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La careta

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La careta

Inmerso en una profunda soledad, mecido por los truenos de aquella tormenta y los ruidos típicos de una noche otoñal, adormecido como estaba con varias copas de un expléndido whisky escocés, hallábame aislado del mundanal ruido de la ciudad, en mi casa de campo.
Aunque esta casa estaba tan solo a unos pocos kilómetros de la gran metrópoli, la paz era absoluta, se respiraba sosiego y tranquilidad y se podía disfrutar de los regalos que a menudo, la naturaleza ofrece.
Siempre me ha gustado esta casa, si bién por la tranquilidad, está inmersa de recuerdos, pues es en esta casa donde me crié, los muros de esta pequeña mansión encierran historias y aventuras de todo tipo que con nostálgicas lágrimas solía rememorar desde que, a la muerte de mis padres, compré la casa, hace ya varios años.Añadir Anotación
Desde entonces, he pasado todos los fines de semana aquí, con mi mujer, todos salvo este último, muy ajetreado y triste para mí, pues ha sido ahi cuando mi esposa ha fallecido.
Para todo marido fiel y amante, este tipo de perdidas suponen varios días de confusión y melancolía, por tanto yo recurrí a la inconsciencia que provoca el alcohol para huir de mi propia realidad sin darme cuenta de que poco a poco me sumergía e impregnaba más en ella.
No era padre de ningún hijo por lo que mi desesperación era más dura aún.
Derepente un chispazo de nostalgia característico en mí me llevo a revisar todos aquellos recuerdos materiales de tiempos pasados, por lo que, vaso en mano, lo arrojé al suelo dejando derramar todo su contenido en la moqueta rojiza del suelo de mi salón.
Me abroché la bata y bajé unas escaleras que conducen a un sótano, lúgubre y desangelado aunque bien iluminado donde había unos armarios y viejos muebles de gran valor colocados malamente contra las paredes y cubiertos de polvo.
Me acerqué a un pequeño baúl de madera de boj, que aunque sucio y mugriento reflejaba antiguos tiempos en que había gozado de cierto esplendor.
En su parte frontal tenía una pequeña cerradura, que por el peso de los años, de un solo golpe de puño se vino abajo y pude abrir el mueble fácilmente.
En su interior había fotos y papeles amontonados sin ningún tipo de orden.
Había fotos muy viejas en blanco y negro, de antes de que yo naciera donde podía ver mis difuntos padres y mi hermana mayor en diversas poses y escenarios, los más de ellos caseros y bucólicos.
Entre foto y foto había papeles, dibujos míos en su mayoría, garabatos de mis años más jóvenes, entre ellos me llamó la atención el de un hombre con una máscara, la máscara era rosa y carnavalesca, aunque el señor iba de negro.
Por un momento olvidé a mi mujer y un escalofrío recorrió mi cuerpo, aquello era la mejor muestra del terror que puede sentir un niño pequeño ante las cosas más nimias de la vida, en ese instante me vinieron montones de recuerdos.
Aquel dibujo representaba a “el señor de la careta”; cuando era pequeño ese era mi verdugo, el que me frenaba cada vez que quería hacer una pequeña travesura... mi padre se ponía una máscara terciopelada, rosa y hablaba con voz grave, a veces podía oir de fondo los acordes siniestros de Carmina Burana que realzaban la situación de temor, que duraba tan solo unos minutos, tal vez sería así como aprendí a procurar hacer siempre lo correcto.Añadir Anotación
No sé por qué, cuando cumplí los seis años, mi padre dejó de ponerse esa careta y dejé de saber más de ella.
Recuerdo bien la última aparición del señor de la careta, estaba sentado en el escalón de la puerta mirando el atardecer, plácidamente, aunque sabía perfectamente que acababa de cometer una pequeña travesura, esconderle a mi padre su disco de Carmina Burana, aquel que tanto temía... había liberado litros de adrenalina, me sentía más listo que mi padre, el creería que se había perdido pero no, yo lo había escondido.Añadir Anotación
Me levante triunfante y abrí la puerta para entrar en casa.
Estaba a oscuras, totalmente a oscuras, y derepente escuché la punta de diamante deslizándose por los surcos del vinilo del disco, de aquel disco que tanto odiaba, y entonces comenzaron a sonar los infernales acordes que tan cuidadosamente había intentado esconder no había duda, el señor de la careta estaba allí.Añadir Anotación
Guiado por mi instinto corrí a la escalera que conduce a la buhardilla, no oía pasos que siguieran, lo cual me tranquilizó, el señor de la careta no me encontraba, aún así corrí, como alma que lleva el diablo, por la escalera sin oir más que mis jadeos.
Una vez abierta la trampilla de la buhardilla la cerré cuidadosamente y me agazapé entre varios trastos y telares mugrientos pero útiles para ocultarme entre la oscuridad. Me corría una gota de sudor por la cara, no me movía, pues el más minimo crujir de madera me delataría.
Un rasguido de cerilla y una vela se encendió, alguien la llevaba con la mano y se levantó dejando ver su rostro, aterciopelado, rosa y carnavalesco, era el señor de la careta; echó una siniestra carcajada al aire y se me acercó:
- Me ha costado encontrar mi disco hoy... ¿no sabrás de alguien que me lo haya escondido?... no fingas que no estás, te veo, y más vale que hables.
Temblaba..., no me salían las palabras, se me acercó, su aliento caía en mi cara y su cara estaba a un dedo de mí, sabía que era mi padre pero el temor era intenso pues no sabía que era lo que realmente temía.
Un resplandor argentino cayó sobre el señor de la careta, esta cayó pero no pude ver que había detrás, no recuerdo más, me había desmayado.
Ahora, estaba frente al baúl, me había abandonado la melancolía, tal vez fruto de mi ebriedad o del temor que “la careta” empezaba a suscitar en mí.
Frenético, seguí revolviendo entre los papeles, no para recordar sino para olvidar, olvidar, que aún no había superado mi temor.
Derepente oí una carcajada, similar a la de mis recuerdos, una carcajada sonora, grave larga y siniestra, me estremecí, racionalmente sabía que no había nadie, pero no lo podía evitar, tenía miedo.
Seguí revolviendo, oía crujidos de madera, alguien andaba en el piso de arriba, ahora ya sabía quien era... era el señor de la careta, temblaba, tenía frío y me sentía mareado, me dolía la nuca pero mi principal preocupación era no hacer ruido no ser visto, ni siquiera me atreví a apagar la luz.
Continuaba oyendo pasos, cada vez más cerca, y mi única reacción fue seguir revolviendo entre los papeles del baúl, procurando hacer el mínimo ruido posible, de rodillas, frente a éste.
Después de unos minutos, escuché aquellos pasos más cerca aún, bajando las escaleras que conducen a donde me encontraba, cojí un monton de fotos con el puño y las tiré al suelo dejando ver aquello que más odiaba; la careta.
Un resplandor aurífero cayó sobre toda la casa, llegó incluso al sótano donde estaba, después caí de bruces contra la pared, encogido, con la máscara en la mano, la luz se había apagado, me latían las sienes, y temblaba, en la oscuridad oía los pasos de mi verdugo cada vez más cerca, repicaban en mi cabeza, me volvían loco, y cuando el corazón estaba a punto de explotar, desapareció la careta de mis manos.Añadir Anotación
Me quedé quieto y apenas sin respirar. Empezaba a haber más luz en el sótano y en el piso de arriba las vigas de madera se caían; la casa se estaba incendiando.
Con la poca luz que había pude divisar la silueta del señor de la careta quieta delante de mí, con seguridad, de vez en cuando se reía silenciosamente dejándome que escuchara con nitidez como mi casa se venía abajo, y yo, no me atrevía a moverme.
El fuego llegó al sótano y una viga incendiada se interpuso entre el y yo, y justo, cuando el fuego me rodeaba, ese diablo aterciopelado se me acercó lentamente, puso su cara cerca de la mía y se quitó la careta.
Yo me quedé quieto, inmóvil, pálido hasta que la casa se vino abajo por completo conmigo dentro.
Entre las ruinas de mi casa aún queda intacta la careta, rosada, aterciopelada y carnavalesca, y allí merodea mi alma, presa del miedo y la inseguridad más nimios, y, a decir verdad, no sé si fue una viga que me cayó encima la que me dio muerte, o el ataque al corazón que me dio justo, cuando miré el rostro pálido y siniestro que había detrás de la careta, pues nada me ha causado tal desgracia, como aquel rostro, el mío.Añadir Anotación


Fonseca

Fonseca, 3 de Septiembre de 2004
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