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- El Barón "cabalgando" hacia la eternidad... | |
- Siglo XVIII. La era de la sabiduría científica, la investigación y la "luz" del conocimiento ilustrado. Los valores se han convertido en más pragmáticos, que poéticos. La razón académica y el progreso, exigen un nuevo enfoque en la particular "carrera espacial" de nuestros lunáticos universales: tomar la luna como un baluarte militar con qué regalar al caprichoso y despótico soberano ilustrado de turno, que llevará hasta allí a su ejército de ingenieros y arquitectos para edificar la ciudad matemática del futuro. Ya no contamos en nuestras filas de cosmonautas con románticos espadachines narigudos, ni náufragos aventureros, que se elevan con gansos isleños. Ahora, se precisa alguien de genio militar e inteligencia práctica. Experiencia acreditada en combate y espíritu de conquista. Por si alguien no lo adivinado todavía, nos referimos al Barón de Münchhausen, el legendario y megalómano oficial tudesco, con mayor facilidad de palabra que los políticos de nuestro particular entorno, y que tuvo el honor de recorrer las blancas arenas lunares en dos ocasiones. La primera, trepando por una inmensa planta española, igual que en el cuento popular de las judías mágicas, lo que le permitió llegar a su destino "sin tropiezo ni estorbo", y la segunda, no por convencional menos sorprendente, a bordo de un globo "especial", para ofrecer su gesta, como él mismo indica "a su pobre rey". Por cierto, para no desentonar con el resto de nuestros ilustres viajeros, el ufano barón también se contó entre el mundo de los vivos, protagonizando buena parte de su siglo (1720-1797). Su actuación, como oficial de caballería en las campañas rusas contra los turcos-otomanos, podría haber pasado desapercibida en los anales de la historia, mas fue gracias a Rudolph Erich Raspe, de profesión secretario o escribiente, como se decía por aquel entonces, que contamos con las noticias de su peculiar manera de hablar por los codos, protagonizando inverosímiles aventuras de caza y guerra por ignotos mares y tierras, jamás holladas por el cándido ojo humano. Las divertidas incursiones del Barón de Münchhausen son radicalmente opuestas a las de sus predecesores en el intento. El noble charlatán ya no acude a explorar un mundo extraño por casualidad, como en el supuesto de Domingo González, o por ansias de conocimiento enriquecedor, caso de Cyrano, sino que como hombre de la Ilustración, sable y mosquete en mano, en vez de discursos filosóficos, va a demostrar la superioridad de la cultura occidental sobre los indefensos selenitas que moran el subsuelo de los cráteres lunares, como trofeo de lujo con que asombrar a sus contemporáneos. Desdichadamente, no llegan las crónicas a recoger la visita de ningún humanoide lunar a nuestro planeta, que probase la gesta del caballero, puesto que a su regreso, tras comprobar que no había nada de valor en la luna que pudiese interesar a su soberano, decide llevarse a dos soldados "cautivos" como prenda, mas estos se disuelven en contacto con la atmósfera. "Su organismo está compuesto de una substancia similar al alcohol de noventa grados y los pobres se han evaporado...", deduce nuestro héroe. No obstante, consciente el mítico Barón de la sorpresa que podían causar sus hazañas entre el público ignorante, reseñó: "Comprendo, señores, que todo esto debe pareceros extraño; pero ruego a los que duden de mi veracidad, se sirvan pasar a la Luna a comprobar los hechos y a convencerse de que he respetado la verdad, tanto como cualquier otro viajero". El argumento despejaba, en nuestra modesta opinión, cualquier controversia... Quedaba lejos todavía la fecha en que lo importante del viaje a la luna deja de ser el ingenio del aeronauta o su personalidad, sino la mecánica, la técnica... El vehículo, en una palabra. Nos aproximamos al motivo de la próxima entrega de este primitivo archivo interplanetario: Impey Barbicane y los muchachos del “Gun Club” de Julio Verne, que aburridos por la insulsa paz, consecuencia del final de la Guerra de Secesión americana, deciden embarcarse hacia el único lugar donde la aventura todavía es posible: la luna. Entramos en el siglo XIX, y por primera vez en la historia, la máquina comenzará a desplazar al hombre, como foco de interés de la novela de ciencia ficción. Si ustedes tienen un poquitín de curiosidad, en breve prometemos relatar cómo aconteció todo...
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