Transcurrieron un par de minutos más, y entonces la abertura apareció al fin. Una sección del lateral derecho se alzó hasta formar una rendija de dos metros de largo por uno y medio de ancho. De la parte inferior de la abertura surgió una rampa que se extendió hasta tomar contacto con el suelo. Inmediatamente después dos hombres de aspecto completamente idéntico, vestidos con trajes negros también similares, descendieron de la aeronave y se situaron a ambos lados de la rampa. El volumen de los hombres impresionaba. Eran los más fornidos que Carlson jamás había visto, y además superaban en mucho los dos metros de altura, ya que habían tenido que agacharse para traspasar la abertura de la aeronave. Transportaban sendos maletines de color gris metálico, los cuales se encontraban unidos a sus muñecas por medio de una gruesa cadena. Tras ellos bajó la rampa un anciano menudo, de algo menos de un metro y medio de estatura, calvo y de espalda arqueada; se apoyaba en un bastón lujosamente ornamentado, el cual era diametralmente opuesto en lujo a su vestimenta: una bata de andar por casa y unas zapatillas deportivas. Carlson ya se había encontrado con ese anciano unas cuantas veces en el pasado, por lo que conocía su extravagante forma de vestir. Jamás osó preguntar a nadie la razón por la que aquel hombre octogenario –cuyo nombre Carlson desconocía- se vestía únicamente con batas y albornoces. Sólo los idiotas hacen preguntas molestas referentes a hombres poderosos, y Carlson no era ningún idiota. Esa era la razón principal por la que se encontraba al frente del Proyecto Pandora. -Buenos días, general Carlson –saludó el anciano cuando estuvo frente a él-. Me alegro de volver a verle, se conserva bastante bien. -Gracias, señor –Carlson se preguntó que podría responderle, teniendo en cuenta que la última vez en la que ambos coincidieron fue hace treinta y dos años, y el anciano poseía entonces exactamente el mismo aspecto que ahora. Optó por el camino fácil-. Yo también me alegro de volver a verle. Ahora, si tiene la bondad de acompañarme… Carlson y el anciano se dirigieron hacia la puerta de entrada a Base Némesis, seguidos de cerca por Richard y los dos hombres descomunales. En cuanto traspasaron las puertas de entrada al bunker, los Apache se dispusieron a aterrizar mientras los soldados encargados del círculo defensivo rompían filas.
Los ciudadanos estadounidenses siempre se han sentido bastante orgullosos de su sistema democrático. El poder en manos del pueblo, el cual se otorga a un hombre cada cuatro años por un periodo no superior a ocho, a modo de préstamo. Por supuesto ellos no eran los únicos que se regían por las leyes de la democracia, aunque la mayoría de los países que poseían idénticas reglas de gobierno habían padecido periodos problemáticos y dictatoriales en algún momento de su historia. En cambio, los Estados Unidos no. Su sistema se mantenía indemne, desde el día en que se independizaron hasta la actualidad. En la relativamente corta historia del país habían pasado incluso por una guerra civil, pero ni siquiera entonces la democracia llegó a estar en peligro... O al menos eso era lo que la inmensa mayoría de ellos creía. Después de todo, ¿qué puede entender un vendedor de perritos calientes, un yuppie de Wall Street, un granjero de Texas o la dependienta de un supermercado sobre el poder, sobre la administración de éste, sobre el gobierno de un país? Y si no pueden comprender nada, tampoco sería muy razonable dejar en sus manos la elección de alguien que gobernara por ellos. Alguien que regiría según sus propios ideales, que desharía a su antojo todo aquello que, aunque fuera lo correcto para la prosperidad del país, no entrara dentro de sus convicciones personales. No, los verdaderos gobernantes de los Estados Unidos no eran sus ciudadanos o su presidente. Eran diez hombres, diez ancianos de ochenta años de edad que llevaban décadas sin envejecer un solo día más. El origen de aquel “consejo de ancianos” se remontaba a la segunda mitad del siglo XIX. En aquellos entonces las pequeñas empresas norteamericanas evolucionaban rápidamente hacia lo que acabarían en convertirse un siglo después: gigantescas multinacionales cuyo mercado abarcaría la totalidad del globo terráqueo. Los beneficios económicos se multiplicaban mes tras mes, entre otras razones gracias a la esclavitud, la cual permitía unos costes de mano de obra casi inexistentes. Los mandatarios de las empresas más poderosas y acaudaladas del país podían verlo con claridad: en algo menos de un siglo, los Estados Unidos se convertirían en la primera potencia económica mundial, lo cual implicaría también la supremacía total frente a los restantes gobiernos de la Tierra. Teniendo en cuenta que la civilización humana se mueve entorno a un único eje, el dinero, poseer la mayor parte de él significa poseer un absoluto control sobre todo lo demás. El futuro no podía ser más prometedor… Hasta que llegaron los problemas. Abraham Lincoln, dieciseisavo Presidente de los Estados Unidos, decidió emprender el proceso que acabaría llevando a la abolición de la esclavitud en la totalidad del territorio norteamericano. Los estados del sur declararon su intención de independizarse del resto del país, ya que la prosperidad de su economía agrícola se sustentaba en la mano de obra esclava. Todo aquello acabó llevando a la Guerra de Secesión, un conflicto civil que sacudió los cimientos de los Estados Unidos durante cuatro largos años. Los grandes empresarios decidieron no apoyar a ninguno de los dos bandos. Aborrecían a aquel presidente inútil e idealista, que había llevado al país a una guerra civil sólo para ver satisfecho su propio ego; pero la idea de una nación fragmentada tampoco les hacia la menor gracia. Aprovechando el caos reinante, comenzaron a preparar lo que acabaría convirtiéndose en un golpe de estado en la sombra. Tras hacer los preparativos y atar todos los cabos, esperaron pacientemente al término de la Guerra de Secesión. Cuando el conflicto llegó a su fin, un grupo formado por los diez hombres más adinerados –y por lo tanto más poderosos- de los Estados Unidos orquestó el asesinato de un reelegido Abraham Lincoln. Inmediatamente después tomaron las riendas del país y se aseguraron de que, a partir de entonces, cada nuevo presidente se encontrara bajo su total y absoluto dominio. De manera oficial nada parecía haber cambiado; los ciudadanos seguían eligiendo a un gobernante cada cuatro años, aunque sus hilos siempre se encontrarían bajo el control de las mismas diez personas. Gracias a aquel nuevo sistema de gobierno, los Estados Unidos acabaron convirtiéndose en el país más poderoso del mundo. Y todo se debía a hombres como el que en esos momentos se encontraba junto a Carlson, en el interior de un ascensor que los transportaba hasta los niveles inferiores de Base Némesis. Hombres como aquel podían iniciar una guerra en cualquier parte del planeta con sólo chasquear los dedos. Carlson observó a aquel hombrecillo arrugado, el cual mantenía la vista fija en las puertas ahora cerradas del ascensor. Aquel anciano había mandado construir un impresionante complejo subterráneo, un gran búnker de cuarenta niveles de profundidad al que se le había dado el nombre de Base Némesis. En parte estaba dedicado a servir de cuartel para algunos de los mejores hombres que actualmente poseía el ejército estadounidense. Aquellos soldados tenían una única misión: proteger el bunker ante cualquier amenaza externa. ¿Y a qué propósito servía Base Némesis? Pues únicamente a la vigilancia. Vigilaban la pequeña ciudad de Marrow Ville, situada a unas cuantas decenas de kilómetros de allí. Tenían cámaras ocultas en cada calle, en cada casa, en cada rincón de la urbe... Incluso en lugares tan inverosímiles como las cunas de los bebés, los tejados de las viviendas, el interior de cada chimenea de cada hogar de la pequeña ciudad… Todas esas cámaras grababan de manera constante durante las veinticuatro horas del día. Habían sido colocadas minuciosamente, usando una tecnología inmune a cualquier intento de detección. ¿Y cual era el motivo de toda aquella puesta en escena? Incluso Carlson lo desconocía. Marrow Ville era una pequeña ciudad de montaña tan corriente como cualquier otra; por muchas vueltas que le daba, el general no podía adivinar las razones que habían llevado a todo aquello. Por fortuna esa situación no se mantendría por mucho más tiempo, ya que aquel anciano había visitado la base principalmente para poner a Carlson al corriente de todo.
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