MI TUMBA
Mi tumba es un lugar cambiante. En ocasiones la encuentro cálida, mullida; un refugio a prueba de toda inclemencia del exterior. Otras, las más de las veces, se convierte en un pozo frío, lúgubre, de oscuridad sin fondo, que roba el aliento. Dentro de este abismo, los ojos no sirven de nada, y los oídos sueñan voces azules. Una de ellas, la mía, intenta destacarse, servir de guía, pero confieso que resulta difícil poder distinguirla. Entre ecos, susurros, ensoñaciones y recuerdos que cruzan esta oscuridad, el tiempo se desgasta, y olvido, por momentos, cómo mi tumba se corroe en su fricción hostil con el mundo. ¿No es esta negritud interna un universo aparte? ¿No nacen estrellas y mueren mundos? ¿No es un reflejo del cielo nocturno? Solo, siempre solo en medio del eterno infinito. Un infinito de uno, espacio para toda soledad y ninguna compañía. No puedo moverme pese a que nada me lo impide. En este espacio cerrado no hay distancias, ni metas; en su lugar flota una espera, que con todo y con nada se llena. Aquí encerrado construyo la realidad ¿Así vive Dios? ¿Consigo en su locura? Enterrado en la tierra roja de mi cuerpo, mi voz es el rumor de un río subterráneo que fluye sin pausa. Sobre la misma sangre se hunden palabras extrañas. ¿Es esta la vida de un muerto? ¿El sueño de un vivo? Mi mente es la canción de mil estrellas en esta helada noche de ataúd. Cada idea, un fulgor estéril. Cada emoción, un lamento. Todo es frío, no hay consuelo.
Miro fuera de mi tumba, por los agujeros cortados que me sirven de ojos.
La veo en el espejo y pienso: ¿Dónde iré cuando los gusanos te devoren?
Afeito con cuidado las mejillas de mi tumba.
¿Sabías que los muertos andan?
Listo, una vez más, para vagar por el inmenso cementerio del mundo.
Observo, hablo y trato con muertos, que con sus ataúdes marchan.
El sueño de la existencia torna en pesadilla de sangre oscura.
Sí, ya no me cabe duda Mi cuerpo es mi tumba.
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