Tonks
Tonks estaba sentada en la misma silla donde siempre descansaba Lupin desde hacía ya innumerables años, bebiendo a sorbos grandes de una botella que había cogido de la alacena.
El líquido era realmente fuerte, bajaba por su garganta abrasándola, y calentaba su estómago, dejándole una extraña sensación.
Temblaba, pero la estancia estaba caliente, la chimenea tenía un fuego encendido, que crepitaba jugando con las ramas secas y el carbón que lo alimentaba.
Hermione entró sigilosamente en el salón, y al verla la miró reprobadoramente, le disgustaba que ella estuviera bebiendo, pero entendía cómo se encontraba, así que no le dijo nada sobre ello.
Se sentó a su lado, y le acarició la espalda suavemente, entristecida ; sus dos amigos estaban destrozados y ella no podía hacer nada al respecto.
¿Sabes? – Tonks habló con voz rasposa – Yo... le quiero....
Lo sé – respondió Hermione, entornando los ojos
Ah, ¿Sí? ¿Tanto se me nota? – sonrió tristemente – pues él ni siquiera lo ha notado....
Hermione calló. Entendía que ella se sintiera traicionada y triste, era una mujer después de todo, una mujer enamorada de un hombre que no la podía corresponder.
Oh, Dios, ¡¡me siento sucia!! ¡¡Siento que no merezco la pena, la vida!! Estoy quejándome porque él no me ama... pero el hombre al que amo acaba de perder su corazón... - las lágrimas seguían cayendole por las mejillas creando surcos en su cara. - Me siento tan triste... - sollozó con fuerza.
Y se derrumbó, llorando con el corazón partido, deseando ser ella la que estuviera muerta en aquel momento, y no Black, el único que le daba vida a Lupin, que ahora estaba muerto sin él.
Lupin seguía en aquella habitación, observándola. Era la habitación de su amado, que ya nunca volvería a estar allí.
Podía oler su aroma, incluso sentir su calidez entre las sábanas de su cama....
Resultaba tan grande y vacía sin él.... La casa, en realidad, era demasiado enorme, triste y vacía sin su presencia.
Se dio cuenta de que algo sobresalía del colchón de la cama, algo que casi pasaba desapercibido, y que había sido guardado con premura.
Recordó que cuando fué a llamar a Sirius, pocas horas antes, vió cómo tocaba nervioso su cama ; diciéndole que sólo estaba arreglando lo que el sinvergüenza de su elfo doméstico no había bien, y con esa idea se conformó.
Gateó hasta allí, y tiró de aquello, que resultó ser un ibro de hojas blancas, llenas de sus letras, y fechadas en cada borde.
Un pequeño grito escapó de sus labios, dándose cuenta de que era un diario ; Sirius hacía lo mismo que él.... Se preguntaba qué era lo que él escribió en aquellas hojas, y se puso a devorarlas, sabiendo que desconocía muchas cosas de su amor.
Pero, al llegar a una de las últimas hojas, se quedó pálido, leyendo una y otra vez lo que ponía en aquella hoja, con letras rojas y de trazos gruesos y seguros.
"Él no lo sabe, pues no le he dicho aún nada, pero creo que estoy empezando a sentir algo por él. Su proximidad me inquieta, y sus dulces ojos se clavan en mí como dagas, en la soledad de mi cama y mis noches esos ojos siempre me acompañan... y me perturban."
Aguantó la respiración, y consiguió pasar la página, con manos temblorosas, leyendo los sentimientos de su vida, de su amor, que por ironías del destino no se le habían concedido hasta después de su muerte.
"Ahora estoy seguro. Le quiero. ¿Qué voy a hacer? No puedo decírselo, no creo que sea correcto. Por otra parte, siento que a él le pasa lo mismo, pero... no puedo estar seguro. Ah, cuánto daría por estrecharlo entre mis brazos y besarlo. Si supieras cuanto te quiero.. Lupin.."
Un grito ahogado precedió a un sollozo del hombre, que sentía cómo su interior se desgarraba, como si un animal le clavase las afiladas uñas desde su interior, intentando salir a la superficie atravesándole.
Se estaba volviendo loco.
" ¡¡¡¡Me quería!!!! ¡¡¡¡Me QUERÍA!!!! " – gritaba para sus adentros. – "¡¡¡¡ Y no lo he sabido hasta el final ¡!!! Si tan solo yo hubiera tenido el coraje suficiente, si hubiera sido valiente... ¡¡¡¡ por lo menos nos hubieramos amado !!! "
Sus ojos, anegados en lágrimas, no le dejaban ver apenas nada de lo que le rodeaba. Desesperado, exhausto y descompuesto, pensó en la única salida para él.
Se dirigió hacia donde había dejado la varita, tirada sobre la mesa, y se apuntó el cráneo con ella. Quería acabar con aquel sufrimiento, y qué mejor manera que acabar con su vida.
De su boca surgió un alarido exasperado, sollozó, gritó, aulló.... Y quiso recitar un conjuro ; el avada kedavra, el más mortífero de entre todas las maldiciones, el que sólo los mortífagos invocaban, pero que muchos más conocían. Sus labios se movieron lentamente, susurrando con lentitud las palabras, pero no tuvo tiempo de acabar la frase.
Hermione y Tonks, que al oír sus gritos exasperados cruzaron como balas la casa, abrieron a empellones la puerta, y Tonks, medio borracha y oyendo voces inexistentes, aulló la maldición, pensando que lo atacaban los mortífagos, que habrían llegado hasta allí para acabar el trabajo empezado.
Hermione se llevó las manos a los labios, viendo la estampa y sabiendo lo sucedido.
Lupin descansaba en el suelo, inerte ; su cara, triste y surcada de lágrimas, con sus ojos avellana llenos de paz, reflejaba el momentáneo dolor que sintió, con la varita en la mano y con evidentes signos de haber querido acabar con su vida por el dolor que sentía.
Y Tonks, que se había quedado helada en el dintel de la puerta, dejó caer su varita, precipitándose con los ojos desorbitados sobre el cuerpo de Lupin, llorando desesperadamente, suplicando por él, abrazándole y meciendo su cuerpo como si lo estuviera acunando.
Su mirada, vacía, se perdía en los ojos de aquel hombre sin vida, que ahora, con fortuna, estaría junto a su amor.
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