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Enano Rojo. Mejor que la Vida

Advance Dreamers


Grupo Editorial AJEC nos ofrece en exclusiva el primer capítulo de la segunda novela protagonizada por los personajes de la serie de televisión de culto de la BBC

imagen de Enano Rojo. Mejor que la Vida

CONTRAPORTADA:

Esta es una angustiosa llamada de socorro desde la nave espacial Enano Rojo. La tripulación murió a consecuencia de una fuga radioactiva. Los únicos supervivientes fueron David Lister, que estaba en animación suspendida cuando se produjo la catástrofe y su gata preñada, que quedó a salvo, en la bodega.Añadir Anotación
Revivido 3 millones de años más tarde, los únicos compañeros de Lister son un ser que evolucionó a partir de la gata y Arnold Rimmer, el holograma de uno de los componentes muertos de la tripulación. La situación es crítica. Junto con un androide llamado Kryten, se encuentran inmersos en el juego “Mejor que la Vida”; su vida corre serio peligro y el Enano Rojo se acerca a su destrucción.Añadir Anotación
Mi nombre es Holly y soy la computadora de a bordo. Mi coeficiente intelectual es de 6.000, equivalente al de 6.000 empleados de parking.
Fin del mensaje.

La segunda novela basada en la serie de la BBC “Enano Rojo” retoma la acción dónde la dejó la primera novela de la serie; con más de tres millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, es una historia repleta de acción, humor y realidad virtual.

Ficha Ténica:
Título: Enano Rojo: Mejor que la Vida.
Autor: Grant Naylor
Título Original: Red Dwarf: Better Than Life (1990)
Traducción: Teresa Ponce
Portada: Juan Antonio Gonzálvez
Páginas: 248
Precio: 15.95 €
ISBN: 8496013200

DIEZ

Llegó la tarde. La fiesta comenzó.
Rimmer se gastó el último dinero que le quedaba derrochándolo a toda prisa.
Una orquesta de jazz compuesta por ochenta músicos desgarraba una versión acelerada del Abba dabba dabba de Hoagy Carmichael, mientras la mayor parte de los cinco mil invitados famosos se lanzaban por los aires unos a otros en la pista de baile de mármol recién instalada, a la luz de las antorchas de los jardines orientales.Añadir Anotación
Las carcajadas intermitentes de risa femenina estallaban en la cálida brisa de la tarde, y se mezclaban con el estruendo de los chistes verdes de los hombres. Unos bufones en esmoquin se sumergieron en la piscina de champán, hicieron cuatro largos y salieron borrachos como cubas.
Elvis estaba haciendo una competición de comer pasteles con Buda cuando Kennedy salió de detrás de los arbustos, estirándose la camisa, seguido por una enrojecida y despeinada Isabel I de Inglaterra.
Miraras donde miraras, la gente se estaba divirtiendo. A no ser que miraras a Rimmer. La depresión le aplastaba los hombros como una gigantesca gárgola de piedra, mientras deambulaba por el banquete de boda rezando para que la sonrisa que fingía no se le cayera de la cara y se hiciera añicos en el suelo. Todo parecía insignificante, triste y anémico. Eructó, y el paté de dodo que había tomado una hora antes le traicionó en el aire de la noche.Añadir Anotación
Paté de dodo. Sabía como el pollo, sólo que era dos mil veces más caro. Eso es lo que ocurre cuando tu chef echa mano de las llaves de tu máquina del tiempo.
De repente, Rimmer se dio cuenta de la cantidad de gente que había contratado específicamente para ayudarle a gastar su dinero. Retrospectivamente, sus instrucciones habían sido: llevadme a la bancarrota lo más rápido posible. Estaba rodeado de ellos. Mirara donde mirara, esa gente estaba bebiéndose el dinero de Rimmer hasta que les colaba por las barbillas; fumándose su preciosa fortuna en nubes marrones de gruesos habanos; tomándose otro plato más de metálico a la Rimmer, con puré de dinero en rica salsa lucrativa. Grandes ejércitos de gente, esforzándose para intentar encontrar nuevas y más ingeniosas formas de desperdiciar su fortuna. Y lo consiguieron. Estaba arruinado. Mañana no tendría nada.Añadir Anotación
Y mañana todos se habrían ido.
Detrás de él, oyó el toc toc toc de los tacones de aguja de Juanita. Parecía que sólo él podía oírlo, como un silbato para perros llamando a un San Bernardo fiel y baboso. Miró alrededor, y la vio desaparecer por unos escalones de piedra que bajaban a un estanque rodeado de sauces en donde no había nadie. Antes de que se diera cuenta, estaba brincando escaleras abajo tras ella.Añadir Anotación
Todo lo que hacía Juanita, dejemos esto claro, Rimmer lo encontraba terriblemente erótico. Todo. Ahora mismo, bañada en la luz del reflejo del estanque, se estaba sonando la nariz con una servilleta blanca haciendo bastante ruido, y Rimmer tuvo que sujetar su líbido que gruñía y enseñaba los dientes tirando fuerte de su collar de castigo. ¿Cómo puede alguien sonarse la nariz de forma tan provocativa? ¿Cómo se puede cargar esta simple acción con misterio, atractivo y promesas de sexo?Añadir Anotación
Ella le oyó, y volvió la vista.
—Hola.
—Si quieres estar un rato sola, me voy.
Ella negó con la cabeza, y le regaló el sesenta por ciento de su mejor sonrisa.
—¿Dónde está Frank?
Ella se encogió de hombros.
—Con sus compañeros de negosios, supongo. Hablar, hablar, hablar, es todo lo que hasen—. Soltó una carcajada.
Las conversaciones ligeras no eran el fuerte de Rimmer. Revolvió en su vacío cerebro buscando un tema de conversación. ¿El tiempo? ¿Le había gustado la comida? ¿Esos zapatos son nuevos? Ese sauce es grande, ¿verdad? ¿Te he dicho que estoy pensando en dejarme barba? Finalmente dio con la frase ideal: una frase que, por fuera, era perfectamente respetable, pero entre líneas estaba llena de insinuaciones, toques de intimidad mutua, el conocimiento compartido del cuerpo del otro, amados tiempos pasados.Añadir Anotación
—¿Qué tal va tu papiloma?
Perpleja, sus cejas finas se contoneaban y se ondulaban como una señal de televisión con interferencias.
—Bien —dijo al fin.
—Genial. Eso es fantástico. Absolutamente fantástico. De verdad.
Más silencio.
—Helen es muy guapa. Es, eh, muy guapa. Será buena para ti. ¿Tienes que estar muy contento, no?
Aquí había un comienzo. Le había preguntado si estaba contento. Una mirada en ese momento podía significar libros enteros. Un encogimiento de los hombros fortuito podía articular por completo el estado de su relación con Helen. Una ceja levantada podía hablarle con la duración de una novela sobre su tristeza y su desesperación. El gesto más sutil y diminuto podía revelarle todo a Juanita: que quería volver con ella; que sin ella nunca sería verdaderamente feliz.Añadir Anotación
Se encogió de rodillas en el suelo y se le agarró a los zapatos de dos mil libradólares.
—Te quiero —sollozó—. Te quiero aquí y ahora, urgente y completamente. Quiero adorar tu cuerpo. Quiero lamerlo por todas partes, por cada montículo y cada hendidura. Quiero meterte en una licuadora y beberte. No me importa que estés loca, te sigo queriendo.
Ella se hincó de rodillas y acunó la cabeza de él.
—No estoy loca. Ya no. ¿No lo ves? ¿No notas nada diferente? Me he operado la personalidad.
—¿Qué?
—Está arrasando. La sirugía plástica está pasada de moda. Ahora la moda es la sirugía de personalidad. Me he puesto un implante de sentido del humor, me he arreglado el egoísmo, me he subido la avarisia y me he tensado el genio. No pretendo sonar presumida, pero ahora tengo una personalidad realmente maravillosa. Y sólo me ha costado setesientos mil libradólares. Aunque el dinero no lo es todo —dijo ella, y se echó a reír de forma escandalosa, fardando de su recién implantado sentido del humor como si fuera un vestido nuevo.Añadir Anotación
—¿Y Frank?
—¿Frank? Es tan encantador. Pero él no es tú. Te amo, cariño, y por fin tengo la personalidad que te mereses.
—Pero me fuiste infiel tantas veces. Con tanta, tanta gente.
—Ahora soy diferente. Me he recortado la líbido. Ahora es tamaño normal. Te quiero sólo a ti —ella le cubrió la cara de besos.
De repente, Rimmer se puso de pie, y se giró para quedarse mirando al estanque.
—Frank; tengo que saberlo —¿Hicisteis… vosotros dos…? —volvió la cabeza y la miró—. No es que sea importante, pero, ¿hicisteis el amor?
—No —sonrió con ternura— no, no hisimos el amor.
Rimmer cerró los ojos y dejó emerger una sonrisa de satisfacción al exterior de su cara.
—Me he acostado con él muchísimas veces, pero no recuerdo ninguna ocasión de la que pueda desir sinseramente que “hisimos el amor”.
La sonrisa de satisfacción de Rimmer se revolvía sin control en sus labios, después cayó; una, dos, tres veces y se hundió.
—Sí, le dejaba gemir de pasión por mí. Sí, le dejaba subir y bajar y sudar y chillar y apretar y retorser mi cuerpesito en las posisiones que le daba la gana. Pero todo el tiempo, estaba pensando en ti. Cada ves que me cogía; en el balcón, a mitad de las escaleras, en la mesa de la cosina, en el asiento de atrás de su coche; soñaba que eras tú, ángel mío. Soñaba que eran tus manos las que agarraban mis caderas firmemente, tú mi amor, llevándome al borde del éxtasis, tu crema de bebé, tus bolas chinas que vibran: soñaba que eras tú.Añadir Anotación
—Un simple “sí “ habría bastado —dijo Rimmer, con brusquedad.
Juanita echó la cabeza para atrás y soltó una carcajada.
—¡Es broma! —rió con ganas—. ¡De mi nuevo sentido del humor! ¿Lo coges? ¡Es broma!
—¿Qué es lo que es broma?
—Nunca permití a Frank que me tocara. Sólo te quiero a ti, seloso y ardiente amor mío.
De hecho Rimmer estaba rojo.
—Es broma —farfulló con rotundidad.
—Vamos —cogió la mano de Rimmer, y subió tambaleándose detrás de ella por las escaleras de piedra—. ¡Dios! No sé como he podido pasar antes sin sentido del humor. ¡Me echo tantas risas ahora!
—¿A dónde vamos?
—A cualquier sitio. Lejos de aquí. Lejos de este lugar. Lejos de estos locos.
Sí, pensó Rimmer. Lejos. Los dos solos: podemos empezar de nuevo.
De repente todo parecía encajar. Ahora era obvio: el Juego le había destruido para brindarle el inigualable placer de reconstruir su imperio, junto a Juanita, la mujer que había recuperado robándosela a su hermano.
—Venga —le tiró de la mano —salgamos de aquí.
Los árboles y setos se sucedían por la ventanilla tintada a prueba de balas de la limusina con chófer, mientras Rimmer y Juanita, escondidos a salvo tras la cortina que les separaba del conductor, torpemente se desabrochaban los botones y cremalleras el uno al otro en el asiento de atrás. El tema favorito de Rimmer de música para hacer el amor, la Sinfonía Sorpresa de Haydn, sonaba por los ocho altavoces.Añadir Anotación
La música fue interrumpida de repente por la voz del chofer.
—Siento molestarle, señor. Parece que nos sigue un vehículo.
Parese Helen.
—Piérdelo —dijo Rimmer tranquilamente.
Inmediatamente el coche dio un bandazo de noventa grados a la izquierda, y la fuerza centrífuga clavó el pie con tacón de aguja de Juanita en el hombro desnudo de Rimmer.
El grito de Rimmer fue tan agudo que no se oyó.
La limusina, que iba acelerando todo el rato, se precipitó por un terraplén empinado, y Rimmer salió catapultado contra el asiento de atrás, y se golpeó la cabeza contra el mueble-bar. La puerta se abrió y las botellas volcaron y cayeron sobre el cuerpo de Rimmer que se retorcía de dolor, rompiéndose una por una sobre su cabeza. Su cara, manchada de Chartreuse verde, licor de cereza y un litro de licor de huevo, parecía la bandera de Bolivia.Añadir Anotación
Juanita, desnuda salvo por una cinta de seda, se reía como una loca en el asiento de atrás. Su nuevo sentido del humor se lo estaba pasando en grande.
Rimmer gritaba de dolor y se acurrucaba entre los cristales rotos, tratando en vano de levantarse.
Otra vez la voz del chófer:
—Parece que ha reventado un neumático, señor.
—Frena —dijo Rimmer, y con un ruido repugnante de fluidos se extrajo el tacón de Juanita del hombro.
Alguien golpeó con los nudillos en la ventanilla.
—Está bien —respondió Rimmer, arreglándose— un momento.
Inmediatamente, alguien arrancó la puerta de sus bisagras. Un hombre con la forma y el tamaño de la Mongolia del siglo quinto metió la cabeza en el coche y sacó de un tirón a un Rimmer medio desnudo al lado de la carretera.
—Te envía Helen, ¿verdad?
—No es correcto —gruñó la criatura con apariencia humana.
—¿Le conoses?
—¿Señor Rimmer? —el hombre leía con una dificultad apenas disimulada un documento de apariencia legal—. ¿Arnold, J?
—Eee, puede —dijo Rimmer, nervioso.
—Soy un representante legal de Solidgram International; como ya sabrá, su antigua empresa está en quiebra, y por el presente documento estoy autorizado a embargar su cuerpo.

ONCE

Los días de gloria estaban a punto de volver. A Holly le resultaba imposible contener su sonrisa de satisfacción.
Los skutters habían tardado tres semanas en canalizar todo el tiempo de vida restante de los miles y miles de estanterías de terminales de Holly hacia la pequeña Unidad Central de Proceso que controlaba sus niveles más altos de pensamiento.
Pero ahora estaban preparados.
—Muy bien —dijo la Tostadora—. Estamos listos.
Holly asintió con la cabeza.
—Sólo tenemos que sacar el interruptor, y rezar para no se produzca una sobrecarga.
—¿Qué pasa si hay sobrecarga?
—Explotarás —dijo sencillamente la Tostadora.
—Es lo justo —dijo Holly.
Un skutter cruzó el suelo de la Sala de control, y extrajo con la pinza la placa del circuito que impedía el paso de corriente.
En toda la nave, las luces disminuyeron al nivel de emergencia. Inactivos durante siglos, los cables rugían con electricidad.
—Ya viene —dijo Holly con tono apagado—lo oigo.
Millones de placas de circuitos chispeaban cobrando vida. Desde los extremos de la nave, la energía que surgía avanzaba como un trueno hacia la sala de control, y hacia la CPU de Holly.
—Pase lo que pase —dijo a la Tostadora— no me arrepiento. Tiene que ser mejor que tener que aguantarte.
Entonces ocurrió.
La imagen digital de Holly se expandió por toda la pantalla en una explosión de color deslumbrante. Unos enormes rayos estáticos azules rasgaron de lado a lado las paredes de la Sala de control. Las terminales soltaron chispas y sacudidas mientras los miles de cables vertían la carga en su Unidad Central de Proceso.Añadir Anotación
Holly sintió entrar la energía.
Sintió como si todo su ser hubiera explotado y se hubiera esparcido a los confines del universo.
Y justo cuando pensaba que estaba disminuyendo, justo cuando pensaba que la enormidad de lo que le había ocurrido había terminado, la segunda oleada estalló dentro de él, destrozándolo, fragmentándolo otra vez.
Y después hubo silencio. Una nube asfixiante de goma quemada estaba suspendida a baja altura sobre el suelo.
Y la imagen astillada de Holly se reformó en la pantalla en un grito de colores.
Abrió los ojos.
Su imagen era diferente. Más grande, más intensa, con más definición. Pero la mayor diferencia estaba en los ojos. Sus ojos habían perdido la ansiedad que les hacía mirar a todos lados. Estaban sonriendo, amables.
Holly estaba totalmente en paz consigo mismo.
Pidió la lectura digital de su coeficiente intelectual estimado.
Había dos cifras. La primera era un seis, la segunda era un ocho.
Sesenta y ocho.
Aún así, seguía sonriendo.
Sonó un chasquido, y las dos cifras se unieron a otra. Ahora, leyeron trescientos sesenta y ocho.
Hubo una pausa, y otro chasquido.
Ahora la lectura del coeficiente era dos mil trescientos sesenta y ocho.
La sonrisa de Holly se ensanchó.
Sonó un último chasquido y un uno se unió a las cifras.
El nuevo coeficiente de Holly era doce mil trescientos sesenta y ocho.
Era más del doble de inteligente que lo que había sido en la cima de su genialidad.
—Lo sé todo —dijo, sin un ápice de arrogancia. Volvió sus ojos enormes y amables hacia la Tostadora—. Pregúntame cualquier cosa. Absolutamente cualquier cosa.
—¿Cualquiera?
—Metafísica, filosofía, el sentido de la vida. Cualquier cosa.
—¿Cualquier cosa de verdad, y me responderás?
—Lo haré.
—Muy bien —dijo la Tostadora—. Aquí va mi pregunta: ¿te apetece una tostada?
—No, gracias— dijo Holly—. Ahora pregúntame otra. Toda la esfera del conocimiento humano es como un libro abierto para mí. Hazme otra pregunta.
La Tostadora reflexionó. Había muchas preguntas que quería hacer. Al final, seleccionó la más importante de todas, y preguntó:
—¿Te apetece una tortita?
—Soy un ordenador con un coeficiente intelectual de doce mil trescientos sesenta y ocho. Tú, de todas las inteligencias del universo -una tostadora barata de plástico, con un precio de venta al público de 19,99 libradólares más impuestos- sólo tú tienes la oportunidad de obtener respuesta a cualquier pregunta. Podrías por ejemplo, preguntarme el secreto de los viajes en el tiempo. Podrías preguntarme: ¿Existe Dios, y dónde vive? No pareces entenderlo: Lo sé todo, y quiero compartirlo contigo.Añadir Anotación
—Eso no responde a mi pregunta— dijo la Tostadora.
—No, no me apetece una tortita. Pregúntame algo razonable. Preferiblemente algo no relacionado con el pan.
—No hay nada que quiera saber que no esté relacionado con el pan —dijo la Tostadora.
—Inténtalo y piensa en algo —insistió Holly.
Hubo un largo silencio. La Tostadora se sumió en un examen profundo. Finalmente, reaccionó.
—¿Y un panecillo de pasas tostado?
—Ésa es una pregunta de pan.
—No es sólo de pan —dijo la Tostadora indignada— tiene bastante de pasas, también.
—Hazme una pregunta —dijo Holly— que no tenga nada que ver con el pan.
La Tostadora suspiró, y volvió a caer en uno de sus silencios. No era fácil. No era nada fácil.
—Quieres una de las grandes, ¿verdad? —dijo la Tostadora.
—Si con ‘las grandes’ te refieres a las cuestiones imponderables de la metafísica, sí quiero. Si, por el contrario, te refieres a que si me apetece un trozo grande de pan integral, o una rebanada gorda de un pan de hogaza enorme, entonces no, no quiero.
—Eres listo —dijo la Tostadora—. Estoy muy impresionada.
—Entonces hazme una pregunta decente. Algo que me cueste.
—Vale,— dijo la Tostadora. —¿Quién creó el universo?—
—No —dijo Holly—. Una difícil.
—Ésa es difícil.
—No lo es.
—Vale, ¿quién lo hizo entonces? ¿Quién creó el universo?
—Lister —dijo Holly—. Pregúntame otra.
—Espera un momento. ¿David Lister? ¿El tío que me compró? ¿Ese Lister? ¿Él es el creador de todas las cosas?
—Sí —dijo Holly, desesperando de impaciencia—. Ahora hazme una pregunta difícil.
Pero la Tostadora todavía no se había recuperado de la noticia de que el creador de todas las cosas era Lister, un hombre cuyo apetito por el pan con mantequilla recién tostado era terriblemente pequeño. Sacudió a la Tostadora en lo más profundo de su ser.
—Si al creador del universo no le gustaban las tostadas, entonces ¿de qué va todo esto?
—Ah —Holly sonrió de oreja a oreja— te refieres a la existencia.
—Sí —dijo la Tostadora—. ¿Por qué la vida no tiene sentido?
—Sí tiene —dijo Holly—. Tiene mucho sentido. Es sólo que a nosotros nos parece absurda porque estamos viajando por ella en la dirección equivocada. Venga, lánzame otra. Un verdadero enigma. Aprovéchame al máximo. Tú lo enuncias, yo puedo explicártelo. ¿Quieres saber cómo escapar de un agujero negro?
—No precisamente.
Pero Holly se lo dijo de todas maneras. También planteó una Gran Teoría Unificada de Todo, explicó lo que pasó con la tripulación del Mary Celeste y expuso en líneas generales una nueva y revolucionaria teoría monetaria en la que todo el mundo tenía siempre la cantidad exacta de dinero que deseaba. Nada de esto interesó a la Tostadora en lo más mínimo. Esperó a que Holly acabase.Añadir Anotación
—Espera un momento, tengo otra pregunta.
—Dispara —dijo Holly.
—¿Por qué tienes un coeficiente intelectual de doce mil trescientos sesenta y ocho, cuando el manual dice que se recuperaría y alcanzaría un pico de seis mil?
—Muy buena pregunta —Holly hizo una pausa de un nanosegundo—. Ha habido un error de cálculo. Has doblado mi coeficiente intelectual, pero también has reducido mi esperanza de vida de forma exponencial.
—¿Y cuál es tu esperanza de vida?
Holly recabó la cifra de sus transmisores de datos de larga duración. Se iluminó en la pantalla.
—Trescientos cuarenta y cinco años—. La Tostadora silbó— bueno, no es mucho. Pero al menos eres un genio otra vez.
—Lo has leído mal. Hay una coma entre el tres y el cuatro.
—¿Tres con cuarenta y cinco años?
Holly observó la cifra.
—No son años —dijo— son minutos—. Abrió los ojos de par en par. El miedo le atravesó la frente—. ¿Tres con cuarenta y cinco minutos?
—Bueno —corrigió la Tostadora— en realidad ahora son dos con noventa y cinco minutos.
—Disculpa —dijo Holly, y para conservar los dos con noventa y cinco minutos de vida que le quedaban, apagó los motores de la nave, transfirió todas las instalaciones a energía de emergencia y se desconectó.
Hubo un silencio, luego Holly volvió a encenderse durante una fracción de segundo. El tiempo suficiente para dirigir un comentario a la Tostadora.
—Hija de puta —dijo, después se desconectó otra vez.Añadir Anotación

DCFan, 14 de Diciembre de 2005
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