Tenía 21 años cuando leí por primera vez un libro de Harry Potter. Era el primero de la serie, "HP y la piedra filosofal". Había oído hablar de él a unos amigos, y, cosa rara en un fan de la literatura heroíca como yo, decidí echar un vistazo a aquel libro de cubierta infantil y colores chillones, al menos en la edición que conseguí. Me senté tranquilamente en mi mecedora, encendí el flexo pinzado a la estantería y lo engullí de un tirón.
Me quedé pasmado.
Eran unas doscientas cincuenta páginas de pura acción, entretenimiento, comedia juvenil y filosofía new age mezcladas con enorme acierto por JK Rowlings. Si bien el libro tenía un marcado enfoque dirigido a niños de once años, el hecho es que me enganchó enseguida, y decidí conseguir los otros dos libros ya publicados, La Cámara Secreta y El Prisionero de Azkabán. Repetí el ritual de la mecedora y me leí ambos de un tirón en la asombrosa cifra de cinco horas. Dudo que cualquier persona que haya leído los libros no crea que estos evolucionan considerablemente con cada nueva obra publicada, hasta tal punto que la tercera ya está completamente dirigida cuando menos a un público adolescente o mayor. Pasamos de un niño infeliz y sus nuevas amistades a descubrir un complejo mundo de intrigas palaciegas con licántropos profesores, roedores psicópatas y mastines cabezas de turco que alcanza proporciones cósmicas. Los dos libros posteriores han ido ahondando aun más en este punto y hemos podido leer desde secuestros hasta asesinatos en serie, pasando por torturas, sobornos, chantajes, amenazas veladas, intentos de homicidio múltiple y amorios adolescentes, todo ello aderezado con un plantel de secundarios enormemente amplio y bien definido.
Sin embargo, muchos entendidos del tema editorial tachan estos libros de bluff con buen marketing, e incluso algunos se niegan a reconocer la verdad evidente de que aunque probablemente pensados para niños, los libros se ajustan mucho mejor al público de entre 20 y cuarenta años. Y esto se debe en mi opinión a que reunen tres características comunes a todos los grandes éxitos creativos de los últimos veinte años en la literatura y el cine de fantasía:
1. La lucha entre el bien y el mal 2. La capacidad de sorprender con una trama coherente pero con giros argumentales increíbles 3. La identificación con unos personajes muy bien definidos.
Y para ilustrar estos tres puntos, voy a usar la misma analogía que en el título: la sagrada trilogía. Tenemos a Luke Skywalker, un huérfano criado por sus tíos que le niegan el conocimiento de su pasado, tíos a los que fue entregado por un anciano superpoderoso que iniciará a Luke en su camino de Jedi para que pueda enfrentarse al asesino de sus padres. Sus mejores amigos, a los que conoce en su nueva andadura y que están metidos en el fregado intergaláctico de nuevas como él, son un bocazas engreído y una sabelotodo insufrible que se pasan el día peleando y que todos sabemos que al final van a acabar liados, y un semihumano enorme y peludo al que casi nadie entiende cuando habla. Al final, sabemos que Luke deberá enfrentarse al malo y que sólo uno de ellos puede sobrevivir.
Si parece un ejemplo algo exagerado, probemos con cualquier saga de libros tipo Dragonlance o LOTR, o películas como Matrix, donde la caracterización profunda de los personajes , la solidez del argumento y la tremenda ambigüedad de ambos bandos con muchos matices de gris te mantienen pegado a la butaca o a la mecedora durante mucho tiempo.
JK Rowlings es de esas autoras como Tolkien, Weiss&Hickmann o HG Wells que se leerán en el tiempo y seguirán siendo una puta obra maestra. Sólo falta que no lo estropee en los dos libros que quedan.
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