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Los Navegantes

Advance Dreamers


La editorial granadina nos ofrece el adelanto de la primera novela de fantasía épica que publica

imagen de Los Navegantes

Akkán, un oscuro presidiario condenado justamente por asesinato, sobrevive por azar a la última batalla contra el Imperio Trinisanto. Ahora deberá olvidar su turbio pasado para ejercer de héroe de los vencidos para liberar a Arialcanda, la Ciudad Santa, de sus invasores.
En medio de una guerra en la que dos civilizaciones irreconciliables luchan por su supervivencia, un puñado de personajes se verá envuelto un viaje sin retorno a través de un mundo brutal y mágico al borde del cataclismo.
Un relato coral tan cercano a la fantasía de George R.R. Martin como a la de Borges, en el que José Miguel Vilar nos traslada a un mundo a veces dolorosamente cercano al nuestro. Una novela fantástica, real como la vida misma.


FICHA TÉCNICA:

Título: Los Navegantes
Autor: José Miguel Vilar
Ilustración de Portada: Nicolae Groza
Diseño de cubierta: Alejandro Terán
Prólogo: Salvador Montesinos
Precio: 16,95 euros
Páginas: 320
ISBN: 978-84-96013-34-6

15. LA LEYENDA DEL DIOS DE LOS SEIS BRAZOS

Amin decidió convertirse en cazador de monstruos cuando fue rescatado de una araña gigante por una cuadrilla de hombres y mujeres que se dedicaban a este oficio.
Nació en el norte. En latitudes donde la nieve nunca dejaba de caer y las montañas monstruosas se perdían en el cielo encapotado. Alguna vez se asomaba el sol. Pero lo hacía con una timidez rojiza que apenas daba para calentar el mundo.
De niño, sus padres le decían que el norte nunca terminaba. Que más allá de la última ciudad humana sólo había una llanura blanca en la que a veces brillaba el cuerpo multicolor de los dragones.
En cuanto al sur, al sur, le decían, hay un mundo lleno de colores extraños.
—Si los hombres del norte vamos allí, esos colores nos destrozan los ojos —le atemorizaba su padre—. Primero nos vuelven locos. Y luego nos dejan ciegos.
Pero Amin sentía una llamada dentro de sí. Él no quería vivir siempre en aquel mundo en blanco y negro. Quería descubrir esos colores que volvían locos a los hombres del norte. Sus padres, viendo por dónde iban los tiros, empezaron a contarle todo tipo de leyendas horribles sobre el sur. Pero en vez de asustar al pequeño Amin, le multiplicaban la curiosidad.Añadir Anotación
Llegó a la adolescencia y se convirtió en el mejor guerrero de su tribu. De algún antepasado indeterminado o de un padre verdadero y secreto había heredado una agilidad y una fuerza aterradoras. Aprendió a luchar sólo porque se le daba bien, no porque le gustara especialmente. La primera vez que alguien le puso una espada en la mano la miró con indiferencia, pero supo que su brazo había sido hecho para sostener ese pedazo de metal.Añadir Anotación
Los inviernos se iban sucediendo. El manto de nieve que cubría la tierra y hacía invisibles las montañas se renovaba como si fuera la piel del mundo. Las tempestades de hielo azotaban la techumbre de su cabaña. Y Amin seguía sintiendo esa llamada del sur. Por alguna razón no escrita necesitaba, debía, descubrir ese mundo de miles de colores.Añadir Anotación
Sus padres asistían con horror a los vagabundeos cada vez más largos del joven Amin. Veían con impotencia cómo la razón de sus vidas, el ser que debía garantizarles la vejez, se alejaba de ellos por motivos abstractos o chorras.
Así hasta que un día no volvió a casa.
Esa noche le capturó una araña gigante y unos cazadores de monstruos le rescataron. El jefe de la cuadrilla, un hombre maldito por una bruja enamorada y despechada, le adoptó como si fuera su hijo. Aprendió el oficio de asesino de monstruos. Aprendió a utilizar aquellas espadas antinaturalmente finas y largas. Aquellos artilugios estrambóticos. Aquellas armaduras para tres hombres. Aquellas jaulas. Aquellos cepos envenenados.Añadir Anotación
En compañía de estos cazadores se fue alejando para siempre del hogar. Entonces era muy joven y no era consciente de que renunciando al lugar donde había nacido estaba renunciando a sí mismo. A la vez que se encaminaba al sur (a lo desconocido) del mundo, viajaba hacia el sur (lo desconocido) de sí mismo, de su alma.Añadir Anotación
Pronto fue el mejor cazador y decidió abandonar la cuadrilla para seguir solo aquel viaje. El hombre maldito por una bruja enamorada le regaló un consejo en su despedida:
—Vuelve a casa algún día.
Amin asintió y desapareció entre la niebla.
Ahora era un lobo solitario que atravesaba a pie los bosques. En aquellas latitudes había una especie de refugios o posadas muy peculiares. Solían ser cuevas en las laderas de las montañas recubiertas de madera y con una fachada de madera también. Allí acudían, cuando llegaba la noche mortal, tipos de lo más extraño y dudoso. Seres de todo género como zorros parlantes u hombres con manos de plata, poseedores de caballos de fuego.Añadir Anotación
Solían arracimarse en el suelo, sobre las alfombras junto a la chimenea y se contaban sus maravillosas vidas mientras bebían aguardiente. Afuera el viento aullaba como si le estuvieran matando. Los parroquianos oían con alivio los lamentos del mundo. Sabían que, si la noche les hubiera sorprendido lejos del refugio, ahora estarían muertos.Añadir Anotación
En esos lugares Amin escuchaba atentamente a los demás porque siempre había alguien que contaba cómo un gusano de cien metros estaba violando a las adolescentes de alguna aldea cercana. Luego, la pobre víctima engendraba monstruosos gusanitos blancos a los que terminaba por coger cariño.
—El procedimiento es el siguiente —explicaba el narrador—. El animal, de viscosos y blanquecinos anillos, penetra en la casa a través del subsuelo. Porque vive bajo tierra. Se cuela en la habitación de la chica. La mete en su boca gigante para que nadie oiga sus gritos. La lleva a algún lugar bajo tierra y allí la cubre durante horas y horas hasta que le deja dentro innumerables veces la semilla de la descendencia.Añadir Anotación
Los demás enmudecían de horror. Pero Amin sonreía satisfecho y al día siguiente se encaminaba hacia esa aldea. Allí se ofrecía a matar al monstruo a cambio de una suma elevadísima que todos estaban dispuestos a pagar. Luego daba muerte al ser de turno y se llevaba una pasta buena, buena.
Había dos clases de monstruos: los de orden mayor y los de orden menor.
—Un cazador —solía decirle su maestro maldito por una bruja apasionada— puede matar en su vida cinco grandes bestias. Siete si es extremadamente bueno. Luego, todos han muerto.
Amin llegó a los quince. Y cada uno de ellos lo fue tatuando en su brazo como si los horribles combates fueran hitos en el mapa que iba trazando en su vida.
Un día, en su ruta hacia el sur, cuando dejó atrás unas montañas innombrables, descubrió que debajo de la nieve había tierra. Y que sobre ella crece algo verde. Vio que aquellos nuevos colores no le volvían loco (sus padres estaban equivocados) y siguió su camino muy satisfecho.
Los años fueron pasando. Amin veía cómo los hombres y mujeres elegían una parcela de mundo para hacer el amor y tener hijos en ella. Él, tan cazador de monstruos, las habitaba todas y ninguna. Era prisionero de su libertad.
Mientras los otros tenían hijos y quebraderos de cabeza, él iba coleccionando años y tatuajes con los seres a los que mataba. Todos los humanos le miraban con envidia. Él les miraba con envidia a todos ellos.

Un día llegó a un valle cuyos habitantes se pasaban la vida atemorizados dentro de sus casas. Le explicaron que en el lago vivía un ser fabuloso que se alimentaba de almas y que desdeñaba los cuerpos. Era un valle cubierto de niebla. Esa niebla venía desde el lago donde, decían, habitaba el monstruo. Nadie sabía cómo era. Nadie le había visto en miles de años. Pero muchos intuían su presencia a veces, de noche, en la lejanía. Una sombra inmensa de seis brazos que se revolvía tras el muro de brumas.Añadir Anotación
Por eso los habitantes del valle nunca se alejaban de su aldea y bajo ningún concepto salían de noche.
Amin se ofreció a dar muerte a ese ser. Todos le miraron con espanto. Pese a que el citado ente les daba pánico y les retenía en sus casas desde hacía generaciones, en el fondo no deseaban su muerte porque no sabían vivir de otra manera que no fuera atenazados por el pavor a ese dios invisible.
Al final accedieron.
Amin fue al lago con su gran espada. Lo hizo de noche, que es cuando se suponía que el monstruo salía a la superficie. El lago estaba rodeado de unas montañas horrendas con forma de colmillo. De las aguas negras emanaba una niebla que se metía hasta en la conciencia. La superficie era negra y lisa como una balsa de mármol mortuorio. En el cielo brillaban enormes estrellas de cinco puntas y una luna enferma.Añadir Anotación
Amin cogió una barca y se internó en la laguna. Allí no había vida. No había el menor ruido. La vida se desarrollaba tan en silencio que no parecía vida. Las horas pasaban y el monstruo de seis brazos que tanto asustaba a los habitantes del valle no venía a cobrarse el alma de Amin. El hombre del norte escrutaba las profundidades, pero no podía ver nada de lo que había debajo. El lago era impenetrable. La niebla espesa borraba la barca.Añadir Anotación
Al final, Amin se tiró al agua con la espada al cinto. Para su sorpresa, las entrañas de la laguna eran claras. Se sentía nadando en el interior de un diamante. Pero más sorprendente fue descubrir que podía respirar esa agua, como si fuera una merluza.
Maravillado, vio que, cuanto más descendía, más claro y límpido era el lago que, en su superficie, daba terror.
Puso pie en el fondo y vio que podía caminar como si estuviera en tierra. La luna iluminó entonces un pequeño mundo. Era una ciudad con edificios de apenas un metro de altura. Plazas, parques, avenidas, bares, mercerías, tiendas de todo a cien, prostíbulos. Pero del tamaño de casas de muñecas. También había un cementerio con tumbas minúsculas, un palmo de largas.Añadir Anotación
—¿Qué es esto? —se preguntó Amin.
Era un pequeño mundo habitado por seres minúsculos que se refugiaban bajo la superficie. Pero era un mundo fantasma. No había nadie. Amin sólo pudo encontrar un esqueleto del tamaño de un dedo, aunque de morfología casi humana. Amin cogió ese resto de homínido y lo guardó el resto de su vida en el bolsillo de su chaqueta.Añadir Anotación
Por alguna razón, esa civilización de hombrecillos y mujercillas se había extinguido, pero quedaban sus edificios en pie. Una ciudad muy bella y muy bien hecha. Amin no pudo contener la risa cuando vio, unos metros más allá. Un gran monstruo hecho de madera. De seis metros de alto. Una carcasa. Una farsa. Sus seis gigantescos brazos podían moverse mediante un sistema de poleas. El cazador de monstruos imaginó a miles de aquellos hombrecitos tirando a la vez de las cuerdas que daban movimiento a las extremidades del falso dios.Añadir Anotación
El hombre del norte entendió que los seres de aquella civilización muerta utilizaron ese truco del monstruo de pega para alejar a los seres humanos de su mundo. Y ahora, tal vez mil años después, los aldeanos seguían temiendo aquel trozo de madera que ahora descansaba inanimado bajo las aguas.
Amin volvió a la superficie. Fue al pueblo.
—¿Has matado al monstruo? —le preguntaron los habitantes del valle.
—No he podido —mintió—. Es demasiado poderoso y fuerte. Además, seguro que es inmortal, así que nunca morirá. Y siempre estará al acecho.
Los pobres ignorantes estallaron en lágrimas. Amin se fue de allí sin poder tragarse la risa.




16. LA LEYENDA DEL DESEO SUBLIMADO

—¿Y cómo llegaste a Arialcanda? —preguntó Akkán a Amin.
Él expuso sus razones:

Amin tenía 38 años cuando escuchó hablar por primera vez de El Inmortal.
Estaba atravesando cierto desierto en compañía de unos gitanos que querían instalar un campamento sobre una estrella. Pero de momento se conformaban con dormir al borde del camino, apoyados en las ruedas de sus carros, porque el alcalde de la estrella no daba licencia. Uno de los gitanos tenía la cabeza y las manos de plata. De noche, sus dedos y sus mejillas relucían avivados por el fuego. A este hombre le gustaba contar historias. Y a los demás escucharlas.Añadir Anotación
—¿Habéis oído hablar de Arialcanda? —preguntó una noche a su concurrencia gitana.
—Sí —respondieron sin armonía.
—¿Sabéis quién vive bajo Arialcanda?
—No.
Y entonces el cuentacuentos de plata describió a El Inmortal como el ser encargado de custodiar los secretos de la vida.
—Es una especie de perro guardián de Dios —explicó—. O del Diablo.
Se suponía que El Inmortal se deslizaba eternamente por los subterráneos de la ciudad. Unos subterráneos que, presuntamente, eran infinitos, eran el intestino indiscernible del Universo. Quien quisiera conocer los secretos de la vida debería penetrar en aquella ciudad que nunca había visto la luz. Descubrir el camino en aquellas regiones secretas. Escapar de El Inmortal (que, como su propio nombre aclara, no podía morir) y encontrarse con el infinito. Mirar cara a cara al infinito.Añadir Anotación
—¿Y qué es el infinito? —preguntó un niño un poco raro.
El gitano de plata le clavó sus ojos de metal precioso y respondió:
—Yo oí decir hace mucho tiempo que el infinito es un espejo delante de otro espejo.
A Amin todo eso de los secretos de la vida y del infinito le importaba un pito. Él había encontrado una nueva pieza que cobrarse. El tatuaje número 16. El tal Inmortal. Había escuchado la narración con profunda atención. Ahora ya sabía cuál sería su próximo destino.
A la mañana siguiente dejó a los gitanos y se encaminó a Arialcanda.
Llegó meses después de caminar siempre hacia oriente, porque la ciudad estaba tan lejos que Dios tenía que ir hasta allí en taxi para no perder su título de ubicuo. Amin se presentó ante Ielan Yenenaii y le dijo que quería matar a El Inmortal. Ese atrevido anuncio lo hizo en el Salón de los Cien Escalones.Añadir Anotación
Para su sorpresa, los que estaban allí se echaron a reír o le miraron como se mira a un inocente. La que más se rió fue una niña maliciosa, rubia y de ojos dorados que se llamaba Boléii.
—Pero hombre —le reconvino Ielan Yenenaii—, ¿quién quiere la muerte de El Inmortal? ¿No ves que la frase en sí no tiene sentido? La muerte de El Inmortal. No. Es un contrasentido. Los inmortales son inmortales porque no mueren.
Entonces entró en el salón una mujer mucho más joven que él. Tenía los ojos negros y rasgados de los orientales. Vestía una túnica negra y dorada por debajo de la cual asomaban unos pies calzados con sandalias. Su pelo negro y pulsional estaba domesticado en una gran trenza. Amin se preguntó cómo sería aquella chica sin túnica y con la trenza deshecha.Añadir Anotación
Ella debió pensar algo parecido de él. Porque los ojos brujos se quedaron colgados del cazador de monstruos.
—Yi Na —saludó Ielan Yenenaii—. Bienvenida.
Tras una vida de obsesión por los monstruos, de repente, en un solo segundo, el sentido de la existencia de Amin había cambiado. Nunca en sus 39 años había sentido eso. Nunca había experimentado esa necesidad brutal, animal de unir su cuerpo al de una mujer a la que no conocía. Y todo eso en un segundo.Añadir Anotación
Pero ella era bruja, y podía adivinar sus pensamientos. Y esos pensamientos la asustaron y embriagaron, porque ella había conocido muchos amantes y se las daba de sexualmente agresiva e independiente. Pero en el fondo era de las que buscan un macho protector y bueno que se quede con ellas toda la vida. Ahora le tenía delante. Salvaje. Con el brazo cubierto de tatuajes mal hechos y desdibujados. Con la cabeza calva y los ojos más viejos del mundo. Con dos pupilas que le dejaban un rastro de fuego en el alma. Yi Na supo al instante que quería irse a la cama con él. Pero ya. Corriendo. Toda la vida. Cada noche de su vida.Añadir Anotación

Hombre y mujer se unieron. Amin se olvidó de la cacería de monstruos. Se olvidó de sus tatuajes. Ahora era la bruja quien le tatuaba la piel con tinta de saliva, con una lengua que sabía hacer mucho más que pronunciar conjuros. Se descubrió a sí mismo durmiendo por primera vez en décadas bajo el mismo techo más de una noche seguida. El amor de Yi Na le fue envolviendo. Se olvidó de El Inmortal. De repente le invadió un horrendo sentimiento de responsabilidad respecto a sus padres. La pérdida de aquellos rostros que nunca se habían desdibujado en su retina le dolía en el alma. Ahora que amaba a una mujer entendía por qué él existía: porque un hombre y una mujer se habían querido y deseado un día. Quiso recuperar a sus padres en Yi Na y en sí mismo. Y lo hizo sudando y gimiendo en la alcoba hasta que un mes la sangre no acudió a su cita y ella se quedó embarazada. Bastian sería el nombre de aquel producto del deseo sublimado.Añadir Anotación
Para entonces Amin ya había sido nombrado jefe de la inoperante, innecesaria guardia de Arialcanda. Decidió cubrir los tatuajes fantásticos que embrutecían su brazo derecho.
Y así fue como, casi sin darse cuenta, dejó de ser un cazador de monstruos para convertirse en un monstruo cazado por la llamada de la vida.




17. LA CONJURA

Alguien apareció entonces a sus espaldas, interrumpiendo las explicaciones de Amin. Era Oulhan.
—¡Qué susto me has dado! —reprendió Akkán al recién llegado—. ¡Con lo negro que eres cualquiera te ve!
—No grites, que nos pillan —le advirtió Miní, cuya cabeza calva apareció repentinamente de entre las sombras.
—¡Vaya, Miní! ¿Qué haces que no estás sirviendo vino? —saludó Akkán.
—Esos malditos buitres de pedregal han ordenado cerrar todas las tabernas —rezongó frotándose los brazos de vello encrespado.
—Están todos ya —anunció Oulhan.
En efecto, los cuatro bajaron al sótano de la casa y se encontraron allí con un grupo que aguardaba en silencio. Entre ellos estaba Boléii. Había mezclados en la penumbra negros, blancos y hombres de razas oscuras e indeterminadas. Akkán les estuvo tasando y comprobó sorprendido que todos atendían a su caminar con respeto castrense.Añadir Anotación
—Es el Toro Akkán —murmuró alguien con admiración.
Amin, Oulhan y Miní entraron tras el cetrino. Aquellos ojos vibrantes de desconocidos le admiraban como a su única esperanza de libertad. Akkán comprendió que esa admiración y esa esperanza eran tan ingenuas como las que habían llevado a los arialcandos a tener fe en el ejército de cadáveres que dirigió el general Kuz.Añadir Anotación
Estudió a aquellos voluntarios. De entre las sombras emergía una colección de miradas tristes, beatíficas, enardecidas, furibundas o fanáticas. Todas distintas. Pero algo tenían en común esos hombres y mujeres: no habían dado un mal puñetazo en sus vidas.
Se sentaron. Boléii le saludó con una sonrisa tibia. Akkán le respondió sacando la lengua.
—Mi padre quiere que os diga algo —anunció la chica—. Considera que las escaramuzas no van a sacar de Arialcanda a los trinisantos. Él ha decidido que planteemos un ataque directo.
Amin y Akkán se miraron alarmados:
—Dile a tu padre que deje de beber entre las comidas. Que luego dice tonterías —opinó el hombre del sur.
La concurrencia soltó una airada protesta. Un joven negro de expresión fanática se puso en pie:
—Toro, te admiramos y moriremos contigo por Arialcanda, pero no permitiremos que insultes al Yenenaii.
Akkán comenzó a caminar entre aquel rebozo humano de pieles tan distintas. La oscuridad les animalizaba los rostros.
—Vamos a ver, campeón —espetó al que había hablado—. ¿Cómo te llamas?
—Ramal Ghun —respondió algo intimidado.
—Ramal Ghun —repitió Akkán—. Coño. Ya se me ha olvidado tu nombre. Yo reconozco que no soy soldado. Pero la única arma que has cogido tú son las tijeras de hacerte la manicura.
—Sé tirar con arco —le rectificó desafiante Ramal Ghun.
El cetrino no le respondió. Vio de refilón a Boléii que se mordía el labio.
—Vamos a ver —reflexionó Akkán—. ¡Vamos a ver! Entre todos nosotros podemos hacer mucho daño si atacamos rápido y desaparecemos. A veces es más útil matar a un hombre que a diez. Si somos invisibles como hasta ahora, golpeamos y nos esfumamos, los trinisantos nunca se sentirán seguros en Arialcanda. En cambio, si hacemos como dice vuestro Yenenaii y salimos en plan estrella nos masacrarán en diez minutos. Yo comprendo que el hombre vive en su palacio y no sabe lo que pasa fuera, pero...Añadir Anotación
—¡Eres injusto! —le acusó Boléii—. Mi padre se muere de angustia.
Akkán se sintió herido, pero no quiso revelarlo:
—De acuerdo, pero que no haga morir a otros en su nombre. ¿Tú que dices, Amin?
El guerrero pelado se levantó:
—Es de imbéciles salir a la luz. En nuestra situación sólo podemos atentar y desaparecer.
Boléii se sintió cuestionada:
—Repito que esa es la voluntad de Ielan Yenenaii.
—¿Y cuál es la tuya? ¿Qué piensas tú? —le hostigó Akkán—. ¿Qué opinas?
—Bueno. Busquemos el término medio —concedió la chica—. Hagamos un ataque relámpago al Cuartel Número Uno en la plaza del Olmo.
—No es mala idea —consideró Amin—. Les atemorizará ver que no están seguros en su propio fortín. Pero seguimos sin ser rivales dignos.
—Mientras duermen —cedió Akkán—. Caerán muchos sin tener tiempo a despertar.
—¡Pero eso no es noble! —prorrumpió un incauto.
El cetrino le buscó entre las sombras y le respondió:
—¡Eres un majadero!
El afrentado se calló para toda la noche.
—Está bien —concluyó Boléii—. El ataque será dentro de dos noches.
Los allí reunidos se levantaron. Estaban decepcionados con las maneras de Akkán, pero su firmeza les daba arrestos. O eso es lo que comentaban a escuchitas camino de los subterráneos.
El tal Ramal Ghun, antes de salir, se dirigió a Boléii:
—Señora, quiero informarles de algo.
—Dime.
—Hace unos días unos soldados mataron a mi hermano Cáravan Ghun delante de su compañera, Aireii. Después la violaron de uno en uno en plena calle. Un capitán la ha raptado y la tiene como concubina. Dicen que la ha marcado con hierro ardiendo como si fuera una bestia de campo. Propongo que asesinemos a ese oficial y rescatemos a Aireii.Añadir Anotación
Boléii asintió con aire tranquilizador y le puso la mano en el hombro:
—Pero primero te necesitamos para atacar el cuartel de la plaza del Olmo.
—Sea.
Y se marchó con aire fosco. Se acercó Akkán:
—¿Qué quería ese petimetre? —preguntó a la Yenenaii.
—Los trinisantos mataron a su hermano y secuestraron a su cuñada. Quiere que la rescatemos. Has sido cruel al insultarle.
—No me gusta ese mierda.
—Si no le conoces.
—No me gusta ese mierda.
—Me suena que ya lo has dicho.
—Otra cosa, Boléii.
—Qué.
—Sigo pensando que el ataque al cuartel nos va a salir más caro a nosotros que a ellos. No sabemos luchar. Tus arialcandos se van a mear encima.
—Lo veremos.
—Ya lo creo que lo veremos. Y bien de cerca. Lo que no sé es si podremos contarlo. El que seguro que no lo ve es Ielan.
—Por última vez te pido respeto para mi padre. Te recuerdo que algún día yo seré reina de este lugar.
Akkán se alzó de hombros y se marchó con gesto airado. En su camino se tropezó con Amin:
—Ven a mi casa, Akkán. Te invito a cenar




18. LAS INVEROSÍMILES RAMIFICACIONES DEL AMOR

Amin y Akkán salieron de un subterráneo que daba a parar a una cámara menuda y oscura.
—Esta es mi casa.
Un resplandor rojizo se colaba bajo la puerta. Amin abrió. Era una habitación cubierta de alfombras con grandes ventanas que estaban cerradas. Una pequeña chimenea alumbraba a una mujer oriental de belleza sobrenatural y a una pequeña dormida en su cuna. Akkán se sintió un intruso en las entrañas de aquel hogar. Le costaba asociar al frío y despiadado Amin con aquella estampa familiar. El cetrino se sorprendió sintiendo envidia de su compañero.Añadir Anotación
De repente, de detrás de una cortina roja emergió un niño que le clavó una caña en el vientre:
—¡Ah! ¡Niño maldito! —profirió Akkán dolorido.
La mujer se giró. El bebé despertó y comenzó a llorar.
—¡Bastian! —exclamó el padre—. ¿Es así como recibes a Akkán?
—Creí que era un homúnculo —respondió avergonzado.
—¡Ja! —exclamó el cetrino—. Eso me dijo una vez cierta prostituta que...
Amin le dio un golpe en el brazo. Akkán calló.
—Bueno, este es mi hijo Bastian —presentó Amin.
El cetrino le dio la mano.
—Y ella es Yi Na —terminó el cazador monstruos.
La mujer con cuello de cisne y trenza de bronce negro dibujó una sonrisa de hada. Sus ojos negros y rasgados se combaron también. Con un susurro mágico hizo callar al bebé en su cuna.
—¿Cómo es que habéis encendido la chimenea? —preguntó el padre.
—La pequeña tenía frío. Y este no se está quieto.
Yi Na, más joven que su compañero, hablaba despacio, como si tras cada letra ocultara un conjuro.
—¿Cenas con nosotros? —ofreció la muchacha.
—Sí.
Se sentaron a la mesa.
Akkán se sintió extrañamente incómodo. Aquel mundo era desconocido para él, que tan pronto se quedó sin hogar. Le deprimió saberse tan extranjero, aun entre personas que se desvivían para que se sintiera cómodo.
Luego le ofrecieron una habitación que daba al patio. Y no pudo dormir. En los últimos días Akkán intuía que algo le faltaba. Era como si su alma se hubiera vuelto avariciosa, pedigüeña y quejosa. Pero él, tan inexperto en sentimientos, no encontraba el origen de su malestar y se palpaba el pecho como buscándolo.Añadir Anotación
Su desazón se hizo más intensa cuando, en mitad del silencio de la madrugada, le llegó de la habitación vecina la música carnosa de los amantes. El gozoso quejido de los muelles bajo la cama. Y la envidia le carcomió de nuevo. Aquella sinfonía de la procreación no se parecía en nada a los polvachos de lupanar donde las furcias atosigaban con artimañas a sus clientes para sacarles hasta la última perra.Añadir Anotación
Al final, sin saber muy bien cómo, se durmió. Su último pensamiento fue para Boléii. Y eso se la puso dura.
Sin embargo, en algún momento un contacto cálido y suave en su sien le hizo despertar. Abrió los ojos y se encontró con Yi Na. Ante tal desparrame de belleza el cetrino no sabía si seguía despierto o no. Lo siguiente que pensó fue que tenía que ocultar aquella erección de sátiro que, tanto rato después, todavía le coleaba.Añadir Anotación
—Akkán —musitó la chica redoblando su caricia con dedos igual que bálsamos.
—Qué.
—Quiero pedirte algo.
—Menos que te haga un sitio en la cama lo que sea. Y no insistas, no vaya a ser que cambie de opinión, que soy hombre de flaquezas.
—¿Por qué te esfuerzas en ser brusco y ordinario?
—No me supone esfuerzo alguno. ¿Qué quieres?
—Es sobre Amin. Por favor, no vuelvas a echarle en cara que huyera del campo de batalla. Jamás se perdonará haber abandonado a sus hombres.
Akkán asintió en silencio.
—Además, no fue culpa suya —añadió la chica.
—Ya, lo típico. El miedo y todo eso.
—No. Yo le presté mi magia. Era mi voz la que le gritaba a su alma: «Corre, corre hasta los árboles y no mires atrás». Estuve con él allí, sí.
—¿Él lo sabe?
—Claro.
—¿Es un hombre feliz?
Yi Na calló un momento desconcertada porque no sabía a qué santo venía esa pregunta.
—No se puede quejar —respondió finalmente—. Vivimos en una ciudad ocupada y estamos en medio de una guerra, aunque algunos no lo quieran ver. Él tiene miedo de que nos pase algo y yo tengo miedo de que le pase algo a él.
—M.
—¿Harás lo que te he pedido, Akkán?
—¿Qué me habías pedido?
—Que no le eches en cara que escapara de la batalla.
—Ah, sí. Claro.
La joven sonrió y se marchó. Cuando estaba en el umbral se dio la vuelta e hizo como si buscara algo invisible en el aire:
—Alguien se está enamorando. En esta habitación apesta a amor —interpretó arcanamente frunciendo el ceño.
—Pues yo no he sido.
La chica sonrió y desapareció por el patio.Añadir Anotación

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DCFan, 22 de Mayo de 2007
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