Yo no sé qué tiene Fernando León de Aranoa, que cada vez que dirige, consigue hacernos vibrar con sus sencillas historias, llenas de ternura, sentimiento y reflexión, así como de realidad. Si en su primer largometraje, Familia, nos presentaba a una familia de alquiler, en Barrio nos mostraba una historia de chicos de un barrio en la periferia de Madrid, ahora nos muestra a unos parados de los astilleros de Galicia. Todas estas historias tienen en común que son gente como usted y como yo, con aspiraciones, pensamientos, sueños que se realizan o no... En definitiva, normalidad, sin ningún tipo de extraña concepción místico-espiritual de vaya usted a saber qué. A su vez, el director de estas películas nos enseña que no hacen falta efectos especiales ni extraños movimientos para que una película sea buena, como a su vez, la profundidad y la retórica argumental pueden sobrar a la hora de relatar lo que uno quiere transmitir, mostrando la realidad tal cual, sin necesidad de caer en el espectáculo fácil, poniendo encima de la mesa una gran dosis de sensibilidad sin caer en la sensibilería y la lágrima fácil. Espero que los americanos se dejen de historias sin trasfondo, que piensen menos en Saddam Hussein y admiren la belleza de una historia normal.
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