando desde lejos. Llegó hasta ellos pero, en vez de ponerse de inmediato a informar, se apretó la larga nariz con los dedos y echó un enorme moco, con un sonido que recordaba a un cuerno de pastor.Añadir Anotación
—No me espantes a las bestias —ladró Zoltan Chivay—. Y habla. ¿Qué tenemos por delante?
—Una labranza. —El gnomo espiró, mientras se limpiaba los dedos a la tela de su aljuba provista de numerosos bolsillos—. En un claro. Tres chozos, un establo, algunos cobertizos... En el patio hay un perro y sale humo de la chimenea. Alguien cocina viandas. Gachas de trigo, y para colmo cocidas en leche.Añadir Anotación
—¿Y tú qué? ¿Es que estuviste en la cocina o qué? —se rió Jaskier—. ¿Miraste dentro de los cazos? ¿Cómo sabes que eran gachas?
El gnomo le miró con altivez y Zoltan resopló con ira.
—No le insultes, poeta. Él huele la comida a millas. Si dice que son gachas, quiere decir que son gachas. Joder, no me gusta esto.
—¿Y por qué? A mí me gustan las gachas, me las comería con gusto.
—Zoltan tiene razón —dijo Milva—. Y tú cállate, Jaskier, que aquí no se platica de poesía. Si las gachas son en leche, entonces allí hay una vaca. Y el labrador, en tanto ve los humos, se coge la vaca y se pierde en lo profundo del monte. Así que, ¿por qué precisamente éste no se ha ido? Doblemos hacia el bosque, lo rodearemos. Mal me huele esto.Añadir Anotación
—Despacio, despacio —murmuró el enano—. De huir siempre hay tiempo. ¿Y no pudiera ser que se hubiera acabao la guerra? ¿No habrá avanzado por fin el ejército temerio? ¿Qué es lo que sabemos, aquí en esta espesura? Puede que ya haya sido librada la batalla en algún sitio, puede que Nilfgaard ya haya sido rechazado, puede que el frente esté ya detrás de nosotros, que los campesinos y las vacas estén volviendo ya. Hay que comprobarlo, enterarse. Figgis, Munro, quedaos los dos aquí, y tened los ojos abiertos. Nosotros, por nuestro lado, haremos un reconocimiento. Si está seguro, os llamaré con el grito del gavilán.Añadir Anotación
—¿El grito del gavilán? —Munro Bruys se atusó la barba con preocupación—. Pero si tú no tienes ni idea de imitar cantos de pájaros, Zoltan.
—Pues de eso se trata. Si escuchas un canto raro, que no se parezca a nada, ése seré yo. Percival, dirige. ¿Vienes con nosotros, Geralt?
—Todos iremos. —Jaskier se bajó del caballo—. Si se tratara de alguna trampa, será más seguro yendo en un grupo grande.
—Os dejo al Mariscal de Campo. —Zoltan tomó al loro de su hombro y se lo dio a Figgis Merluzzo—. El pajarraco está presto a sembrar todo de putas a grito pelado y el acercamiento sigiloso se iría al cuerno. Vamos.
Percival los condujo con rapidez a las lindes del bosque, entre la espesura de unos arbustos de lilas salvajes. Al otro lado de los arbustos, el terreno se deslizaba ligeramente hacia abajo, se acumulaban allí montones de troncos desenraizados. Más allá se extendía un enorme claro. Miraron con precaución.Añadir Anotación
El informe del gnomo había sido preciso. En el centro del claro efectivamente se elevaban tres chozas, un establo y algunos cobertizos cubiertos de paja. En el corral brillaba el enorme charco del estercolero. Los edificios y un pequeño campo rectangular, bastante desaliñado, estaban rodeados por una cerca baja, destrozada en parte, y detrás de la cerca ladraba un perro gris. Por el tejado de una choza se elevaba una columna de humo, arrastrándose perezosamente por un agujero en el bálago.Añadir Anotación
—Iré allí —declaró Milva.
—No —protestó el enano—. Te pareces en demasía a un Ardilla. Si te vieran, podrían asustarse y la gente con miedo suele ser destemplada. Irán Yazon y Caleb. Y tú ten el arco a punto, los cubrirás en caso de necesidad. Percival, arrea a donde están los otros. Estad prestos por si hubiera que tocar retirada.Añadir Anotación
Yazon Varda y Caleb Stratton salieron del bosque con precaución y anduvieron hacia los edificios. Marchaban despacio, mirando atentamente a los lados.
El perro les advirtió de inmediato, aulló rabioso, dio vueltas al corral, no reaccionó a los amables chasqueos ni a los silbidos de los enanos. Las puertas de la choza se abrieron. Milva, al punto, alzó el arco y tiró de la cuerda con fluidez. Y al instante volvió a aflojarla.
Al umbral salió una muchacha bajita, fuertota, con largas trenzas. Gritó algo, al tiempo que agitaba la mano. Yazon Varda alzó la mano, contestó con otro grito. La muchacha comenzó a gritar, escuchaban los gritos pero no eran capaces de distinguir las palabras.
Pero aquellas palabras debieron de alcanzar a Yazon y Caleb y causarles una mediana impresión, porque ambos enanos, como a una orden, dieron un salto hacia atrás y se dirigieron a toda velocidad hacia los arbustos de lilas. Milva de nuevo tensó el arco, apuntó con la flecha, buscando un objetivo.
—¿Qué es, por todos los diablos? —gruñó Zoltan—. ¿Qué está pasando? ¿De quién están huyendo? ¿Milva?
—Cierra el pico —susurró la arquera, mientras seguía apuntando la flecha de choza en choza, de cobertizo en cobertizo. Pero seguía sin encontrar un objetivo. La muchacha de las trenzas había desaparecido dentro de la choza, cerrando las puertas tras de sí.
Los enanos jadeaban como si les pisaran los talones todos los demonios del Caos. Yazon gritaba algo, puede que blasfemara. De pronto Jaskier palideció.
—Está gritando... ¡Ay, madre!
—Qué coñ... —Zoltan se detuvo, porque Yazon y Caleb ya estaban allí, rojos por el esfuerzo—. ¿Qué pasa? ¡Soltadlo!
—Tienen una epidemia... —Caleb espiró—. Viruela negra...
—¿Habéis tocado algo? —Zoltan Chivay se echó hacia atrás violentamente, casi hizo caerse a Jaskier—. ¿Habéis tocado algo en el corral?
—No... El perro no nos dejó acercarnos...
—Gracias le sean dadas al jodío can. —Zoltan alzó los ojos al cielo—. Dadle dioses una larga vida y un montón de huesos, uno más alto que el monte Carbón. La moza ésa del corral, ¿tenía costras?
—No. Ella está sana. Los enfermos están en la última choza, sus suegros. Y muchos ya han muerto, dijo. ¡Ay, ay, Zoltan, que el viento soplaba hacia nosotros!
—Basta ya de este chocar de dientes —dijo Milva, al tiempo que bajaba el arco—. Si no habéis tentado a los infestos, nada os será, no haya temor. Siendo verdad eso de la viruela, claro. Pudiera ser que la moza quisiera sólo espantaros.
—No —negó Yazon, todavía temblando—. Tras un cobertizo, un foso había... Y en él cadáveres. La moza no tiene fuerzas para enterrar a los muertos, así que los echa al foso...
—Ea. —Zoltan sorbió la nariz—. Ahí tienes tus gachas, Jaskier. Pero a mí como que se me han pasado las ganas. Larguémonos de aquí, presto.
Desde los edificios les llegaron los furiosos ladridos del perro.
—Escondeos —susurró el brujo mientras se arrodillaba.
Por el camino al lado contrario del claro apareció un grupo de jinetes, silbando y alborotando, rodearon al galope los edificios, luego entraron en el corral. Los jinetes iban armados, pero no llevaban colores uniformes. Antes al contrario, iban vestidos abigarradamente y sin concierto, también sus pertrechos daban la sensación de haber sido reunidos al azar. Y no en una almoneda, sino en el campo de batalla.Añadir Anotación
—Trece —contó con rapidez Percival Schuttenbach.
—¿Quienes son ésos?
—Ni de Nilfgaard, ni otros regulares —valoró Zoltan—. Ni Scoia’tael. Me parece que voluntarios. Mesnadas libres.
—O desertores.
Los caballos relincharon, retozaron por el corral. Al perro le dieron un golpe con una pica y huyó. La muchacha de las coletas salió al umbral, gritó. Pero esta vez la advertencia no funcionó o no la trataron en serio. Uno de los jinetes se acercó galopando, aferró a la muchacha por una coleta, la sacó del umbral, arrastrándola por el charco. Otros se bajaron de los caballos, ayudaron, condujeron a la muchacha hasta el fondo del corral, le quitaron la ropa y la arrojaron sobre un almiar de paja podrida. La moza se defendió con uñas y dientes, pero no tenía ninguna posibilidad. Sólo uno de los desertores no se unió a la diversión, vigilaba los caballos atados a la cerca. La muchacha lanzó un agudo grito, desesperado. Luego uno corto, de dolor. Y luego ya no la escucharon.Añadir Anotación
—¡Guerreros! —Milva se levantó—. ¡Héroes, la puta de su madre!
—No tienen miedo de la viruela. —Yazon Varda meneó la cabeza.
—El miedo —murmuró Jaskier— es una cosa humana. Y a éstos ya no les queda nada de humano.
—Salvo las tripas —graznó Milva, mientras colocaba cuidadosamente una flecha en el arco—. Las que ahora mesmo les voy a agujerear, bellacos.
—Trece —dijo Zoltan Chivay significativamente—. Y tienen caballos. Alcanzarás a uno o dos, el resto nos topará. Aparte que esto puede ser un destacamento. El diablo sabe cuánta gente les sigue.
—¿Tengo que quedarme mirando tranquilamente?
—No. —Geralt se colocó la espada en la espalda y la cinta del pelo—. Ya estoy harto de mirar tranquilamente. De verdad que estoy harto de no hacer nada. Pero ellos no tienen que dispersarse. ¿Ves aquél que está sujetando los caballos? Cuando llegue allí, derríbalo de la silla. Si lo consigues, entonces otro. Pero sólo cuando llegue allí.Añadir Anotación
—Siguen quedando once. —La arquera se dio la vuelta.
—Sé contar.
—Y todavía queda la viruela —murmuró Zoltan Chivay—. Si vas allí , te vas a contagiar de la enfermedad... ¡Diablos, brujo! Nos contagiarás a todos por... ¡Voto a bríos, ésta no es la muchacha que buscas!
—Cierra el pico, Zoltan. Volved al carro, escondeos en el bosque.
—Voy contigo —anunció Milva con voz ronca.
—No. Cúbreme de lejos, es una forma mejor de ayudarme.
—¿Y yo? —preguntó Jaskier—. ¿Qué tengo que hacer yo?
—Lo de siempre. Nada.
—Te has vuelto loco... —tronó Zoltan—. Tú solo contra ese montón de gente... ¿Qué te pasa? ¿Quieres hacerte el héroe, defensor de doncellas?
—Cierra el pico.
—¡Que te lleve el diablo! Espera. Deja tu espada. Son muchos, mejor que no tengas que repetir el tajo. Toma mi sihill. Con él basta dar una vez.
El brujo tomó el arma del enano sin vacilación y sin decir palabra. Señaló otra vez a Milva el desertor que vigilaba los caballos. Y luego saltó por encima de los tocones y se movió con rapidez hacia las chozas.
Brillaba el sol. Los grillos se escapaban a sus pies.
El que guardaba los caballos lo vio, sacó una jabalina de una funda junto a la silla. Tenía los cabellos muy largos y desgreñados, que caían sobre una cota de malla rota, remendada, con los alambres desgarrados. Llevaba unas botas nuevecitas, por lo visto no hacía mucho que las había robado, con unas hebillas relucientes.Añadir Anotación
El guardián dio un grito, otro desertor salió de detrás de la cerca. Éste llevaba el talabarte con la espada al cuello y se estaba abrochando la bragueta. Geralt estaba ya muy cerca. Desde el montón de paja le llegaron las risas de los que se estaban divirtiendo con la muchacha. Respiró hondo, y cada aliento incrementaba en él el deseo de matar. Podría haberse tranquilizado, pero no quería. Quería tener algo de placer.Añadir Anotación
—¿Y tú quién eres? ¡Quieto parao! —gritó el de los cabellos largos al tiempo que sopesaba la jabalina—. ¿Qué es lo que quieres?
—Estoy harto de mirar tranquilamente.
—¿Qué?
—¿Te dice algo el nombre de Ciri?
—Yo a ti...
El desertor no alcanzó a decir más. Una flecha de plumas grises le acertó en el centro del pecho y lo arrojó de la silla. Antes de que cayera al suelo, Geralt escuchó el susurro del vuelo del segundo disparo. La saeta le dio al otro soldado en la barriga, bajo, entre los dedos que sujetaban la bragueta. Gritó como una bestia, se dobló por la mitad y cayó de espaldas sobre la cerca, derribando y rompiendo las varas.Añadir Anotación
Antes de que los otros tuvieran tiempo de apercibirse y echar mano a las armas, el brujo estaba ya entre ellos. La espada del enano brilló y cantó, sonaba un poquito como si fuera una plumilla y la hoja afilada como una navaja de afeitar exigía rabiosa un tributo de sangre. Los cuerpos cortados casi no ofrecían resistencia. La sangre le salpicaba en el rostro, no tenía tiempo de limpiársela.Añadir Anotación
Incluso si los desertores habían albergado intenciones de luchar, la vista de los cadáveres cayendo y de los ríos de sangre silbando les quitaron las ganas. Uno tenía los pantalones por las rodillas, no tuvo tiempo siquiera de subírselos, recibió un tajo en la arteria del cuello y cayó boca arriba, balanceando graciosamente su masculinidad todavía insatisfecha. El otro, del todo imberbe, se cubrió la cabeza con las dos manos, pero el sihill las cortó las dos por las muñecas. Los demás huyeron, se dispersaron en varias direcciones. El brujo les persiguió, maldiciendo en su fuero interno el dolor que de nuevo le latía en la rodilla. Esperaba que la pierna no se negara a funcionar.Añadir Anotación
Dos desertores consiguieron llegar a la cerca, intentaron defenderse, pusieron las espadas. Paralizados de miedo, lo hicieron mal. La sangre de los hombres cortados por la espada del enano regó de nuevo la cara del brujo. Pero los otros aprovecharon el tiempo, consiguieron huir, ya estaban montando en los caballos. Uno cayó de inmediato, alcanzado por una flecha, agitándose y retorciéndose como un pez arrojado de la red. Dos lanzaron los caballos al galope. Pero sólo consiguió escapar uno, porque en el campo de batalla apareció de pronto Zoltan Chivay. El enano agitó el hacha y la lanzó, acertando a uno de los que huían en mitad de la espalda. El desertor gritó, cayó de la silla, dando una voltereta con los pies. El último se aferró al cuello del caballo, atravesó la zanja llena de muertos y galopó en dirección al camino.Añadir Anotación
—¡Milva! —gritaron a la vez el brujo y el enano.
La arquera ya iba corriendo hacia él, de pronto se detuvo, se congeló con las piernas abiertas. Bajó el arco tenso y comenzó a subirlo poco a poco, cada vez más alto y más alto. No escucharon el sonido de la cuerda, Milva tampoco cambió su posición, no tembló siquiera. Vieron la saeta sólo cuando dio un quiebro en el vuelo y cayó hacia abajo. El jinete se removió sobre el caballo, una flecha emplumada le sobresalía por el hombro. Pero no cayó. Se enderezó y, con un gritó, espoleó al caballo a un galope aún más rápido.Añadir Anotación
—¡Pero qué arco! —bramó con admiración Zoltan Chivay—. ¡Pero qué tiro!
—Un tiro de mierda. —El brujo se limpió la sangre del rostro—. El hijo de puta ha huido y nos traerá a sus camaradas.
—¡Le ha dado! ¡Y eran por lo menos doscientos pasos!
—Podría haber apuntado al caballo.
—El caballo de nada es culpable —resopló Milva, acercándose. Escupió mientras miraba al jinete que desaparecía en el bosque—. Le yerré al hideputa puesto que aspiré un poco... ¡Lagarto, lagarto, gafe, fuera de mis flechas! ¡Que ésta te traiga la negra!
Oyeron un relincho que provenía del camino y, de seguido, el grito penetrante de un hombre asesinado.
—Jo, jo. —Zoltan miró a la arquera con admiración—. ¡Lejos no ha ido! ¡No funcionan mal tus trastos! ¿Veneno? ¿O son hechizos? ¡Porque incluso si el bellaco cogió la viruela, el mal no se cría tan rápido!
—No fui yo. —Milva miró al brujo significativamente—. Ni la viruela. Pero me da en las napias que sé quién es.
—Yo también lo sé. —El enano se mordió el bigote en una mueca de sonrisa—. Advertí que miráis constantemente hacia atrás, que alguno va a escondidas tras nuestro. En una potranca castaña. No sé quién haya de ser, pero en tanto que a vosotros no os moleste... No es asunto mío.
—Sobre todo, puesto que provecho hay en tener tal retaguardia —dijo Milva, mirando a Geralt elocuentemente—. ¿Cierto estás de que el tal Cahir es enemigo tuyo?
El brujo no respondió. Devolvió la espada a Zoltan.
—Gracias. No corta mal.
—En buenas manos .—El enano mostró los dientes—. Había oído historias sobre brujos pero tumbar a ocho tíos en menos de dos minutos...
—No hay de qué enorgullecerse. No sabían defenderse.
La muchacha de las trenzas se puso a cuatro patas, luego se incorporó, se estremeció, con manos temblorosas intentó sin éxito arreglar los destrozados restos de ropa que llevaba encima. El brujo se asombró de que no se pareciera a Ciri en nada, absolutamente en nada, cuando sólo un instante antes hubiera jurado que parecía su hermana gemela. La muchacha, con un movimiento descoordinado, se limpió el rostro, se movió rápida en dirección a la choza. Sin rodear los charcos.Añadir Anotación
—Eh, espera —gritó Milva—. Eh, tú... ¿Podemos ayudarte en algo? ¡Eh!
La muchacha ni siquiera miró en su dirección. Se tropezó con el umbral, casi cayó, se apoyó en las puertas abiertas. Y luego las cerró de un golpe tras de sí.
—El agradecimiento de los humanos no conoce límites —dijo el enano. Milva se volvió como un muelle, el rostro se le endureció.
—¿Mas por qué habría de estar agradecida?
—Exacto —añadió el brujo—. ¿Por qué?
—Por los caballos de los desertores. —Zoltan no bajó los ojos—. Los matará para la carne, así no tendrá que matar a las vacas. Se ve que es resistente a la viruela y ahora tampoco la asustará el hambre. Sobrevivirá. Y el que gracias a ti se haya evitado una diversión más larga y el fuego en estas chozas, lo comprenderá cuando pasen unos días, cuando comience a pensar. Vámonos de aquí antes de que nos alcance el aire pestilente... Eh, brujo, ¿adónde vas? ¿A que te den las gracias?Añadir Anotación
—A por las botas —dijo Geralt con voz fría mientras se agachaba sobre el desertor de los cabellos largos, que tenía los ojos muertos clavados en el cielo—. Me parece que me van a estar que ni pintadas.

Los días siguientes comieron carne de caballo. Las botas de las hebillas brillantes eran muy cómodas. El nilfgaardiano llamado Cahir seguía yendo tras de ellos en su potranca castaña, pero el brujo no miró hacia atrás.
Penetró por fin los secretos del juego de la quinta e incluso jugó con los enanos. Perdió.
No hablaron sobre lo sucedido en el prado del bosque. No tenía sentido.Añadir Anotación

© Andrzej Sapkowski

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DCFan, 17 de Junio de 2005
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