Estaba allí encerrada, solo el eco de mis lamentos retumbaba bajo aquella bóveda que yo misma había dejado que me cubriera. Al principio me había pegado a las paredes, frías y duras, entonces sentí el dolor. Sin darme cuenta huí del dolor y me alejé corriendo sin rumbo para alejarme de aquellas afiladas paredes. Allí en medio de la nada se me nubló la mente y me sentí perdida, ya no tocaba las paredes, no era su dolor el que yo sentía pero me sentía enferma, las nauseas no me dejaban respirar. Entonces, oí una voz: - Si escalas ese muro y llegas al borde podrías salir de este agujero- me dijo la voz. - Es cierto, -respondí- pero es demasiado difícil. - Te arrepentirás de no haberlo intentado. - Yo no puedo sola. - Sí puedes, solo que no quieres. - No merece la pena, seguiré estando sola. - Pero ya no estarás aquí dentro, estarás mejor. - ¿Ah no? Yo creo que sí, escalaría el muro pero no podría salir, desde el borde contemplaría impotente la luz y a los demás correteando al sol. - ¿Qué es lo que prefieres entonces, vivir en la obscuridad o tener esperanzas de un mundo mejor? - Si subiera al borde del abismo no sería feliz, sería como uno de esos desdichados niños a los que nadie quiere elegir para un juego, esperando, esperando siempre, con la patética ilusión de quien arde en deseos de hacer algo engañándose a sí mismo, autoconvenciéndose de que alguien le elegirá alguna vez, algún día. Yo estaría en el borde del abismo, asomada, diciéndome a mí misma: "algún día yo seré una de los que corretean al sol". - No veo el problema. Algún día alguien te elegirá. - Nunca me elegirán. ¿O acaso puedes asegurármelo? - No puedo. - Entonces, ¿ de qué me sirve escalar el muro?
Nadie me respondió. Me había vencido a mí misma.
Me había sumergido en las viscosas aguas del lago de la autocompasión y me mecía a merced de su corriente. Sentía tristeza pero ya no me hacía daño. Pasó el tiempo y poco a poco fui abandonando el lago, mis heridas fueron cicatrizándose, sin embargo la infección se escondía bajo mis costras y nada me hacía más daño que apretarlas. Había encontrado pasadizos por los que podía subir casi tan alto como escalando las paredes, pero las salidas estaban siempre cerradas. Cuando ascendía por los túneles me iba sintiendo cada vez mejor, me llenaba de ilusión pensar que tal vez ese túnel sí tuviera salida, mi excitación y esperanzas crecían por momentos hasta que llegaba al final del pasadizo y comprobaba una vez más como las rocas desprendidas bloqueaban la salida. Entonces la bajada por el túnel me dejaba vislumbrar y predecir de antemano que me ocurriría cuando llegara abajo. Siempre era lo mismo y así pasé mucho tiempo, no era dolor lo que me producía, era tristeza, tristeza y desesperanza, tenía que mecerme constantemente al vaivén de las aguas de la autocompasión. Y allí sumergida un día, me asaltó la certeza de que algún día dejaría de intentar subir, porque era demasiado para mi alma, demasiadas desilusiones. No me daba cuenta de que el problema no era el intentar subir, sino que intentaba ascender por el sitio equivocado. Fue entonces cuando volví a oír la voz. - Te avisé de que te arrepentirías. - Ahora ya es tarde- le respondí- el muro se ha hecho muy alto y es cada vez más duro y doloroso escalarlo. - Lo es, sin duda. - Debí haberlo escalado entonces, ahora ya es imposible. - No es imposible, puedes escalarlo. - ¿Sola? - Sola. - Ni hablar, no puedo, no soy capaz. - Sabes que nadie vendrá a ayudarte. - ¿Acaso es imposible? - No, pero es improbable. - Quiero salir. - Hazlo ahora, luego te arrepentirás de no haberlo hecho. - Y si llegara a conseguirlo, ¿qué pasará si vuelvo a caer? - Que tendrás que volver a escalarlo, pero serás más fuerte y ya no será tan duro. - Está bien, voy a intentarlo. - Yo te ayudaré en lo que pueda - ¿Quién eres? - ¿No lo sabes? Soy tú. - Entonces estoy sola. - Si. - Voy a escalar el muro, escalaré esas paredes. - Adelante, vas a conseguirlo. - Será muy duro. - Pero lo conseguirás.
Escalé aquellas tapias, logré abrirme paso con mis extremidades sangrantes, caí varias veces, pero volvía a intentarlo y cada veze subía más alto. Un día vi slumbré la claridad del día, ya estaba cerca, todo mi cuerpo me dolía, tenía el corazón entero magullado. Alcancé el borde y pude ver la luz. Sonreí, allí estaba el sol y algún día correría bajo él y sus rayos me abrazarían y ya nada sería lo mismo. Desde el borde de mi abismo contemplo a los niños jugando felices y despreocupados, miro alas paejas de enamorados pasear cogidos de la mano. H e vuelto a caer muchas veces, a veces hasta el fondo y otras cerca del bordo o a mitad del camino. Siempre vuelvo a subir, a veces me cuesta tanto como la otra vez pero termino subiendo porque arriba me espera el sol y de vez en cuando soy yo la que corretea bajo sus rayos, no son muchas, casi siempre estoy sentada en el borde de mi abismo o a unos metros del borde, pero les veo correteando y sé que mañana tal vez vuelva a ser yo una de ellos.
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