Hace más de tres años, un rumor empezaba a cobrar fuerza: El señor de los anillos, la obra más conocida de J. R. R. Tolkien, iba a ser llevada a la gran pantalla, por segunda vez. Bajo un hermetismo y un absoluto secreto, nada se sabía del film, salvo por unas primeras fotos que fueron filtradas a través de Internet... Tras eso, llegaría el primer trailer, con más de un millón de descargas. Podíamos ver aquellas fotos animadas, imaginando cómo sería cada personaje, cada escena... aquello que se estaba cocinando olía muy, pero que muy bien. El marketing estaba siendo un éxito, y la película, un objeto de culto, antes de su estreno, el 19 de diciembre de 2001. Y llegaba el día. Los nervios aumentaban, el miedo se hacía cada vez mayor. Era un todo o nada. O salía una obra maestra, o un fiasco. No cabían las medias tintas...y sucedió. Llegó el día D. Allí estaba yo, con algo que me hacía ser un privilegiado, junto a millones de personas en el mundo: la entrada para asistir al primer pase oficial. A lo largo de tres horas, Peter Jackson recrea el Universo Tolkien con gran lujo de detalles, haciendo que cada lugar, cada personaje, cada secundario sea como han sido imaginados por millones de lectores en el mundo entero. En definitiva, aquello salió más que bordado. La primera parte de la otra trilogía, La comunidad del anillo, es una obra maestra, que nos deja con ganas de que llegue la segunda: Las dos torres.
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