Siempre me ha gustado pasear por este viejo salón, oler el aroma con el que los años y el polvo impregnan los muebles antiguos, las alfombras, los cuadros… Es el olor de toda una vida de quietud que siempre agradezco cuando regreso a él, en contraposición al ruido y los gritos del exterior. En este salón nunca escucho música, no hay ni ha habido discusión alguna. Es un espacio donde, simplemente, estar. Un lugar de reflexión, donde el único sonido es el paso del tiempo que marca el reloj de carillón, por el que ahora paso suavemente mi mano. Como tantas otras veces, me limito a pasear entre los muebles dejando libre mi mente, olvidándome del exterior, del estrés, de los coches que, inconscientes, circulan a ciento veinte justo enfrente de mi puerta…Olvidándome incluso de mi. Es un lugar hermoso y sereno, mi edén particular. Cada mañana que salía a trabajar sentía un asomo de angustia, como al que le arrancan de golpe a un familiar muy querido, por dejar atrás este lugar, y sólo sentía alivio al regresar. Ese problema ha quedado atrás, pues he dejado el trabajo. Me aburría. . Hay días, cada vez más frecuentes, en los que no me apetece salir para nada, días en los que mi único deseo es sentarme en mi sofá de piel, con ese olor tan característico que sólo tiene la piel añeja, y mirar cómo se mueve el péndulo del reloj. Incluso como aquí, y son las mejores comidas de que he disfrutado nunca. Últimamente me gusta dormir aquí, en el sofá, y mis sueños son hermosos y sublimes. El descanso, incomparable. Es un lugar precioso.
Por supuesto, hay quien no es capaz de comprender la inmensa belleza que me rodea, quien no aprecia el significado de acariciar esta madera, este cristal. Mi mujer, el amor de mi vida; mis hijos, la luz que iluminaba mis ojos…No lo entienden. Pero yo sí. Yo lo entiendo perfectamente. Es el aura de este lugar, su estética peculiar, cargada de historia y sensualidad Al principio, hace ya mucho tiempo, mi mujer se sentaba aquí conmigo. Eran ratos muy agradables que disfrutábamos enormemente. Sin embargo, ella insistía en hablar, en manchar con palabras aquella quietud perfecta. Al final, para mi alegría, acabó por aburrirse y me dejó sólo, justo como quiero estar. A veces me asomaba a la puerta para ver qué hacía, y la observaba en el ajetreo diario de quienes sólo se preocupan por el trabajo, yendo de aquí para allá incansable limpiando, recogiendo, yendo a trabajar…Si fuera capaz de apreciar lo bien que se está aquí, daría menos importancia a todo ese tiempo perdido en trabajar. Mis hijos hace mucho que no se molestan en pasar por aquí. Los veo pasar por delante de la puerta y me saludan, pero no entran. Son unos niños preciosos, ya casi unos hombrecitos. Estoy muy orgulloso de ellos. Juegan al fútbol en un modesto equipo del barrio, y lo hacen muy bien. Hace tiempo que no voy a verles, pero seguro que serán grandes jugadores.
De un tiempo a esta parte casi siempre dejo la puerta cerrada, para evitar que el ruido rompa mi quietud y para no ver a mi mujer para arriba y para abajo todo el día. Es estresante sólo mirarla. Además, me da la sensación de que a veces me mira mal, y tengo la sensación de que siente alguna especia de envidia, de celos, por el estado de perfección que he alcanzado. Por que eso es lo que he conseguido, la vida perfecta. Creo que no les gusta verme feliz, y aprecio cierta angustia en ellos, en todos ellos. Yo también sentiría angustia de ver un águila que remonta el vuelo si yo mismo anhelara poder volar. Es mejor dejar la puerta cerrada.
Ayer llegó alguien a casa. Hace tiempo que las visitas me parecen más una molestia que otra cosa, así que no le di más importancia, no pensaba dejar de pasear, de sentir la fuerza inherente a toda la belleza que me rodea. Sin embargo, algo llamó mi atención cuando hubo pasado un rato: escuché llorar a mi mujer. Me acerqué a la puerta y la abrí ligeramente, muy poco. Vi a mi esposa charlando con un hombre muy serio que llevaba un maletín de piel. Quizás fuera médico. ¿Estaría enferma mi mujer? Me imaginé acariciando esa piel con mi mano, pero no creí que fuera comparable a la sensación que me proporcionaba mi hermoso sofá. Mi mujer tenía lágrimas en los ojos y se agarraba las manos con fuerza. Su voz, aunque apenas era un susurro, la escuchaba muy clara. Las noticias que ese hombre le daba debían ser muy malas, y eran referidas a algún familiar. Le describía alguna clase de locura con tecnicismos que ni entendía ni me interesaba entender. Creían que alguien había perdido un tornillo. Si hablaban de locura debía de ser mi cuñado, del que siempre sospeché que era un poco corto. Además, ¿por qué otra persona iba mi mujer a sufrir tanto? Esa debía ser la respuesta, así que cerré la puerta y volví a perder el sonido de sus voces. Menos mal, porque ya empezaban a molestarme. Además, ¿a mí qué me importaba? Hay muchos locos en el mundo, y éste sería sólo uno más. No era para tanto, y no me sorprendía en absoluto siendo el hermano de mi esposa.
Sí que me sorprendió un poco más algo que pasó está mañana. Me desperté escuchando un sonido extraño. Cuando regresé a la conciencia me di cuenta de que el ruido provenía de mi propia puerta. Me levanté del sofá y me acerqué a ella. Mientras avanzaba, el molesto sonido cesó. Otra vez estaba en silencio. Con la curiosidad despierta, alcancé el tirador de la puerta y lo giré. Sin embargo, no conseguí abrir ni una rendija. La puerta estaba trancada. No tenía cerradura, así que supuse que el ruido que escuché era la instalación de un cerrojo. Me sorprendió un poco. ¿Por qué lo habrán hecho? Aún ahora no lo sé. Y la verdad es que no me importa en absoluto. De cualquier manera, no tengo intención de salir de aquí, así que de esta forma, además, me garantizo que nadie va a entrar a molestarme. Lo que siempre deseé, en el fondo. Eso me tranquiliza, y me puedo concentrar en el olor y el tacto de mis preciosidades. Y es que eso es lo que me hace realmente feliz. Aquí es donde soy feliz…
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