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El Pan

Relatos Dreamers

Lin suspiró con fastidio a la vez que cogía, con desgana, el monedero de su madre del taquillón de su casa. Como todas las mañanas, le tocaba ir a comprar el pan. No es que fuera algo fuera de la común, pero tener que levantarse cada mañana a las siete para poder coger el pan caliente no era algo que le entusiasmase.Añadir Anotación
Resignada, la pequeña abrió la puerta y, tras despedirse de su madre, y después de coger su pequeño paraguas y su pañuelo rosa, salió de su casa, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido.

Lin bajó las escaleras despacio. No tenía ganas de correr. Tenía que cruzar tres calles hasta legar a la de la panadería. No estaba lejos, pero el mero hecho de pasar por esas tres calles ya le resultaba molesto y cansino. No había nada que ver, nada que le gustase. En realidad, ya pocas cosas le gustaban. Todo le daba igual.Añadir Anotación

La niña alcanzó por fin el portal de su casa y salió a la calle. No había nadie, como siempre. La calle Cereza nunca estaba muy concurrida. Lin suponía que la gente no salía por miedo a que le cayese algún disparo.

Empezó a caminar despacito. No había prisa, nadie iba salir para quitarle la primera barra de la mañana, y no quería ensuciarse las zapatillas pisando algún cadáver, así que se cuidó mucho de ir esquivando cada uno de ellos y de no pisar las manchas de sangre que inundaban la calle. Una de las pocas cosas que aún le podían gustar un poco eran sus zapatillas, y no tenía ganas de que se ensuciasen y acabaran en el cubo de la basura junto con su hermano pequeño, al que su madre abortó por no tener suficientes sillas en el salón para él. Una molestia menos. Pero sus zapatillas eran demasiado bonitas para acabar en el cubo de la basura, y no necesitaban ninguna silla, así que no iba a dejar que su madre las tirase por una mancha de sangre, que es tan difícil de limpiar.Añadir Anotación

El problema de ir andando por esa calle, en realidad, no eran los cadáveres que la inundaban, sino los miembros esparcidos por todos los rincones. Porque un muerto, quieras que no, es fácil de ver y esquivar, pero a veces sin querer puedes pisar un dedo, un brazo, o la cabeza degollada de un bebé. Y eso si que era un fastidio. Las cabezas de los bebés eran particularmente pringosas, ya que al ser de cartílago ceden con facilidad ante cualquier pisotón y te pones perdido de líquido rojo y gris. Y eso ya sí que no salta ni con el mejor de los detergentes.Añadir Anotación

Por suerte, Lin había pasado ya muchas veces por aquella calle y ya estaba más que acostumbrada. Solo una vez estuvo a punto de tropezar y caer encima del torso de un soldado que iba vestido de verde, que yacía encima de otro vestido azul que no tenía brazos. Pero Lin era una niña muy ágil, y pasó el peligro con un salto.Añadir Anotación
Al llegar al final de la calle, Lin comprobó su vestuario y sus zapatillas, y sonrió contenta. Todo impecable. Y justo cuando cambiaba de acera, escuchó a sus espaldas un disparo.
“Mira por donde...” –pensó echando una mirada indiferente a sus espaldas- “hoy se adelantan” Y empezó a caminar de nuevo, dejando atrás la calle Cereza y entrando en la siguiente.

La calle de la Luna no era tan pringosa como la de la Cereza, a Lin era incluso la que más le gustaba. Como solo era una niña sin apenas dinero, las prostitutas no se le acercaban. Lo único malo era pasar por delate de una de las esquinas y ver a algún crío ser violado por un señor. A Lin no le gusta el ruido del jadeo. La ponía nerviosa.Añadir Anotación
Tal vez lo único que la incordiaba en aquella calle fueran las miradas raras de los adultos, que la observaban fíjamente. Algunos se tocaban de forma insistente la entrepierna mientras la miraban, pero no entendía porqué. Lo cierto es que a ella le daba igual. Tal solo quería comprar el pan.
Lin continuó andando y vio como las chicas, de un color de piel extraño, se montaban en los coches de la gente, la mayoría señores mayores. Se ve que estos señores las conocían ya de antes, puesto que las llamaban a todas por sus nombres. Una se llamaba Zorra, otra Puta, otra Ramera… la verdad es que eran nombre muy raros, y lo curioso es que casi todas las chicas se llamaban igual allí. Tal vez estuviese de moda llamarse así en aquella calle, como Juana o Raquel en la suya. Lin se encogió de hombros. Poco le importaba el nombre de la gente, la verdad.Añadir Anotación
Una niña más pequeña que ella se le cruzó de repente. Tenía los ojos llenos de agua, cosa que a Lin le llamó la atención (¿se acabaría de duchar?) y le pedía con voz muy bajita que le diese algo de dinero.
Lin la miró un poquito, pero luego negó con la cabeza. La primera barra de pan del día era la más cara, no podía ir por ahí regalando el dinero. Así que, muy educadamente, le dijo que no y se fue.
Lo último que escuchó a sus espaldas antes de salir de la calle de la Luna fue la vocecita temblorosa de la niña.
“tendré que hacerlo otra vez…”

La última calle era la calle de los Pajaritos. Lin abrió el paraguas, se ajustó el pañuelo alrededor de la boca y nariz, y empezó a andar.
En la calle de los Pajaritos no vivía nadie. Nadie podía vivir allí, ya que el aire era venenoso. Lin no sabía muy bien cuando o porqué, pero al parecer la gente empezó a tirar mucha basura o algo así y al final el aire fue venenoso, y todos los que vivían allí se murieron. Por eso Lin se protegía del aire con el pañuelo. El hecho de llevar paraguas era por la misma razón por la que se le puso a la calle el nombre de Los Pajaritos: los pájaros no sabían que el aire allí estaba contaminado, así que cuando pasaban por la calle por casualidad se envenenaban y morían, cayendo ya muertos del cielo. Por eso Lin llevaba siempre el paraguas. Los pajaritos muertos que te caían en la cabeza hacían daño…Añadir Anotación

Lin recorrió esta última calle más rápido que las otras dos, porque a veces el aire se colaba en el pañuelo y olía muy mal. No le gustaba. Prefería correr un poco y salir de allí. Así, de paso, la perdía de vista. Era una calle muy fea.

Poco después de dejar la calle de los Pajaritos, Lin llegó a la panadería. Curiosamente, la encontró cerrada. Lin miró extrañada su reloj. Las siete y cinco. Debería estar abierta.
Lin cogió el pomo de la puerta, la forzó un poco y la abrió. La puerta de la panadería era muy vieja y pobre, como todas las puertas de la calle del Bolsillo. Era fácil de abrir, pero casi nunca había mucho dinero como para ponerse a robar. Lin entró y fue al mostrador. No veía al panadero. Se acercó un poco más y se inclinó por encima de la barra, llena de panecillos y bollitos. Allí estaba el panadero. Con un suspiro de fastidio, Lin cogió por su cuenta una de las barras de pan del mostrador, dejó el dinero sobre la bandeja y se fue.Añadir Anotación
- Que fastidio, –se dijo mientras se volvía a ajustar el pañuelo y abría el paraguas- ya se ha muerto otro de SIDA. Ahora tendremos que comer pan frío…

***

En el mundo siempre ha habido guerras.
¿Y qué? No pasan aquí, ocurren dentro del televisor.

En el mundo hay miles de mujeres y niños obligados a prostituirse.
¿Y qué? No están aquí, viven dentro del televisor.

El mundo se está marchitando a causa de la contaminación.
¿Y qué? Aquí se puede respirar, el aire tóxico circula dentro del televisor.

¿Para que preocuparse por las guerras, la prostitución o la contaminación?
Cuando sales a comprar el pan, ¿ves alguna guerra, algún niño violado o respiras aire tóxico?
Yo no.
¿Y sabes por qué?
Porque todo está dentro del televisor.
Así que simplemente vive, y se feliz, porque el televisor secuestra y encierra todo lo malo del mundo.

Menos mal que podemos vivir tranquilos.
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Mirian Frías Ferrer (Mirian F2, aka Deedlit)

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Deedlit, 13 de Agosto de 2005
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