Las lunas tintadas ahogaron el aluvión de flashes que amenazaban con cegar a Bruce Wayne. El millonario se recostó cómodamente en el asiento trasero de su coche. Cuando empezaron a alejarse del museo, sacó del bolsillo la tarjeta de presentación del detective McTheodore. -¡Por amor de Dios, Alfred!- protestó con una sonrisa-. ¡Hace frío! ¿Es que en este coche no tenemos calefacción? -Inmediatamente, señor- respondió el mayordomo, y pulsó un botón en el ordenador de a bordo. Al instante se encendió un pequeño piloto rojo junto al asiento de Bruce. Un tenue haz de luz carmesí barrió el interior del vehículo, y finalmente el piloto cambió de color y se volvió azul. -El detective McTheodore- observó Bruce, tan pronto como cambió la luz-. ¿Te suena, verdad? -Incluso en apariencia física, amo Bruce- respondió Alfred-. ¿Vio usted mi señal? -La vi, aunque ya me había fijado en él. La INTERPOL no suele colocar dispositivos de escucha en sus tarjetas. -¿Cree usted que la tarjeta de presentación de ese reverendo también es una escucha? -Estoy convencido de ello, Alfred. A la clínica de Leslie. El mayordomo cambió elegante y educadamente de carril, obligando a un conductor colérico a frenar en seco y a proferir una encantadora retahíla de insultos. Alfred arqueó una ceja y dedicó a su señor una mirada divertida, como pidiéndole permiso para contestar. -No hay tiempo, Alfred- respondió Bruce-. ¿Has traído el traje? -¿De día, señor?- preguntó Alfred, sorprendido. -Sólo por esta vez. Y tengo una buena razón.
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(¡Dios mío! ¿Bruce Wayne vistiéndose de Batman de día? ¿Será este el fin del Banana Daikiri como lo conocemos? ¡Paciencia, querido lector! ¡La historia aún no ha terminado! ¡Págame ahora que aún estás a tiempo!)
(nada, que no cuela, ¿verdad?
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