En cierto modo francamente me parecía justo pagar en forma de enfermedad los pecados perpetrados antaño por mi estirpe. Suena extraño pero es verdad, incluso añadiré aun más me era hasta lógico, así que resignada lo asumía conforme, sin objeciones, igual que si de un castigo divino se tratase, pues fui la primera persona en nacer en el epicentro corrupto de aquella maldita mansión devorada por el musgo y las enredaderas que trepaban orgullosas y prepotentes en una atroz competición por el logro de la subsistencia, retándose las unas a las otras a coronar la cúspide de su cima en pos el primer haz de luz ¡No sé! Aún cavilo sobre ello ¿Cómo estas dignas plantas podían subsistir o tan siquiera brotar y extenderse en aquellos muros? Si toda la mansión estaba maldita, podrida hasta su mismo tuétano al haber sido erigida sobre la base de una gran infinidad de atroces muertes. Tal vez sólo trataban de sepultarla, de ahorrar a los ojos de la gente decente su insultante su insultante e infame visión, de tapar, de ocultar todos los pecados y secretos oscuros que encerraba su recóndito interior, al haber estado presente en todos los pactos tortuosos que los míos habían perpetrado. La mansión que constituía el símbolo familiar más visible de nuestro poder e influencia adquiridos, estaba ubicada en la más alta zona burguesa de todo Londres. No era pese a este hecho más que una mera estafa levantada tal como fuera adquirida nuestra vasta fortuna. Es decir me reitero como ya he comentado antes, sobre una insultante multitud de cadáveres. Empero esta fortuna nos dotaba de una respetable reputación a los ojos de la estricta sociedad. Irónico pero triste que las gentes tan solo olviden cuando hay dinero por medio. Incluso nuestros más fieros retractores, aquellos que en el pasado nos aborrecieron en grado sumo y abominaron sin tregua contra nosotros, al vernos reunir nuestra inmensa riqueza se fueron progresivamente silenciando, hasta el punto de acabar sonriéndonos cordialmente cuando cruzaban nuestras miradas. Pretendiendo haber olvidado nuestras faltas y afrentas, en busca de nuestro sostén y crédito, como grandes terratenientes que éramos. Lo dicho ¡qué triste es lo fácil que resulta limpiar hasta el nombre más vil con una ablución de crédito! Mis predecesores seres sin escrúpulos de la más baja ralea habían amasado su fortuna gracias a la trata de esclavos. Por todo lo expuesto es por lo que creo que la mansión ejercía un influjo tan nefasto en mí como si de una treta fáustica se tratase al pago del deseo de poder de mis mayores. De lo cual yo sola parecía darme cuenta o quizás es que era la única con suficiente conciencia para poder hacerlo, aunque de ser así hubiese preferido no poseer nunca dicho don y verme libre de ese hórrido hedor que de igual forma solo yo sentía. Hedor a asesinato que me arrastraría sin duda a la fosa o a la tumba. Y con el tiempo la situación empeoraba, aquel hedor pareció ir incrementándose, lo que acabo repercutiéndome mediante una extraña enfermedad que me inflamo las venas y el pecho. Si, del cierto aquel ambiente enrarecido aquel tufo agrio y corrompido que emanaba de las entrañas de aquella mi cripta mi lecho mortuorio, era el culpable de mi extraña extrema languidez y en consecuencia de mi precario estado de salud. Estado que agravaban las noches que pasaba en vela poseída por las garras del insomnio causa consecuente de la gran sucesión de pesadillas que atormentaban y mi sueño, en mi larga agonía, haciéndome parecer cada vez más lejano el reposo la paz y el sosiego. Y lo peor era que sabía su origen aquellas imágenes de gallos blancos degollados me lo revelaban, era el modo de vengarse que tenían los bocors de aquellas tribus oscuras a las que habíamos infringido tanto mal. Sentía como si me ofrecieran en sacrificio a sus nuevos dioses. Dioses, a los que nuestra sociedad les había dado pie a creer. Dioses mucho más poderosos en tanto eran fruto del resentimiento, la frustración, el odio y sus consecuencias la ira y la venganza. Mas era mi secreto y nunca osé rebelárselo a profanos ajenos. Resignada ya me hallaba ante la perspectiva sombría de mí sino, ala idea de mi propia muerte, después de todo el hado es el destino y esto no significa otra cosa que la muerte según la concepción de los pensadores griegos. Empero algo ocurrió que viro mi ruta.
II En la primavera de mil ochocientos veintinueve, comenzaron a aparecer espeluznantes noticias de que el cólera había reemprendido su avance. Se trataba de aquella misma plaga que años antes comenzara su ataque en el lejano Orienté, ahora reemprendido su peregrinaje siempre hacia poniente, utilizando como vía de avance las rutas de comerciantes que felices en su ignorancia les servían de transporte para atravesar las puertas de Europa. De ese modo no tardo en ir progresivamente conquistando una a una en su perpetuo empeño las más importantes capitales del continente, dejando tras de si instaurada la estela de su obra, su terrible causa, como esbirro de la muerte que era, a, la que ninguna barrera o aduana podía contener. Por lo que la amenaza lejos de parecer tan lejana ya para miles de prepotentes ingleses, les llevó a imponer una ruda cuarentena a todos los barcos que arribaban del continente a atracar a las costas de toda Inglaterra. Pero pese a todas las medidas tomadas lo inevitable como propio no se pudo por medio alguno evitar. El ente mordido desembarco el otoño de mil ochocientos treinta y uno en el puerto de Senderean, su primera víctima fue un tal William Sproat en cuyo cuerpo había anidado el terrible polizón furtivo. Y, por ello, fue al que los periódicos sin hacerse derogar ni un ápice incriminaron echándole la culpa de las desgracias que tamaño hecho les reportaría. A partir de ese momento estallo un gran revuelo, nadie se sentía seguro y fueron muchos los que optando por huir lo abandonaron todo en pro la supuesta salvación del campo. Mas yo estaba tranquila, resignada tal vez a la idea de mi propia muerte, indiferentemente después de tanto haberla aguardado a la cara con la que esta accediera a presentarse. Siempre me vi como la novia del yerto Emperador de los Helados , el Señor de las Moscas, el Barón Samedi, la Croix o Cimeterre de mis tormentosos sueños. Puesto que desde antes de nacer desde el mismo momento justo de mi gestación ya le pertenecía. No se como lo sabia pero algo en mi interior me lo rebelaba era una realidad latente que estaba ahí dejándose intuir. Acostumbrada a ello quizás fuera el motivo por lo que no entendiera, rehusara e incluso me burlara de las curiosas fórmulas que se difundían surcando el aire más raudas que la propia plaga, pretendiendo ser remedios fidedignos para erradicarla o cuanto menos evitarla. Claro que a riesgo de parecer indolente o insensible abogaré en mi defensa que tenían delito. Los avía que aconsejaban como eficaz medida preventiva la utilización de grandes zapatones a modo de macetas y cestos repletos de todo tipo de pócimas, hierbas olorosas y aceites mientras otros poseían la firme convicción de que lo mejor era prender enormes piras y danzar en torno a ellas. Desde mi ventana fui testigo reiteradamente de esta ultima sugerencia, desde ella a veces lograba vislumbrar las inmensas humaredas que tintaban de añil el zarco marmóreo del cielo, y al ocaso sus llamas al crepitar parecían iluminar, inundar, a modo de un vals mal acompasado la oquedad de la noche. Toda la ciudad en su inmensidad parecía arder, incluso hubo momentos en los que llegué a creer que la ciudad en su total extensión no era otra cosa que la antesala del infierno. Como me hubiera gustado a mí también danzar en torno al fuego, sin embargo una suma debilidad me lo impedía. Las bombas de agua públicas pronto dejaron de utilizarse, dado que todos los periódicos las difamaban abominando en su contra acusándolas de ser el medio de avance predilecto de la incipiente plaga. Ante tal asedio mi familia no tardó en mostrarse inquieta por mí, les preocupaba que debido a mi precario estado de salud sucumbiera la primera sin remisión ante la plaga. Lo que me daba en que pensar ¿Cómo ellos, que poseían unas manos tan manchadas de sangre se preocupaban tanto por mi insignificante vida? Yo no era nada, tan solo una criatura enferma que se contorsionaba en el lecho debatiéndose día a día entre la vida y la muerte. No mucho más se hizo esperar el cólera que llamo a nuestra puerta, quien no esperando ser recibido entró sin ser acogido por sus propios medios mostrándose caprichoso en demasía no estando conforme con las estancias de invitados optó por penetrar y aposentarse, tal cual inquilino no deseado se tratase, en los cuerpos de mis padres a los que ya no abandonaría hasta que su mortal misión hubiera sido llevada a cabo. Que ironía en cualquier caso que los que por mí temían contrajeran la cruenta enfermedad los primeros. A partir de ese momento todo pareció suceder muy deprisa, nada que ver con la aparente calma que habitualmente reinaba en mí vida cotidiana. Los criados, nada mas mostrar mis progenitores los primeros estigmas de la cruenta enfermedad marcharon llevándose cuanto pudieron obtener. Así fue como me quedé sola a cargo de dos infectos padres heridos de muerte por un harpe un tanto extraño que sin consideración alguna hacia sus anfitriones, los desgarró por dentro y por fuera haciendo alarde de una total impasibilidad. Mientras residió en ellos no hubo ningún momento en que mis oídos no fueran víctimas de los desagradables, agudos y aberrantes aullidos prorrumpidos por los ya sacos de costras y de pus, que yacían agonizantes sobre colchas de lino blanco teñidas por una mezcla escarlata, púrpura y carmesí en las postrimerías de su amarga agonía. Alaridos agudos que retumbaban resonando por las profundas e intrincadas cavidades de mí cerebro, era como si la plaga al no poder poseerme tratara de privarme de la ensoñación y el reposo, poco sabia la ignorante que yo ya estaba habituada a ello, por lo que quizás visione sin inmutarme, muda, pero carente de espanto el arte de la actuación de la muerte. Y pensar que mis agónicos padres habían temido por que fuera yo su primera víctima y fui la única que sobreviví a su magna obra a su paleta de colores oscuros y macilentos, en aquel terrible marco. Tras cuya consumación, acabado su lienzo, cesada la angustia, dejaron la estancia hueca de no ser por el hedor. ¡Sí el hedor! Aquel terrible tufo agrio que recordaré siempre, al que la muerte dejó tras su paso a modo de resaca de sus actos, hedor que adherido arelado parecía estar en todas partes, rezumando de los difuntos e infiltrándose por doquier confabulándose con aquella otra pestilencia que me había acompañado desde infante, lo que lo hacia aun más insufrible y que sabiéndome sola parecía totalmente que pretendiese hacerme compañía. Hasta que al fin agonizante ahogada en mis propias náuseas por aquel terrible aliento pútrido ya insoportable, me empuje a llevar una ardua tarea. Tal reto no era otro que franquear las imponentes puertas que me obstruían la salida de aquella inexorable tumba. Quizás a otro, afrontar tal reto no supusiera el menor esfuerzo, pero para mí suponía un calvario, un suplicio rayano la agonía ¡Jamás antes había abandonado mi morada! ¡Jamás antes había osado pensar adentrarme en el desconocido mundo exterior! Lo poco que sabia de él era a través de mi ventana, siempre había vivido recluida en aquella celda no conocía nada más halla de aquellos muros, todo lo exterior me era profano. Sin embargo no aguantando más logré hacer acopio de valor y abrir aquellos sacros pórticos que me arrancarían de todo lo que había sido y tras los cuales hallaría una perspectiva nueva. Y fue en efecto ante un mundo nuevo ante el que me hallé, un mundo devastado, si cabe más austero y peligroso que el que me decidía a abandonar, en el que si permanecía del cierto moriría entre delirios, a causa irreversible de la inanición. Ante tales opciones, no me quedó otra solución con gran alarde de voluntad cruce el umbral. Abandoné así pese a todo mi temor mi jaula y, ocurrió que tras mi liberación también abandoné toda la congoja y la debilidad que desde siempre fueron atributos tan característicos de mi persona, quizás por haberme escapado de los tentáculos y el ambiente nocivo y malévolo de mi celda. Me sentí renacida libre por primera vez en toda mi corta existencia. No tardé, decidida a tomar las riendas de mi destino, en adentrarme por las inmensas calles rumbo casi seguro hacia las garras de mi antiguo cautor. Pues sola me hallaba sola, desamparada ante una ciudad enorme, en un inhóspito terreno, y sin nadie que velara por mi integridad. A excepción clara de los cadáveres que sembrados colmaban las aceras. De ellos mal alguno de no ser el ente mórbido podía recibir y los vivos por temor a él los evitaban. Sin duda ante mi se extendía un dantesco panorama en el que el tufo agrio de la putrefacción no tardaría en atraer a las paganas Valquirias , las cuales como si de pájaros carroñeros se tratasen no se harían derogar, dichosas aparentarían estar entre las lides del norte, olfateando buscando presas entre la vida y la muerte. Mientras otro tipo de carroñeros mucho más ávidos, si cabe, los de cuerpo presente, no dudaban en desvalijar cuanto hallaban en su camino aprovechando como si de un buen aliado se tratase la confusión. En medio de tanto caos no era de extrañar que nadie recayera en mi presencia, de esta manera pude deambular tranquila por los turbios suburbios contemplando atónita los más inverosímiles espectáculos. Era un universo repleto de sensaciones y experiencias nuevas, era el exterior al que tanto había querido huir. De esta forma sin rumbo seguí avanzando. He de decir que un rato confusa por los sucios callejones, hasta que al fin atacada por el cansancio, exhausta sucumbí desfallecida ante aquel inverosímil casi épico espectáculo que el mundo y sus gentes en el teatro del asfalto representaban para mí. III Al despertar grande fue mi sorpresa lejos de aquel malsano lugar donde mis fuerzas abatidas por las circunstancias flaquearon, me hallaba en una sala grande y blanca repleta a rebosar a ambos lados de camas con ocupantes moribundos. Donde al fin hallé una cara conocida. De pie junto a una de las rudimentarias camas se hallaba un hombre alto de avanzada edad, de pelo y barba albos y que portaba una bata en el mismo tono, era el Dr.W.Brownig que me había atendido desde lactante. Que alivio sentí cuando reconociéndome se me acercó y ordenó que me llevaran hasta una sala más apropiada del centro. Siempre recordaré la cara de sorpresa que puso al verme, una vez descansada y con el vientre lleno, tan jovial y fuerte. Él mismo se encargó de todo lo concerniente a mi custodia, para lo cual no hubo problemas en vista de que mis padres, mis parientes más allegados, habían sido víctimas preferentes de las atenciones de cruel victimario, yo me había transformado en la heredera universal de una gran fortuna. Debido a la cuarentena impuesta a todos los barcos cuyo objeto era el Nuevo Mundo, coincidió que hallabase en Londres un tío político mío, oriundo de Nueva Orleáns, aunque como tantos otros colonos de Luisiana era de ascendencia francesa. Él se ocupó de atenderme y, con él marché rumbo a un país nuevo cuando se levantó la cuarentena. Mi tío, Denis Rymer Mérimée, era el esposo de la hermana de mi padre Berenice Braiston, una mujer afable, aunque un tanto excéntrica, por la que enseguida sentí una cierta empatía. Sentimiento mutuo al parecer pues ella me recibió encantada. Solo tenian un hijo, Vencen, tres años mayor que yo. En consecuencia de las malas circunstancias en las que se produjo el parto, el médico que la asistió le dictaminó que a causa de ciertas anomalías no podría nunca a riesgo de su propia vida volver a tener más descendencia. De modo que me transformé en la niña de sus ojos. Mis tíos poseían una vasta hacienda. Tapadera que utilizaron antaño para el contrabando de esclavos. La hacienda exhibía el nombre de Le Coq Blanc , lo que me parecía muy apropiado por ser descendientes de colonos franceses. Empero los gallos habían turbado tanto mis malsanas pesadillas que me daba un cierto mal augurio. Nadie lo diría viéndome ahora tan lozana y radiante que hubiera padecido un estado tan precario de salud incluso intentaba retar a algunos de los chicos de color. Digo intentaba, ya que estos apartaban presas de un incomprensible pánico mientras exclamaban entre dientes – “¡Ai Bubú! ¡Ai Bubú! . Y si por un casual se quedaban, sus madres venían corriendo y estirándoles por los brazos, les regañaban y les decían susurrándoles que yo era una ofrenda a Petro-E-Rouge y que sobre mi alma pesaba una Ouanga . Siempre me evitaron, siempre fue así. Salvo una vez en la que apunto estuve de adentrarme en uno de los campos de maíz de la plantación. Un zagal vino corriendo diciéndome que aquel lugar era tabú, que era dominio del loa vudú Hoho , desde que antaño fuera presa del fuego por la ira del loa Zo , como castigo hacia los míos. Desde entonces estaba abandonado pues nadie osaba adentrarse en él. Tal hecho me intrigó. Pues sabido es que el maíz no puede crecer sin la intervención de la mano del hombre. Por lo que me aventuré a preguntárselo y me respondió que la noche del incendio en esa parcela fue enterrado un bocor y que su espíritu maldito habiendo quedado preso en aquella parcela su alma errante condenada estaba a labrar la tierra como único medio de abatir el aburrimiento. Eso me dio que pensar, ya que la otra parcela también destinada al mismo grano era un herbazal y sendas llevaban igual tiempo sin recibir atención. Le pregunté entonces a aquel chico de color, dado que me había advertido si quería ser mi amigo. Me repuso que no. Que nunca seria amigo de un bocor adorador de la Croix. Cierto era no lo negaré que había adorado a la muerte pero de eso hacia mucho. Luego agregó que solo trataba de evitar problemas y me hizo prometer que jamás entraría en el maizal y en cuanto accedí a su demanda marcho como alma que lleva el viento. Realmente poco me importó nunca tuve amigos, limitándose mi circulo social a personas más mayores que yo. Ni siquiera podía establecer lazos con Vincen dado que por los estudios residía en Boston la mayor parte del año. Tan prolongada ausencia me turbaba, nadie parecía echarlo en falta sobretodo y de un modo antinatural su madre, que contra natura evitaba siempre nombrarlo. Tío Denis que pasaba grandes temporadas ausente era el único que parecía realmente mantener un contacto normal con Vencen. Debido a las prolongadas ausencias de tío Denis todo el peso de la casa recaía sobre Berenice, de la plantación en cambio se ocupaba un capataz, un hombre rudo algo intransigente y ciertamente cruel a la hora de infringir reprimendas a las mujeres y a los niños que trabajaban el índigo. Referente al incendio no tardé en notar que cada vez que sacaba a relucir el tema con claro propósito de inquirir sobre él, surgía adueñándose de todo un silencio tan revelador como incómodo, por parte de los interpelados o bien me eludían o cambiaban de conversación un tanto bruscamente. Otra persona de mi rendor que realmente puedo afirmar que ejerció mucha influencia sobre mí fue Ráchele una vetusta mujer de color que siempre desde que nació Berenice había estado a su servicio y hacia la cual instintivamente sentí afecto. Había sin embargo quienes la acusaban de ser una mambo, ciertamente me traía sin cuidado me agradaba ese aire tan místico y espiritual que desprendía. De ella aprendí todo en relación a los secretos de las plantas y en termino más general de todo lo concerniente a lo metafísico. Estas eran las personas entre las cuales transcurría mi vida en el ámbito cotidiano, al resto por no considerarlos importantes no los omitiré. Por lo demás la casa de la plantación era grandiosa muy amplia y espaciosa, llena de luz, poseía una gran escalinata central que personalmente me encantaba y unas preciosas puertas vidriadas que contribuían a dar aun más aspecto de claridad y servían de marco perfecto para un imponente roble centenario que se erguía sobre un turón cercano a la casa, nada que ver con la triste y sombría imagen que guardaba de mi antigua mansión, obviamente el clima tampoco era el mismo del lúgubre Londres donde asomaban por doquier aquellas malsanas chimeneas que no cesaban de escupir humo. IV Había transcurrido aproximadamente un año desde que llegara a Nueva Orleáns y, me sorprendió muchísimo el hecho de que el cumpleaños de Vincen no se hubiera celebrado o tan siquiera en su defecto nombrado. Cuando insistí a Ráchele por el motivo de tal desconsideración pareció rehuir la pregunta, dándome a entender, que Vincen sencillamente estaba en Boston por su aniversario y, que, era ilógico celebrarlo si el homenajeado no estaba presente. No me convenció, puesto que tampoco estaba presente en ninguna otra celebración y, su madre, por alguna otra razón siempre que estaba el la casa sentía un marcado rechazo a tratar con él.
Vincen llego al amanecer entre brisas y brumas, cuando hubo reposado bajó dando tumbos por la gran escalinata, se notaba que estaba desacostumbrado a bajar por ellas en la negra oscuridad que envolvía el ambiente. Yo, como acto frecuente, estaba sentada justo al pie de la escalinata, contemplando embelesada más allá de las puertas vidriadas, lo que propició que no pudiera evitarme. Me alcé rápidamente cuando su mirada tropezó con la mía, y le inquirí rudamente con total falta de tacto, sobre la fecha de su aniversario. Me respondió lo más despectivamente que pudo, que no lo sabia, que nunca se la habían dicho, reprochándome, además, que eso, no era cosa mía. Que le dejara. Que me fuera. No cabía duda de que Vencen sentía un marcado rencor hacia mi. En cierto modo estaba celoso y lo reiteraba dándome pruebas continuamente de ello. En cierta manera estaba celoso y lo reiteraba dándome pruebas continuamente de ello. En cierta ocasión me aproxime a él cuando se hallaba sobre el turón del roble, me dijo que debía irme, que lo estaba alterando todo, y poco a poco, fue progresivamente tornándose más iracundo hasta que con extrema violencia me agarro del brazo. Al intentar zafarme resbale y caí rodando por el turón, él ni se inmuto por este hecho, no hizo nada por evitar mi caída, es mas siguió reprochándome diciéndome que le ofuscaba, que yo le hacia revivir las pesadillas de su más tierna infancia, que le suponía una influencia sumamente nefasta, estaba totalmente ido fuera de sí. En cuanto llegue al llano me incorpore aun un tanto aturdida, notando como su mirada a modo de gélida espada se me clavaba, hundiéndose en mi pescuezo, advirtiéndome. La adrenalina comenzó a fluirme por el pecho con total celeridad, al presentir que Vincen se acercaba, sin volverme, me aleje de allí sin rumbo, haciendo huso de toda la agilidad de la que pude hacer gala, dado que mi cerebro funcionaba tan raudo que no me otorgaba tiempo para concentrarme en ningún pensamiento. Toda la vida, mientras la sombra de la muerte había sido mi consorte, me hubiera dado igual morir en cualquier momento, pero ahora lejos de sentirme unida a ella, sintiéndome viva por primera vez en mi vida, ansiaba vivir, y por primera vez sentí pánico ante la idea de la muerte. Atravesé en mi huida toda la hacienda en dirección al este, traicione así toda la confianza que aquel niño de color había puesto en mi. Pues allá era donde se extendía el campo sembrado sin la intervención de la mano del hombre, a raíz de los granos que en la gran conflagración no ardieron en el acto. Dentro, aquel inmenso mar de mazorcas rasuraba mi piel, sin embargo una fuerza me empujaba a continuar irremediablemente a adentrarme cada vez más y más en él. De pronto lo sentí, estaba de nuevo en casa.
V
Todo había vuelto a mí, fue como un retroceso en el tiempo, y fue envuelta en esta aura tan familiar cuando por primera vez lo vi. Dentro de aquel mar que a la luz del día refulgía como el más puro oro, reluce al ser expuesto al magno sol. Y donde a pesar de ello solo los cuervos osaban adentrarse, mi corazón golpeaba enardecidamente mi caja con total y desmedido frenesí. ¿No se por qué no le hice caso? Sentí quedarme petrificada y el tiempo sé detuvo, ni siquiera me di cuenta de la victoria del crepúsculo, hasta que entrada la noche reaccione, y presa del insomnio como no lo había estado desde hacia tanto, avance cautelosa mientras volvían a mi mente los recuerdos de los atroces asesinatos, que tiempo atrás se filtraban como susurros por las paredes de mi habitación, y que tantas veces me acompañaron en mis largas noches, revelándome ante mi impotencia la larga agonía que preside a la muerte, como la que padecieron mis progenitores y aquellos que con sus yertos cadáveres, asfaltaron las calles tras el paso de la plaga. Habiendo vivido en esta forma, súbitamente pensé ¿De qué podía ya aterrarme?. Así que volví de nuevo a hacer acopio de valor, y continúe mi avanzadilla deslizándome en la noche, como un ladrón que aprovecha las sombras como medio de despiste. Pero era ciertamente aterrador, pues aquel mar de oro que horas antes crepitaba al son del viento, lejos de poseer ya tan bellas aguas, estas se habían vuelto en reflejo de la noche de un tono turbio, igual al de un profundo pozo que se cierne sobre el abismo, y solo súbitamente era iluminado por la tenue luz mortecina, que despedía la palidez del demacrado medallón de nácar, que pendía de la negra bóveda celeste. Más yo, seguí adentrándome en el abismo, mientras las mazorcas seguían, ahora semblantes, a los brazos de los náufragos que se agitan convulsos y sin tregua, tratando de lograr un rescate, arañaron tanto mi ser como mi alma, al tratar de entorpecer mi avance. Y cada efluvio de sangre que de mi ser se vertía y cada lagrima que de mi alma emanaba, parecía una advertencia de que nunca debía haber osado poner ni tan siquiera uno de mis enjutos pies, en este inhóspito lugar, pero supongo que la fuerza de desvelar un secreto que se me escapaba y que aquel abismo oscuro entrañaba, era más fuerte que todos mis presagios. Incluso cuando una bandada de cuervos, en el fatídico numero de siete, clavaron sus graznidos hirientes en mi ya dolorido espíritu. Empero lejos de querer atemorizarme, presto comprendí que trataban de inducirme a seguirles y eso hice, y de este modo teniendo a unas negras aves como guías, fue como llegue a él, como descubrí la imponente figura que el turbio abismo guardaba. Mientras me hallaba sumida, absorta en su contemplación, los cuervos se dispersaron Sola ante la imagen... esta absorbió todo mi ser.
De ser posible definir aquella tortuosa figura, seria macabra, hórrida, aberrante si pero sublime en toda su esencia. Ante el poder que de ella emanaba quede totalmente prendada. Para mí que siempre había querido contemplar el rostro de la muerte, halle en aquella atroz obra su más fidedigna representación, su visión me inundo de un pavor gélido, y empecé a añorar aquel sentimiento de inmenso vacío y no preocupación de mi infancia de antaño, cuando me sabia frente a la antesala de la muerte, me sentía como el príncipe del reí de los elfos. Opte al notar mi alma turbia, por volver a casa, pero no sin antes posar mis blancas manos en aquel espantajo de piedra marmórea, fruto seguro del averno y notar que en su interior parecía estar encerrado, pero con vida, un corazón, que aunque apagadamente aun latía alce la mirada topándome con su faz, un rallo lo hizo refulgir todo de repente, pude así vislumbrar un sello grabado en su frente.
VI
Aquella noche me asaltaron pesadillas referentes a la defunción de mis padres, y incluso creí entrever la cara de aquel ente mórbido, que llego con pensamientos de tortura y posesión proveniente de oriente y que acabo por arrebatarles la vida, escrito en sus rostros tenían su nombre impreso con la tinta del dolor, sentí sus calambres, sus moratones incipientes y la misma sed abrasadora que parecieron, mientras mi convulso cuerpo, se me agarrotaba y los músculos contraídos se me atrofiaban, resecándoseme la sangre al coagularse. Todos estos estigmas de amargo sabor a muerte, me acompañaron hasta mi despertar súbito, tras él que vi reflejado en un espejo mis labios azulados y mis ojos sangrantes, rojos como las cortinas de terciopelo que cubrían la estancia, pero crudos por el realismo del dolor padecido. Esa mañana no pude por más que lo intente borrar aquella figura de mi mente. Por lo que decidí indagar en el asunto, obviamente mi blanco más fácil fue Ráchele, quien me confeso que Vincen había tenido un gemelo, pero que este nació muerto, de hecho había muerto mucho antes, y este fue el motivo de que se le provocara el parto a Berenice. Entonces comprendí el antinatural rechazo de mi tía por Vincen y el hecho por el que no se celebraban sus aniversarios, claro que él pobre ignorante, desconocía cualquier asunto relacionado con el tema. El asunto me resultaba tan jugoso y llego a intrigarme tanto, que me desplace hasta los cementerios de las medianías, y cual fuera mi sorpresa, al descubrir que en ninguno de ellos había rastro alguno del emplazamiento de la tumba de Varnei Rimer, según Ráchele, el nombre que hubiera recibido el no nato, de no haber perecido prematuramente. Esa noche en el maizal una duda me sobrecogió ¿Seria posible? Empecé por ello a cavar en rendor a de la efigie, y en efecto, restos roídos de lo que debió de ser el cadáver de un niño, allí se hallaban. Dicen las leyendas que sin un enterramiento digno las almas no pueden alcanzar el reposo eterno, y él siquiera tenia nombre, hay que darles un nombre a las cosas para que estas vivan, como los Golem. Corroída por el misterio acose a Ráchele, quien bajo mi persistencia finalizo confesándomelo todo. Los bacor de la Sect Rouge resentidos en el transcurso de una cérémonie, hicieron víctima Berenice estando encinta de una Ouanga. durante toda la semana que precedió al parto, se oyó el monocorde resonar de los tambores petro, y se alzaron preces en invocaciones del Véve del Baron Croix. Como resultado uno de los no natos murió, lo que acarreo el parto prematuro de Berenice, con objeto de que este no se le pudriera en la matriz y causara la muerte del otro infante, dio así a luz a Varnei muerto y Vincen nació prematuro, pero aunque débil logro sobrevivir. La Sect Rouge al parecer no esperaba que Berenice fuera a alumbrar gemelos, por ello las ouangas solo iban dirigidas a uno de sus futuros hijos. Varnei fue enterrado por tío Denis bajo el gran roble del turón, donde ingenuamente creen que aun se halla, pero solo estuvo una semana. Debido a que Ráchele por aquel entonces una manbo muy respetada, conocedora de que si no intervenía, Vincen jamás se libraría de la presencia maligna de Varnei, quien acabaría subyugándolo hasta poseerle, pues su alma presa no seria libre mientras su vinculo de unión con lo terreno muriera, de modo que eran dos almas en un solo cuerpo, y una de ellas, debido a su estado poseedora de los recursos del reino de las sombras era. El único remedio era darle un cuerpo, algo semblante a una gárgola, que atrapara su alma dentro y así no pudiera atacar a Vincen, ni ocasionar el mal a todos sus parientes. Ráchele exhumo con tal fin el infante cadáver, y lo enterró mediante un ritual de encadenamiento bajo la tétrica imagen que yo veneraba, de este modo su alma quedo presa, y Vincen quedo a salvo de su perniciosa presencia. Empero la Sect Rouge informados y conscientes de las intenciones de la vieja manbo, prendieron fuego al maizal aun estando ella dentro. Ráchele me mostró los estigmas que la conflagración le habían causado, además perdió el respeto de toda su gente. Pero su conciencia parecía tranquila, según ella, había hecho lo que tenia que hacer, ya que Berenice había sido para ella como una hija. Ráchele había guardado siempre lo ocurrido esa trágica noche en silencio, incluso hubo de curar sus heridas en total soledad. Ella había salvado a Vincen, pero no me había salvado a mi, que prendada estaba ya totalmente de la esencia que emanaba de la estatua. Por lo que en un acto de estima hacia mi, me revelo que si rompía el sello de la frente de la estatua, Varnei se liberaría y su espíritu poseería a Vincen, podría estar así al fin junto a él. - Después de todo – Añadió – el cuerpo de Vincen, no dejaba de ser el reflejo del que hubiera sido el de Varnei. Pero yo no quería al hombre yo quería la esencia, lo terrenal no me importaba, era lo que escondía la muerte lo que yo anhelaba. Informada de estos hechos, el tiempo para mí en la plantación transcurrido tranquilo, y cada día al caer la noche frecuentaba los alrededores del maizal y me internaba en él, para visitar al espectro tortuoso que enceraba.
VII
Habían transcurrido dos años desde la última vez que viera a Vincen, mis tíos habían dictaminado que nos casaríamos. Vincen en contra de lo que era de esperar no se opuso, yo en cambio no tenia voto, era mi tutor, por mi condición de femenina, el que tenia la obligación de elegir por mi. Reza la Biblia “Ser como niños” y no se refiere a ser buenos como niños, nadie que recuerde lo que significa ser niño, puede pensar que estos lo sean. La cita se refiere al don que poseemos en la infancia para captar lo sobrenatural, antes de que la sociedad nos lo quite. Y ahora Vincen influido por ella ya se consideraba mayor, lo que implicaba que se hubiera olvidado de su tétrico amigo de antaño y ciego al parecer, se había vuelto ante mis espectros. El noviazgo fue breve, solo el tiempo riguroso necesario que exigía la buena etiqueta. Y llego la primavera y con ella la boda. Toda la ceremonia nupcial, fue acompañada por los mismos tambores petro que durante tanto tiempo habían callado. Eran sin duda un presagio de muerte, habría un derramamiento de sangre. Sin duda yo no amaba a Vincen y no me poseería, antes de ser concebida ya estaba casada con la muerte, los bocor habían celebrado nuestra unión, y eso era un adulterio, él no me poseería, ello solo era privilegio de un pálido jinete, saque una daga y sé la hundí lo mas profundamente que pude, los tambores petro ahogaron sus gritos, pero yo ya no los escuchaba, una total vacuidad me había hecho presa. Y horas debieron pasar hasta que volví a la realidad y desconcertada, me di cuenta de lo que mi mano había hecho, me estremecí no por Vincen que yacía falto de vida a mis pies, sino por la fugaz revelación de perder a Varnei, había puesto fin al vinculo que unía su ser a la tierra, ahora era libre para desvanecerse en cuanto su celda se resquebrajara. Rojos mis blancos velos, fui a su encuentro, esperanzada de que aun allí se hallará, y en efecto ahí aun se hallaba, más en el momento en que mi mano se poso en su rostro, un súbito rayo mandado por el cielo fulmino su cuerpo, rompiendo su sello. De seguro fue la mano de dios arrepentido, por durante tanto tiempo haber consentido tal monstruosidad en su creación. Una chispa desprendida flagelo de nuevo la plantación, donde yo aun yacía ajena al peligro, recopilando los destrozos que el cielo había causado. Podía haber huido, pero supongo que mi carácter heteróclito me retuvo. El fuego se hizo el dueño de todo y al fin vino la muerte, a liberarme de mi cuerpo y libre pude fusionarme con la esencia de Varnei, volviéndonos uno solo por toda la eternidad. Ya no sonaban los petro, las llamas crepitaban ahora al unísono de los rada, que en la lejanía Ráchele tocaba. Esa noche fue como las que se sucedieron durante la plaga, en las que yo creí que ardía el cielo, de este modo fue como yo también logre danzar junto al fuego.
| |