Discúlpenme si estoy algo nervioso, pero esta noche me ha sucedido algo... ¿cómo podría definirlo?... ¿extraño, sobrenatural, ilógico? No sabría como denominarlo... Intentaré explicárselo, quizás así pueda conseguir serenarme... por favor, no me juzguen por mi aspecto. Ya sé que huelo a alcohol y voy sin afeitar, pero les aseguro que no he estado tan sobrio en toda mi vida. Quizás pensarán que estoy loco, no puedo culparles, pero por favor escuchen mi relato hasta el final, por extraño que pueda parecerles. Antes de continuar me gustaría plantearles una pregunta: ¿Creen en Dios? ¿Han leído la Biblia? Es una pregunta un tanto inusual, soy consciente, pero es importante de cara a que puedan comprender lo que voy a contarles. Yo antes era sacerdote, ¿saben?, pero perdí la fe. La perdí cuando no pude comprender el por qué de las cosas. Cuando no pude obtener las respuestas que necesitaba. Cuando descubrí la farsa y la hipocresía que se escondía detrás de la religión. Cuando descubrí el negocio... Por supuesto intenté hacer las cosas bien, era idealista y creía que podía cambiar el mundo... No me dejaron. Me expulsaron de la orden, me desprestigiaron como quisieron, me hundieron... por tener mi propia imagen de Dios, por no hacer las cosas como ellos querían, ¡¡por explicar “la verdad”!! Lo siento, no debería imponerles mi opinión, nada más lejos de mi intención, créanme. Creo que debería continuar con mi historia, así podrán sacar sus propias conclusiones. Como ya les he mencionado, yo era sacerdote. Cuando me expulsaron caí en desgracia, perdí el rumbo. Fui débil y me refugié en la bebida, una manera fácil de nublar mi mente y sofocar mi rebeldía. No intento excusarme, me avergüenzo de mi comportamiento y mi debilidad. En fin, esta noche me encontraba en un bar. Estaba ahogando mis frustraciones en alcohol, como siempre. Me encontraba sólo, no recuerdo que hora debía ser pero, cuando levanté la cabeza, era el único cliente que quedaba. Tampoco había rastro del barman, debía haberse marchado, aburrido de los monótonos sollozos del borracho de turno. Pensé que quizás me habría dormido y miré el reloj, estaba parado. El silencio era absoluto y comencé a sentir miedo. De pronto escuché unos pasos, se aproximaban hacia mí pero no podía distinguir desde donde. El sonido parecía lejano pero se iba incrementando a cada paso. Miré a mi alrededor desconcertado, la sala en la que me encontraba no era tan grande pero, el retumbar de esos pasos provocaba un eco ensordecedor que me estaba enloqueciendo. De repente... cesó. Llegados a este punto, se me hace necesario plantearles una nueva pregunta: ¿Han notado en alguna ocasión la sensación de sentirse observados? Me refiero a cuando, aún estando completamente seguros de estar solos, nos invade esa sensación desconcertante de que nos están observando. Si es así, entenderán como me sentía en ese momento. Cerré los ojos durante unos segundos intentando serenarme, con muy poco éxito para que voy a engañarles y cuando volví a abrirlos... ya no estaba sólo. Ahora viene la parte más increíble de mi relato y no les culparé si no me creen. Espero ser capaz de describirles con exactitud la magnitud de los hechos que me fueron revelados y de los que fui único testigo. Al abrir los ojos, la sala había cambiado. El mobiliario del bar había desaparecido por completo a excepción de la barra donde yo me encontraba y una única mesa en el centro de la estancia. Alrededor de esa mesa estaban sentadas cuatro figuras. Al observarlas, como en un sueño, me invadieron una serie de sensaciones desconcertantes. La figura de la izquierda era un hombre de mediana edad, vestido completamente de blanco, de aspecto demacrado y enfermizo. Sus ojos, aunque no podía apreciarlo bien desde donde me encontraba, estaban prácticamente hundidos en sus cuencas. Su dentadura estaba completamente podrida y presentaba diferentes ulceraciones en la cara y en las manos. Sus cabellos eran completamente blancos y parecían cubiertos de polvo. Misteriosamente, sonreía de manera macabra al resto de sus acompañantes. Sobre su cabeza descansaba una corona negra. A su derecha se encontraba una mujer vestida completamente de rojo. Era dolorosamente hermosa, sus cabellos parecían lenguas de fuego y sus ojos brillaban como carbones ardientes. También sonreía, pero su sonrisa era cruel y despiadada. Sobre su regazo descansaba una enorme espada.
Les acompañaba un hombre vestido completamente de negro. Era extremadamente delgado, de rasgos angulosos. Sus cabellos eran oscuros como el azabache y llevaba una corta perilla. Sus ojos aparecían recubiertos de una sombra negra que acentuaba su aspecto siniestro. También sonreía, pero parecía que con desgana. En su diestra sostenía una balanza de plata. Ahora ya deben estar convencidos de que estoy loco y que todo esto no fueron más que delirios provocados por el alcohol, pero sólo les pido un poco más de paciencia... Todavía no les he hablado del cuarto personaje. Este quizás es el más difícil de describir... y de asimilar. Imagínense por un momento la escena que les he descrito hace unos momentos, esos tres personajes siniestros, y sentados junto a ellos la criatura más dulce que se puedan imaginar. Una muchacha, de rostro angelical, completamente vestida de negro. También sonríe, con sus delicados labios pintados de negro sobre un rostro blanco como la nieve. Pero, hay algo que les descoloca de esa imagen... y, por fin, después de unos instantes de confusión, sus miradas se encuentran. ¿Han oído alguna vez la expresión: “haber visto a la muerte”? Se utiliza en referencia a gente que ha estado a punto de morir, como ya sabrán... Pues esta noche yo he visto a La Muerte, en sentido literal, la he mirado a los ojos... y me ha devuelto la mirada. De pronto lo entendí. Y el peso de la comprensión me golpeó como una tonelada de ladrillos. Entendí que se me había permitido ser testigo de aquella impía reunión con un objetivo claro. Debía transmitir el mensaje: “El fin está muy cerca“ Si quieren asegurase, si no dan crédito a mis palabras, cojan la Biblia. Busquen la revelación del fin de los días. Lean el Apocalipsis de San Juan, capítulo 6. Allí está todo escrito. Los Cuatro Jinetes se han vuelto a reunir: Peste, Guerra, Hambre y... sí, MUERTE. ¿Por qué he sido yo el elegido para transmitir el mensaje? Después de haberlo meditado toda la noche creo haberlo entendido... porque perdí la fe. Mejor dicho, porque me hicieron perder la fe. Y ahora, Dios ha perdido la fe en nosotros.
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