Estaban los dos en aquel edificio, donde se conocieron, donde se enamoraron. Ninguno hablaba, no tenían que hacerlo, sabían lo que diría el otro.
A ella no le importaba, no después de lo que pasó, no después de lo que él hizo. Ya no quería excusas, había estado toda la vida alimentándose de ellas y con el tiempo su sabor se había vuelto amargo.
Él quería darle excusas, pedirle perdón por todo, por el último año. Pedirle perdón por las mentiras y el vino, por huir y por las dudas. Quería que ella le perdonase . Sabía -sólo en el fondo- que no valdría de nada. Ya no, ahora no.
Ella le miró y en su cara de ángel apareció un recién nacido gesto de desprecio. Esta sería la primera y última vez que alguien vería una mueca similar en su cara.
- Este no es tu sitio, Richard, vete. No te permito que lo hagas aquí, aquí no. Nueva York es grande, lo suficiente como para no tener que encontrarnos, mucho menos en un momento así.
Tres segundos después Alice se lanzaba al vacío desde aquel edificio, donde se conocieron, donde se enamoraron. Mientras, Richard se preguntaba desde dónde hacerlo, las torres gemelas ya no existían y el Empire State le parecía demasiado snob.
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