A Alia se le subió el corazón al pecho cuando la bestia entró en el claro en que estaban atadas. No por que fuera especialmente terrible, sino por la mirada de hambre que había en sus ojos. Observó a las dos muchachas con evidente satisfacción. Pero cuando se acercó más, una expresión de desagrado se instaló en su rostro.
-¿Una princesa? Pero... ¿Cómo se les ocurre enviarme una princesa? Genial, ahora voy a tener a una muchachita llorona y temblorosa en mi cueva. Oh, con lo que yo odio a las princesas. Además, son demasiado blandas. Prefiero mucho más una joven del campo, curtida, fibrosa, con alimento, que no una princesita meliflua y con sabor a chicle.
Alia se atragantó. Con un hilo de voz, se arriesgó a hablar con el dragón.
-Pero, señor dragón, una princesa es una princesa. Es un manjar de reyes dragones, o lo que tengan ustedes.
- Oh, no creas. Y no lo digo por ofenderte, preciosa, pero bueno, lo mío son otras cosas. No tengo el paladar excesivamente refinado. Creo que me llevaré a tu amiga. Por lo menos no es de sangre real. No te lo tomes a mal, pero soy alérgico a las princesas. Me salen unas ronchas horrorosas por todo el cuerpo.
El dragón se acercó a Blancaflor, la olisqueó un poco y estornudó.
-Si no estuviese constipado creería que tu amiga también es de sangre real. Pero sus ropas... No, será que tengo la nariz tapada.
El dragón cogió a Blancaflor delicadamente, y la princesa se desmayó de terror. Perfecto. ¿Y ahora qué iba a hacer? Con esos zapatos sería imposible correr para buscar ayuda.
-Siento dejarte aquí tirada, pero sería un riesgo grave para mi salud si te comiese. Creo que a los lobos les harás más gracia. Son menos exigentes.
Tras decir aquello, el dragón se dio la vuelta y se marchó. Alia se quedó petrificada. ¿Qué pasaba? ¿Desde cuando un dragón rechazaba a una princesa? Aquello era demasiado. Alia intentó desatarse, pero le resultó imposible. Gritó, pidiendo ayuda, pero luego se dio cuenta de que sus gritos atraerían a los lobos, así que se calló. Sólo podía hacer una cosa. Esperar.
Ojalá que no durante mucho tiempo.
En aquellos momentos, Pelayo se acababa de caer del caballo. Mas bien Viento le había tirado. Pelayo se arrodilló y tiró de las riendas del animal hasta tenerlo frente a frente. Le miró fijamente a los ojos.
-¿Qué té pasa, eh? No te pongas chulo, que yo soy el que te paga el forraje.
El caballo relinchó suavemente. Obviamente, se negaba a continuar.
-Oye, si estás cansado te aguantas. Yo también lo estoy, ¿sabes? Y no voy por ahí tirando a la gente.
El caballo señaló con la cabeza hacia la derecha. Pelayo miró hacia allí. Una ancianita adorable le miraba divertida.
-¿Qué le parece tan gracioso?
-Tú, muchachito. ¿Te has hecho daño? Mi cabaña está aquí al lado. Si quieres puedo darte algo de comer.
Pelayo iba a negarse, pero las tripas le hicieron un ruido lo suficientemente alto como para que la anciana lo oyera.
- Ya veo. Sígueme, pequeño.
¿Qué podía pasarle? Lo más seguro es que la vieja le hinchara a comida. Por eso no se le pasó por la cabeza lo extraño que era que una viejecita apareciera en medio de un bosque a las tantas de la noche. Se le ocurrió mientras colgaba cabeza abajo del techo de la cabaña, atado por los pies a una de las vigas. La anciana ya no parecía tan adorable. Llevaba un gorro de bruja y decía que en un par de días estaría perfecto para su estofado.
Genial. En esos momentos se preguntó por qué todos los caballeros del mundo tenían un ángel protector y él no.
Iba a convertirse en jamón para brujas caníbales. Qué bien.
Pero cuando la viga comenzó a crujir y a agrietarse no supo que era peor: ser comido por una bruja o romperse la cabeza contra el suelo. Pronto lo adivinaría.
-Oiga, señora. ¿No le importaría soltarme? Es que tengo que ir a salvar a una princesa que ha sido secuestrada por un dragón, y ya me estoy retrasando.
-Oh no, cariño. Soy una bruja, no un hada del bosque. Mi misión es comerte, ya sabes. Además, ¿dónde se ha visto una bruja que ayude a un caballero? No, sería el hazmerreír de la congregación en el próximo aquelarre.
-Bueno, pero sería recordada como la única bruja buena de la historia. – Intentó Pelayo. La viga cedió un par de centímetros.
-Eso no tiene importancia, querido. Llevo muchísmo tiempo sin probar un jugoso muslo de caballero con hierbas. Aunque- continuó, mirándole con un poco de desprecio- no creo que contigo tenga para mucho. Ah, aún recuerdo aquellos tiempos en que era joven y guapa y los caballeros acudían en docenas a mi puerta...
A Pelayo le costó bastante imaginarse a la bruja como una joven hermosa recibiendo a docenas de caballeros. Bueno, siempre podía haber existido una joven hermosa de un metro veinte de altura y la nariz como un anzuelo, aunque no habría sido muy posible que los caballeros la hubiesen visto, a no ser que mirasen continuamente hacia el suelo.
Un nuevo crujido de la viga le despertó de su ensoñación. Bajó cinco centímetros más. Comenzó a sudar.
- Por favor...
.Con un crujido final, la viga se partió. Pelayo cayó en dirección al suelo con una velocidad envidiable. Pero la suerte quiso que la bruja se encontrara en aquellos momentos bajo él. El golpe no fue demasiado fuerte, ya que la amable anciana lo amortiguó. Pelayo se levantó de un salto, y se sacudió el polvo de la ropa, mirando a su alrededor con una expresión de asombro en su rostro. Retiraba todo lo dicho sobre los ángeles guardianes. Lo mejor sería salir pronto de allí.
Este relato pertenece a Leticia Jiménez Marín y no puede ser usado sin su consentimiento.
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