Esta es la historia interminable de dos criaturas que decidieron viajar por el mundo.
Tras dar arsénico por compasión a dos abueletes que cada noche se liaban a cantarles traviatas y pedirles vino de misa, liaron los petates, y se alejaron de Dark Harbor, aquél pueblo pesquero que los había visto nacer y que nunca los había tratado bien.
Rabiosos e iracundos con el mundo excepto con ellos mismos, se dedicaron al oficio más antiguo y noble (o al menos para ellos).
Cada uno de ellos se disfrazaba de mujer, y se dedicaban a desplumar a los incautos que caían en sus redes. Como habían nacido con rasgos mas bien femeninos, sacaban muy buen provecho y tajada, y como extorsionaban a los humillados para no hacerles caer en ridículo, todo quedaba en silencio.
Una noche, en la que los Aullidos de un gran lobo asustaban al mas pintado, ellos se encontraban tomando su acostumbrada tacita de hidromiel ante el calor de una hoguera, riéndose de los palurdos a los que habían afanado la noche anterior.
- Ay!! – suspiraba el primero – Me gustaría ver la cara que pondrían los paletos de nuestro pueblo si nos vieran ahora.
- jajajjaja, si, y seguro que les daríamos un motivo en su patética vida para alborotarse… Aburridos… – gruñó el segundo, que apuró lo que le quedaba en la taza mientras miraba hacia un rincón.
De repente, algo se movió en un arbol cercano, y echó a volar una gran mancha negra que cayó en picado sobre ellos.
El cuervo que emergió de la maleza se sostuvo ante ellos en el aire, mirandoles burlonamente, con sus ojos de boton, graznó algo parecido a un chirrido y fué directo a la peluca que Rebeca (así se hacía llamar uno de ellos) peinaba con los dedos, poniendole los broches con mimo, sabiendo que cuanto más llamativa estuviera, mas moscardones se le acercarían.
El animalucho arañó con sus garras las manos del hombre cuando cogió con soltura la maraña de pelos, y echó a volar hacia un punto no muy lejano.
- AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!!! pero, ¿qué hace la cosa esa? ¡¡Pero si no es una garza!! ¡¡¿¿Será desgraciada??!! – gritó el hombre hecho un basilisco ; poniéndose en pie, dió un patadón a la olla de hidromiel, que cayó sobre la hoguera, creando un fogonazo instantáneo.
- No seas loca!!! – le rugió el otro, mirando fijamente hacia el punto donde se había perdido el ave – recoje las cosas, vamos a buscar lo que es nuestro.
El hombre resopló y bufó, pero hizo caso de lo que le mandó su compañero. Total, solo eran cuatro bártulos, y en nada lo tuvo recojido.
Se echó el petate a la espalda, y echó a andar tras el otro, que se retorcía a cada paso que daba.
Muy por detrás suyo, otra oscura sombra les acechaba, que, remolona, se dedicaba a lametearse las pezuñas, mientras observaba cómo aquél par se convertían en dos puntitos…
************************************************************************* Tras un largo camino, en el que no abrieron la boca mas que para respirar, se encontraron en la falda de una escarpada montaña, en la que habían esculpido unos peldaños, y sobre la que descansaba un enorme y lóbrego castillo.
- Crrrrrrrrrraaaaaack!!!! – un graznido familiar les llegó a los oídos, y vieron que el estúpido cuervo seguía volando, ascendiendo a su ritmo hacia el castillo, con la maraña de pelos colgando de sus zarpas, que se retorcía a causa del viento como si fuera un alien.
- Mira el bicharraco!!! – gruñó entre dientes el más corpulento, y se lanzó a la escarpada montaña, tomando la escalera de caracol que ascendía por el vientre de piedra.
El más enjuto les siguió a regañadientes, y lamentándose por tener que pasar su noche de reyes a la intemperie y en semejante aventura, en vez de estar en un local de mala muerte tomándole el pelo y algo más a un barrigón rico y estúpido.
Llegaron a la cima casi sin resuello pero llenos de excitación, y se llevaron un susto monumental al ver un tremendo fogonazo a pocos centímetros de ellos ; algo parecido a un trueno había restallado ante ellos, friendo al pobre animalucho que había salido a recibirles con un maullido.
El gato negro está muy bueno a la parrilla… – comentó el fornido, que agarró lo comestible del felino y se lo llevó a la boca, despreocupadamente, mientras avanzaba hacia el castillo, del que de repente colgaron unos trozos de tela a modo de banderas, con atrevidos dibujos en rojo cantón y amarillo piolín.
Un chirrido intenso e hiriente acompañó al gran portalón, que se abrió con mucho esfuerzo, a la par que estruendosa música, risotadas y gemidos los recibían.
Abrieron mucho los ojos, porque se sorprendieron al descubrir que en su interior la algarabía y la anomía reinaban a placer.
Un enorme letrero enclavado en el suelo rezaba, con letras desiguales y llamativas, “El Cuchitril de Joe”, y se percataron de que aquél era el recinto que tanto había dado que hablar, y que el hecho de poder pasar aunque fuera una noche allí, les haría inmensamente ricos.
Sintieron el vértigo de la premura, la codicia y la envidia en sus almas, y no dudaron en traspasar sus puertas, contando con los dedos imaginarias bolsas repletas de oro…
Peeeero.. como en todas las fábulas, aquello fué su perdición, porque tan buen punto pusieron sus pies en aquél recinto, se cerraron las puertas, tras de ellos, con un fuerte retumbar, y todos los que estaban allí se los quedaron mirando con ojos desorbitados y bocas babeantes, como si estuvieran observando algo realmente delicioso.
- Elvira… – se oyó un bramido desde algún lugar, y todos aullaron y rieron a coro, celebrando el encuentro.
Un robusto hombretón emergió de entre las sombras, mirandoles con ojos acusadores.
- Tú… te atreviste a reírte de mí. – murmuró mirando al más fortachón, que había enmudecido ; ahora parecía incluso frágil.
Aquél rostro blanquecino le era tremendamente familiar, y esque había sido el último bufón al que le había tomado el pelo ; después de emborracharlo con vino rancio, le dió laudano para silenciarlo… y sin embargo, estaba allí…
- Y ahora… yo voy a tomar mi venganza… – gruñó con un gañido extraño, mientras su cuerpo empezaba a mutar, y un enorme y sediento hombre lobo nació bajo su piel, gruñendo con clara ferocidad al tiempo que caía sobre su presa.
Y los alaridos se mezclaron con las risas de los demás que, dieron cuenta de aquél festín ; así acaba esta historia de estos dos seres que, aprovechándose de cualquier pánfilo, encontraron su justo reves en su destino….
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