Amarás al señor...
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Sinopsis | Un dia le dejaron, cuando aún no habia llegado al mes, a la puerta de un convento de frailes franciscanos y estos le bautizaron con el nombre de Marcelino. No tenia apellidos; más tarde se supone que sus padres habian muerto y los frailes intentaron buscarle una familia, pero nadie quiso acogerle. En un desván del convento habia una imagen del Crucificado, de la que Marcelino se hizo amigo, hablaba con él; le subia de la pobre cocina lo que podia: pan y vino. El niño tuvo ya sus apellidos: Marcelino Pan y Vino.
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Crítica | Puntuación del crítico: 9 | Muy buena película, conocida por muchos. Un éxito en la mayoría de paises donde se estrenó. Se podría decir que es un clásico del cine español.
Otra crítica (extraida de pasadizo.com):
Marcelino Pan y Vino, debe decirse, se podría analizar desde dos perspectivas, a saber: su doctrinario ideológico, y sus cualidades cinematográficas intrínsecas. Desde, este último punto, Marcelino Pan y Vino es un muy buen film. Ladislao Vajda (1906-1965), director húngaro de amplio historial a sus espaldas, ofreció toda su sabiduría fílmica a la película, ayudado por la soberbia cámara de Enrique Guerner, técnico de origen alemán. La cinta está narrada con una estética totalmente pictórica -en una ocasión una escena está filmada con un filtro que asemeja la imagen a un lienzo, tal como ya ofrecía la sublime Jennie (Portrait of Jennie, 1948), de William Dieterle-, llena de grandiosos cielos, decorados fielmente retratados y sombras casi físicas -la sombra que proyecta la escalera en realidad está dibujada en el suelo-.
Desde el punto de vista ideológico, se podría argüir que hay que tener en cuenta las circunstancias, las imposiciones de la dictadura, etcétera, pero mi opinión va por otros derroteros: cuando se trata de dar un punto de vista de un modo fanático, muchas veces, de manera indefectible se tiende a darle la vuelta sin darse cuenta –recuérdese el famoso caso de doblaje de Mogambo-. Yo no me creo la buena intención de esos grotescos y frustrados frailes -cuya relación con Marcelino tiene no pocas connotaciones pederásticas-. Su intención, desde el principio, es destrozar la vida del niño, impedirle vivir como el resto del mundo, enclaustrarle, castrarle (física y socialmente) a la vida exterior. Y el mismo Jesucristo, en agradecimiento, matará al niño, directamente. La película podría, por tanto, verse como un magnífico ejemplo del habitual talante intransigente y represor de la iglesia católica.
Hay otra tercera óptica para el film: la mágica. Marcelino vivirá un viaje iniciático guiado por los monjes (fray Papilla prohibirá al niño subir la escalera, y todos sabemos que sólo es preciso prohibir a un niño algo para que lo haga), ascendiendo -la escalera, el mayor y más claro símbolo del ascenso- a un conocimiento mayor. Pero para poder alcanzar ese conocimiento debe desarraigarse de las ataduras corporales. En suma, Marcelino Pan y Vino sería la plasmación de la transmutación de un ser humano a un estadio superior gracias a la inocencia e imaginación infantiles, algo que debería a todos hacernos pensar.
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